Murió Francisco Lopera: perfil de un científico que dedicó su vida a estudiar el alzhéimer
10 Septiembre 2024 01:09 pm

Murió Francisco Lopera: perfil de un científico que dedicó su vida a estudiar el alzhéimer

Doctor Francisco Lopera.

Crédito: Colprensa

Considerado uno de los más importantes hombres de ciencia del país, Lopera murió a causa de un melanoma. Hace unos meses, la periodista Ana Cristina Restrepo viajó hasta su residencia, en el monte Delphos, para entrevistarlo.

Por: Ana Cristina Restrepo Jiménez

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A los 73 años, acaba de fallecer en su finca Monte Delphos, el doctor Francisco Lopera, uno de los científicos mas importantes de este siglo en Colombia y en el mundo de las neurociencias. Exdirector del Grupo de neurociencias de la Universidad de Antioquia y ganador del Premio Potamkin 2024 por sus investigaciones sobre el Alzheimer.
El doctor Lopera se había retirado del Grupo de Neurociencias el pasado mes de agosto, por un diagnóstico de melanoma; sin embargo la causa de su muerte fue un tumor metastático en cerebro. Recibía cuidados paliativos en su finca ubicada en el corregimiento de San Antonio de Prado, al sur del Valle de Aburrá. Hace unos meses, la periodista Ana Cristina Restrepo lo entrevistó.

En junio del año 2010, la reportera Pam Belluk tituló en The New York Times: “El alzhéimer que persigue a una familia colombiana”, una breve historia de lo que en pueblos antioqueños como Angostura y Yarumal llamaban “la bobera”, una forma de alzhéimer temprano. Catorce años después, el líder de esa investigación sobre la “mutación paisa”, coordinador del Grupo de Neurociencias de Antioquia, recibió el Potamkin Prize for Research in Pick's, Alzheimer's, and Related Diseases, otorgado por la Academia Americana de Neurología y la Fundación Americana del Cerebro.

Mientras culebreamos la carretera destapada que asciende hasta Monte Delphos, la residencia del doctor Francisco Lopera Restrepo; Diego, mi camarógrafo, comenta que conoce al entrevistado: la mamá de su novia, de familia proveniente de Yarumal, es paciente del célebre neurocientífico que durante cuarenta años ha estudiado la “mutación paisa”. “A las mujeres de esa casa les da alzhéimer. Son seis tías con la enfermedad”, me dice. La novia de mi compañero de grabación pertenece al grupo de personas observadas por el Grupo de Neurociencias de la Universidad de Antioquia, coordinado por el doctor Lopera.

Manchas y Maggie, dos de las perras de la finca, ladran, corren y juguetean entre nosotros. En el lapso en que Diego organiza sus equipos, entiendo que esto es más que una entrevista: Monte Delphos se convierte en un oráculo ―la incertidumbre nos embarca en la contradicción, noble, de buscar lo Divino en un científico―. 

¿Qué le depara el futuro a una novia de 37 años, saludable, amada y cuidada? 

Esta conversación para CAMBIO recorre una única ruta: la esperanza.

 

Cambio Colombia

 

Ana Cristina Restrepo Jiménez: Viajemos a ese lugar donde usted nace, un pueblo donde “no iban más que dos camiones lecheros y un bus de escalera”, como usted me contó hace años…

Francisco Lopera Restrepo: Eso es Aragón, un corregimiento del municipio de Santa Rosa de Osos. Yo nací allá, en 1951, y estuve hasta tercero de primaria. Nos fuimos a vivir a Yarumal, esa fue una época muy bonita de mi infancia, pero también algo triste en el sentido de que no dejaban empezar a estudiar en la escuela hasta que uno no cumpliera ocho años y, como yo los cumplía a mitad de año, entonces me tocó esperar hasta los ocho y medio.

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Foto: Colprensa. 

A.C.R.J.: Su papá, Luis Emilio, y su mamá, Blanca, tuvieron trece hijos, ¿a qué se dedicaban? ¿Su interés por la medicina surge de ellos o dónde?

