En el país se manejan mezclas de etanol y biodiesel de 10 por ciento para los combustibles.
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Biocombustibles: ¿qué tanto potencial tienen en Colombia?
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El etanol y el biodiésel ganan terreno como una alternativa para reducir las emisiones en el sector transporte y generar energía de forma alternativa. Sin embargo, persisten retos técnicos y económicos para masificar su uso. ¿Cómo sacarles más provecho?
La transición energética se ha convertido en una carrera contrarreloj. Diferentes países, entre ellos Colombia, intentan cumplir sus compromisos climáticos mientras avanzan en el impulso de energías renovables.
En las últimas semanas, ante la compleja situación energética por el bajo nivel de los embalses, se ha explorado la necesidad de potenciar diferentes fuentes de energía. Aunque Colombia ha avanzado en la introducción de biocombustibles para el sector transporte, sin duda estos se podrían aprovechar más.
Los biocombustibles son combustibles derivados de aceites vegetales, como las semillas del maíz o la palma, o biomasas ricas en azúcares, como la caña de azúcar o incluso las remolachas.
En Colombia se produce bioetanol a partir de la caña de azúcar, y biodiesel derivado del aceite de palma. En el país existen 11 plantas operativas de producción de biodiesel en Magdalena, Atlántico, Cesar, Santander, Antioquia, Cundinamarca y Meta, y para la producción de bioetanol en Risaralda, Valle del Cauca, Meta y Cauca.
El biodiésel se usa principalmente como mezcla con el ACPM, en una proporción de 10 por ciento, y el bioetanol se mezcla con gasolina, también en esta proporción, luego de que en febrero de este año se incrementó ese porcentaje de mezcla que antes estaba en 7 por ciento.
Según Fedebiocombustibles, el gremio que representa a este sector, el país vendió 700.000 toneladas de biodiésel en 2023, un crecimiento de 2 por ciento respecto al 2022, mientras que las ventas de etanol alcanzaron los 81 millones de galones.
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“Por su contenido bajo en azufre, los biocombustibles ayudan a disminuir el material particulado de los vehículos, contribuyendo así a una mejor calidad del aire y a mejorar la salud pública de los colombianos porque no contienen azufre ni hidrocarburos aromáticos en su composición química”, explicó Carolina Rojas Hayes, presidente ejecutiva de Fedebiocombustibles.
Además, según señala el gremio, este tipo de combustibles tienen el potencial dentro de la transición energética de todo el sector transporte, incluyendo la aviación, por medio de la producción del combustible de aviación sostenible, conocido como SAF. Incluso la Federación Nacional de Cultivadores de Palma de Aceite (Fedepalma) asegura que el país tiene potencial para exportar biocombustible para aviones a partir del aceite de palma.
De azúcar a energía
Los ingenios azucareros son los productores de etanol en Colombia. La caña de azúcar se lleva a las fábricas y se muele para que salgan un jugo y el bagazo, la fibra que tiene la caña. Riopaila, por ejemplo, lleva 106 años produciendo azúcar. Hace nueve entró en el negocio de generación de alcohol carburante o etanol.
“Ahí empieza la generación de energía verde, a partir del combustible que es el bagazo. Nos hemos vuelto autosuficientes en energía. Producimos energía para todo nuestro proceso, pero también estamos generando excedentes que hoy estamos poniendo en la red eléctrica”, explica Luisa Barona, gerente de operaciones de Riopaila Castilla. El bagazo se quema en calderas y, en el proceso, el vapor que se genera también se usa para mover turbinas y producir energía.
Barona, sin embargo, reconoce que en Colombia la mayoría de la energía se obtiene de fuentes hidráulicas y que “la capacidad de energía proveniente de otras fuentes no basta para suplir la generación hidráulica. Siempre vamos a estar expuestos a condiciones como la del fenómeno de El Niño. A una situación de escasez de agua y a precios de escasez de energía”.
Según la ejecutiva de la empresa, la energía que entrega Riopaila al sistema cubre la prestación equivalente al servicio que consumen 80.000 colombianos por día. “Las energías renovables están creciendo en Colombia, pero aún no tienen una participación relevante”, dice Barona.
Si son tan buenos, ¿por qué no se usan más?
A pesar de la capacidad de generación de energía eléctrica, que aún es muy limitada, la utilidad de los biocombustibles está en primera instancia en el sector transporte. El país se ha comprometido a reducir en 40 por ciento sus emisiones de gases de efecto invernadero a 2023. Para lograrlo, se busca avanzar, entre otras cosas, en la electrificación del parque automotor, y alcanzar para ese entonces los 600.000 vehículos eléctricos.
En la actualidad, según cifras de la Asociación Nacional de Movilidad Sostenible (Andemos), hay solo 101.530 vehículos, entre híbridos y eléctricos registrados en Colombia. De esos, 13.118 son vehículos eléctricos y 88.412 híbridos. Es decir, alrededor del 17 por ciento de la meta.
Oliverio García, presidente de Andemos, reconoce que, a pesar de la tendencia global hacia vehículos que no son de combustión, “en Colombia estamos aún muy lejos, y no vemos políticas claras del gobierno para el desarrollo de una infraestructura de carga pública”. Por eso, dice García, se están mirando alternativas de descarbonización diferentes, como el gas natural y los biocombustibles.
En países como Brasil, por ejemplo, el porcentaje de mezcla de etanol que maneja la gasolina está por encima del 20 por ciento. Aunque en Colombia se aumentó recientemente la fórmula, García dice que el problema va más allá. Tiene que ver con la capacidad de producción.
“En el país tenemos seis o siete destiladoras produciendo etanol. La norma establece que debemos tener una mezcla de 10 por ciento de etanol, pero no estamos llegando siquiera a ese porcentaje. Incluso con las plantas produciendo a tope, no llegamos a lo que dice la mezcla”, dice. El país tiene dos opciones: aumentar la producción o importar etanol, que en ambos casos podría resultar más costoso.
A esto se suma otro problema: los motores viejos no aguantan este tipo de combustibles. Según García, la flota de vehículos en el país es obsoleta, y la edad promedio del parque automotor está llegando a 18 años. Por esta razón, optimizar las mezclas de combustibles con biocombustibles debe completarse con la modernización de los automóviles que ruedan por el país. Aunque hay opciones con mezclas voluntarias concentradas, aún falta desarrollarlas.
El otro problema que perciben algunos expertos es que este sector necesita una regulación más robusta para impulsar el crecimiento de estos combustibles. “Es crucial desarrollar un marco legal sólido que atraiga inversiones y no comprometa la protección ambiental ni la seguridad alimentaria. La masificación de los biocombustibles depende de la implementación de incentivos fiscales y financieros que los hagan más competitivos, así como de la adaptación de la infraestructura para garantizar su disponibilidad en todo el país”, aseguró Fabio Ardila, codirector de la práctica de energía en la firma Cuatrecasas.
Más allá del potencial de este tipo de energéticos, y de que se puedan usar para reducir las emisiones en el sector transporte o para generar energía en su proceso de elaboración, al país le falta mucho para garantizar una mayor sostenibilidad con este tipo de combustibles. El potencial y las intenciones están, pero persisten retos técnicos, económicos y sociales para masificarlos.