
La espada de Bolívar, un objeto que construye historias, metáforas y discursos
Crédito: Casa Museo Quinta de Bolívar. Fotógrafo: Cristian Garavito
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Más que un arma de guerra, la espada de Bolívar es un símbolo que representa las gestas de la independencia y también el nacimiento y la consolidación de la identidad nacional alrededor de los próceres. A lo largo de los años se le han dado múltiples significados y Bolívar la empuñó mucho más en sus discursos y proclamas que en el campo de batalla.
Por: Redacción Cambio

No se sabe cuántas espadas tuvo Simón Bolívar. Unos hablan de 10, otros han registrado y le han seguido la pista a seis, pero quizás fueron mucho más las que pasaron por sus manos. Tampoco se tiene certeza de qué tan buen espadachín era. La mayoría de sus biógrafos y apologistas afirman que fue uno de los mejores de la época. En su biografía sobre El Libertador, la escritora y editora Marie Arana escribe que, en su estadía en España, bajo la tutela del marqués de Ustáriz, el joven Bolívar aprendió esgrima y que gracias a la rapidez de sus piernas “desarrolló gran aptitud para ello”.
Casi inexistentes son las referencias sobre las veces que Bolívar desenfundó una espada para enfrentarse cuerpo a cuerpo con un enemigo o para defenderse. De los pocos relatos que hacen alguna alusión al respecto, está el de Manuelita Sáenz sobre los hechos de la Noche Septembrina ocurridos el 25 de septiembre de 1828 y en los que Bolívar se salvó de ser asesinado por sus enemigos políticos. En una carta ella describe la situación:
“Serían las doce de la noche, cuando latieron mucho dos perros del Libertador, y a más se oyó un ruido extraño (…) Desperté al Libertador, y lo primero que hizo fue tomar su espada y una pistola y tratar de abrir la puerta. Le contuve y le hice vestir (…) Volvió a querer abrir la puerta y lo detuve. Entonces se me ocurrió lo que le había oído al mismo general un día: ‘¿Usted no dijo a Pepe París que esta ventana era muy buena para un lance de estos?’ ‘Dices bien’, me dijo, y fue a la ventana (…) El Libertador se fue con una pistola y con el sable que no sé quién le había regalado de Europa”.
En contraste, en sus discursos El Libertador recurrió incansablemente a la espada que, empuñada por él y sus compañeros de lucha, significaba libertad. Desde que se sublevó hasta alcanzar la Independencia, Bolívar pronunció un variado repertorio de frases en el que la filosa arma comandada por él avivaba la llama de la revolución: “No envainaré jamás la espada mientras la libertad de mi patria no esté completamente asegurada”. “No temáis la espada que viene a vengaros y a cortar los lazos ignominiosos con que os ligan a su suerte vuestros verdugos”. “Aquí no hay tiranos ni anarquía mientras yo respire con la espada en la mano” …
Empuñar la espada era su destino: “La libertad encendió en mi seno este fuego sagrado; y el cuadro de mis conciudadanos expirando en la afrenta de los suplicios, o gimiendo en las cadenas, me hizo empuñar la espada contra los enemigos”, dijo Bolívar en 1814. Pero también creía que era un mal necesario que en tiempos de paz no debía usarse. Cuando juró como presidente de Colombia, los asistentes al Congreso de Cúcuta del 3 de octubre de 1821 escucharon: “La espada que ha gobernado a Colombia no es la balanza de Astrea, es un azote del genio del mal que algunas veces el cielo deja caer a la tierra para el castigo de los tiranos y escarmiento de los pueblos. Esta espada no puede servir de nada el día de paz, y este debe ser el último de mi poder, porque así lo he jurado para mí, porque lo he prometido a Colombia y porque no puede haber república donde el pueblo no esté seguro del ejercicio de sus propias facultades”.
Bolívar puso los cimientos de lo que en un futuro representarán sus espadas para la identidad y la historia patria de Colombia. Luego de su muerte, las élites continuaron con la labor de construir la nación colombiana. No solo había que dotar al naciente Estado de una arquitectura institucional, también se necesitaba crear un aparato ideológico que le diera una “unidad espiritual” al país, y qué mejor manera que elaborar una narrativa basada en los héroes de la Independencia, en donde la imagen de Bolívar jugaría un papel central.
Comenzó así la construcción del héroe Bolívar y de su espada como expresión de su pensamiento y gestas. En 1846, se inauguró en Bogotá uno de los primeros monumentos públicos a su memoria. La escultura, hecha por el artista italiano Pedro Tenerani representa a un Bolívar de pie, con capa sobre sus hombros y que sujeta en su mano izquierda la Constitución y en la derecha empuña la espada inclinada al suelo. Con motivo de los cien años de su natalicio, José Antonio Soffia, ministro de Chile en Colombia patrocinó en 1883, un romancero en honor al Libertador. En varios de los poemas compilados, la libertad y la independencia quedan simbolizadas en la espada.
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Se necesitaba crear un aparato ideológico que le diera una “unidad espiritual” al país, y qué mejor manera que elaborar una narrativa basada en los héroes de la Independencia, en donde la imagen de Bolívar jugaría un papel central.
