Crédito: Black Boys
La otra cara de Quibdó: los que resisten pacíficamente
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Para contrastar la desoladora radiografía de Quibdó, Chocó, hablamos con líderes y lideresas sociales que resisten con creatividad la embestida violenta en el territorio.
El pasado 9 de septiembre, en entrevista con CAMBIO, el alcalde de Quibdó, Rafael Andrés Bolaños, dijo que en lo que va de 2024, en el municipio, han asesinado a 108 jóvenes (hasta ese día). La cifra, espeluznante, con tres meses y medio que faltan para que se acabe el año, supera los homicidios de todo 2023. La entrevista se produjo en el marco de la visita in extremis del alcalde Bolaños a Bogotá para pedirle al presidente Gustavo Petro la intervención militar del municipio y un plan de choque para activar la industria y la empleabilidad.
En su conversación con nuestro periodista Javier Patiño, el alcalde dejó en claro que la disputa territorial en el municipio que libran a sangre y fuego los Mexicanos, los locos Yam, los RPS, el Clan del Golfo, está salida de proporción y tiene sitiada a la gran mayoría de la población quibdiana. Los toques de queda impuestos por las bandas, así como las fronteras invisibles, cuyo cruce se paga con la muerte, son ya leyes de facto en muchos de sus barrios.
El más reciente informe del Dane, en julio, arrojó que con 26,8 por ciento de desocupación, Quibdó es, de lejos, el municipio con más desempleo en el país. La cifra es más aguda y desesperanzadora en los jóvenes entre 15 y 28 años: con el 35,9 por ciento de desempleo, supera en 11 puntos porcentuales a Sincelejo, el segundo territorio con más desocupación juvenil en Colombia.
En cuanto a la violencia de género, en entrevista para Blu Radio, Adriana Benjumea, codirectora de la organización feminista Corporación Humanas, denunció la semana pasada que las amenazas por feminicidio debido a los vínculos con miembros de las bandas que se disputan el control de los barrios son latentes y muy alarmantes.
Desempleo. Extorsiones. Violencia sexual. Microtráfico. Impotencia, insuficiencia y corrupción de la fuerza pública y la clase política. Quibdó adolece de los peores males sociales, por lo que el camino corto, ya que el diagnóstico se repite año tras año, invita a contar su historia desde la resignación.
¡Pero no! CAMBIO habló con líderes y lideresas sociales del municipio para visibilizar su resistencia pacífica, pero inquebrantable, y darles así relieve a sus voces. Que son una oda a la generosidad, la fuerza y la esperanza. La otra mitad de la historia.
La maestra Ana
En 2007, Ana María Arango, antropóloga bogotana que residía en Barcelona, trabajó en el documental Los sonidos invisibles, que expone la vida musical y las fiestas patronales del Chocó. Ese mismo año fue a presentar el documental en Quibdó y se enamoró perdidamente de su protagonista, el maestro Leonidas Valencia, uno de los grandes exponentes de la chirimía. Dejó su vida y su novio de diez años en Barcelona y se devolvió a Bogotá. Muy pronto quedó embarazada y fue a dar entonces a Quibdó, a la casa que le prometió el maestro, hoy padre de su hija.
Desde entonces, como directora del grupo de investigación Corporaloteca de la Universidad Tecnológica del Chocó, se dedicó a investigar y a publicar a placer sobre el cuerpo, el sonido, el movimiento y el patrimonio artístico en el territorio. Hasta que, en 2017, nos dijo, empezaron a matar a los jóvenes de una manera tremenda en Quibdó y ya no le fue posible mantener la comodidad de dedicarse exclusivamente a la academia: “¡Cómo, si nos estaban matando a los chinos!”.
La crisis de violencia de ese año la llevó a combinar su actividad académica con un trabajo cuerpo a cuerpo con niños, jóvenes y estudiantes universitarios. Creó, junto con su grupo de trabajo, la metodología raíces, tierra y alas para, a través del arte, incidir y transformar las comunidades de los barrios, la universidad y los colegios del municipio. Corroborar la importancia de la gestión cultural en territorios en los que impera la zozobra y el “no futuro”, la hizo postularse –y ganar– una beca para hacer una maestría en el tema y seguir afianzando la incidencia en las juventudes.
Nos reveló que, a raíz de la investigación y el trabajo de todos estos años, entre los 8 y los 13 años son las edades más vulnerables y definitivas para pacificar el municipio. Si en este lapso los niños están desocupados –dijo–, su sino de vincularse a las bandas y de entrar en la cadencia del “todo vale” para ganar dinero –tantas veces para comer o para ayudar a sus familias– está cantado. El arte, la música, la exploración del cuerpo son mecanismos eficaces y contagiosos para mantenerlos al margen; y no dejar así que se les apague la llama alegre y tan vital que –según su hipótesis– les viene en la sangre.
Hoy, Ana María Arango es también asesora de la estrategia de Cultura y Paz del Ministerio de las Culturas y los Saberes, en donde está trabajando en la publicación de un libro sobre la historia del barrio 2 de mayo, quizá el más caliente del municipio. Así mismo, está involucrada en un cortometraje que será presentado en la próxima COP16 sobre el territorio, sus retos y sus necesidades. Su día a día transcurre entre la universidad y los barrios, por los que, como gran excepción a la norma, puede transitar en su carro en virtud de su rol de gestora y mentora de los jóvenes.