F.L.R.: Mi padre era campesino, él no tuvo escuela, pero mi abuela le enseñó a leer y a escribir; mi madre tuvo dos años de escuela. Eran personas muy humildes, muy trabajadoras, muy dedicadas a sacar la familia adelante. A pesar de que mi padre nunca tuvo escuela, siempre valoró mucho la educación. La razón por la cual nos fuimos de Aragón a Yarumal era porque él quería que sus hijos estudiaran.
 

A.C.R.J.: Mientras yo le pregunto esto, ¿qué está pasando en su cerebro? ¿Cómo funciona la memoria? 

F.L.R.: La memoria es una función cerebral que tiene tres procesos. El primero, registro: uno registra en el cerebro información que le llega de afuera. Por ejemplo, cuando tú me haces una pregunta, yo estoy registrando la pregunta. Luego viene un proceso que se llama almacenamiento, que es almacenar lo registrado en un sistema que se llama sistema de memoria a corto plazo. Y luego hay un tercer proceso que se llama evocación. Evocación es ser capaz de traer a la memoria a corto plazo una información que ya fue almacenada en el sistema de memoria a largo plazo.

A.C.R.J.: ¿Cuándo reconoce usted al olvido como una enfermedad?

F.L.R.: El olvido es una función normal del cerebro. Uno considera que el olvido se volvió patológico cuando ya está muy intenso, que se está presentando con mucha frecuencia, afectando la vida laboral, familiar o social. La primera vez que yo pensé que existía la amnesia o el olvido patológico fue cuando empecé a ponerme en contacto con las familias afectadas con alzhéimer hereditario, precisamente esa era la principal falla que ellos tenían, olvidaban eventos muy recientes y la enfermedad empezaba por la memoria reciente sin perder la memoria del pasado. Una de las características más importantes de ellos es que empiezan a repetir la misma información, te cuentan una historia dos, tres o más veces sin darse cuenta de que ya la habían contado. En cambio, la memoria del pasado la conservan intacta por un tiempo. Posteriormente, cuando la enfermedad va avanzando, empieza a afectar la memoria del pasado.

A.C.R.J.: Cuando usted era un niño, un estudiante, ¿qué se decía en Yarumal de esa pérdida de la memoria que hoy conocemos como la “mutación paisa”?

F.L.R.: La gente hablaba de la ‘peste de la memoria’ de las familias, de las familias de Angostura y de Yarumal. Algunos pensaban que era por tocar un árbol o por una maldición de un cura de un pueblo. Ese era el tipo de comentarios, pero en ese momento ya sabíamos que había una enfermedad, que era hereditaria. Por allá en el noventa y pico se descubre realmente la ‘mutación paisa’ en un trabajo que estábamos haciendo con Alison Goate, en la Universidad de Washington. Nosotros habíamos empezado a trabajar desde la década del ochenta y, hacia el ochenta y nueve, se descubrió el primer gen del alzhéimer; hacia el noventa y cinco se descubrió el segundo gen, el de la presenilina, donde nosotros encontramos la ‘mutación paisa’.

A.C.R.J.: El alzhéimer que resulta de la “mutación paisa”, ¿qué diferencia tiene con otros tipos de alzhéimer?

F.L.R.: El alzhéimer más común es el alzhéimer esporádico, que no tiene un factor hereditario. En cambio, este alzhéimer genético se hereda con un modelo de herencia autosómica dominante. Es decir, que el 50 por ciento de los hijos de una persona que tiene la enfermedad, la va a sufrir. Entonces la llamamos alzhéimer hereditario autosómico dominante de inicio precoz, para diferenciarlo del esporádico, que no tiene herencia o que aparentemente no tiene herencia. El genético es una mutación. La mutación es muy sencilla de explicar: el genoma está hecho de cuatro letras: A (adenina), G (guanina), C (citosina) y T (timina). Toda la cadena del ADN es una repetición infinita de cuatro letras, un cambio de una letra por otra es una mutación. Por ejemplo, la palabra mesa significa esto [señala una mesa] una superficie, si yo cambio una letra por otra, e por i, dice misa: otra cosa completamente diferente. Una mutación es un cambio de una letra por otra en el genoma que produce una enfermedad o que cura una enfermedad.

A.C.R.J.: ¿En qué momento decide investigar a las familias en los pueblos donde se presenta la enfermedad?

