Daniel Coronell
18 Diciembre 2021

Daniel Coronell

Recuerdos cruzados

Recuerdos cruzados de tres grandes periodistas fallecidos este año.

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Este año que ya casi termina fue el último de tres periodistas que marcaron el oficio: Germán Castro Caycedo, Javier Ayala y Antonio Caballero. Esta es la última columna del año y quisiera compartir con ustedes los recuerdos cruzados de ellos y de la época que les tocó vivir. 

Germán Castro Caycedo era un cronista formidable. Coleccionaba detalles y sabía cómo mantener la atención del lector página tras página. Era un viajero incansable que un día podía estar en lo más profundo del Amazonas y al otro en la estepa rusa buscando una pista para construir un relato. 

También era un buen amigo, cálido y solidario en los momentos duros. Él y su bella esposa, la también periodista Gloria Moreno, nos abrieron las puertas de su casa y su corazón en las buenas y en las malas. En los períodos más terribles de amenazas, la mesa de ellos fue un oasis de esperanza para Tata y para mí.

Muchas noches tuvimos el privilegio de oír a Germán hablando con pasión sobre la ejecución diaria de su oficio, sobre cómo hacer sentir la respiración de un entrevistado en un texto, sobre la jornada aciaga que pasó en la Hacienda Nápoles entrevistando a Pablo Escobar la misma noche en la que Carlos Lehder mató de un tiro de fusil a uno de los guardaespaldas del capo más sanguinario de la historia; o sobre el hundimiento de El Karina, un buque panameño en el que el M-19 planeó importar 400 toneladas de armas compradas en Alemania pero que fue hundido por un buque de la Armada por cuenta de la falta de pericia del guerrillero que comandaba la operación. 

Germán que había cubierto y escrito esas historias murió el 15 de julio. Los especialistas se empeñaban en formularle analgésicos fuertes porque según el cálculo médico debía estar sufriendo terribles dolores. Sin embargo, él no se quejaba. Se estaba apagando pero en su semblante no había un gesto de aflicción. Unas horas antes de su fallecimiento, Gloria le pasó la mano por la cabeza blanca y le preguntó:

    -Germancito, ¿qué sientes?

Hombre recio y no dado a las sensiblerías, hizo un esfuerzo y con el hilo que quedaba de su voz hecha para narrar, respondió:

    -Amor por ti.
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Javier Ayala, quien murió el primero de septiembre, era un reportero con un olfato sobrenatural. Con semanas de anticipación podía vaticinar que algo se iba a volver noticia. Era un trabajador incansable pero muchas tardes se regalaba unos minutos para hacer una pausa. Por un cuarto de hora paraba lo que estuviera haciendo, armaba su pipa con la picadura de cognac que le gustaba y leía en voz alta una poesía de Rielke, de Baudelaire o de Neruda, según su estado de ánimo.

Era 1989 y el país vivía bajo el terror de Pablo Escobar. Javier compartía la dirección del Noticiero Nacional con Gabriel Ortiz, su amigo y colega de tantos años. Una noche después de una emisión especialmente dura por los días de violencia que vivíamos, Javier nos invitó a tomar un trago a Gabriel y a mí. 

Escogió un lugar al que nunca habíamos ido. Se llamaba la Esquina del Tango y no tardó mucho en empezar a cantar, al compás del bandoneón, como si nada pasara: “Cuando manyés que a tu lado se prueban la ropa que vas a dejar”. De pronto el mesero se acercó con una botella de whisky que le mandaban a Javier dos hombres de una mesa vecina.

Con amabilidad, pero también con firmeza, Javier rechazó la invitación. Entonces uno de los hombres camino hacia donde estábamos y se identificó:

    -Soy abogado. Mi nombre es Feisal Buitrago Mustafá y soy apoderado de Pablo Escobar. Él está muy fastidiado porque en su noticiero pasan un dibujo que lo pinta detrás de unas rejas y él no está preso. Así es que le pido, señor Ayala, que no vuelva a usar esa imagen.

