El restaurador de libros antiguos que cazó un dragón

Crédito: CAMBIO - Ana María Cañón

29 Diciembre 2024 03:12 am

El restaurador de libros antiguos que cazó un dragón

Desde hace 25 años, Jhon Jairo Martínez se dedica a la noble tarea de restaurar libros antiguos. Por sus manos han pasado desde biblias del siglo XV hasta primeras ediciones de Alexander von Humboldt y García Márquez. En su taller de La Candelaria, Martínez cuenta por qué es un apasionado de su oficio.

Por: Germán Izquierdo

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España. 1635. Un sacerdote dominico llamado Cristóbal de Torres zarpa de España rumbo a Santa Fe, capital del Nuevo Reino de Granada, donde ocupará el cargo de arzobispo de la ciudad. Lo acompañan su hermana, sus dos sobrinos y una comitiva de religiosos. Juntos cruzarán el océano Atlántico rumbo a Cartagena de Indias. Entre su equipaje, en pesados baúles, viaja un libro escrito en latín titulado Oratio de laudibus astrologiae, un tratado de astrología, geometría, astronomía y otras ciencias. 

Cambio Colombia

El grueso volumen llegará a Cartagena después de una travesía de dos meses. Desde allí, navegará sobre el río Magdalena en un viaje casi tan largo como el primero. Sus hojas de lino y algodón, impresas en Venecia en 1508, sentirán por primera vez la humedad de la selva, y su lomo forrado en cuero, el calor sin tregua del trópico. Y sacudiéndose a lomo de mula, el libro subirá por el empedrado camino de Honda para llegar por fin a descansar en la fría Santa Fe, en la cordillera oriental.

Fray Cristóbal fundará en Santa Fe la Universidad del Rosario y morirá en 1654. El libro que trajo de Europa, con sus anotaciones al margen, seguirá vivo en los anaqueles del archivo histórico de la biblioteca de la universidad. De allí salió hace unos años, rumbo a la carrera 3 # 8-54, la Calle de Verma, en el barrio La Candelaria de Bogotá. Atravesó una gruesa puerta de madera y un patio con una pila de piedra para llegar a las manos de Jhon Jairo Martínez, un experto restaurador de libros que, con paciencia de monje budista, limpió cada rincón del ejemplar, unió sus rasgaduras, y trabajó en la encuadernación original como el más diestro cirujano, hasta que la obra impresa hace más de 500 años quedó lista para vivir muchas décadas más.

Libro Virgen
Crédito: Ana María Cañón

Sentado en una butaca de madera en el centro de su taller, John Jairo cuenta que heredó el oficio de su abuelo y su padre. El primero se formó con los salesianos como maestro encuadernador; el segundo le siguió los pasos y abrió su propio taller. Desde niño, entonces, Jhon Jairo ha vivido entre libros, prensas, pegamentos y papeles con cuyos sobrantes solía armar pequeñas libretas. En el taller, aprendió mirando. “En ese sentido –dice–, mi oficio es muy oriental. Los orientales dicen: ‘siéntese y observe al maestro’”. 

Estampada en un libro
Crédito: Germán Izquierdo

Hoy, quienes lo observan son otros que esperan aprender de él. Jhon Jairo es un diestro encuadernador y un profesional en Restauración de Bienes Muebles, carrera que estudió en la Universidad Externado de Colombia. Hace más de 25 años se dedica a la noble tarea de reparar libros antiguos y devolverles la vida. Cada uno de ellos cuenta su propia historia y necesita un tratamiento especial: unos fueron abandonados en lugares húmedos durante años y sus hojas están marcadas por esporas de hongos negras, café o violeta. Otros se convirtieron en hogar y alimento de gorgojos. A otros tantos, como si fueran heridos de guerra, les han rasgado las hojas, rayado sus páginas, o arrancado los lomos dejando desnudas las costuras que los sostienen.

Jhon Jairo dimensiona, en pocas palabras, la belleza y la dificultad que supone restaurar libros antiguos. “Una obra de arte, un cuadro, es estático. En cambio el libro tiene una mecánica, una movilidad. Y esa movilidad cambia según la época y los materiales. Mi tarea, en parte, es devolverle a los libros ese movimiento fluido que alguna vez tuvieron y que han perdido”. 

Implementos de restauración
Crédito: Ana María Cañón

No es fácil hallar los materiales ni las herramientas que se necesitan para restaurar libros. Cada una de las que Jhon Jairo tiene en su taller cuenta una historia. Junto a una ventana se yergue una máquina de impresión del siglo XIX, idéntica a la que usaba el diario El Espectador en sus comienzos. El propio Jhon Jairo la restauró hasta dejarla funcional. En otro lugar de este espacio, hay una cizalla: una suerte de tijera enorme para cortar cartón que compró a un taller de encuadernación que, como tantos otros, quebró con la llegada del Plotter. “La iban a vender por peso para chatarra y yo, preciso, pasé en un taxi: la vi en la calle, me bajé y la compré”, cuenta. Otra prensa la usaron en una empresa de avisos funerarios, hoy en día tan extintos que podrían tener, ellos mismos, su propio aviso mortuorio. 