F.L.R.: Cuando estaba en el primer año de neurología fue cuando me tocó ver por primera vez un paciente con alzhéimer genético. Era una persona de Belmira, de 47 años, que ya había perdido la memoria y que ya no podía trabajar. Era en 1984, más o menos, cuando vimos el primer paciente.

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Foto: Hospital Yarumal. 

A.C.R.J.: Pero para esta investigación a usted le toca viajar siglos en el tiempo, devolverse casi cuatrocientos años...

F.L.R.: Eso lo hicimos después de que ya vimos una familia, luego la segunda, luego la tercera y ya vimos que eso era un patrón hasta llegar a encontrar veinticinco familias y todas con la misma historia. Cuando ya estábamos en ese punto, dijimos: bueno, aquí hay que buscar. Empezamos a hacer un trabajo de campo que era en las parroquias, buscando archivos, averiguando por partidas de bautismo y de esa manera comenzamos a reconstruir genealogías, con fechas de nacimiento, con nombres concretos de hijos de diferentes personas de las familias, de esa manera logramos reconstruir el árbol genealógico: el simple hecho con cada familia, y el complejo, realizado en las parroquias.

A.C.R.J.:  Ahí estamos hablando de acopiar una memoria colectiva para llegar a descubrir qué hay detrás de una enfermedad. ¿Qué supo o de qué se enteró usted a través de este estudio?

F.L.R.: Algunos creían que era un maleficio, una maldición, y actuaban de acuerdo con esos pensamientos que tenían. Algunos pacientes incluso sufrieron maltrato porque no entendían lo que pasaba. Un hijo joven suponía que su madre estaba ‘haciéndose’ que tenía una enfermedad, no comprendía que era una persona que estaba empezando con un problema patológico y otros que tenían un nivel educativo mucho mejor, pues comprendían rápidamente que se trataba de una enfermedad hereditaria. El primer cambio que hubo en la región fue cambiar la mitología por la ciencia. Yo no sé qué tan bueno es eso. La gente comprendió: estamos frente a una enfermedad, es por un gen y nadie tiene la culpa de tener esa enfermedad. Entonces algunos actuaban de una manera muy acorde con la ciencia, es decir, cuidaban al paciente, lo protegían. Otros eran muy descuidados porque no alcanzaban a capturar el sentido de la enfermedad.

A.C.R.J.: De esta historia que estamos contando, el más reciente acontecimiento es el premio Potamkin, pero también ha pasado por fracasos…

F.L.R.: Un fracaso muy grande, casi que el fracaso más significativo, fue un estudio con un medicamento. Empezamos en 2013 a ensayar un medicamento que se suponía que podría prevenir el alzhéimer. Hicimos el experimento en personas sanas, en jóvenes que no tenían todavía síntomas, porque pensábamos que en personas enfermas no había mucha esperanza de lograr un efecto positivo. Empezamos en 2013 y terminamos en 2022, cuando se terminó, la conclusión era que el medicamento no servía, después de ocho años y medio de trabajar continuamente. Nosotros ya teníamos muy educadas a las familias en el sentido de que cada año hacíamos una reunión, celebramos la Navidad con ellas, y les recordamos: este experimento así como puede tener éxito puede fracasar, todos deben estar preparados para el fracaso. Y realmente comprobamos que ellos estaban más preparados que nosotros.

A.C.R.J.: ¿Cómo llegaron a las familias y cuál es el trabajo que se ha hecho durante todos estos años con ellas?

F.L.R.: Se inició como un trabajo de campo porque no teníamos dónde hacerlo en la universidad. No teníamos todavía la SIU (Sede de Investigaciones Universitarias), ni una casa, ni un lugar dónde reunir un grupo amplio de afectados. Entonces nos íbamos para el campo, era mucho más fácil porque consistía simplemente en evaluación médica, evaluación neurológica, evaluación cognitiva, genealogía y toma de muestra de sangre. Lo más complejo era tomar una muestra de sangre, y así estuvimos durante varios años. Pero eso fue lo que permitió mirar, nosotros no teníamos dinero, el único dinero era lo que valía el transporte al pueblo, y la abuela de alguno de nosotros se encargaba de llevarnos la comida. Así trabajamos durante unos quince años. Justamente hacia 2010, que sale la información en The New York Times, la historia de las familias de Antioquia es conocida por el mundo, eso abrió puertas enormes para el grupo de neurociencias: si antes no teníamos con qué trabajar, a partir del 2010 lo que hubo fue más o menos abundancia de recursos, y eso permitió ir más allá de esa exploración inicial que, para hacerla fuerte, había que complementarla con un trabajo más sofisticado de estudiar genes, de hacer imágenes de cerebro, resonancias magnéticas, PET-amiloide, PET-Tau [PET: tomografías por emisión de positrones], y otra serie de exámenes muy complejos que llegaron a Colombia por las familias que habíamos descubierto en Antioquia.

