Los intérpretes de '+57'.
Crédito: Redes sociales de Karol G.
'+57' y otras formas de narrar a Colombia y el mundo
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Xiomara V. Suescún, directora del Centro Nacional de las Artes Delia Zapata Olivella, reflexionó acerca del alcance de la canción '+57' y todo lo que ella representa en el contexto de un país que acaba de vivir la gran experiencia de la COP16 en Cali y que lucha por los derechos de las mujeres.
Por Xiomara V. Suescún
Han pasado solo unos días desde que terminó la COP de la Biodiversidad en Colombia, tal vez uno de los eventos más relevantes que ha recibido el país en los últimos años. Un encuentro que nos puso en el mapa global por, tal vez, lo mejor que tenemos que es nuestra biodiversidad y nuestras culturas, nuestros territorios y nuestra gente. En Cali, como ciudad anfitriona, pudimos ver en sus más destacados escenarios la dignidad y la potencia de la diversidad biocultural de la región del Pacífico y de Colombia.
Hubo público masivo para toda la agenda. Fueron unas semanas de resignificación, de orgullo, trabajo colectivo, inspiración, aprendizaje y de reconocer diferentes expresiones, prácticas y manifestaciones culturales que nos representan, pero que durante años han sido invisibilizadas y no responden a lógicas del mercado hegemónico. Nos acercamos a los procesos identitarios que nos conectan con esa diversidad artística y musical que también tiene este país y que están profundamente ligados a un tipo de memoria, de patrimonio vivo, de saberes, de otras formas de narrar a Colombia y de entendernos como sociedad, pero también a otras formas de disfrute, de goce, de compartir con los demás.
Durante los mismos días de la COP sucedía Bime en Bilbao (España) y WOMEX (Worlwide Music Expo), que esta vez se realizó en Manchester (Reino Unido), dos de los principales encuentros musicales internacionales en los que Colombia participó con una delegación de artistas y agentes del ecosistema cultural del país y de su diáspora.
Bime Bilbao reunió la música emergente, independiente y alternativa de España y América Latina propiciando muchas conexiones. Es muy interesante ver que en la historia de la región vasca existe una evidente defensa y salvaguarda de muchos gestores culturales y artistas por proteger la permanencia de la lengua euskera en los proyectos artísticos versus lo que el mercado musical exige: buscar homogeneizar.
Por otro lado, WOMEX cumplió 30 años de reunir al ecosistema de las músicas tradicionales, fusión y contemporáneas de muchas de las culturas del mundo para conectarlas y propiciar la colaboración e internacionalización de estos proyectos. En este encuentro es posible ver artistas y conocer delegaciones de todos los continentes que son representantes de la fuerza y el alma de sus territorios. Esta vez lograron congregar delegaciones de 45 países. Por ejemplo, en esta ocasión se presentó Kefaya & Elaha Soroor en el teatro del Manchester, Central Exchange Auditorium, un grupo liderado por una mujer afgana que pertenece a una etnia de lengua persa (Hazara) de la región central de Afganistán, pueblo que ha vivido un genocidio y es su lengua, su danza y su canto, su memoria, la memoria viva de su pueblo la que estaba en escena, la que tenía la voz ante tantas otras culturas y personas. Resulta verdaderamente potente ver una mujer afgana que canta (proveniente de un país que ya no lo permite por ley), liderando una banda de músicos ingleses. Un momento de contemplación y belleza, de respeto absoluto.
Finalmente, en uno de los escenarios del centro cultural de Aviva Studios se presentaba Rasha Nahas, una joven cantante palestina que junto con músicos alemanes interpretaban canciones muy cercanas a una especie de “pop oscuro”, en donde narraba el dolor inexplicable que cargan los artistas palestinos hoy y la importancia de que el público la acompañara esa noche, pero, sobre todo, los días siguientes.
Entre la COP, Bime y WOMEX entonces me pregunto:
¿No es esto profundamente contrastante con el fenómeno que unos días después está detonando una canción como +57 y todo lo que representa?
La escena para las músicas del mundo es probablemente la que representa la diversidad cultural e histórica de los países, la que representa el alma de los pueblos y un tipo de riqueza que no podemos cuantificar y que tal vez es invaluable. Y son precisamente estas músicas menos conocidas, las que no percibimos, a las que no accedemos, las que no escuchamos en los medios, en los circuitos populares, las que no suelen generar ingresos sustentables para sus creadores y sabedores, las que no llenan estadios, esos artistas no son nuestros referentes ni influencias. Un sinnúmero de estos proyectos sobrevive en el tiempo por un acto de valentía y resistencia, por insistir en otra forma de existir, aunque mucho esté en contra. Algunos logran crear una comunidad y desarrollar una audiencia, casi siempre pequeña, pero leal. Más allá de la titánica labor de este ecosistema musical independiente por hacerse un lugar en el mundo, ¿qué es lo que pasa con los públicos?, ¿será un tema de preferencias?, ¿será que simplemente no nos gustan estas músicas? ¿O les falta industria para que logren mayor alcance? ¿Pero, la industria comercializa estas músicas? ¿Cuáles son nuestras búsquedas como público? ¿Qué nos molesta a tantos de +57? ¿Qué escuchamos en nuestra vida diaria más allá de esta canción? ¿Nos interesa conocer las otras formas de narrar a Colombia que no suenan en la radio? ¿Qué decidimos escuchar como espectadores? ¿Decidimos o creemos que decidimos? ¿En cuál paradigma de sociedad vivimos y en cuál queremos vivir?
