
Ilustración.
Crédito: Jorge Restrepo
Vicky Dávila, la 'outsider' del establecimiento. Por María Jimena Duzán
- Noticia relacionada:
- Política
- Partidos Políticos
- Medios de comunicación
Después de haberlo negado durante un año, la directora de 'Semana' se quitó la careta de periodista y anunció desde la revista que dirigía que será candidata presidencial. Con la llegada de la nueva favorita de Álvaro Uribe, la derecha se reacomoda. La cosa política sigue moviéndose…
Por: María Jimena Duzán

Para nadie resultó sorpresivo el anuncio de la candidatura presidencial de Vicky Dávila, estaba ya cantada. Ella misma, con la careta de periodista puesta, la venía incubando hace más de un año desde el seno de la revista Semana, un medio que fue convirtiendo en su púlpito y en su megáfono.
Su candidatura se fue gestando como se hace la política en tiempos de Trump 2.0: a punta de mentiras que, a fuerza de repetirse una y otra vez, se vuelven verdades. Para crear esa realidad política, el dueño de Semana mandó a hacer una serie de encuestas que filtraba pero no publicaba. En esas mediciones de intención de voto, que incluían a Vicky, por supuesto que con su beneplácito, su nombre empezó a figurar en los primeros lugares.
A comienzos de este año, en una de esas mediciones, Vicky Dávila salió ganándole en segunda vuelta a la exalcaldesa Claudia López. La directora de Semana apareció con una intención de voto del 15 por ciento y Claudia con el 12 por ciento. Aunque era evidente que estas encuestas realizadas dos años antes de las elecciones no podían reflejar lo que va a pasar en 2026, quirúrgicamente fueron filtradas a los medios, con el fin de crear la percepción de que Vicky era la única candidata que podía lograr que la derecha volviera al poder. Así se echó a andar la máquina y Vicky pasó, en un abrir y cerrar de ojos, de directora de Semana a ser una opción viable para la presidencia.
El 25 de febrero publicamos en CAMBIO esta historia y revelamos cómo la directora de Semana preparaba su salida al ruedo, acaballada en unas encuestas que estaban hechas para crearle una candidatura que no existía. Muy campante, Vicky negó todo, sin sonrojarse, mientras iniciaba sus giras por el país y aparecía como invitada especial en todos los foros empresariales.
Dice el dicho que, si se camina como pato y se mueve como pato, es un pato. Vicky caminaba como candidata, hablaba como candidata, pero insistía en que era periodista. Desde su púlpito, ella insultaba en su Twitter y en su revista a todo el que se atreviera a decirle lo contrario.
En su libro sobre las encuestas, César Caballero dice que los sondeos pueden ser utilizados con el propósito de testificar realidades o de crearlas. Evidentemente la candidatura de Vicky fue producto de lo segundo y surgió de un artificio. A dos años de las presidenciales, los colombianos no podemos estar en modo elecciones y, según las encuestas, solo cerca del 20 por ciento de los votantes están enganchados.
No obstante, Vicky se las ha ingeniado para seguir sumando adeptos dentro de una derecha que quiere volver al poder pero que no tiene candidatos.
En el Centro Democrático, Miguel Uribe no marca a pesar de que es el gran consentido del expresidente Uribe. Tampoco les va bien a figuras más meritorias como la senadora Paloma Valencia. Y ni siquiera a María Fernanda Cabal, quien tiene montada una estrategia digital de grandes proporciones, le sonríen las encuestas. Ante esta escasez de candidatos, Vicky es una muy buena carta y Uribe, que siempre la ha tenido muy cerca de su corazón, quiere verla jugar en su cancha. Al comienzo, la candidatura de Vicky fue mal recibida en el uribismo. La veían como una competencia desleal por cuenta de que tenía megáfono y ellos no. Sin embargo, hoy, hasta María Fernanda Cabal le levantó bandera blanca. Horas después de que se conoció la noticia de la candidatura de Vicky, María Fernanda lanzó un trino celebrando la noticia y dándole la bienvenida al ruedo. Esa bienvenida es tan falsa como una moneda de cuero. La verdad es que ninguno de los demás candidatos está contento con la llegada de Vicky porque se les coló en la fila. Pero para no contrariar al jefe, les toca sonreír.
