
Daniel Mejía, un cineasta loco por la música
Daniel Mejía.
'1992' es una obra integral de Daniel Mejía, ya que él se encargó de la música, los videos y la parte gráfica. Es el resultado de un largo proceso que albergaba desde niño y que tomó forma cuando decidió que la música era tan importante en su vida como lo ha sido el cine y el video.
Por: Eduardo Arias

En una época en que lo habitual es que los músicos lancen canciones y las suban a todas las plataformas posibles, el músico y cineasta Daniel Mejía optó por lanzar un álbum al que tituló 1992, en el que reflexiona acerca del amor, el desamor, el paso del tiempo y los recuerdos, para lo cual evoca géneros musicales que oía en su casa durante su infancia como bolero, mariachi y bossa nova.
Los 90, una colaboración con la banda colombiana Armenia, es el tema que encapsula el contenido del álbum. Mejía vive entre Medellín y Nueva York y su trabajo fusiona la narrativa visual y musical. Ha dirigido videoclips para artistas latinoamericanos y como director ha estado a la cabeza de diversos proyectos de animación. En días pasados lo eligieron como miembro oficial de la International Academy of Television Arts & Sciences, entidad encargada de los Premios Emmy Internacionales.
Con respecto a 1992, dice que desde niño ha soñado con hacer música y construir un universo propio donde se crucen las canciones y las imágenes, el sonido y el cine: “Poder sacar este disco, dirigir mis propios videoclips, pensar en cada portada, en cada concepto, ha sido cumplir ese sueño. Y mi mayor motivación es seguir haciéndolo. Ese es el sueño. Y por ahora, lo estoy viviendo”. CAMBIO habló con él acerca de 1992 y de su trayectoria como músico y cineasta.
CAMBIO: ¿Cómo llegó usted a la música?
Daniel Mejía: Crecí con un piano en la casa, inventando melodías y sacando canciones a oído de todos los géneros. Pero, aunque cantaba desde niño, nadie lo sabía. Un profesor del colegio me sacó del coro diciendo que “no sabía cantar”, y eso me marcó. Durante años canté en silencio. No fue sino hasta que tenía 20 años y estaba estudiando cine fuera del país que empecé a perderle el miedo. Me encerraba a hacer trabajos de clase mientras cantaba karaoke. Grababa audios y se los mandaba a mi familia y amigos. Aunque la mayoría seguía diciéndome que no sabía cantar, algo dentro de mí seguía insistiendo.
CAMBIO: ¿Estudió música en algún momento?
D.M.: Sí. Cuando regresé a Colombia, comencé clases de canto. Entonces comencé a escribir canciones. La primera que lancé lo hice sin pretensiones comerciales. Se la escribí a mi esposa cuando éramos novios y un amigo, Diego Cáceres, pianista de The Mills, me ayudó a producir el demo para pedirle matrimonio. La invité a un restaurante, le canté la canción de sorpresa con la banda del lugar y le pedí que se casara conmigo. Esto fue en 2019. Luego, en 2020, murió un primo de ella y le hicimos juntos una canción en homenaje.
CAMBIO: ¿Y cuándo decidió lanzarse de verdad?
D.M.: Después de la pandemia, muchas cosas cambiaron. Para mí, una de ellas fue dejar de aplazar lo que realmente quería hacer. Así fue como en 2022 lancé mi primer sencillo oficial Ya no importa, impulsado por los sueños y por una época que había demostrado lo frágil que es la vida y lo rápido que pasa el tiempo. Creo que a muchos la pandemia nos cambió la forma de pensar. A mí me llevó a hacer música.
CAMBIO: ¿Y cómo se dedicó al cine, al audiovisual?
