"Nuestro niño podría estar conversando sin parar con desconocidos o viendo videos muy poco saludables para su cerebro y personalidad en formación", dice el psicólogo Efrén Martínez.
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Hay que cuidar a nuestros hijos de los riesgos internos
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El psicólogo Efrén Martínez escribe para CAMBIO sobre los riesgos a los que se enfrentan los niños en la seguridad aparente del hogar si no hay supervisión en los espacios digitales.
Por: Efrén Martínez
Pocas cosas generan más ansiedad que la probabilidad de que algo malo le suceda a un hijo, pánico que se dispara cuando nos encontramos con psicópatas como el del reciente caso de la niña Sofia Delgado o hace unos años el de la familia Samboní, así como las decenas de los que no nos enteramos. El asunto es que el miedo a veces nubla la razón o nos lleva a tomar decisiones poco exitosas, especialmente cuando estamos en un país que podría tener cerca de 3 millones de personas con un problema de ansiedad.
Si bien, es una realidad que los psicópatas andan entre nosotros y que dependiendo de la forma de evaluación pueden estar entre el 1% y el 5% aproximadamente de la población, no quiere decir que todos ellos anden cruzando tales límites como los de Brayan Campo o Rafael Uribe Noguera. El asunto es que quizás la angustia nos lleva a cuidar a los niños de todos los extraños con los que tengan contacto o de una posible selva de cemento en donde podrían correr graves peligros, situación que guarda cierta lógica, pues es claro que nuestro país no es tan seguro como otros; pero la cruda realidad es que la mayoría de abusos sexuales se producen en casa, realizados por personas conocidas por los mismos padres de familia o parte de la misma. Esto no quiere decir que no tengamos que cuidarlos de los depredadores externos, solo que, proporcionalmente, el asunto es bien distinto.
Tal vez algunos intentarán prohibirle a los niños que salgan a la calle o disfruten de un parque, tal vez les permitan hacerlo con una rigurosa supervisión por parte de los padres, pero sería valioso preguntarnos si esa misma supervisión la aplicamos en los millones de parques digitales a los que ingresan cada vez más los niños, lugares en los que saludos aparentemente inocentes en el canal de YouTube secreto de nuestro hijo, se convierten en vínculos secretos con desconocidos que no siempre tienen las mejores intenciones. Tal vez algunos no conocerán los juegos en donde es posible interactuar sin tener clara la identidad del otro o moverse en diferentes redes sociales que han disparado serios problemas de salud mental en los menores de edad.
Es aterrador que algo malo les suceda fuera de casa a nuestros hijos, pero mientras estamos tranquilos en nuestra habitación, felices porque nuestro hijo prefiere estar en casa que afuera, nuestro niño podría estar conversando sin parar con desconocidos o viendo videos muy poco saludables para su cerebro y personalidad en formación. Las redes sociales parece que afectan tres veces más a las niñas que a los niños, pues estos últimos parece que están siendo más golpeados por la pornografía. El entorno digital es un mundo paralelo en el que les permitimos asistir a todo sin restricción alguna o por lo menos, una sana supervisión que fomente el diálogo y el aprendizaje de todo lo que allí aparece.
Los datos son los datos y hay que escucharlos, las pantallas en el “espacio seguro del hogar” están generando más depresión, más ansiedad, más problemas de imagen corporal, más autolesiones, más afectación del sueño y la atención, tal cual una adicción, silenciosa e invisible que como suele suceder, solo es reconocida cuando se suspende su uso y se experimenta el síndrome de abstinencia.
No pretendo decir que no debamos cuidar a los niños de los riesgos externos, pero deberíamos tener mayor conciencia de los riesgos internos, pues a kilómetros de distancia, su impacto es arrollador. Y no quiero decir con ello que lo digital o las pantallas sean lo peor, pues las correlaciones no son causalidad y la salud mental es un tema mucho más complejo, pero si ubicarnos como nos propone Jonathan Haidt y otros investigadores en detener a tiempo esta locura, para dirigirnos nuevamente a una humanidad con más encuentros interpersonales más allá de las pantallas, más juego al aire libre, más lectura de libros, más colegios con celulares restringidos y especialmente, aceptar que como adultos también estamos un poco atrapados y con nuestra salud mental en necesidad de cuidado.