Fernando Gómez Agudelo, el visionario que trajo la televisión a Colombia
Fernando Gómez Agudelo
Crédito: Archivo particular. Cortesía: Teresa Morales de Gómez.
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Resulta imposible pasar por alto el nombre de Fernando Gómez Agudelo cuando se hacen recuentos de los 70 años de historia de la televisión en Colombia. Y qué mejor que recrear parte de esa historia de la mano de Teresa Morales de Gómez, su esposa.
Por: Eduardo Arias
El origen de la televisión en Colombia es una historia delirante que roza en lo inverosímil. Una apuesta con todas las de perder que en menos de ocho meses se hizo realidad. Un nombre fundamental en esta historia es el de Fernando Gómez Agudelo, quien tuvo la idea de traer la televisión a Colombia cuando era director de la Radiodifusora Nacional, se la vendió al Gobierno y lideró el equipo que logró la hazaña de montar un sistema de televisión que ha prevalecido hasta nuestros días.
Gómez Agudelo, abogado de profesión, tenía apenas 22 años de edad cuando se encargó de cumplir el plazo contrarreloj que le había impuesto el presidente Gustavo Rojas Pinilla: inaugurar el servicio de televisión el 13 de junio de 1954 para celebrar así un año de la llegada al poder del general Rojas tras el golpe de Estado al presidente Laureano Gómez.
El legado de Gómez Agudelo va mucho más allá de haber estado al frente de la televisión el día en que inició sus labores. Desde la programadora RTI, que fundó en 1963, desafió las convenciones ya establecidas e introdujo nuevos géneros de televisión. Además inició la era del video en la televisión colombiana. Como siempre tuvo presente que la televisión además de entretener debía ser un vehículo cultural, impulsó la adaptación de obras literarias al lenguaje de la televisión, le dio gran importancia a los temas culturales a través de espacios como Palco de honor, así como al medio ambiente a través del programa Naturalia.
Además, hizo posible que en Colombia se viera en directo la llegada del hombre a la luna en julio de 1969 a pesar de que el país aún no contaba con el servicio de televisión vía satélite. Fue una hazaña técnica en la que se instaló una antena en el cerro Jurisdicciones, en la serranía de Perijá (Norte de Santander), para traer a Colombia la imagen vía satélite que recibiría Venezuela.
Gómez Agudelo murió de cáncer en 1993. Su esposa Teresa Morales, que aún era novia aquel 13 de junio (se casaron a finales de 1954) recuerda (como ella dice) “con mucha admiración y devoción” al compañero de buena parte de su vida. Ella es historiadora, escritora, filósofa, académica, musicóloga y pensadora. Además, guarda en su memoria innumerables recuerdos de su esposo, así como de otros protagonistas de los primeros tiempos que, dice ella con tristeza, cada vez los recuerdan menos.
Nadie mejor que ella para rememorar a Fernando Gómez Agudelo, a quien conoció a través de la música. Ambos tocaban piano. Un día se encontraron en la casa de unos amigos. “Yo me sentía muy orgullosa, tenía 13 años y me senté al piano y empecé a tocar una de las invenciones de Juan Sebastián Bach. Él le pidió que se hiciera a un lado y le dijo: nunca he oído a nadie tocar tan mal". “Por favor, por favor, no siga tocando”, le decía. Él tocó la invención con la que ella se quería lucir. “Por supuesto yo me enamoré inmediatamente y de ahí se dio mi admiración y mi devoción por Fernando”.
Antes de que arrancara la televisión, él y su hermano Ricardo, aficionados no sólo a la música sino también a la electrónica, transmitían obras de compositores como Mozart y Beethoven desde una pequeñísima estación de radio que tenían en su casa de Chapinero. “Lo hacían para deleite de sus amigos y para medir el alcance de sus antenas de radioaficionados. Era pura diversión”.