Muchos dirán que, si estas músicas no desarrollan grandes audiencias, es porque no tienen futuro o porque no tienen claro su modelo de negocio. Pero hay un problema estructural de capital para amplificar el alcance de muchos de los proyectos que narran otro país, otras realidades y que representan una diversidad más amplia de lo que somos como sociedad.
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Preocupa, aunque no sorprenda, que se lance +57 como un símbolo nacional y se desconozca el efecto que tiene la música en la sociedad y las problemáticas que vivimos las mujeres y que viven las menores de edad, especialmente de Medellín.
La inversión en las culturas y en la escena artística es más urgente que nunca, el cambio de paradigma también. Hay una corresponsabilidad entre el Estado y los públicos, pero también de todos los actores de la sociedad. ¿La música hegemónica es el reflejo de la sociedad o de la concentración de cierto poder a favor de unos intereses particulares?, ¿qué sería de Colombia y del mundo si también nos conociéramos en esa dimensión de la diversidad cultural?, ¿qué tan importante sería escucharnos como culturas distantes dentro y fuera de nuestro país?
Tal vez nos daríamos cuenta de que no nos dividen tantas cosas, aunque no tengamos el mismo contexto territorial, étnico, cultural, aunque no hablemos la misma lengua, tal vez el conocimiento sobre nosotros mismos como humanidad nos abriría otra posibilidad para reconocernos, tal vez allí brotarían distintos sentidos para hablar de una cultura de paz y del cuidado de la vida, tal vez esto podría ser un referente distinto para las nuevas generaciones.
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La inversión en las culturas y en la escena artística es más urgente que nunca, el cambio de paradigma también. Hay una corresponsabilidad entre el Estado y los públicos, pero también de todos los actores de la sociedad.
Ante las críticas, una de las respuestas de los exponentes de reguetón que hizo parte de la producción de +57 fue “desde que yo esté bien que ruede el mundo a mi alrededor…” creo que le entendí. Bueno, es una forma de asumirse en el mundo. La música no está lejos de representar eso, una forma de ver la vida y en cada género hay un universo de visiones. Sin embargo, preocupa, aunque no sorprenda, que se lance +57 como un símbolo nacional y se desconozca el efecto que tiene la música en la sociedad y las problemáticas que vivimos las mujeres y que viven las menores de edad, especialmente de Medellín y, aterra que en los mismos días seamos testigos del triunfo de Donald Trump con el que se viralizan frases como “tu cuerpo, mi decisión”. El estupor que genera saber que todo es tan frágil y se puede estar ad-portas de perder derechos que le han costado a generaciones enteras es doloroso. Ver que esto ocurre en el mes que se conmemora el 25 de noviembre, el día internacional de la eliminación de violencias contra la mujer, reafirma la importancia de tener estas conversaciones y pensar en la necesidad de insistir en un futuro más justo y digno para todas, de entender el rol que nos jugamos en la sociedad en que vivimos.
Vuelvo a los días de la COP, en donde desde la programación articulada por el Ministerio de las Culturas, las Artes y los Saberes escuchamos artistas que le cantaron a la vida, a la belleza, a la dificultad que se vive en sus barrios, a los retos de la paz en lo profundo de las regiones. Artistas que le cantaron a la labor de los campesinos, a las formas de arrullar el río, le dieron un lugar de valor a las infancias y a los jóvenes, y recuerdo especialmente el trabajo potente que hizo Julián Rodríguez con la coral de 300 niñas de escuelas públicas del Valle y del Cauca que junto con el Ministerio de las Culturas, presentaron un concierto memorable en el Teatro Jorge Isaacs de Cali en donde las niñas hicieron un trabajo de creación colectiva y alzaron su voz con canciones sobre la paz con la naturaleza, el cuidado y sus derechos. Y allí, con un cartel que decía "nadie me violenta”, sonaba al unísono: “Cuidado, mi cuerpo es sagrado. Yo soy mi nombre, yo soy mi cuerpo, me respeto, me cuido, me quiero”.
(*) Directora del Centro Nacional de las Artes Delia Zapata Olivella del Ministerio de las Culturas, las Artes y los Saberes.