
Vargas Llosa, un gigante de las letras extraviado en la política
Fidel Castro, Mario Vargas Llosa, Gabriel García Márquez
Crédito: Colprensa
- Noticia relacionada:
- Mario Vargas Llosa
- Gabriel García Márquez
- Literatura
- Premio Nobel
¿En qué momento y por qué el autor peruano decide meterse a una campaña electoral de la que salió derrotado? Con su fallecimiento, se cierra un ciclo de un movimiento literario extraordinario: el 'boom' latinoamericano, que se fracturó por el ejercicio del poder.
Por: Armando Neira

Mario Vargas Llosa, premio Nobel de Literatura fallecido este domingo en Lima, transpiraba política por todos los poros. De hecho, una cita que suele adaptarse con frecuencia al destino de los países de América Latina es el comienzo de Conversación en La Catedral. Santiago Zavala, el protagonista, abre la novela haciéndose la pregunta: ¿en qué momento se había jodido el Perú?
¿En qué momento estaba tan jodido su país que hasta Vargas Llosa, uno de los escritores más refinados y clásicos, decidiera dejar su elegante biblioteca, donde siempre escribió con un implacable método, para lanzarse de pueblo en pueblo a los azares de una campaña política?
Fue en las elecciones presidenciales de 1990, a las que llegó como inmenso favorito, con un aura de prestigio y respaldado por la coalición de centroderecha Frente Democrático. Atrás quedaban los días en que se emocionaba con Fidel Castro y la Revolución cubana, otro de los hechos con los que, junto con el explosivo movimiento literario, la región tuvo eco universal.
Vargas Llosa fue una de las firmas destacadas en la revista cubana Casa de las Américas, editada por Haydée Santamaría, conocida como 'Yeyé' en sus tiempos de guerrillera, famosa por haber participado en el asalto al cuartel Moncada el 26 de julio de 1953 y que sirvió de semilla para la 'revolución'.
Cuando él viajó a Cuba como periodista para cubrir la crisis de los misiles en 1962, quedó asombrado con la “igualdad” con la que se vivía en la isla. “Vi un país que parecía vivir en el fervor de la igualdad. Era una revolución libertaria”,dijo.
Eran años de pura ilusión que también habían llevado a su entonces amigo del alma, Gabriel García Márquez, a trabajar en Prensa Latina, órgano oficial creado por los revolucionarios. Allí estuvo el autor de Cien años de soledad, junto al periodista Plinio Apuleyo Mendoza, otra de las voces que en ese momento estaban convencidas de que Fidel y los barbudos iluminaban nuevos tiempos de libertad e igualdad.
Los primeros coqueteos con la izquierda
En ese entonces, Vargas Llosa simpatizaba con las ideas de izquierda, un afecto que cultivaba desde su juventud, como él mismo lo recordó en su autobiografía El pez en el agua. Allí relata que formó parte de la 'célula Cahuide', una facción del clandestino Partido Comunista Peruano fundada en la Universidad San Marcos por Isaac Humala, padre del expresidente de Perú, Ollanta Humala.
“Descubrí la política a mis doce años, en octubre de 1948, cuando el golpe militar en el Perú del general Manuel Apolinario Odría derrocó al presidente José Luis Bustamante y Rivero, pariente de mi familia materna. Creo que durante el ochenio odriísta nació en mí el odio a los dictadores de cualquier género, una de las pocas constantes invariables de mi conducta política”, escribió luego.

Sin embargo, la revolución cubana tuvo un punto de inflexión que marcó a los integrantes del boom latinoamericano. Ocurrió por el caso de Heberto Padilla, el poeta cubano encarcelado por criticar al castrismo. Un grupo de intelectuales firmó una carta denunciando la arbitrariedad. Entre ellos, además de Vargas Llosa, estaban Susan Sontag, Octavio Paz, Jean-Paul Sartre y Julio Cortázar.
En el texto aparecía la firma de García Márquez. Sin embargo, el creador del universo mítico de Macondo aseguró que con él no contaran. Desde entonces, Gabo no solo consolidó su unión con Cuba, sino también una profunda amistad con su líder, Fidel Castro. Fue de los primeros hechos en los que el colombiano y el peruano tomarían senderos contrarios.
Desde su perspectiva, Vargas Llosa alimentó además la tesis de que buena parte de los líderes de izquierda eran populistas que, en términos concretos, no desarrollaban políticas públicas para beneficio de los más pobres, sino para alimentar el culto a sus personalidades. “Yo reivindico y defiendo la libertad”, el bien más preciado de la humanidad, diría, años después, en una Feria del Libro en Bogotá.
Mientras elaboraba sus argumentos —que lo fueron acercando cada vez más a líderes de derecha—, el Perú estaba al borde del precipicio por la hiperinflación del primer gobierno de Alan García.
Entre libros y votos
Así, el 4 de junio de 1989, el narrador confirmó su postulación a la Presidencia de la República desde la plaza de Armas de Arequipa, su ciudad natal. Las encuestas ya lo ubicaban en la sede presidencial. Algunas le daban el 47 por ciento del respaldo frente al 14 por ciento de Alfonso Barrantes, una diferencia aparentemente insalvable.
Con el lema 'Por el gran cambio', el autor de La ciudad y los perros difundió un proyecto de corte liberal que prometía poner fin a la crisis económica. Sin embargo, en el escenario apareció el nombre de Alberto Fujimori, con apenas un 3 por ciento de intención de voto.
“Me preparaba para salir a aquel mitin [en el Cuzco] cuando me llamó [mi hijo] Álvaro, desde Lima. Lo noté muy agitado. (...) Acababan de recibir la última y se habían llevado una mayúscula sorpresa: en los barrios marginales y pueblos jóvenes de Lima —el 60 por ciento de la capital— el candidato Alberto Fujimori había despegado en los últimos días de manera vertiginosa, desplazando en las intenciones de voto al APRA y a la izquierda, y las indicaciones eran que su popularidad crecía ‘como la espuma, minuto a minuto’”, escribió Vargas Llosa en El pez en el agua.