Cuando salió del colegio, Gómez Agudelo entró a estudiar Derecho. “Escribía una columna de música y tenía un programa en la Radiodifusora Nacional llamado Discoteca, donde analizaba las últimas grabaciones llegadas a Bogotá”. Su llegada a la televisión fue intempestiva. “En 1953 Jorge Luis Arango, editor de las Hojas de Cultura Popular, dirigía el departamento de extensión cultural del Ministerio de Educación. Un día, en una reunión a la que Gómez Agudelo había ido a acompañar a su padre, Arango le preguntó por la Radiodifusora Nacional y él le dijo que se encontraba en un estado deplorable. Arango le preguntó de nuevo: ‘¿Quién cree usted que puede manejar la Radio Nacional? Fernando le respondió: ‘No hay sino uno y ese soy yo’. Entonces Arango le dijo que fuera a su oficina para posesionarse”.
Teresa Morales de Gómez también recuerda los cambios que hizo en la emisora para dotarla de los últimos adelantos técnicos de ese momento. Cambió equipos, renovó la discoteca y, además, a finales de 1953, le propuso a Rojas Pinilla traer la televisión al país. “Rojas Pinilla le dijo que sí, pero que el servicio debía inaugurarse para celebrar el primer año de gobierno de Rojas. Tenía seis meses para hacerlo”.
Gómez Agudelo viajó a Boston para pedirle consejo a su hermano Ricardo, que estudiaba en MIT. Él le pidió que llevara unos mapas detallados de Colombia. Con la ayuda de unos técnicos de radio le recomendaron dónde instalar las antenas repetidoras. “Pasó por Canadá, donde yo estaba interna en un colegio de monjas y le pidió mi mano a mi hermano Pepe porque quería casarse conmigo. Estábamos muy enamorados en ese momento”.
Luego fue a Berlín porque en Boston los sabios de MIT le dijeron que las antenas que servían en Colombia, por su topografía tan complicada, debían ser unidireccionales y no omnidireccionales y que estas antenas sólo las fabricaba Siemens. “Compró un abrigo negro para no verse tan joven y viajó a Alemania para enfrentar a los sabios de Siemens”. Las cámaras se compraron en Estados Unidos.
En los meses en que se montó la televisión antes de su inauguración, el ambiente era febril. Todos trabajaban con alegría y una gran mística y no les importaba que les pagaran. “Yo recuerdo a todo el mundo ofreciendo el trabajo sin que le pagaran pero que los dejaran aprender”.
Ella recuerda la llegada de los equipos que enviaron por avión. “Por razones de condiciones de seguros mandaron unos equipos por barco y otros por avión. Un día llamó a Rojas Pinilla y le dijo: “Excelencia, ¿Ve ese avión de KLM que está volando sobre Bogotá? Ahí vienen los equipos, pero el jefe de la Aeronáutica Civil dice que Colombia no tiene convenio con Holanda y no puede aterrizar”. Rojas le respondió: “Gómez, vaya donde ese tipo, dígale que queda destituido, que usted ha sido nombrado como jefe de la Aeronáutica Civil mientras aterriza el avión”. Cuando Gómez llegó a notificarle la orden, el director permitió que el avión aterrizara de inmediato y no fue necesario destituirlo.
Instalar esas antenas en las montañas de la Colombia de los años 50 era toda una proeza. “¿Cómo es posible que no se recuerde al doctor Putt, un coronel del ejército alemán que había venido a Bogotá a trabajar en la Radiodifusora Nacional? Cuando llegaron los técnicos de la Siemens, el doctor Putt pasó al equipo de Fernando y fue el responsable de todos los montajes en los picos de las montañas, con la dificultad tan horrible que era llevar esos transmisores a esas alturas a lomo de mula, con los soldados cargándolos. Eso se va a olvidar, qué tristeza”.
Teresa Morales recuerda que participó en algunas de las discusiones. Una de ellas fue dónde ubicar los estudios. “No había un sitio de la altura suficiente para que pudieran entrar los backings y Fernando resolvió instalarlos en los sótanos de la Biblioteca Nacional. Yo me acuerdo haber dicho: ‘Por Dios, Fer, donde están todos los incunables, donde está la memoria…’ Yo sabía muy bien el tesoro que significaba la Biblioteca Nacional y me parecía muy peligroso un incendio. ‘Qué horror, no puede ser. ¿No hay otro sitio donde ponerlo?’ Y me respondió: ‘Lo hemos buscado por todas partes, no hay un sitio donde podamos instalarlos. Pero no te preocupes, eso ya está pensado, se van a construir unos grandes edificios en el CAN. Pero resultaron imposibles de usar por el ruido de los aviones. Fernando decía que se iban a ir de la biblioteca en 15 días y duraron allí muchísimos años”.