D.M.: Crecí con un piano, pero también con pinceles y colores. En el colegio, tuve un par de profesores apasionados por el cine que me inculcaron el amor por el séptimo arte. Comencé estudiando publicidad en Medellín, pero tenía el sueño de estudiar cine para contar historias distintas en Colombia, y así alejarnos de las películas y las series que hablaban de crímenes, corrupción y narcotráfico. Siempre he querido contar historias que inviten a soñar, que inspiren. Me encanta el realismo mágico.
CAMBIO: ¿Cómo fue su paso de la publicidad al cine?
D.M.: Al llevar casi dos años de pregrado en publicidad, me gané una beca y me fui a estudiar cine y televisión en Savannah College of Art and Design, SCAD, en Estados Unidos. Allí hice el cortometraje El despertar del artista como proyecto de grado, que ganó el premio a Mejor Corto Estudiantil en el Beverly Hills Film Festival de Los Ángeles en 2017. También estuvo nominado en la categoría de Nuevos Creadores del Festival de Cine de Cartagena de Indias en ese mismo año y participó en la categoría de Panorama del Festival de Cortos de Bogotá.
CAMBIO: Háblenos un poco de su trayectoria en el campo audiovisual.
D M.: He tenido el privilegio de trabajar como director para artistas como Mike Bahía y Carín León, Paula Arenas y Santiago Cruz, Providencia, entre otros. También, he dirigido comerciales para marcas como Éxito, Bancolombia y Pony Malta. He sido director en dos series animadas, Dapinty, una aventura musicolor, nominada a los premios Emmy Internacionales en la categoría Kids: Animation, y Los caramelokis, ganadora del premio Mejor Musicalización en los India Catalina 2024 y nominada a Mejor Producción Musical por ser una serie animada musical. En este momento me encuentro desarrollando dos proyectos, una serie documental que incorpora mi faceta musical y una serie de ficción que fue seleccionada por el Bogotá Audiovisual Market BAM de este año para hacer parte oficial del evento. También estoy en escritura de mi primera película.
CAMBIO: ¿Cómo ha hecho para repartir su tiempo entre dos oficios tan demandantes?
D.M.: Intento ver ambas profesiones como lenguajes que se complementan y no como dos oficios separados. Como director, la música me ha dado herramientas para expandir mi arte y entender la industria desde la perspectiva de cliente. Como cantautor, he podido liderar el proceso visual de mi proyecto y dirigir mis propios videoclips, ilustrar mis portadas, tomar muchas de mis fotografías y mantener una coherencia visual en todos los aspectos. Incluso, dirigí el cortometraje No quiero ser cruel basado en Cruel, una de mis canciones, buscando unir ambas carreras. Obviamente hay momentos en los que uno de los dos pide más atención, pero trato de organizarme por proyectos. Cuando estoy componiendo, me meto de lleno en el estudio, y cuando estoy dirigiendo, pienso en cómo integrar mi sensibilidad musical en lo visual. La clave ha sido entender que no tengo que escoger entre uno y otro.
CAMBIO: ¿Usted ve alguna diferencia en la que enfoca ambos oficios?
D.M.: Como director soy más metódico. Es lo que estudié, lo que tengo más estructurado. En cambio, la música me sale de un lugar más intuitivo. Es algo más visceral. Cojo el ukelele o el piano empiezo a tocar acordes y dejo que las canciones lleguen. Es un proceso que todavía me parece mágico. Hace poco un amigo del colegio, que hoy es director de orquesta en Viena, me recordó una conversación que tuvimos en clase de arte, cuando estábamos en dibujo libre. Me dijo que le quedó grabada para siempre. Aparentemente le dije que hacer canciones era muy fácil, que solo había que escucharlas en la cabeza, sentir cómo sonaban, ponerles las palabras y escribir la letra. Y aunque hoy entiendo que componer tiene muchas capas, la esencia sigue siendo esa. Así es como me llegan las canciones. Así lo sigo haciendo.
CAMBIO: ¿El proyecto 1992 nació de la música, de lo audiovisual o de ambas?
