Delia Castro, participante del proyecto Círculos de Palabra y Escucha.
Crédito: Círculos de Palabra y Escucha
La líder del sur de Bolívar que alzó su voz con la poesía
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Por medio de versos, Delia Castro expresa lo que vive su comunidad de la vereda El Naranjal, en el sur de Bolívar, y, por primera vez, siente que es escuchada.
Eran los días del Paro Nacional, a finales de 2019. Delia Castro había llegado a Bogotá para representar a los campesinos del sur de Bolívar en el Congreso de los Pueblos. En medio de la multitud, una mujer se le acercó y, mirándola fijamente a los ojos, le dijo:
–Aquí llegaron otra vez a molestarnos estos muertos de hambre…
El insulto la dejó muda. A pesar de que sabía que no era una muerta de hambre, no supo qué responder pues desde niña su papá le inculcó que la violencia no era la vía. Quería decirle muchas cosas a esa señora bogotana, que con sus palabras la había ofendido, pero sólo hasta que participó en los talleres del proyecto Círculos de Palabra y Escucha encontró la forma de hacerlo.
Tres años después, cuando se hallaba en un parque de Barrancabermeja, todas las palabras que había represado salieron de su boca en forma de poema:
“Quiero ver nuevamente montañas verdes con aguas cristalinas, aguas que nacen desde una serranía que tiene nombre de mujer y figura de pezón, que es la Serranía de San Lucas.
Quiero volver a llegar a los patios de las casas y sentir el olor a humo, en donde se cocina la mejor comida, en donde se hace el mejor café y el mejor sancocho de gallina.
Quiero ver gallinas, cerdos y, quizás, unas cuantas vacas en un potrero, en donde son parte de nuestra supervivencia diaria, pero también, esas lanchas llenas de maíz, yuca, que salían desde nuestros puertos para alimentar a esas personas de la ciudad.
Quiero, nuevamente, escuchar el ruido de unos mineros barequeros que salen con sus bateas al hombro o, quizás, con sus pequeños motores, y
no una retroexcavadora acabando con nuestras fuentes de agua, por querer ir detrás de un gramo de oro o, simple y llanamente, una empresa minera queriéndose quedar con lo que ha sido nuestro y con eso que son nuestros recursos.
Quiero ver padres felices jugando con sus hijos, quizás enseñándoles a trabajar, y no a jóvenes en una esquina de un parque planeando asesinar a su propio hermano o amigo con el cual, alguna vez, jugó.
Quiero volver a reír, a ser feliz, a simple y llanamente disfrutar del territorio. Eso es lo único que quiero: ¡Estar en mi territorio!”.
Hoy, Delia recuerda aquella noche y vuelve a leer su poema con la misma emoción de la primera vez. Con lágrimas en sus ojos, dice: “Eso fue lo que me salió porque son mis sueños, porque es lo que quiero. No quiero riquezas. Quiero la fortuna de vivir y convivir con la naturaleza”.
¿Quién es Delia?
Delia Castro fue una de las participantes del proyecto Círculos de Palabra y Escucha: Poéticas y narrativas polifónicas territoriales alrededor de la verdad, de la organización La Colaboratoria Indefinida y el colectivo Posmonumenta.
Ella misma se describe como una mujer campesina de 37 años, la menor de nueve hermanos. Nacida y criada en la vereda El Naranjal, en el municipio de Tiquisio, al sur de Bolívar, confiesa: “Soy una mujer feliz que lucha y resiste, a pesar de que aquí no hay salud ni servicios públicos, ni educación de calidad. Sólo pude estudiar hasta quinto de primaria y, para poder hacer el bachillerato, me tocó mudarme a Barranquilla. Allá viví los peores años de mi vida, porque a mí las ciudades me aterran, me dan miedo. En Barranquilla no me sentí acogida, pues todo el tiempo fui discriminada por ser campesina, por ser montañera. Incluso, algunos compañeros del colegio me trataron de guerrillera por ser de esta zona del sur de Bolívar. A mí eso me dolía en el alma”. Así habla Delia quien, a pesar de las dificultades, prefiere mil veces vivir en el campo antes que en la ciudad.
Cuando terminó el bachillerato, continuó sus estudios para crear proyectos en el SENA. Luego estudió Primera Infancia en una corporación privada. Regresó a su casa entre el año 2005 y el 2006, cuando ya habían pasado los diálogos con los paramilitares. “Se suponía que habíamos entrado en una etapa de paz con ellos –recuerda–. Eso era lo que decían los medios de comunicación, pero la realidad era otra. Los paramilitares seguían en el territorio, seguían mandando, seguían operando y la fuerza pública no hacía nada".