A.C.R.J.: ¿Qué ha seguido en estos dos años después del fracaso con el medicamento?

F.L.R.: Tan pronto se conoce que el medicamento fracasó, aparecen dos seres protegidos que tenían al mismo tiempo la mutación paisa que causa el alzhéimer, y portaban otra mutación en otro gen que los protegía del alzhéimer y que les retrasaba los síntomas de la enfermedad por veinte o treinta años. En el momento en que descubrimos esos dos seres protegidos, les propusimos llevarlos a Boston para hacerles una cantidad de chequeos; uno de ellos aceptó, Aliria, y el otro, “Jota”, no aceptó que se dijera su nombre y se demoró para aceptar ir a Boston, pero al final fue. Pudimos comprobar que los dos tenían en su misma biología la enfermedad y la cura: un gen que causa la enfermedad y otro que la cura. Y eso fue maravilloso porque no había más nada, había un fracaso de un medicamento. Llegó como algo prodigioso ese descubrimiento de dos seres protegidos.

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Foto: Universidad de Antioquia. 

A.C.R.J.: ¿El hallazgo de esos dos seres protegidos, en qué sirve para otros pacientes?

F.L.R.: Esos dos seres mostraron el camino para la cura y la prevención, porque al ser seres protegidos, lo que estaba claro es que la enfermedad y la cura habitan en la naturaleza. Entonces descubrimos una cosa muy importante: no hay que descubrir la causa, no hay que descubrir la cura del alzhéimer. Es que la cura del alzhéimer ya está descubierta, la descubrió la naturaleza. Lo único que hay que hacer es leer la naturaleza e imitarla. Y ya la habíamos leído, entonces lo único que faltaba era imitarla. Ahora, imitarla es más fácil decirlo que hacerlo. Pero realmente en ese momento que se descubrieron esos dos seres protegidos y que tuvimos la oportunidad de estudiarlos ampliamente, nosotros concluimos que acabamos de hacer el descubrimiento más interesante de toda la historia de la investigación del alzhéimer. Hasta ese momento, el sueño de todos los investigadores en el mundo del alzhéimer era retrasar cinco años el inicio de los síntomas: retrasando solo cinco años el inicio de los síntomas se disminuía en un 50 por ciento la prevalencia y en un 50 por ciento los costos. O sea, era un descubrimiento enorme solo retrasar cinco años y nosotros acabamos de descubrir que había una manera de retrasar treinta años el inicio de los síntomas. Me quedé pensando en entender lo que eso significa, porque siempre es una duda que la cosa sea del tamaño que es. Te doy un ejemplo: el New England Journal of Medicine negó nuestra publicación dos veces. Los dos genes protectores los rechazó porque consideró que todavía no era un descubrimiento. Nature Medicine [aceptó] en 2019 y en 2023. Y ahora el New England por primera vez acepta. Se demoró cuatro años el New England para aceptarlo y apenas va a salir el 20 de junio. Uno se pone a pensar cuánto tiempo hay que dejar pasar para que un descubrimiento de estos realmente tenga impacto en la humanidad: no es que de un día para otro se va a hacer lo que hay que hacer, sino que hay que aprender a hacer terapia génica y hay que aprender a  desarrollar moléculas. Y eso puede tomar diez años, pero ya está la vía, ya está la ruta; pero ¿cuánto cuesta que eso sea reconocido? Eso es tenaz.

A.C.R.J.: Si usted mira hacia atrás, dejando por fuera a lo científico, ¿qué ha aprendido del ser humano a través del cerebro durante todos estos años?