Aunque el autor de La casa verde y La orgía perpetua se impuso en la primera vuelta con el 32,6 por ciento en ese abril de 1990, la sorpresa fue el segundo puesto del líder de Cambio 90, Fujimori, quien obtuvo el 29 por ciento.
Dos meses después, en junio, ambos disputaron la definitiva segunda vuelta. El vencedor, con un 62,3 por ciento de los sufragios, fue Fujimori, quien consiguió más del doble de los votos que había obtenido en la primera vuelta.
La política, como bien la describe él en La fiesta del Chivo, pasa por nadar entre las aguas de las multitudes en las que es fácil ahogarse. “No tenía —no tengo— apetito para esos baños de multitud y debía hacer milagros para ocultar el desagrado que me producían aquellos jalones, empujones, besos, pellizcos y manoseos semihistéricos, y para sonreír aun cuando sintiera que esas demostraciones de cariño me estaban triturando los huesos o desgarrando un músculo”, escribió sobre esa experiencia.
Política y empatía
Pocos intelectuales han retratado al Perú con tanta profundidad como Vargas Llosa. Sin embargo, en esa campaña no logró conectarse con la gente, algo que sí hizo Fujimori, quien, siendo descendiente de japoneses, alimentó el relato de que él era discriminado igual que los indios y los mestizos. Su lema de campaña fue: 'Un candidato como tú'.
Para el creador de La guerra del fin del mundo, su relación con el Perú tuvo un punto de quiebre. “Quizá decir que quiero a mi país no sea exacto. Abomino de él con frecuencia y, cientos de veces, desde joven, me he hecho la promesa de vivir para siempre lejos del Perú y no escribir más sobre él y olvidarme de sus extravíos. Pero la verdad es que lo he tenido siempre presente y que ha sido para mí, afincado en él o expatriado, un motivo constante de mortificación”, escribió.
Tanto Vargas Llosa como García Márquez vivieron tiempos turbulentos marcados por las dictaduras militares, las violaciones de los derechos humanos, las batallas por la democracia en el que ambos fueron referentes por cada una de sus palabras.
En ese camino era casi imposible que los autores del boom no pusieran su talento a retratar esta realidad: El otoño del patriarca de García Márquez, La fiesta del Chivo de Vargas Llosa, El señor presidente de Miguel Ángel Asturias, El recurso del método de Alejo Carpentier y Yo, el supremo de Augusto Roa Bastos.
Fachos y comunistas
Pero en simultánea, sus opiniones o silencios eran juzgados con mayor severidad por los movimientos políticos. Muchos de estos solo veían en blanco y negro. No había matices. Por eso, a ellos se les ubicaba -y aún sigue siendo así- como fachos o comunistas. Juicios de valor que ocasiones tienen más eco que sus obras.
Al morir el líder de la revolución cubana, Vargas Llosa escribió: “A Fidel Castro no lo absolverá la historia. Espero que esta muerte abra en Cuba un periodo de apertura, de tolerancia, de democratización. La historia hará un balance de estos 55 años que acaban ahora con la muerte del dictador cubano. Él dijo que la historia le absolverá. Y yo estoy seguro de que a Fidel no lo absolverá la historia”.
“Ha muerto un gran escritor cuyas obras dieron gran difusión y prestigio a la literatura de nuestra lengua. Sus novelas le sobrevivirán y seguirán ganando lectores por doquier. Le envío mis condolencias a su familia”, escribió Vargas Llosa cuando falleció Gabo.
En el otoño de 2010, al autor de Tiempos recios, que muestra los entresijos del golpe militar que en 1954 terminó en Guatemala, le fue otorgado el Premio Nobel de Literatura, un hecho que hasta a él lo sorprendió: “Creía que había sido completamente olvidado por la Academia, ni siquiera sabía que el premio se entregaba este mes”.
Y en los últimos meses fue despidiéndose. En 2023, publicó Le dedico mi silencio, una novela que es una celebración de la música popular peruana y también del periodismo:
“El único consejo que transmito a los jóvenes que se inician como escritores en la prensa diaria: decir y defender su verdad, coincida o discrepe con lo que el diario defiende editorialmente”.