Entonces, cuando regresó, Delia encontró su tierra peor que cuando partió. Sin embargo, eligió quedarse. Comenzó a trabajar como maestra de los niños de la zona que no sabían leer ni escribir, al tiempo que se vinculó con procesos sociales y comunitarios en el sur de Bolívar. “De la mano de mi papá, Félix Castro Paredes, me empecé a formar como líder, así como él, y quien murió a los 82 años siendo líder social y comunitario”, cuenta.
Félix siempre creyó que la guerra no era una opción. Esta convicción la heredaron sus hijos. “Mi papá nos decía que el mal no se debe pagar con el mal, sino con el bien, y eso nos ha servido mucho”, comparte Delia.
Lo único que quieren: vivir tranquilos en su territorio
Para los campesinos de Tiquisio su vida ha sido una larga historia de lucha y resistencia que Delia se encarga de contar, ahora que sabe que es escuchada: “Nos ha tocado movilizarnos para que el resto del país conozca nuestra situación, para que sepa cómo la gran minería ha ido acabando nuestros recursos naturales. La guerra acá está basada en el oro de la región, que es muy rica y es el botín de los grupos ilegales, y, por eso, nos han llevado por los zapatos a los campesinos”, relata.
Y agrega que en Tiquisio los campesinos viven felices y se quieren quedar ahí, educando a sus hijos y cultivando la yuca, el maíz y el plátano. “Para nosotros la tranquilidad es más importante que cualquier gramo de oro”.
Esta historia de lucha y resistencia fue la que Delia le contó a sus compañeros durante los talleres del proyecto Círculos de palabra y escucha.
“Hemos estado como sociedad civil resistiendo a la guerra y contamos nuestras historias desde el punto de vista de las víctimas y no desde los victimarios. Fue muy bonito. Estuvimos tres días reunidos en Barrancabermeja y, al final, hicimos una presentación en un parque público con todo el trabajo que hicimos. Fue un espacio para recordar y darnos cuenta de lo importante que ha sido la lucha en cada territorio”, recuerda.
Su lucha por una educación de calidad para sus hijos
Delia también es mamá. Sus hijos tienen 13, 10 y 4 años. “Los dos mayores estudian, pero acá la educación es muy mala, así que yo misma les doy clases en la casa, pues tenemos un computador. Quiero conservar en ellos el espíritu de las luchas sociales y comunitarias. Me los llevo a las reuniones para que se vayan fortaleciendo y se unan cuando llegue el momento”, explica Delia, quien está separada desde hace dos años.
Dentro de pocos días, Yara, la pequeña, iniciará su vida escolar. “Ella va a estudiar en el mismo colegio que yo, El Naranjal, que adecuamos entre varias familias de la zona: le pusimos electrificación y abanicos y servicio de agua, y también lo pintamos. Les queremos dar clases de computación”, dice.
El colegio El Naranjal significa mucho para la gente de Tiquisio. Fue construido en 1984 –un año antes de que Delia naciera– por su papá y sus hermanos, en la finca de la familia. Estuvo inactivo por mucho tiempo ya que, debido a la guerra, no llegaban los profesores. “Los alcaldes y los gobernadores no están interesados en invertir acá porque lo que ellos quieren es que nos aburramos y les dejemos nuestras tierras para ellos hacer sus megaproyectos. Con nosotros no lo van a lograr, porque seguiremos resistiendo”, dice Delia.
Está convencida, así como lo estaba su padre, de que la educación es el camino. “Somos felices en nuestros territorios. Tenemos comida rica todos los día y agua fresca para bañarnos. No le envidio nada a nadie ni le quiero quitar nada a nadie. Queremos vivir tranquilos y que ningún grupo ilegal nos esté mandando ni diciendo qué hacer. Queremos un poco más de inversión en salud y educación de calidad, y que nos dejen tranquilos. La gente de la ciudad cree que estamos acá porque nos toca, pero nosotros vivimos acá porque nos gusta. Esa es la realidad, la que contamos en esos espacios tan bonitos en los que fuimos escuchados”.
Delia se refiere a la puesta en escena en Barrancabermeja, en la que, junto a otros 14 campesinos, indígenas y jóvenes de la zona, su poema fue escuchado gracias a las técnicas literarias que aprendió con Adriana, y que leyó en las proyecciones de videomapping en el espacio artístico creado por Julián.
¿Quién es Adriana?
Adriana Corredor Contento nació en Bogotá hace 41 años. Es literata de la Universidad Javeriana, magíster en Filosofía y Críticas Contemporáneas de la Cultura de la Universidad París 8, en Francia. Es la fundadora del Slam Poético Festival Colombia y directora de Alquimia Performance. Ha impulsado varios proyectos relacionados con el rescate de la oralidad en varias regiones del país, y tiene un amplio conocimiento de trabajo comunitario y territorial en Colombia.
