
¿Por qué Colombia es tan desigual?
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El economista Eduardo Lora analiza, en exclusiva para CAMBIO, por qué el sistema político colombiano reproduce la desigualdad.
Por: Eduardo Lora

Continuamente surgen en el escenario político colombiano nuevos personajes, nuevos partidos y nuevas propuestas ideológicas. Sin embargo, la democracia no logra reducir las grandes desigualdades económicas y sociales. En forma persistente, año tras año, Colombia aparece como uno de los países con mayor desigualdad del ingreso. El Gini de la concentración del ingreso en 2023 fue 53,6, un nivel realmente alarmante para un país democrático de ingreso medio.
Más del 80% del electorado colombiano dice estar a favor de políticas que ayuden a reducir la desigualdad. ¿Por qué ese apoyo no se traduce en impuestos más progresivos, en gastos públicos más enfocados en los pobres y, en general, en políticas económicas y sociales más favorables para quienes están en las escalas más bajas de ingreso?
Ni siquiera en el gobierno izquierdista de Gustavo Petro, que declaró desde un principio su intención redistributiva, ha ocurrido un cambio notable en la forma como se distribuye el ingreso entre la ciudad y el campo, entre el capital y el trabajo o entre los trabajadores de distintos niveles de educación. De hecho, el gobierno ni siquiera ha logrado su objetivo más modesto (y difícil de justificar) de favorecer a los trabajadores asalariados estables por encima de los demás trabajadores.
Si algo ha hecho en forma consistente el sistema político colombiano es reproducir los patrones de concentración del ingreso, a pesar de los clamores del electorado por una mejor repartición de los resultados del desarrollo económico. ¿Cómo se explica tal cosa?
Una explicación es que el Estado carece de las capacidades para recaudar los impuestos y para ejecutar en forma eficiente los gastos con mayor capacidad redistributiva. Pero esta hipótesis es débil porque el recaudo tributario y el gasto social han aumentado en forma realmente notables desde la Constitución de 1991, sin que ello se haya traducido en mejoras sustanciales en la distribución del ingreso. Es cierto que el aumento del gasto social ha tenido un efecto progresivo, sobre todo gracias a la mayor cobertura de los servicios de salud y educación públicas. Pero las mayores coberturas de estos servicios no han llevado a aumentos semejantes en las remuneraciones de los trabajadores. De hecho, a mayores niveles de educación, más amplias las desigualdades de ingreso y mayores las frustraciones laborales.
Hay al menos dos explicaciones alternativas que tienen más sustento. Una es que el sistema político reproduce unas relaciones de poder sistemáticamente sesgadas a favor de los más favorecidos. Para poner a prueba esta hipótesis, tres investigadores (Fergusson, Robinson y Torres, 2025) analizaron si el desempeño de los municipios colombianos en los que fueron elegidos nuevos políticos fue distinto del de los municipios donde no hubo renovación política. ¿Fueron capaces de implementar mejores políticas los alcaldes nuevos, especialmente en aquellos municipios más agobiados por las desigualdades? O, al contrario, ¿fue en estos municipios donde menos cambios se observaron debido a las relaciones de poder existentes?
Como lo sospechaban los investigadores, se encontró que en los municipios con mayores niveles iniciales de desigualdad, las élites tienen más capacidad para que las decisiones políticas los favorezcan a ellos, y no a los electores más necesitados. En esos lugares están más arraigados el clientelismo y la corrupción política, ya que las élites se esfuerzan más por garantizar que sus intereses no se vean amenazados. Además, en esos municipios, las élites ejercen mayor influencia sobre el aparato local de administración y socavan su desempeño, gracias a lo cual consiguen bloquear la implementación de políticas redistributivas. Y, en esos municipios, la alta desigualdad también afecta las postulaciones para los cargos políticos, ya que los políticos con plataformas más radicales tienen pocas posibilidades de ganar frente a los intereses y el poder arraigados de la élite. Así, los sistemas políticos locales reproducen los sesgos de poder y las consecuentes desigualdades.
La segunda explicación, totalmente compatible con la anterior, es que la debilidad y fragmentación de los partidos políticos (tanto a nivel nacional como local) impide la coordinación entre los partidos favorables a la redistribución y favorece el statu quo (Lupu, 2025). Colombia es un caso extremo de debilidad y fragmentación de los partidos, que incentiva mucho el voto personal a costa de la disciplina y jerarquización interna de los partidos. Como la desigualdad es terreno fértil para el populismo y el clientelismo, se crea un círculo vicioso en el que las desigualdades persisten junto con el statu quo.
Cuando hay muchos partidos representados en el Congreso, tienen pocas posibilidades las políticas universales de seguridad y protección social, ya que cada partido prefiere utilizar su limitado poder para lograr concesiones favorables para sus propios electores, más que para el conjunto de las clases desfavorecidas. Así quedan bloqueados en la práctica los intentos de reforma estructural de la legislación laboral, por ejemplo. Y se abren paso reformas que erosionan los sistemas de cobertura más amplia, como las transferencias condicionadas para los pobres o la seguridad social en salud de acceso prácticamente universal, sistemas que existían antes del gobierno de izquierda de Gustavo Petro.
Por estos canales, y quizás muchos otros, el sistema político colombiano reproduce las desigualdades, en contra de lo que desearían los electores. Eso refuerza los sentimientos adversos al sistema político, erosionando las bases mismas de la democracia.