Durante la conmemoración del Centenario de la Independencia, el sentimiento patrio volvió a tomar fuerza. Colombia acababa de salir de la Guerra de los Mil Días y políticos e intelectuales consideraban que la mejor manera de evitar un conflicto de semejantes proporciones era fortaleciendo la unidad nacional a partir de la historia patria. A lo largo y ancho del país se crearon asociaciones para celebrar la independencia y se hicieron concursos para fomentar el sentimiento patriótico. En uno de ellos, llevado a cabo en 1910, los historiadores Jesús María Henao y Gerardo Arrubla obtuvieron el privilegio de difundir su Historia de Colombia como manual de enseñanza en todas las escuelas del país.
En estas celebraciones la imagen de El Libertador y sus objetos cobraron relevancia. En ese mismo año se inauguró en el Parque de La Independencia una estatua de Bolívar en la que aparece montado a caballo y empuñando una espada. Doce años después, en 1922, el Estado colombiano adquirió la Quinta de Portocarrero, que pasó a llamarse Quinta de Bolívar y se destinó a “honrar la memoria del Libertador”.
Entre los distintos objetos de El Libertador que pasaron a ser parte de la colección de la Quinta se encontraba una espada donada en 1924 por la Sociedad de Embellecimiento y que se presume llegó a manos de Bolívar hacia 1822. El arma se volvió uno de los objetos más importantes del museo. Muchos de sus visitantes veían la espada, acompañada de unos estribos y espolines, dentro de una urna de vidrio y se imaginaban a Bolívar usándola en alguna de sus batallas, aunque muy seguramente eso no haya sucedido.
Esa espada, destinada a honrar la memoria del libertador y los ideales de libertad e independencia, volvió a protagonizar la historia contemporánea colombiana cuando el 17 de enero de 1974 la agrupación guerrillera M-19 se la apropió de la Quinta de Bolívar, hecho con el que se dieron a conocer ante la opinión Pública. En el lugar, los guerrilleros dejaron una proclama que decía: “Bolívar, tu espada vuelve a la lucha”. Y en un documento difundido días después vuelven a hacer una alusión a la espada y la relacionan con la revolución:
“Bolívar guerrillero y patriota. Bolívar pueblo. Bolívar nuestro, vuelve a quitar el sueño al opresor. A despertar al oprimido. Su espada empezó los nuevos combates. Ahora se enfrenta al yanqui. Al explotador (…) A quienes ahogan a nuestro pueblo en la miseria. La espada ya está en manos del pueblo y echó a andar por el camino de la lucha” (reproducido por Darío Villamizar en su libro ‘Aquel 19 será’).
Más allá del golpe mediático dado por la naciente guerrilla, la apropiación de la espada hizo parte de una serie de acontecimientos que transformaron el significado de la imagen de Bolívar y por supuesto de sus objetos. Hasta más o menos la década de los 70 del siglo pasado, aparte de ser el fundador de la nación colombiana, El Libertador era considerado el padre del pensamiento conservador en el país, pero poco a poco, la izquierda comenzó a apropiarse de su figura y a darle un significado revolucionario. En el caso del M-19, la apropiación de la espada tenía esa intención.
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Desde que se sublevó hasta alcanzar la Independencia, Bolívar pronunció un variado repertorio de frases en el que la filosa arma comandada por él avivaba la llama de la revolución.
Hasta que fue devuelta en 1991, la espada estuvo escondida en un carro, enterrada en un jardín, recorrió varios países latinoamericanos, pasó por las manos del presidente panameño Omar Torrijos, simpatizante de los movimientos guerrilleros latinoamericanos, y fue custodiada por la cúpula del régimen castrista en Cuba. Durante todo este tiempo, y aún hoy, la espada se ha convertido en un campo de batalla en la que los bandos ideológicamente opuestos luchan por asignarle a la imagen de Bolívar un ideario acorde con sus expectativas y posiciones políticas.
De este choque dan cuenta los últimos hechos ocurridos desde 2020, cuando el entonces presidente Iván Duque decidió sacar la espada de la bóveda en que se encontraba y exponerla en la Casa de Nariño, para que los colombianos la pudieran "apreciar – dijo Duque – como un testimonio de la libertad y de los grandes hombres que construyeron la República". Dos años después, trataría de impedir que la espada hiciera parte del acto de posesión de su sucesor Gustavo Petro, quién había militado en el M-19 y que en su primer discurso presidencial se refirió a ella de una manera distinta a como él lo había hecho: “Llegar aquí, junto a esta espada, para mí es toda una vida, una existencia. Esta espada representa demasiado para nosotros, para nosotras. Y quiero que nunca esté enterrada, quiero que nunca más esté retenida. Que solo se envaine, como dijo su propietario, el Libertador, cuando haya justicia en este país. Que sea del pueblo. Es la espada del pueblo”.
Esta historia muestra que en muchas ocasiones los objetos dejan de ser simplemente objetos y pasan a convertirse, como lo señala el historiador francés Pierre Nora, en “lugares de memoria”, sitios, cosas o conceptos que recogen la memoria y los ideales de una sociedad. Representaciones que mutan en el tiempo. Por ello, también se convierten en campos de batalla por la memoria. Aunque parezca increíble, todo este proceso puede rastrearse a través de un simple objeto como la espada o las espadas de Bolívar.
