Jesús Abad Colorado, el fotógrafo que capturó con su lente el dolor del conflicto
24 Noviembre 2024 03:11 am

Jesús Abad Colorado, el fotógrafo que capturó con su lente el dolor del conflicto

Jesús Abad Colorado

Crédito: FUNDACIÓN GABO

Galardonado con el ‘Gran Premio Simón Bolívar a la vida y obra de un periodista’, ha dedicado más de tres décadas a documentar las heridas abiertas de un conflicto que aún persiste. Perfil.

Por: Armando Neira

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Aunque Jesús Abad Colorado sabía que en la noche de este martes le entregarían el ‘Gran Premio Simón Bolívar a la vida y obra de un periodista’, no preparó un discurso escrito. “Soy un narrador oral”, dice.

Es cierto. Uno de los mejores fotógrafos de la historia de Colombia es también hábil con la palabra y, sobre todo, con los silencios, que a veces son las herramientas más poderosas de comunicación.

FOTO DE JESÚS ABAD COLORADO

Ha cultivado esa virtud con las vivencias de su trabajo, como cuando llegó a la masacre de Bojayá, en el departamento del Chocó, en la primera semana de mayo de 2002. Las Farc habían lanzado cilindros bomba contra los paramilitares, pero explotaron en la iglesia donde se refugiaba la población civil. Dentro del templo hubo 79 muertos, incluidos 47 niños, en una población de apenas 1.100 habitantes.

Allí, Abad Colorado presenció cómo los sobrevivientes encendían cigarrillos para disimular el olor de los cadáveres. Ante la falta de guantes en el puesto de salud, improvisaron unos con bolsas plásticas, sujetándolas a las muñecas con cabuyas. Luego, trasladaron los cuerpos a las canoas, que comenzaron un desfile por las aguas del Atrato.

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En las orillas, las mujeres miraban con miedo; los hombres que realizaban la tarea se mareaban, mientras los guerrilleros vigilaban en silencio desde la distancia. El cementerio estaba anegado, por lo que debieron sepultar a las víctimas cinco kilómetros más arriba, en una fosa común, bajo un torrencial aguacero.

No pudieron ofrecer una misa ni derramar una lágrima, por temor a que los actores armados los acusaran de lamentar la muerte de un enemigo.

En un escenario como este, ¿qué decir? ¿Qué preguntar? “Las palabras sobran”, dice. “Esas personas le cuentan a uno todo con una mirada”.

FOTO DE JESÚS ABAD COLORADO

Él tomó las fotos de la recolección de los cuerpos, de los restos de las víctimas y de la fosa común, un solo espacio en donde depositaron todos los cadáveres. Sin embargo, jamás las mostró: las guardó solo para sus ojos. 

La que sí publicó fue la del Cristo mutilado de Bojayá, que se convirtió en un símbolo “de la tragedia que han vivido las víctimas de este país”, cuenta.

Había vivido una situación similar en octubre de 1998 en Machuca, Antioquia, cuando el Ejército de Liberación Nacional (ELN) voló un oleoducto causando un derrame de petróleo en el río Pocuné. Sus aguas, convertidas en llamas, alcanzaron las viviendas de la ribera y las personas murieron devoradas por el fuego. Otros habitantes intentaron escapar arrojándose al río, pero desaparecieron. 

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En esa ocasión, la población reunió en la iglesia de Machuca a 35 personas que quedaron calcinadas; el resto de víctimas se fueron muriendo lentamente -algunas agonizaron durante semanas- hasta completar 84. Fallecieron en hospitales de pueblos, unos cercanos, otros distantes, porque no había cupo para una tragedia así.

Con excepción de una fotografía que salió en la primera plana de El Colombiano, las demás tampoco las mostró. Están guardadas, inéditas. “Por respeto a la memoria de las víctimas”, explica.

Pero, ¿cómo hace un periodista que se ha consagrado por mostrar lo sucedido y guardarse esas imágenes para sí? “Porque son imágenes que hieren el oficio de mis ojos”, responde.

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Y explica: “Cuando digo que busco generar reflexión y no más odio o sed de venganza, pienso en todas las fotografías conocidas y también en las no publicadas. En mi archivo fotográfico, poco conocido, hay muchas imágenes que no muestro porque afectan profundamente mi oficio y mi sensibilidad. Como sociedad, no comprendemos la crueldad extrema con la que actúan quienes participan en la guerra, tragedias que muchas veces justifican sin asomo de vergüenza llamándolas ‘daños colaterales’”.

Asegura que no se refiere solo a quienes aprietan el gatillo, sino también a quienes son cómplices y dan las órdenes. “La mayoría de las fotografías de Bojayá, Machuca y San José de Apartadó, cuando el 21 de febrero de 2005 integrantes del Ejército y los paramilitares de las AUC asesinaron a ocho personas de dos familias campesinas, en las que adultos y niños fueron degollados y descuartizados, se han quedado guardadas sin mostrar”, revela.

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Cuenta que de estos tres hechos no ha publicado imágenes en libros o exposiciones. “Lo hago por respeto a la dignidad y memoria de las víctimas y sus familias. No puedo imaginar lo que pasaría con esas imágenes si llegaran a manos inescrupulosas de quienes, buscan ‘likes’ y más seguidores, de quienes generan contenidos de odio desde las redes sociales”.

“Tengo el derecho de exigir que nadie se apropie de mi trabajo fotográfico y documental, o del de mis colegas, para intereses individuales, electorales o politiqueros, porque con su mezquindad nos utilizan”, argumenta.

