Daniel Samper Ospina
1 Noviembre 2020

Daniel Samper Ospina

Trump en el Centro Democrático

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Vamos a decirlo a las claras: desde que el Gobierno acomodó todos sus huevos electorales en la canasta de Donald Trump (y todos los huevos son todos los huevos: desde los tres huevitos de Uribe hasta el huevo enorme que tiene el ministro Carrasquilla), lo mejor que puede sucederle a Colombia es que el candidato republicano resulte victorioso en las elecciones más angustiosas de la historia: que la diligente canciller colombiana pueda cobrarse un nuevo éxito; que los expresidentes Pastrana y Uribe tengan la oportunidad de regresar a Mar-A-Lago para saludar de orinal a orinal al presidente Trump en una de esas reuniones francas y cordiales en que hablaban de problemas y perspectivas de la región. Y que Iván Duque y María Fernanda Cabal salgan a la calle a echar harina la noche del martes, como cuando en sus años mozos celebraban de idéntica manera los triunfos de sus líderes preferidos de los ochenta: el general Landazábal, Mario Gareña. Pinochet.

Sí: seguramente no pasarán dos meses antes de que el reelegido presidente Trump regañe a la distancia al pobre Iván:

—Es un buen tipo, pero no ha hecho nada por nosotros: desde que es presidente está entrando más droga… —dirá nuevamente, mientras trata de recortar la ayuda a Colombia.

Pero, a cambio, podremos invitar a Mike Pompeu a Cartagena y confeccionarle una guayabera elaborada con uno de los tapabocas que ya no utilice Carlos Holmes Trujillo y conseguir que en la Casa Blanca reciban de nuevo a los Duque Ruiz: por qué no soñar en grande. Quedaría para la posteridad otra fotografía de Duque —las manitas de nuevo entrelazadas, la mirada al piso, juntas las rodillas y separados los pies— con el presidente americano más salvaje de la historia. Y la boutique Leal y Dacaret vendería el segundo vestido de su colección “Foami color verde menta”.

Es posible que el triunfo de Trump sea también el triunfo de la indecencia; que su victoria socave las mayores conquistas de Occidente. Pero el gobierno de Duque le habrá jugado las fichas al ganador y aquello sería una bendición para la patria: sentado en el sillón de la chimenea, a Pachito Santos se le irá la vida contándoles a sus nietos, una y otra vez, que cuando era embajador de Colombia en Washington él solito interfirió en las elecciones de la Florida y cambió la historia del mundo para siempre. Y Alejandro Ordóñez se remojará las nuevas barbas en el triunfo de su líder de doctrina, de cuya estela se prenderá para hacer a Colombia grande de nuevo bajo su inminente presidencia.

El asunto es si no gana:  ¿y si no gana? ¿Si, por algún extraño giro del destino, Donald Trump es derrotado por Joe Biden, aquel Ken de la tercera edad, de piel de hule y gafas oscuras, cuyo mayor mérito es no ser Donald Trump?

Lo mínimo, pues, sería que el gobierno de Iván Duque sea consecuente con su apuesta y, como gesto de básica solidaridad, recoja a Trump en la derrota: que lo nacionalice como colombiano. Y que le ofrezca trabajo.

No digo que como director técnico del América de Cali, para que no se desperdicie su eslogan de “Make America great again”, sino que se sume en términos definitivos al gobierno de la equidad: que convierta la economía naranja en un guiño a su color de la piel; que reparta mercados con la vicepresidenta sin cubrirse con el tapabocas: como lo hace ella, como le gusta a él.

Cuando Trump sea el hombre fuerte del gobierno de Duque, mandará a Melania de “shopping” a la isla de San Andrés, acompañada de la esposa del fiscal: la segunda dama de la nación. Jugará golf con Abelardo de la Espriella en el club de Montería. Trabajará hombro a hombro con el comisionado Ceballos para dispersar la próxima Minga. Deportará a los líderes sociales. Se teñirá el copete con los galones de glifosato que él mismo ordene importar. Será decano de idiomas de la Sergio Arboleda. Se aliará con María Fernanda Cabal para derrotar a la Unión Soviética. Y, como superministro de obras públicas, construirá un muro en la frontera de Venezuela y hará que lo paguen los venezolanos que según Claudia López nos están volviendo la vida cuadritos, y otro muro en el Cauca, para dividirlo en dos: una parte para supremacistas mestizos, como Paloma Valencia; la otra, para indígenas. Y ese muro también lo pagarán los indígenas.

Para celos de Uribe, se convertirá en el jefe natural del Centro Democrático y se ganará el corazón de Iván Duque cuando le enseñe las coreografías robóticas de las canciones de YMCA. Y también cuando le ofrezca consejos para mejorar su programa de televisión.

El niño del Rochester le contará en su perfecto inglés de burócrata de Washington que fue él, precisamente, el ganador de la versión colombiana del reality “El Aprendiz”, cuya franquicia en Colombia era propiedad de “Producciones Álvaro Uribe” en el 2018.

—I was the Jaider Villa of that election —le explicará.

Emocionado, Trump le enseñará entonces a despedir en vivo y en directo al ministro de salud en el giro dramático que necesita “Prevención y acción contra el coronavirus” para recuperar rating:

—Ministro Ruiz, you are fired!

Que quede, pues, esta suposición como consuelo si Biden resulta derrotado: aunque, en ese caso, hasta la guayabera de Mike Pompeu se nos quedará corta para secarnos las lágrimas.

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