Así, lo que muchos otros desechan, Jhon Jairo lo arregla y lo atesora, pues sabe que el oficio de restaurar libros supone viajar al pasado y trabajar, según el caso, como en los siglos XVI, XVII o XIX. También es necesario saber de química, física y biología para conocer las reacciones de los diferentes materiales: las tintas hechas de hierro, el pergamino, los papeles de lino, el cuero o la madera. En una repisa, bajo un par de cajas antiguas de la sombrerería Richard, una tienda de Bogotá ya desaparecida, hay bolsas y frascos con almidones refinados y adhesivos muy especializados. “Lo especial es que son reversibles explica Jhon Jairo, pues uno de los principios de una restauración es poder devolver el libro a su estado original”.

El coleccionista de biblias y Cien años de soledad encuadernado 

Por las manos de Jhon Jairo han pasado tesoros de todas las épocas: una biblia incunable de 1470 iluminada; la primera edición de La Vorágine, de 1924; la historia de la aparición de la Virgen de Chiquinquirá, de 1694; la primera edición de la Vista de la Cordillera y monumentos de los pueblos indígenas de América, de Alexander von Humboldt, de 1810; La primera edición de Cien años de soledad, de 1967. “Este trabajo le permite a uno apreciar cosas que no va a poder ver de otra forma. Ese es el verdadero placer de este trabajo. Tener en las manos esos tesoros”, dice el restaurador.

Desde hace un par de años, Jhon Jairo trabaja en un sueño que, por fin se ha cumplido. Para su tesis de grado eligió el tema de los libros corales de la catedral de Bogotá. Se trata de libros de gran formato creados en la Edad Media que tenían impresos los himnos y salmos que se cantaban durante la misa en conventos, iglesias y monasterios. El problema surgió cuando no le permitieron acceder a los libros de la catedral. Sin rendirse, acudió a Chiquinquirá, donde los frailes dominicos tienen una colección de 27 libros corales producidos en el siglo XVIII. Con estos volúmenes pudo sacar su tesis adelante. 

El trabajo del restaurador
Crédito: Ana María Cañón

Por muchos años, Jhon Jairo esperó la oportunidad de restaurar un libro coral. Los había estudiado, pero sin poder trabajarlos. Esto se explica porque son muy escasos y, fundamentalmente, porque casi nadie asume el costo que supone su restauración. “Era como aprender a cazar dragones y que le digan a uno: no hay dragones”. Pero sí los había.

Hoy, el dragón está en su taller: un libro coral que pertenece a la Universidad del Rosario escrito en tintas hechas con pigmentos minerales. Tiene 80 hojas, cada una de las cuales es la piel de una oveja. Es, sin exageraciones, un rebaño convertido en libro.

Jhon Jairo no les augura buena vejez a muchos de los libros nuevos, hechos en celulosa y papeles ordinarios, que se doblan con un soplido. En cambio, los antiguos, fabricados con algodones y linos, pueden sobrevivir varios siglos. “Son objetos que nos trascienden y que han trascendido muchas generaciones más. En la medida en que sean bien restaurados, garantizamos que los libros permanezcan”.

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Crédito: Ana María Cañón

Este amante de los libros trabaja en equipo con su esposa, Paola Montoya, a quien conoce desde que eran niños, y que, como él, es restauradora e historiadora. Entre la clientela de esta pareja se cuentan universidades, bibliotecas y coleccionistas particulares. Así, Jhon Jairo y Paola han ayudado a preservar el patrimonio material colombiano, parte de la memoria de Colombia. Su clientela es fiel, pues cada persona que entrega un libro en este taller de La Candelaria sabe que, tiempo después, cuando regrese, saldrá por la misma puerta dibujando una sonrisa, con su viejo libro como nuevo bajo el brazo. 

Proceso de restauración
Crédito: Ana María Cañón 

En el silencio de su taller, con su delantal de cuero puesto y los guantes de cirugía en las manos, Jhon Jairo entra en una estrecha comunión con los libros antiguos: la tapa de piel de una cubierta, la textura del papel, el olor que desprenden las hojas, los hilos con que están cosidos y la huella honda e indeleble, de cada letra impresa. Es una suerte de ritual que recuerda esa famosa estrofa de un soneto de Quevedo que rinde tributo a los libros: 

Retirado en la paz de estos desiertos,
con pocos, pero doctos libros juntos,
vivo en conversación con los difuntos,
y escucho con mis ojos a los muert
os”.

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