A pesar de estos horrores, “Chucho”, como le dice quienes lo quieren, encuentra jirones de belleza, algo “hermoso entre tanto dolor”. Entonces, menciona la sonoridad de los nombres de los lugares donde ha pasado la mayor parte de su vida: San José de Apartadó, El Aro, Mapiripán, Granada, Bahía Portete, El Tigre, Jambaló, Mampuján, entre otros. “Y San Carlos donde fui secuestrado en 1997”.

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Es comunicador social de la Universidad de Antioquia y fue reportero gráfico de El Colombiano. Desde 2001 trabaja como fotoperiodista independiente. Con su morral y una pequeña cámara, que utiliza en modo manual, se adentra en la selva. “Me dicen que soy el dinosaurio de la fotografía”, comenta.

“La evolución tecnológica en fotografía es fantástica, pero prefiero trabajar de manera manual. Cada foto debe reflejar el alma, el pensamiento, la idea de la escena que estoy captando, y la dignidad de los personajes, incluso en su dolor. Yo no busco la perversidad, sino el humanismo”, afirma. “En cada imagen están mis pulsaciones”.

En un país de comandantes, capos y jefes, él prefiere centrar su lente en las víctimas. Por eso, jamás exhibe imágenes de generales o líderes armados. Solo retrata a los combatientes rasos y a los civiles, porque, según dice, “ellos también, a su manera, son víctimas”.

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Por esta razón, el periodista que ha documentado como ningún otro el conflicto armado colombiano, no estuvo presente en La Habana ni en Cartagena cuando el presidente Juan Manuel Santos estrechó la mano de Rodrigo Londoño, número uno de las Farc, al firmar el Acuerdo de Paz hace ocho años.

Sin embargo, durante este tiempo tampoco ha podido fotografiar como quisiera la lentitud en la implementación del acuerdo, los asesinatos de firmantes y de líderes sociales, los problemas de las zonas PDET. Dos operaciones —de rodilla y hombro— lo obligaron a hacer una pausa prolongada.

Este tiempo, no obstante, le permitió disfrutar de un pedacito de naturaleza tranquila en una casita de campo en donde ahora vive, lejos de los ecos de la confrontación armada.

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Como señaló el jurado que le otorgó el premio, él tiene mucho barro bajo sus zapatos y kilómetros de trocha recorridos a pie, en mula, chiva o jeep, para llegar a lugares marcados por el dolor y la zozobra. Por chaleco antibalas, lleva siempre la bendición de sus padres, según ha dicho.

Su archivo, construido minuciosamente, es una síntesis del conflicto armado, pero sobre todo un homenaje a la vida de las comunidades y sus territorios desde una perspectiva humanitaria.

En 2015, publicó Mirar de la vida profunda junto a la curadora Carolina Ponce de León. En 2019, ganó el Reconocimiento a la Excelencia del Premio Gabo.

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Durante su discurso al recibir este premio, contó cómo la violencia también ha marcado su historia familiar. Relató el asesinato de su abuelo y su tío en 1960 por motivos políticos, la muerte de su abuela de pena moral, y la desaparición o asesinato de otros familiares en diversas regiones del país.

A pesar de esta tragedia, su familia siempre prefirió sembrar amor en lugar de odio, sabiendo que este último se propaga como el fuego.

En mi casa, en la calle y en la escuela, aprendí a amar al prójimo y a buscar la verdad como buen periodista, a mirarme en el espejo de un país roto por tanta violencia, que necesita reconocerse desde la dignidad, la esperanza y la belleza de tantos rostros que cada día se levantan a sembrar y a poner un ladrillo para reconstruir una casa llamada Colombia”, dice.

FOTO DE JESÚS ABAD COLORADO

En 2022 presentó El Testigo, una compilación de cuatro tomos con más de 700 fotografías que reúnen el trabajo de toda su vida. 

Su exposición El Testigo, que se presentó en el Claustro de San Agustín, de Bogotá, junto a la Casa de Nariño, compuesta por 500 de sus fotografías, fue visitada por 900.000 personas solo en el primer año. La muestra duró cinco años incluyendo la interrupción por la pandemia. Muchos se paraban frente a las imágenes y lloraban en silencio.

FOTO DE JESÚS ABAD COLORADO

Además, es protagonista del documental El Testigo: Caín y Abel, dirigido por la británica Kate Horne y disponible en Netflix. En esta obra, lo acompañan a los lugares donde fotografió masacres y desplazamientos, mostrando la barbarie de las últimas décadas. 

Una persona que ha visto tantas imágenes, ¿cuáles guarda en su memoria? “Yo vuelvo a los sitios en donde hice mis trabajos para hallar otras realidades porque me gusta conservar las imágenes de la resistencia, la esperanza, la de nuestra tierra que se levanta a pesar del dolor -explica-. Tenemos que mirarnos donde están también la belleza, la dignidad”.

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Hoy, Jesús Abad Colorado celebra el premio con su madre, doña Josefa López, de 93 años, quien lo acompañó a la ceremonia. “Dios mío bendito, gracias por escuchar mis oraciones”, dice ella, agradecida de haberlo visto regresar sano y salvo tras tantas décadas documentando la guerra. 

¿Al hacer un balance de su carrera y mirar atrás, qué queda? “Con mi trabajo periodístico siempre he buscado aportar en la búsqueda de la verdad y la justicia, en la educación y en la construcción de paz, para que tanta barbarie no se repita”, responde.

¿Tanta violencia vista deja huellas en la cabeza? “Puede ser. Pero me lleno de sosiego, paz y alegría, cuando me miro en los ojos de mis dos hijos Santiago y Manuela”. Es lo más bello que han visto los ojos del mejor fotógrafo del país.
 

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