Cortesía: Adriana Corredor.
Además, es docente de filosofía de Uniminuto, en Bogotá, y fue investigadora en la Comisión de la Verdad para el capítulo de ‘Impactos, afrontamientos y resistencias’. Es la representante legal de La Colaboratoria Indefinida, organización desde la cual promueve proyectos culturales, educativos y de sistematización de experiencias. Entre ellos se destaca el proyecto Círculos de Palabra y Escucha: Poéticas y narrativas polifónicas territoriales alrededor de la verdad, seleccionado en la convocatoria #PensarConOtros de Grupo SURA en 2022 y ejecutado en 2023, en la modalidad de Apropiación de la verdad, en Cali, Cartagena, Barrancabermeja y Bogotá.
¿Quién es Julián?
Julián Santana-Rodríguez, quien trabajó como fotógrafo en la Comisión de la Verdad, es un artista plástico y visual bogotano de 40 años. Se ha especializado en la creación audiovisual y realización documental experimental, la preservación del patrimonio material e inmaterial, los escenarios de memoria colectiva y el espacio público, los museos y la museología comunitaria, las reflexiones alrededor de la restitución patrimonial desde un marco decolonial, el diseño de metodologías de mediación artística y espacios de creación ciudadana, y la articulación y fortalecimiento de nodos y redes comunitarias.
Cortesía: Julián Santana-Rodríguez.
Ha participado activamente en muestras de arte locales e internacionales desde el año 2001. Actualmente hace parte activa del diseño y coordinación de plataformas como Pos-monumenta (Festival de Monumento Participativo y Comunitario).
Arte y palabra se juntan
Adriana y Julián son pareja desde hace siete años, y con la convocatoria de Grupo Sura vieron la oportunidad perfecta para combinar sus habilidades. “Para nosotros fue el escenario propicio para unir lo que hacemos con un resultado muy bello. Juntamos mi conocimiento de cómo escribir con el corazón, saliéndonos de la idea de la poesía rígida y académica para acercarla a la comunidad, con todo lo que Julián hace: videomapping, puesta en escena visual y páginas web y los círculos de palabra”, cuenta Adriana.
Cortesía: Julián Santana-Rodríguez.
“Una de las conclusiones de la Comisión de la Verdad es que hay que escuchar más. Así que nos empezamos a tomar espacios públicos de las ciudades para realizar proyecciones en espacios de memoria que sean seguros para la construcción de la paz. Realizamos transmisiones en vivo desde los territorios con el fin de sensibilizar desde lo poético”, complementa Julián.
Por su parte, Adriana cuenta que desde el principio supo que Delia tenía mucho para contar y una gran necesidad de ser escuchada. “Cuando la oí por primera vez lloré de inmediato. Me tocó muchísimo por lo genuina que es. Su transparencia es hermosísima. La apoyé explicándole ciertas técnicas literarias, pero fui cero invasiva porque lo importante es que ella muestre quién es y comparta sus vivencias. Cuando una historia se cuenta desde una construcción narrativa más poética es mucho más potente. Y cuando a un texto como el de Delia le sumamos las herramientas de Julián, como es el videomapping tipográfico –por medio del cual se proyecta el texto en un espacio público–, el impacto es total”, explica.
Mayores aprendizajes
La conclusión más importante, tras la ejecución del proyecto Círculos de Escucha y Palabra, es que las prácticas artísticas y culturales son muy necesarias para accionar los procesos de memoria. “Las personas que están resistiendo y luchando desde sus territorios mantienen viva la memoria y, con esta, su territorio en paz. También aprendimos que para mantener algo se necesita la colectividad, que es horizontal. En este proceso no hay que empezar de cero, pues nos encontramos con los saberes de los otros para construir desde el trabajo en colectividad”, resalta el artista plástico y creador audiovisual.
Cortesía: Julián Santana-Rodríguez.
“Les mostramos a las personas que no tienen que venir a la ciudad para contar su historia y ser escuchadas. Les demostramos que es posible convertir su sentir en un testimonio y generar un impacto en los otros desde los territorios. Abrimos un camino mediante el diálogo y la juntanza. Naturalizamos la escucha de la verdad”, añade la literata y docente.
“Lo que hice me salió del corazón. Ahora sé que sí soy capaz de escribir poesía”, concluye Delia, la campesina, líder comunitaria y madre de tres hijos, completando, así, el círculo de palabra y escucha.
Esta nota hace parte de la serie periodística “Pensar con otros” realizada en alianza por CAMBIO y Grupo SURA. Creemos que entre todos podemos aportar a la construcción y fortalecimiento de la ciudadanía y la democracia en Colombia.