D.M.: 1992 nació principalmente de la música. Es la culminación de mi nacimiento musical y de ahí viene el nombre, pues nací el 11 de octubre de 1992. Por esto mismo el álbum tiene 11 canciones. Pero, aunque todo comenzó con la música, el proyecto se convirtió también en una excusa para seguir explorando mi carrera audiovisual desde un lugar personal, marcado por las limitaciones y libertades de trabajar de forma independiente.
CAMBIO: ¿A qué se refiere usted con limitaciones y libertades?
D.M.: Tuve que aprender a ser recursivo con mis ideas, pero intentando mantener mis ambiciones de artista. Con cada canción quise experimentar algo distinto en lo visual y tengo la fortuna de haber contado con grandes amigos y aliados para lograrlo. También he aprendido a usar nuevas herramientas. El video de El futuro lo hice con Inteligencia Artificial, en parte porque quería hacer una crítica a su uso con un mensaje claro: aunque fue creado con IA fue dirigido por mí, un humano. Las máquinas pueden imitar los sentimientos, pero jamás podrán sentir como nosotros. Al mismo tiempo, sentía la necesidad de entender esta tecnología y aprender a manejarla para no quedarme atrás ni ser reemplazado. Además, el título de la canción encajaba perfectamente con el concepto. En contraste, para Los 90 quise hacer algo completamente opuesto, algo más humano: un video íntimo y honesto, construido con grabaciones caseras de mi familia que me muestran creciendo en esa década.
CAMBIO: ¿De qué manera le dio usted unidad a un álbum compuesto por canciones de géneros tan diversos?
D.M.: Yo crecí escuchando la música de muchas generaciones, por un lado, la de mis hermanos que me llevan un poco más de una década, pero también la de mis papás, la de mis abuelos y la de mi propia generación. En el colegio me encantaba la bachata, el vallenato, la salsa, y hasta el reguetón. Al mudarme a Estados Unidos conocí un sinfín de géneros más y me enamoré de la música en inglés de los cincuenta, sesenta y setenta. Me considero melómano. Disfruto la música en casi todas sus formas y eso, inevitablemente, se refleja en lo que hago. Por eso, al crear un álbum que hablara sobre mi nacimiento musical, sabía que tenía que reunir todos esos géneros con los que crecí.

CAMBIO: Describa cómo es la ruta que transita su álbum.
D.M.: Es una línea de tiempo emocional. Comienza con la nostalgia por la infancia con Los 90, pasa por la ruptura desde diferentes puntos de vista en Cruel, Mejor odiarnos, Ódiame y Ya no importa, el duelo y la pérdida en El pasado y Canción de los muertos, la reconexión y el deseo de volver a amar en El baile y Soundtrack favorito, el amor real y maduro con Es verdad y Cuando estemos viejos, y termina con una mirada al futuro, a lo incierto, pero también a la esperanza y a los sueños con El futuro.
CAMBIO: ¿Qué lo motivó a lanzar un álbum, además conceptual, en estos tiempos marcados por los lanzamientos de sencillos?
D.M.: Los sueños. En una época en la que todo se mueve tan rápido, donde se lanzan canciones como si fueran descartables y que muchas veces se pierde el contexto, la intención y la historia detrás, sentía la necesidad de hacer algo que se tomara su tiempo, que pudiera escucharse de principio a fin, como quien abre un diario o ve una película por capítulos. Quería poder contar una historia completa. Aunque lancé varias de las canciones como sencillos, siempre tuve claro que todas hacían parte de algo más grande. Quería invitar a las personas a detenerse un momento, a escuchar con calma, a conectar desde un lugar más profundo. 1992 es un álbum que está hecho para escucharse completo en un orden específico, como una película en la que cada canción es una escena distinta. Para mí era importante que este primer álbum no fuera solo una carta de presentación como músico, sino también una declaración sobre cómo quiero hacer las cosas: con tiempo, con intención, con coherencia entre lo que siento, lo que digo y lo que muestro.
