Un cultivo de paz entre las huellas del conflicto

Crédito: Rotorr

13 Junio 2025 03:06 pm

Un cultivo de paz entre las huellas del conflicto

En Simití, Bolívar, una plantación de palma de aceite cultivada por víctimas del conflicto armado se convierte en símbolo de trabajo, dignidad y esperanza.

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Al occidente del portentoso río Magdalena, donde las aguas arrastran historias de despojo, resistencia y retorno, una plantación de palma de aceite crece con esfuerzo silencioso y manos curtidas por la tierra. En medio de la profunda ruralidad de Simití, Bolívar, florece el Palmar Cosechando Paz, un proyecto agrícola que lleva reparación, arraigo y futuro.

Se trata de una finca de aproximadamente 800 hectáreas y unas 117.000 palmas sembradas, que produce hasta 7.000 toneladas anuales, aunque el último año esa cifra se redujo a 6.000 por factores climáticos y el envejecimiento natural del cultivo. La tierra, fértil pero marcada por la violencia, es hoy administrada por el Fondo para la Reparación a las Víctimas y fue entregada como resultado del proceso de negociación entre las Autodefensas Unidas de Colombia y el Gobierno, entre 2005 y 2006. Desde entonces, el objetivo es claro: todo lo que produzca esta finca debe contribuir a la reparación integral de las víctimas del conflicto armado.

La vida en el palmar comienza temprano. A las cinco de la mañana, los trabajadores –campesinos de la zona, muchos de ellos víctimas directas del conflicto– inician sus labores. Son 61 hombres y mujeres que desempeñan tareas esenciales: desde el corte de racimos hasta la vigilancia de enfermedades vegetales, pasando por la conducción de camiones, la administración y el cuidado de los búfalos que sustituyen a las mulas, por su fuerza y resistencia a los terrenos húmedos. “Un solo ejemplar puede arrastrar hasta media tonelada sin dificultad”, explica César González, líder de la plantación.

Foto: Rotorr
Foto: Rotorr

En este entorno, donde antes se impusieron las armas, hoy avanza un proceso de recuperación silenciosa que transforma vidas todos los días.

“Todos aquí lo somos”

Aunque no todos los trabajadores están registrados en el Registro Único de Víctimas, hay una certeza que los une más allá del papel: “Todos aquí lo somos”, dicen, con voz firme. Lo son por lo vivido, por lo perdido y por lo que siguen reconstruyendo.

González sabe bien de lo que habla. “Entré como operador de máquina y hoy soy el líder de plantación”, cuenta con orgullo. Fue testigo del conflicto desde los tiempos de la guerrilla hasta la llegada de los paramilitares. Presenció la desmovilización de 2006, vivió el miedo, y también la esperanza. Su liderazgo, más que técnico, es humano. A diario recuerda a los jóvenes que “aunque el estudio no da plata directamente, sí permite vivir mejor”.

Yaniris Ulloque, gestora de cultivo en el área de sanidad vegetal, recorre los lotes observando con detalle las hojas de las palmas. “Revisar enfermedades y plagas de la palma” es su responsabilidad, aunque su historia va mucho más allá de una descripción técnica. Sin formación formal, aprendió en el trabajo. “Comencé abonando con una compañera. Luego se fue una muchacha del área de sanidad y quedamos nosotras. Aprendimos en el trabajo, sin cursos formales”.

Antes de encontrar esta oportunidad, intentó sin éxito buscar trabajo en Bogotá. “Me fui a Bogotá buscando oportunidades, pero no encontré trabajo y regresé. Aquí me dieron la oportunidad y no la he soltado”. Hoy, el trabajo en el palmar le ha dado la posibilidad de criar a sus hijas con estabilidad y dignidad. “Incluso uso el machete para trabajar sola cuando toca hacer censos en zonas más difíciles. Soy comprometida y si me mandan a una parte complicada, yo voy”.

Eider González es otro ejemplo de transformación. Desplazado con apenas ocho años desde Monterrey, Simití, encontró en el proyecto una nueva forma de reconstruirse. Hoy es supervisor en el palmar y coordina el trabajo de cuadrillas que deben recolectar entre 1.500 y 3.000 kilos de racimos diarios.  “Empecé como ayudante, trabajé en varias labores y hoy soy supervisor. El proyecto me permitió estudiar y progresar”.

Foto: Rotorr
Foto: Rotorr

Su memoria aún guarda las imágenes del miedo: “Antes había tanta violencia que uno no sabía ni a quién saludar”. Ahora, aunque reconoce que los riesgos no han desaparecido del todo, la región vive una relativa estabilidad que atribuye, en parte, al empleo generado por el palmar. “Ha disminuido la ilegalidad y ha devuelto oportunidades a la gente”.

Edwin García, por su parte, es gestor de cultivo y trabaja como malayero. Aunque fue contratado como conductor, las fallas mecánicas de la volqueta lo llevaron a otra función: cortar el fruto con un gancho malayo. Su labor requiere fuerza, técnica y disciplina. “Llego a las cinco de la mañana, desayuno y empiezo a trabajar. Corto entre seis a siete toneladas de fruto si el lote está bueno”, relata.

Originario de San Alberto, Cesar, Edwin vive en la región desde los 6 años y ha trabajado en la plantación por más de 17 años. “Viví la violencia desde los 12 años, cuando entraron las autodefensas”, recuerda. Con el tiempo, ha logrado construir su casa y criar a su hija con el sustento que le brinda el palmar. “Me gusta lo que hago y espero seguir aquí. Estoy cerca de mi casa, me llevo bien con todos, aunque soy callado. Este trabajo ha sido mi sustento y lo agradezco mucho”.

Una nueva etapa

Desde el 2 de enero, en un proceso de innovación social que involucra a la academia, el proyecto inicia su operación a través de Rotorr-Motor de Innovación, que ha sido bien recibida por el equipo debido al cumplimiento puntual de los pagos y el mejoramiento de las condiciones laborales y la implementación de estrategias de bienestar social, algo que no era común con operadores anteriores. Esto ha devuelto el ánimo a los trabajadores y ha mejorado la dinámica interna. A través de actividades de la ciencia, la tecnología y la innovación, los problemas se están transformando en retos y soluciones para aumentar la productividad y la competitividad a fin de garantizar la sostenibilidad y mejorar la calidad de vida de los campesinos involucrados en el proyecto.

Foto: Rotorr
Foto: Rotorr

En el sur de Bolívar, donde las palmas alguna vez crecieron sobre tierras marcadas por el despojo, hoy se levantan como testigos de una transición lenta pero profunda. Cosechando Paz no es solo un nombre, es una forma de resistir, de sanar y de sembrar futuro.

*Contenido elaborado con apoyo de Rotorr-Motor de Innovación.
 

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