Miiroku, el proyecto que revoluciona la construcción de viviendas wayuu
Una de las casa que construyen en el proyecto Miiroku, en zona rural de Uribia, en La Guajira.
Crédito: Rainiero Patiño M.
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Mediante una alianza público-privada, en el corregimiento de Bahía Honda, en la Alta Guajira, por iniciativa del Grupo y la Fundación Grupo Argos, se construyen, en tiempo récord, 30 casas con materiales innovadores de los más altos estándares, pero que conservan los elementos ancestrales de los wayuu.
Por: Rainiero Patiño M.
Un camino repleto de conchas de caracoles nacarados conecta el mar con el rancho de Joseline. De día lucen como pequeños esqueletos prehistóricos que le hacen eco al viento y en noches de luna llena, dicen, son pequeños faros que guían el andar de los caminantes perdidos. A unos pocos pasos de su tradicional rancho de paredes de bahareque y techo de yotojoro, una nueva estructura metálica, pero ambientalmente amigable, es levantada sobre la arena caliente. Será su nuevo hogar, la casa número seis de las treinta iniciales, que son construidas a través del proyecto de vivienda Miiroku, que es una iniciativa del Grupo Argos, bajo la ejecución de la Fundación Grupo Argos, en el corregimiento de Bahía Honda del municipio de Uribia, en La Guajira.
Joseline tiene cinco hijos y la sonrisa reservada de los que conocen el valor de la palabra y el silencio. Luis Eduardo es el penúltimo de sus pequeños, recién cumplió siete años, también habla poco, pero sonríe mucho. Sentado sobre una baja troja de palos, contempla callado el mar de Bahía Portete, un paradisiaco lugar en el corazón de la Alta Guajira colombiana, con una vista panorámica que envidiaría cualquier gerente de una cadena de hoteles de cinco estrellas.
Chicho, el esposo de Joseline es pescador; sobre su piel lleva la firmeza y el color de una vida adobada por el agua salada y el sol. El mar es su empresa y el principal sustento de la familia. El viaje para llegar a su casa desde Uribia puede tomar entre tres y seis horas, todo depende del clima, la ruta escogida, las condiciones del terreno y la pericia del conductor. Otra opción es llegar en carro hasta Media Luna y desde ahí atravesar la bahía a bordo de una lancha piloteada por uno de los hábiles capitanes wayuu, mientras se ven en mar abierto los gigantescos buques que esperan su turno para cargar el carbón. El agua es de un azul celeste y con olas que arrullan o atemorizan de acuerdo al paso de las horas.
Miiroku es una palabra wayuu que traducida al español significa “sitio de agua o donde hay agua”. La idea del proyecto, como muchos de su tipo, nació después de una tragedia local. La historia es que el 7 de octubre de 2022 el huracán Julia tocó costas colombianas y con vientos de más de 65 kilómetros por hora causó desastres en muchas poblaciones de La Guajira. Entre los afectados estuvieron los 187 habitantes de las comunidades de Kayuswaaralu y Naleep. Hogar y territorio de María Concepción Iguarán, una reconocida diseñadora wayuu y autoridad tradicional de Kayuswaaralu.
En su afán de buscar ayuda para su pueblo, Conchita, como es conocida María Concepción en toda La Guajira, se puso en contacto con Alicia Mejía, reconocida líder antioqueña, fundadora de Colombiatex y Colombiamoda, con quien antes ya habían tejido sueños en el mundo del arte y la moda, y es una asidua visitante del territorio. Con su gestión, la historia llegó a oídos de los directivos del Grupo Argos y así, en resumen, lo que empezó como la idea de una recolecta de materiales de construcción para reparar los estragos de la tormenta, terminó por convertirse en una cadena maravillosa de buenas voluntades de la que también participan el Grupo Aval, la Fundación Santo Domingo y el Ministerio de Vivienda.
Manos que traducen sueños
Para los wayuu, el significado de los sueños es determinante. Aꞌlapüjawaa o el acto de soñar, es primordial para la toma de decisiones; incluso algunas mujeres se inspiran en estos para definir los patrones que tejen en sus mochilas. Miiroku es un proyecto innovador, comenzando porque el concepto y el diseño de cada una de las viviendas son el resultado de múltiples juntanzas comunitarias y creativas. En distintos materiales, como plastilina escolar, los habitantes de las dos comunidades hicieron los bocetos de “cómo se soñaban sus casas”, cuenta Margarita García, coordinadora de Entornos y Sociedad de la Fundación Grupo Argos, quien es una de las personas que lideran el proyecto en el terreno.
Como respuesta a esas conversaciones y propuestas de la comunidad, los arquitectos del equipo del Proyecto Casa Para Mi de Cementos Argos se comprometieron a crear un tipo de vivienda diferencial wayuu para las dos comunidades, con el fin de hacer un esquema transferible a otros territorios. Una de las encargadas de trazar las líneas principales del proyecto fue María Antonia Betancur, líder en soluciones.
Entre las principales apuestas de la planificación de las viviendas estaba usar materiales de construcción vernáculos y locales para lograr estructuras resilientes y sostenibles. También hacer un sistema estructural que resistiera las condiciones extremas del territorio, como los fuertes vientos y las altas temperaturas; que la construcción se pudiera lograr en un tiempo no mayor a seis semanas por vivienda; y que con el diseño arquitectónico se pudiera dar respuesta a la ausencia a la escasez del agua, como problemática principal.
La elaboración de cada casa se hace en cinco grandes pasos. En los primeros 17 días se realiza la excavación, la instalación de postes de madera, de la losa de concreto, las redes de energía y agua, y hasta un pozo con muros de concreto para la letrina.