El día que habló con CAMBIO, simultáneamente, estaba cuadrando un trasteo en Bogotá, a donde mandó a vivir a su hija adolescente, pues conocer las entrañas del territorio la obligó a buscar un lugar menos hostil para el desarrollo de su hija. Pero a pesar del desarraigo obligado, sigue confiando en los esfuerzos de paz, en la inclusión del Chocó a ese país que se llama Colombia. Pues está cansada, y rota de seguir enterrando a los jóvenes –van siete– a los que les dedica la vida.
Los Blackboys: baile exótico y teatro
Desde que tiene memoria, Jonathan Martínez ha bailado. Bailaba incluso ante la enfática desaprobación de su mamá biológica, a la que nunca le gustó ni su vocación de bailarín ni de líder comunitario. Por eso, le dijo a CAMBIO, terminó yéndose de su casa y encontró cobijo en la de su madre adoptiva, esta sí cómplice de su obsesión con el ritmo y con el cuerpo.
Tiene 33 años, es bailarín profesional y el líder de Black Boys, una agrupación de teatro performático y de baile exótico a la que pertenecen más de 270 jóvenes de los barrios más vulnerables de Quibdó. El grupo empezó, 13 años atrás, con cinco participantes que ensayaban, bajo la dirección de Jonathan, “donde hubiera sombra”.
Hoy, además de contar con una sede propia, adecuada específicamente para el quehacer artístico de los Black Boys, el grupo cuenta con cuatro categorías para que los y las niñas del municipio puedan proyectarse y formarse como bailarines, desde la iniciación a los 10 años hasta la profesionalización.
Como son tantos los jóvenes que en sus tiempos libres antes o después del colegio buscan el sosiego, la compañía y el frenesí del baile exótico, la organización desarrolló una estructura que trascienda a su fundador. 15 líderes –el gabinete, los llama Jonathan– trabajan en la formación, el acompañamiento y las presentaciones del grupo, que por su nivel y disciplina ha llegado a lo largo y ancho del departamento, así como a países en el extranjero.
La financiación, hoy como ayer, sigue siendo un clavo ardiendo, ya que las presentaciones, la gran fuente de recursos para los bailarines, son esporádicas. Desde hace dos meses, gracias al incremento bestial de la violencia en Quibdó, los Black Boys no han podido ensayar, pues las macabras fronteras invisibles entre un barrio y otro han cohibido a los jóvenes para que lleguen hasta su sede en el barrio 2 de mayo. Dos jóvenes del grupo fueron asesinados por cruzar de barrio sin “identificación ni motivos”. Y son muchos los que Jonathan debe reubicar en la sede del grupo en la comuna 13 de Medellín porque en Quibdó son objetivos militares de las bandas.
A él mismo lo han amenazado en varias ocasiones, y es plenamente consciente de que su liderazgo va en contravía de los intereses de las bandas criminales, que necesitan jóvenes desocupados, deprimidos, fuera del tiempo y de la vida del baile. Pero justo por eso no se va, ni se va a ir, pues sabe que son muchos y muchas las que le consideran como un padre. Justo por eso sigue bailando. Enseñando a bailar. Abriendo, todos los días, la sede.
Él también es esos niños. Él también es ese olvido y ese dormir entre las balas y la zozobra. Irse sería abandonarse a sí mismo.
Las mujeres y la economía popular en El Reposo
La asociación se llama Mujeres Emprendedoras Uniendo Fuerza. La componen 25 mujeres del barrio El Reposo. Parteras, curanderas, cocineras, artesanas, casi todas campesinas desplazadas forzosamente desde Bojayá hasta Quibdó. Emprendedoras de todas las edades que, sin apoyo alguno de las entidades locales y estatales, briegan todos los días para dinamizar la economía popular de su barrio, ese al que nadie de afuera quiere ni puede entrar.
Entre sus productos estelares, nos dijo Yenny Mosquera –desplazada junto con su familia por la masacre de Bojayá y líder de la asociación–, están: el arroz con longaniza, el capado de bocachico con banano, el quicharo pisado, el plátano cocinado, el arroz de leche, las cucas, la cocada. Y los preparados con viche para tratar los parásitos y la conjuntivitis. Los collares, las canastas, las balacas… hacen de todo.
Su momento estelar, antes del nuevo desmadre del orden público en el municipio y los toques de queda, las calles vacías, silentes, íngrimas, son los fines de semana cuando despliegan una especie de bazar itinerante y comunitario para que los habitantes descansen de la rutina del día a día y se den un gusto. Antes de que las bandas ensombrecieran el barrio, se reunían cada 15 días para conversar, cocrear, cocinar y cuadrar la logística.
A pesar del desfalco que fue la última actividad en la que gracias a la zozobra se les quedaron servidos la mayoría de los platos de arroz con longaniza, a pesar de la parálisis total de la economía y del barrio, a pesar del miedo, Yenny dice que no van a dejar de intentarlo. Y cuenta con emoción que ahora tienen entre manos un proyecto de huertas urbanas para cultivar albahaca, romero, cebolla y pepino.
La energía se le baja y se le quiebra la voz al contar que, por seguridad, sacó a su hijo mayor del barrio y lo mandó a vivir con la abuela, en Río Quito. Pero le vuelve a subir cuando cuenta que, de llorar tanto, Dios se acordó de ella y le regaló su hija menor, que tiene un año. Después, para terminar, ante la pregunta de cómo es que hacen para mostrarse casi siempre vitales, enérgicas, con la sonrisa amplia y el humor ligero, dice que "eso debe correrles por la sangre". Y enfatiza, con orgullo, que son muchos los habitantes del barrio que las felicitan por su tesón y persistencia.
Esa, la de la otra cara de Quibdó; la de las anónimas que resisten el caudal esquizoide de la violencia y el abandono en paz, y apelan a sus saberes y a todo eso que les sigue corriendo por la sangre.