F.L.R.: El cerebro es el órgano más noble de todos, porque es un órgano que permite primero, pensar; segundo, memorizar; tercero, hablar, percibir. Todo lo que normalmente valoramos como lo más valioso de la naturaleza y del ser humano está en el cerebro. Cuando pienso en el cerebro, no desde la ciencia, sino desde lo humano, es que es el órgano más brillante, el más completo, el más interesante y sin el cual no habría cultura. 

A.C.R.J.: Para la cultura ha sido absolutamente necesaria la formación del lenguaje. Muchos creen que el lenguaje es algo que se enseña, que tiene que estar vinculado a la academia...

F.L.R.: El lenguaje es la única función cognitiva que no se aprende ni se enseña, es una función que se desarrolla y hay plazo hasta la adolescencia para hacer eso. Si tú llegas a la adolescencia y no sabes hablar, ya no vas a hablar, ya nunca vas a hablar. Ya se fue así, ya se acabó el periodo, el periodo crítico. Es decir, el lenguaje tiene un periodo crítico después del cual ya no hay opción de hablar. Entonces ese periodo crítico es tres años, en los primeros tres años tú aprendes a hablar y a comprender y todo, pero te dan un placito hasta los doce, trece, catorce años y con dificultad puedes lograrlo sin que te enseñen, sin que se aprenda. Es un desarrollo del lenguaje. Ya después de esa edad solo se puede aprender lenguaje con sangre y dolor, haciendo mucho esfuerzo, estudiando mucho, trabajando mucho, ya no es automático, ya no se adquiere de manera natural. Tú puedes aprender varios idiomas, pero ya te cuesta si no los aprendiste en los primeros doce o quince años de vida.

A.C.R.J.: Le estoy esculcando todos los cajones. ¿Cuál es el recuerdo más bonito que usted conserva?

F.L.R.: Hay un recuerdo que es bonito y a la vez triste. Es cuando yo estaba pues no, fue un sueño, fue un sueño. Como estaba trabajando tanto con alzhéimer, soñé que yo tenía alzhéimer y que había amanecido pues con alzhéimer. Pero lo curioso es que me llevaron a una institución y me encerraron en una institución y de pronto yo vi pasar a todos mis hermanos, tres hermanos, dos hermanos pasando enfrente de mí y yo los llamaba por el nombre y nadie me respondía, todos se comportaban como si yo fuera un extraño. O sea que los que tenían alzhéimer eran todos mis hermanos y no yo. Entonces ese sueño cuando desperté fue el mejor momento porque me liberé de una carga muy pesada.

A.C.R.J.: ¿Cómo le gustaría ser recordado?

F.L.R.: Como alguien que hizo su tarea. En todo este trabajo que he hecho durante cuarenta años, yo no esperaba todos los hallazgos que encontré. Pensé que iba a ser más limitado y resulta que no, que las cosas se fueron dando. No estábamos trabajando para tener resultados, estábamos trabajando para resolver un problema y fueron apareciendo conocimientos. Ya mirando en retrospectiva, quiero ser recordado como una persona que trabajó intensamente durante muchos años y logró visualizar dónde está la cura y la prevención del alzhéimer. Que ya nos demoremos para lograrlo, eso es otra cosa, eso es otro problema, esa es una tarea de muchos investigadores, pero nosotros ya hicimos la que teníamos que hacer.

En el ádyton, el lugar más recóndito del Oráculo de Delfos, alguna vez fue legible la inscripción: “Te advierto, quienquiera que fueres tú, que deseas sondear los arcanos de la naturaleza, que si no hallas dentro de ti mismo aquello que buscas, tampoco podrás hallarlo fuera. Si tú ignoras las excelencias de tu propia casa, ¿cómo pretendes encontrar otras excelencias? En ti se halla oculto el Tesoro de los Tesoros. Hombre, conócete a ti mismo y conocerás el universo y a los dioses”.

Durante cuatro décadas, Francisco Lopera Restrepo ha sondeado los arcanos de la “peste de la memoria” en busca del “Tesoro de los Tesoros”.

Con el Premio Potamkin, la neurociencia mundial reconoce “las excelencias de su propia casa”. Mientras tanto, a pocos kilómetros de Monte Delphos, una novia de 37 años ―saludable, amada y cuidada― y su amor toman nota: “La enfermedad y la cura habitan en la naturaleza”.

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