Daniel Samper Ospina
22 Enero 2022

Daniel Samper Ospina

Mi secreto mejor guardado

La elegancia de la prosa con que ofrecen la chiva no es, de ninguna manera, para mitigar la culpa de publicarla (cuando ya nadie va a enfurecerse), claro que no: es florida por contagio.

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Pensé que había sido un grave error haberme sometido a una operación de vasectomía, cuando cayó a mis manos la crónica de Gustavo Tatis Guerra, publicada por El Universal, en la que se nos informaba que García Márquez había tenido, ya no digamos una hija por fuera del matrimonio, porque dicho así suena simple e injusto, sino una cineasta con una “profunda y coherente visión social, ética y estética del cine”, ganadora de más de quince premios, que “heredó las cejas negrísimas de su padre, y la mirada profunda de quien atraviesa las cosas con solo mirarlas” y que, “como parte de la estirpe de los García Márquez, ha venido a este mundo a contar historias”. El nobel la tuvo a una edad, comillas, “otoñal”, pongámosle a sus 62 añitos, y uno de sus biógrafos, Dasso Saldívar, encargó al cronista Tatis de que contara la noticia, acaso porque solo él podía presentar aquel hecho mágico con una prosa semejante a la de Gabo, y a la de su hija: natural. 

En su crónica, entonces, titulada “El secreto mejor guardado de Gabriel García Márquez”, Tatis relata de manera hermosa el momento en que, muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el mismo Saldívar tuvo, comillas, “el privilegio de conocer por primera vez la fotografía conmovedora de la niña sentada en las piernas de Gabo” y él mismo se preguntó, comillas, “¿quién era esa niña que miraba el brillo de los ojos de ese hombre otoñal?”. Supo entonces que era hija del nobel y, como le confiesa a Tatis, comillas, “La sonrisa de felicidad que tiene Gabo con su niña en las piernas ¡no la olvidaré mientras viva!”.

Qué hermoso todo; quién pudiera tener un recuerdo tan bello como el de haber observado la foto de Gabo con su hijita extramatrimonial. La elegancia de la prosa con que ofrecen la chiva no es, de ninguna manera, para mitigar la culpa de publicarla (cuando ya nadie va a enfurecerse), claro que no: es florida por contagio, porque quien ama la prosa de García Márquez —la prosa y la vida, se entiende— se embadurna de una destreza literaria gracias a la cual puede permitirse párrafos como este: “García Márquez, el genio literario más grande de Colombia ante el mundo, está ya por encima del bien y del mal, y todo lo que hoy pueda revelarse de él solo reconfirma su espléndida humanidad y su infinita grandeza que se agiganta cada vez en el universo, más allá de su muerte”. 

En el artículo comentaba además que la niña no reclamó el apellido pero que, aún así, con gran generosidad, el nobel “le dio una casa en una zona muy bonita y un coche” para que todo marchara sobre ruedas.

Hace unos meses me sometí a una operación de vasectomía temeroso de que mi estirpe fuera condenada nuevamente a cien años de soledad. 
Al comienzo no le paraba bolas al asunto: literalmente. Me parecía un ejercicio estéril: en todos los sentidos. Pero el gobierno de los cacerolazos me hizo pensar en huevos de todo tipo y llegué a la conclusión de que seguir trayendo hijos a Polombia sería una infinita tragedia para ellos. Miren nada más las noticias de esta semana: un tipo mata a su hermano y a su mamá para poder heredarles la fortuna, y mientras confiesa el crimen se compromete a no volverlo a hacer: si alguien quiere adoptarlo, puede estar tranquilo. Ingrid Betancourt se lanza a la presidencia, en palabras suyas, comillas, “por amor, me lanzo por amor”, con lo cual ya hay siete precandidatos de la coalición de centro, todos con un dígito de aceptación: si consiguen llegar a 51 candidatos del mismo tamaño, y logran una simbiosis, ganarán en primera vuelta. Juan Manuel Galán, entonces, propone que solo queden tres: ¿qué tal si son tres que no tengan el apellido Galán, para que emocionen? El alcalde de Cartagena grita que los entes de control, comillas, “no hacen un culo”. Aída Merlano promete cantar contra Arturito Char, el senador cantante: qué paradoja. Circula un video de Álvaro Uribe en que de nuevo conversa con una estatua pero, en una segunda mirada, se descubre que la estatua es Oscar Iván Zuluaga. El parapolítico Benito Osorio habla en la JEP y deja a José Felix Lafaurie con más manchas que una vaca Holstein. Estallan en simultánea dos escándalos de consejeros presidenciales que conseguían contratos para sus esposas. Capturan a la presidenta del concejo de Cartagena con cocaína y armas. ¿Quién, pues, en su sano juicio, quisiera traer hijos a la espesa realidad que nos consume?

Sin embargo, leer la prosa de la noticia de Gabo me llenó de un tardío arrepentimiento quirúrgico. Qué daría yo por llegar a ser un viejo otoñal que se permite un desliz para que lo narre Gustavo Tatis en un informe cargado de brillo literario. “Lo secreto no puede perder el sentido profundo de lo humano. El corazón de un hombre y el corazón de una mujer. La delicada intimidad de un genio como el youtuber de 60 (o de 61)”, diría para orgullo del mundillo de la creación digital.  

Le comenté a mi mujer que me habría encantado “reconfirmar mi espléndida humanidad y mi infinita grandeza, que se agiganta cada vez en el universo” con una hija por fuera del matrimonio, a la que comedidamente le daría un carrito Corsa y un apartaestudio en Chapinero Alto, pero por poco me repite la operación de vasectomía: me dijo que, así me hubiera ganado el Nobel o el India Catalina, y tuviera una red de biógrafos lambones que me ensalzaran los secretos como si fuera un papa, si descubriera que tengo una hija por fuera del matrimonio, bien podía buscarme otra familia. Quizás la del hermano del peluquero, ahora que quedó solo y se comprometió a no volver a matar a los suyos; o alguna consejera de Palacio que fuera capaz de conseguirme un par de contratos. 

Se lo comenté a mi esposa pero, como Gabo con su china, no me quiso responder. Y me sentí el resto de la tarde hablando con una estatua, como Uribe en su decrepitud, en pleno, comillas, “otoño del patriarca”.
 

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