No fue una amenaza explícita pero vivíamos una época en la que todo el mundo entendía rápido. Javier nunca dio la orden de remover la imagen. Con todos los riesgos que significaba siguió saliendo al aire. 

Años después, en 1991, cuando sesionaba la Constituyente volví a oír el nombre de Feisal Buitrago. Aparecía en una grabación conocida como el “narcovideo”. Su imagen fue registrada entregando una plata en efectivo -a nombre de Pablo Escobar- al constituyente Augusto Ramírez Cardona, un médico de Puerto Boyacá cercano a los paramilitares que fue elegido en la Asamblea Nacional Constituyente por la lista de la Alianza Democrática M-19. 

La plata era para que el delegado votara a favor de que la nueva Constitución prohibiera la extradición de colombianos. Esa votación terminó como querían los narcotraficantes. La eliminación de la extradición ganó 51 votos contra 13, un día antes de que Pablo Escobar se entregara en La Catedral.

Ese día llamé a Javier para preguntarle si recordaba al abogado y respondió:

    -Claro, fue el que se nos tiró el tango.
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Antonio Caballero murió el 10 de septiembre. Fue un escritor enorme, un pensador lúcido, erudito, mordaz y gracioso. Sus columnas, escritas en un castellano impecable, eran casi siempre una obra de arte. Cuando le otorgaron el Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar a la vida y obra, en el año 2001, afirmó: “aunque a menudo se ha pretendido descalificarme en cuanto a periodista de opinión, llamándome con desdén simple “caricaturista”, acepto la definición con orgullo. Ese ha sido desde los catorce años mi primer y más constante oficio”.

A sus innumerables habilidades. Caballero sumaba la de ser un dibujante excepcional, capaz de captar en un trazo el alma de una persona. 

Pocos días después de la muerte de Antonio, José Fernando López – un admirado colega y amigo a quien todos llamamos “el mono”-- me escribió y compartió conmigo este dibujo de Caballero realizado cerca de 1979. Está pintado en una cuartilla numerada por renglones como las usadas para escribir los textos periodísticos de la época. 

Antonio Caballero

Antonio, que era el jefe de redacción de Alternativa, había caricaturizado a varios de sus compañeros con los que discutía temas en una reunión editorial. Allí están Enrique Santos Calderón, a quien dibujó dos veces con y sin gafas; el entonces reportero Jorge Gómez Pinilla, hoy editor de El Unicornio,  con su inconfundible cara alargada retratada en una esquina de la cuartilla y el mono López, dueño en ese entonces de una frondosa cabellera.

Casi todos están vivos y activos profesionalmente. Sin embargo, uno de los retratados por Antonio murió asesinado. Se trata de Gerardo Quevedo, entonces gerente de esa revista, quien después ingresó al M-19 y a la clandestinidad. En la guerrilla operaba con el alias de Pedro Pacho. 

Quevedo fue el comandante de El Karina, el buque panameño cargado con armas del M-19, cuyo hundimiento fue investigado y magistralmente narrado por Germán Castro Caycedo en el libro que lleva el mismo nombre del barco.

En 1987 el Noticiero Nacional, dirigido por Javier Ayala, reveló en primicia la identidad de una mujer y un hombre cuyos cuerpos baleados habían sido encontrados en Curití, Santander. Aparentemente se trataba de las mismas personas que semanas atrás fueron capturadas por agentes de un organismo de seguridad en el Aeropuerto El Dorado de Bogotá, aunque los registros de la detención desaparecieron al mismo tiempo con ellos. El carro en el que se transportaban apareció en una estación de Policía de Melgar, Tolima.

Los muertos de Curití fueron finalmente identificados como María del Pilar Zuluaga de 29 años y su esposo Gerardo Quevedo Cobos, de 38, alias Pedro Pacho, el cabecilla de la fallida operación Karina del M-19, el mismo gerente de Alternativa retratado años atrás por Antonio Caballero. 

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