Además de Uribe, Vicky tiene otro poderoso aliado, el empresario Gabriel Gilinski, dueño de Semana. Si en los últimos cuatro años ese medio se puso al servicio de los intereses de Vicky, no se puede esperar, que ahora que es candidata, las cosas vayan a ser diferentes.
Se han tejido toda suerte de teorías sobre las razones que impulsaron la salida de Vicky. Unos creen que fue producto de una estrategia calculada milimétricamente entre Gilinski y la ahora candidata. Otros, que su salida se precipitó por peleas que venían agriando su relación. La realidad es que a pesar de que sí se tensó la cuerda entre ellos, las cosas se solucionaron y hoy operan como uno solo.
La pelea más complicada que tuvieron ocurrió hace unos meses, cuando Gabriel Gilinski decidió despedir a su equipo más cercano, sin contarle a Vicky. El empresario tomó esa decisión porque el canal de video de Vicky no tenía los resultados esperados y le estaba costando 1.400 millones de pesos al año. Las pérdidas de Semana hoy ascienden a los 10.000 millones de pesos y Gilinski pretende llevarlas a cero. Con la salida de Vicky, él se va ahorrar 2.000 millones de pesos anuales, que era lo que le costaba el sueldo de la diva.
Vicky se molestó con esta decisión, pero cuando muchos vaticinaban que iba a renunciar, ese asunto no pasó a mayores.
Su salida de la revista la tenían prevista para marzo o abril porque sus estrategas creían que mientras más se quedara en la dirección de Semana más iba a crecer en las encuestas, pero no le sucedió así. En los últimos sondeos Vicky se estancó y no pasaba del 14 por ciento en intención de voto. Mientras ella seguía negando que iba a ser candidata y despotricaba de quienes le habíamos quitado la careta, en la trastienda, organizaba su candidatura. Cuando ganó Trump, aprovechó la ola que desató su triunfo y anticipó su salida.
Vicky le debe a Gabriel Gilinski su candidatura, pero ella no es títere de nadie. Es una mujer astuta, inteligente y ambiciosa y no sería raro que, ya de candidata, termine de pelea con Gilinski.
Ella tiene además una cualidad que no tienen los otros candidatos de la derecha. Posee unas redes poderosas que están integradas por un temible ejército digital que la sigue de manera fiel. Ese ejército a su servicio ha sido muy eficaz en desarrollar campañas de desinformación en contra de todos los que se han atrevido a cuestionarla.
Esa fue la misma estrategia que utilizó Jair Bolsonaro en su campaña para llegar al poder y que se sofisticó durante su presidencia a través de lo que se conoció como el ”gabinete del odio”. Y el odio y la mentira fueron también el centro de la estrategia de polarización con la que ganó las elecciones este Donald Trump 2.0.
Vicky es una outsider y representa a esa derecha que quiere volverse élite, a la que no le gustan los poderes de siempre y que se siente excluida. Ella no tiene programa de gobierno sino un listado de indignaciones, apela siempre a las emociones más crudas y cree que su mejor defensa son los ataques a la yugular. Su discurso es primario: hay que odiar a Petro, hay que odiar a las élites tradicionales, hay que odiar a todo lo que huela a izquierda y decir que todo el que se le enfrente es un agente fletado por Petro.
Un político curtido me aseguró que la candidatura de Vicky se iba a desinflar una vez ella saliera de Semana y que su cohete no iba a volar más allá de su jardín. Puede que eso pase. Puede que Vicky termine siendo un globo fallido y que en las próximas elecciones la segunda vuelta se vaya a dar entre un candidato de centro y otro del petrismo.
Sin embargo, no hay que menospreciar el poder de Vicky ni de la derecha que la apoya. Si fueron capaces de montarle una campaña presidencial a partir de una realidad política que no existía, cualquier cosa es posible.
En su carta de despedida Vicky nos contó todas sus “hazañas” periodísticas en Semana. Lo que no explicó es por qué durante cuatro años usó el periodismo, no propiamente para informar, sino para moldear la realidad en función de sus intereses políticos. Y menos contó qué proyecto de país tiene en la cabeza ni cuáles son sus programas.