Luego se levanta la estructura y la cubierta, que están prefabricadas en steel framing y eternit, respectivamente. Este paso, que incluye una estructura de madera, para una enramada tradicional, toma 11 días. Bajo el techo o sajuna lleva un cielo falso de yotojoro, el poderoso y esencial corazón del cactus que los wayuu usan para muchas cosas. El uso de esos materiales autóctonos sirve para bajar, en hasta seis grados centígrados, la temperatura en el interior, un soplo de frescura divino en medio del desierto.
En la etapa número 3 del proceso, de 17 días, se hacen los revoques y acabados, lo que en lengua wayuunaiki se llama shiquerajia. Ahí entra en acción la “magia” tradicional, porque después de “cosechar” y tamizar la tierra, esta se hidrata en un recipiente grande en el que se hace la ashunajia, una especie de ceremonia grupal en la que se pisa la tierra para activarla, como viticultores que danzan sobre uvas en un lagar. La aplicación de la mezcla en las estructuras se hace a mano y la pintura es el resultado de mezclar tierra hidratada, engrudo de harina, arena fina y color mineral.
El proceso sigue con la instalación de una pequeña huerta, cercada en yotojoro. Finalmente, son instalados los equipos: paneles solares sobre la enramada, dos tanques de agua (de 1.000 litros cada uno), una bomba manual de agua, una estufa de leña y un filtro de agua que trae una vasija de barro en su interior, entre otros.
En la cultura wayuu Juya o la lluvia es más que un líquido necesario, se considera un dios y cuando cae sobre Mma o la madre tierra se produce la fecundación del mundo. Por eso el techo de las viviendas Miiroku es tan importante y está armado con una cubierta a dos aguas invertida para recoger la mayor cantidad de agua lluvia en los tanques ubicados en el centro, que después puede ser filtrada. Agua potable para los wayuu, quienes se autodefinen como los hijos de la tierra y de la lluvia.
La primera casa: otra vida
Para celebrar los avances de Miiroku, representantes de la alianza público-priva y los miembros de la comunidad se encontraron en Kayuswaaralu. La primera familia beneficiada será la de Keila Epieyu, conformada por siete personas, quienes en pocos días estrenarán vivienda.
La obra ya está en el 90 por ciento de adelanto, las otras 29 ya están en ejecución y todas deben ser entregadas a comienzos de 2025. Juan Esteban Calle, presidente de Cementos Argos, le dijo a CAMBIO que con este proyecto se le demuestra al país “que se puede llevar vivienda digna a cualquier rincón de Colombia y que se puede crear una vivienda que siendo industrializada, resistente a huracanes, respeta los saberes ancestrales de la comunidad wayuu”.
El empresario dijo, además, que con Miroku se prueba que con la suma de aliados público - privados “seremos capaces de reducir de una forma sustancial el déficit de vivienda en Colombia, empezando por la ruralidad remota”.
La viceministra de Vivienda, Aydeé Marsiglia Bello, quien también visitó las obras, cree que este tipo de proyectos son muy satisfactorios porque responden a las necesidades reales de quienes los van a habitar. Agregó que para el Gobierno del Cambio es muy importante escuchar la voz de las comunidades. “Nosotros nos sumamos a este esfuerzo porque entendemos que la vivienda más que un resultado es un medio para todas las comunidades y tiene un propósito y unas necesidades específicas. Para nosotros, los proyectos de esta naturaleza son los que se necesitan, viviendas diferenciadas que respondan a las necesidades de un país tan diverso como Colombia”, agregó.
Juan Diego Céspedes, director de desarrollo urbano e inmobiliario de la Fundación Santo Domingo, dice que este tipo de iniciativas son determinantes porque la vivienda es el inicio de un proyecto de vida. Por eso, mejorar sus condiciones de vida, que los niños tengan un piso para poder jugar, por ejemplo, impacta el desarrollo de toda la familia. Diego Pérez, representante del Grupo Aval, también compartió con la comunidad y recorrió el proyecto. El grupo empresarial ha dicho que Miiroku contribuye a cumplir con uno de su objetivo de impulsar el desarrollo sostenible y el bienestar de estas comunidades.
Conchi habla pausado, mientras se acomoda el pañolón rojo que le adorna la cabeza. Refleja la sabiduría que le delega ser la autoridad. Resume la felicidad de su pueblo por las casas como la suma de Dios con el universo y la buena voluntad. Pero, va más allá y dice, a los 80 miembros de la comunidad que la escuchan, que el proyecto Mirroku no les puede quedar grande, “porque nosotros somos los responsables de que esto siga creciendo y sea un ejemplo para la Colombia profunda de que sí se puede tener acceso a una vivienda y a una vida digna”.
Entre todos, camina en silencio José Manuel Urbina, con una chaqueta verde y unas gafas oscuras protege su piel y los ojos de los efectos del sol. Hace dos meses que vive bajo un sol de más de 40 grados centígrados, entre trupillos y cactus. Es el ingeniero residente que dirige las cuadrillas que construyen el proyecto. Es un paisa expresivo, de los que hablan mucho. Sin embargo, dice que no sabe cómo explicar lo que siente cuando ve la cara de alegría de los miembros de la comunidad al comprobar el avance de sus viviendas. Pero de dos cosas sí está seguro: que no se tomará su primer día de descanso hasta que sean entregadas las primeras nueve casas; y lo otro, que está convencido de que al final del proyecto saldrá de ahí siendo una mejor persona, con más vida. Contrario a lo que le pasa a un caracol que deja su concha.