
Esta mujer de 77 años es la guardiana de las semillas de los colombianos
María Lilia Jiménez Ríos en su casa en la zona rural de Gachancipá, Cundinamarca.
Crédito: ARMANDO NEIRA
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María Lilia Jiménez Ríos es una campesina que hoy ostenta uno de los títulos más importantes para la soberanía alimentaria de los colombianos. "La felicidad es ver crecer una planta que nos da alimentos", dice la mujer que cuida las semillas nativas de nuestro país.
Por: Armando Neira

María Lilia Jiménez Ríos tiene 77 años, una rústica casa, una huerta de 90 metros cuadrados, un par de muebles de mediados del siglo pasado y una riqueza que dice es incalculable: “¿Cuánto pueden valer los conocimientos para comer bien?”, pregunta. “Eso no tiene precio”, responde.
Ella tiene el título de guardiana de semillas nativas. Cuida, cultiva y distribuye semillas criollas de su territorio: la vereda de San José, la más alejada y también la más grande de Gachancipá, Cundinamarca, fundada en 1612. El nombre del fundador se ha perdido en la memoria de los ancestros.
María Lilia nació en esta misma casa, muchos años antes del asesinato de Jorge Eliécer Gaitán. A pesar de que los tres disparos contra el caudillo liberal, cuando el reloj de la torre de la iglesia de San Francisco, en el centro de Bogotá, marcaba la 1:05 de la tarde de ese 9 de abril de 1948, sacudieron al país entero, ella recuerda que tuvo una infancia feliz.
Cocinar en el fogón de tres piedras
De hecho, hoy, cuando prepara la comida, siente que el aroma la transporta a la cocina, junto con sus padres, Emilia y Juan Francisco, y sus dos hermanos, Gregorio y Yolanda. Allí estaban también sus abuelas, Elvira y Tránsito, quienes se turnaban para tomarla en el regazo y sentarse al lado del fogón de tres piedras, fuego improvisado con piedras dispuestas en forma triangular para acomodar la leña.
“Las abuelas me enseñaron a escoger bien la leña, la que prende bien. La metíamos, y esa llama iluminaba todo”, recuerda.
Le encantaba ver cómo hervía el maíz. “El maíz tiene un valor muy especial para mí. Es un producto ancestral, cultivado desde tiempos de los indígenas. Aunque hoy día se cultiva menos, sigue siendo fundamental de nuestra alimentación. Antes se cultivaba en grandes cantidades, pero ahora la gente ha dejado de hacerlo porque lo importan”, cuenta.
Y, claro, el fríjol, que, según ella, era otro de los principales alimentos en la dieta de las culturas indígenas. También la preciada papa, de la cual tiene hoy sembradas seis variedades.
Su trabajo es cuidarlas. No sólo porque estén en peligro de desaparecer, sino porque, con el desarrollo tecnológico, las poderosas empresas de la industria alimentaria se apropian de sus componentes y terminan haciendo productos procesados que no solo “no saben bien, sino que no le dan al cuerpo lo que necesita para vivir”.
Una riqueza en riesgo
En un artículo titulado Red de Guardianes de Semillas de Vida Colombia: ‘Sembrando para el Futuro’, se menciona que los Andes ecuatoriales –Colombia, Ecuador y Perú– han sido reconocidos como un foco de biodiversidad de gran importancia para la alimentación, al ser el centro de origen y crianza de semillas como fríjol, arracacha, tomate, choco, batata, lulo, calabaza, entre muchas otras.
“Sin embargo, esta biodiversidad se pierde rápidamente. Hace menos de un siglo, en las chagras se contaban más de 100 variedades de semillas y productos diferentes para el consumo tanto animal como humano. Hoy, los productores se concentran en dos o tres cultivos”, dice el texto.
En la agricultura tradicional no se usaban agroquímicos, los productos eran saludables, y la semilla se mantenía por evolución y domesticación natural.
Sin embargo, esta ha sido casi desplazada por la agricultura agroquímica. Los productos agrícolas ahora contienen insumos tóxicos peligrosos para la salud, y las semillas han salido de su contexto natural para ser producidas en laboratorios, con precios de mercado y restricciones en su utilización, agrega el informe.
El anuncio se hizo durante el foro 'TIRFAA: Una Herramienta para Avanzar en la Implementación de los Objetivos del Convenio sobre la Diversidad Biológica'.
En ese momento, la ministra de Agricultura y Desarrollo Rural, Martha Carvajalino, dijo: “Reafirmar la adhesión al TIRFAA significa para Colombia consolidar la Reforma Agraria, porque no sólo se trata de distribuir la tierra de manera equitativa y justa, sino de distribuir ese recurso valioso que es la semilla. Nuestros campesinos y campesinas, y las poblaciones étnicas, conocen el valor de la semilla, y por eso han sabido conservarlas y darles un uso sostenible”.
Las semillas, base de la biodiversidad
El tratado fomenta el desarrollo de la economía campesina y familiar, promoviendo la investigación colaborativa entre las comunidades indígenas y los centros de investigación.