Un mes antes de la fecha señalada estaba todo listo, pero faltaban las personas que operaran los equipos. Viajó a Cuba, donde había técnicos muy capacitados. Estando allí se enteró de que acababan de cerrar el canal 4 y que todo el equipo técnico se había quedado sin empleo. “Fernando los contactó, habló con cada uno de ellos y les dijo: ‘Se vienen conmigo, con sus esposas, sus hijos, sus perros y sus gatos. Se van todos conmigo en el avión”. De esa manera a Bogotá llegó un equipo listo para trabajar y enseñar al que había que entrenar.
La televisión arrancó y de la emisión del primer día Teresa Morales recuerda el dramatizado en vivo llamado El niño del pantano que dirigió Bernardo Romero Lozano y en la que su hijo, Bernardo Romero Pereiro, actuaba. “Bernardito, que era el protagonista, salía de un pantano lleno de hojas y de cosas pagadas con papel con cinta pegante. Me acuerdo de un operario de cámara que, como entonces no tenían zoom, le daba una patada a la cámara para que se acercara. Y se preguntaban. ‘¿Mañana qué hacemos?. Nadie se había preocupado por la programación. Todo era muy improvisado y muy gracioso. Yo tengo unos recuerdos muy amables de esos días”. Al comienzo eran emisiones de una o dos horas. “Todo era en vivo. No se podían equivocar porque no había repetición posible”.
Otro recuerdo que ella guarda fue un incidente en el que se rompió una escenografía. “El backing se rompió, se vino encima, dañó las cámaras, rompió todas las luces. No se pudo hacer la grabación, el estudio está destrozado. Se presentó el culpable que era un chico de utilería. Fernando le preguntó: ‘¿Y qué paso?’. El muchacho le respondió: ‘Pisé una flor’. Pisó la flor, se resbaló y se fue de cabeza contra el backing, la catástrofe total, una pérdida tremenda porque se rompieron las cámaras. Entonces Fernando se quedó mirándolo y le dijo: ‘Vuelva a su trabajo y mire por dónde camina’. El muchacho suponía que lo iban a echar. Siempre me admiró mucho esa personalidad y esa manera de manejar las cosas con tanta naturalidad”.
Después del derrocamiento de Rojas Pinilla, Gómez Agudelo salió de la Radiodifusora Nacional. A Fernando le pagaron sus cesantías y con esa plata se fue a Estados Unidos, donde adquirió la representación de películas. “Imagínate a Fernando con un maletín donde cargaba las películas, un proyector portátil y un telón por la calle, con un muchacho que lo ayudaba, yendo de puerta en puerta a las agencias de publicidad para ofrecer sus películas. Se las compraron y fueron las primeras películas que se pasaron en la televisión”.
En 1963, junto con Fernando Restrepo, Bernardo Romero Pereiro y Hernán Villa, Gómez Agudelo conformó la programadora RTI (Radio Televisión Interamericana). Allí Gómez Agudelo le dio gran importancia a la cultura, con espacios como Palco de Honor, que presentaba Bernardo Hoyos, Naturalia, El cuento del domingo, telenovelas en las que se adaptaban obras literarias como Los premios, de Julio Cortázar, así como obras de Benedetti y García Márquez. La adaptación de La mala hora, de García Márquez, tuvo una férrea oposición de miembros del Partido Conservador porque en ella se mostraban los orígenes de la Violencia.
“Poco a poco le iban quitando el patrocinio hasta que se quedó sin nada, pero él dijo que la seguiría pasando así fuera con dinero de bolsillo de la programadora. En La mala hora Fernando quería tener música de Juan Sebastián Bach. Entonces, para la escena del entierro del protagonista, le pidió al compositor argentino Luis Enrique Bacalov que hiciera un arreglo para papayera de la Cantanta 106 de Bach”.
Estos son apenas algunos recuerdos y brochazos que ayudan a acercarse a la figura de Fernando Gómez Agudelo, un visionario cargado de utopías, varias de las cuales logró traer al mundo real.