“Este tratado es esencial para proteger y fomentar el intercambio de semillas, las cuales son la base de la biodiversidad agrícola y la seguridad alimentaria. Además, garantiza que las comunidades custodias de sus semillas participen activamente en la construcción de sistemas agrícolas sostenibles y resilientes”, dijo en la capital del Valle Jorge Mario Díaz, director ejecutivo de Agrosavia, entidad de Ciencia, Tecnología e Innovación, que contribuye al cambio técnico para mejorar la productividad y competitividad de la agricultura nacional.
Eso es lo que hace doña María Lilia. Ella guarda como su mayor tesoro las semillas nativas, las cuida, las conserva y las siembra en su tierra, un pequeño huerto junto a su casa, a 2.700 metros de altura, donde la sinfonía de los pájaros al amanecer y el croar de las ranas al atardecer la acompañan.
A ella le encantan los copetones, mirlas blancas, torcazas y colibríes que vuelan a diario. El olor a tierra fresca le da alegría.
Su tarea fue conocida por organizaciones que se dedican a proteger los saberes ancestrales. Así, con la voz a voz, recibió una invitación para ir a Restrepo, Meta, un lugar que para ella es “muy cosmopolita”.
Viajó con sus semillas de variados colores. “Me aplaudieron, me nombraron Guardiana de Semillas. Llevé mi parte de semillas, y allá también me dieron algunas”, recuerda.
Ante los observadores, contó que venía de tierras frías, donde cultivaba maíz, haba, fríjol, arveja, papa y quinua. Le dieron un diploma que simboliza su estatus.
Los pinos, una especie que amenaza
“Ser Guardiana de Semillas significa cuidar las semillas antiguas. No uso las semillas comerciales, porque las empresas venden semillas que sólo dan una cosecha, y luego hay que volver a comprarlas. En cambio, con las semillas nativas, uno escoge la mejor, la guarda y la cultiva nuevamente. Así se mantienen las semillas, y si sembramos maíz en tierras bajas, hay que llevarlas a zonas altas donde el clima favorezca su crecimiento. Se rotan y siguen dando buenos frutos”, explica.
Pero no todo es fácil. Ahora tiene temor. Desde su casa se ven las montañas sembradas de pino, desde las cúspides hasta buena parte de las faldas del paisaje geográfico.
“Antes el páramo era muy bonito. Un señor sembró pino para negocio, pero esa es una planta que no solo no es de aquí, sino que necesita mucha agua. Por eso las fuentes de los ríos se secaron, y ahora lo que teníamos en abundancia escasea”, explica.
Se muestra preocupada, no por ella, sino por los niños y jóvenes de este país. “Mi hija se llama Yadira, y a ella le he enseñado el valor de comer bien, pero ¿cómo harán ahora todos esos muchachitos que podrían llegar a crecer sin agua y sin buena comida?”
Ella sabe mucho sobre el cambio climático, sin necesidad de estudiarlo en internet o en densos tratados. Sencillamente, lo vive a diario. Lo ha visto aceleradamente con el paso de su vida.
Recuerda que, en su adolescencia, sus padres la cubrían toda para salir a ordeñar, a sembrar y a recoger las cosechas. “Ya no es así. Ahora el sol es inclemente. Lo quema todo y eleva las temperaturas. Aquí a veces esto quema. Antes nos llevaban a los ríos a bañarnos, aquí no más, a la vuelta, pero ya se secaron”, cuenta.
Y después de días de sol ardiente, sorprendentemente, caen granizadas. “Cuando cae granizo, se queman las cosechas, los árboles pierden las hojas y se pierde mucho, ya que la cosecha no da más, y los pastos se destruyen, lo que afecta al ganado”, dice.
Eso le da tristeza, un sentimiento que a veces se cruza con la nostalgia. Aquellos días y noches de hace más de medio siglo, cuando con su familia hacían arepas, envueltos, sopas, almojábanas, chicha, masato. Alimentos que ella prepara con primor, siempre muy agradecida.
“La tierra es lo más valioso que uno puede tener, siempre y cuando la sepa cuidar. Hoy, las tierras se están deteriorando mucho debido al uso de químicos. Yo cultivo de manera orgánica, usando abonos naturales”, dice
El sabor de la Navidad
“Ahora, para Navidad, hago buñuelos con harina de maíz, como los hacía mi mamá y mis abuelas. Ellas nunca compraban masa para buñuelos; todo lo hacían con maíz y queso, porque el queso campesino se hace aquí en una buena tarde”.
A sus 77 años, se siente joven y fuerte. “Es por la comida”, dice. Y esos días perfectos, cuando las vacas dan buena leche, el sol la acaricia y suena la música carranguera de Jorge Velosa. La letra de la canción El rey pobre es un retrato de la fortuna que ella dice tener:
“Por corona tengo la cara del sol /
Y por capa una ruana sin cardar, /
Es mi cetro el cabo de mi azadón /
Y es mi trono una piedra de amolar”.
Ella es la reina en su santuario. En donde come lo que siembra. "Claro, si uno cultiva sanamente, se alimenta sanamente. Ahora la juventud no come cosas como la calabaza, la habichuela, las habas".
También teje, hace ruanas tupidas con lana de ovejas y, a pesar de las dificultades para salir adelante, dice que la vida debe ser más sencilla de lo que la gente cree. Y dice tener la clave para ser absolutamente feliz en la vida:
–La felicidad es tener la tierra, poder cultivar lo que uno come, y ver crecer una planta que nos da alimento–, concluye.
