Manos de partera: la colombiana que fue clave para declarar la partería patrimonio de la humanidad: Unesco
Crédito: Fotos: cortesía @mincultura
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Este 6 de diciembre, la ‘Partería: conocimientos, habilidades y prácticas’ fue declarada Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad de la Unesco. Liceth Quiñones Sánchez, directora de la Asociación de Parteras Unidas del Pacífico (Asoparupa), es una de las lideresas que participó en la consolidación del expediente de nominación de Colombia. Esta es su historia.
Por Lorena Machado Fiorillo
Especial para CAMBIO
Las manos de Liceth Quiñones Sánchez sacuden la mesa de madera en la que se apoya para conversar. Pesan. Las mueve mucho cuando habla de las cosas de las que ya ha hablado en otras ocasiones: el liderazgo, las mujeres, Buenaventura, Asoparupa. Las esconde de inmediato en el momento en que las preguntas ahondan sobre sí misma y su intimidad. Al tacto, tienen la suavidad de las almohadillas de los gatos. Sus uñas son cortas, casi que al ras, sin esmalte. Con esas manos, hace posible la vida desde que tiene 13 años. Es partera.
Días previos a su viaje hacia Botsuana (África) para presenciar la declaratoria de Partería: conocimientos, habilidades y prácticas como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad de la Unesco, Liceth está en una cafetería del centro de Bogotá junto a quien llama su compañero. Ha pedido un café oscuro que deja enfriar para llevarlo a su boca. Su mirada, siempre sostenida y brillante, es la de alguien que ha vivido más de lo que cuenta, como si supiera secretos que no se atreve a compartir. Al menos, no en el primer encuentro.
Liceth, a sus 35 años, es la heredera del legado de Rosmilda ‘Minda’ Quiñones, su mamá, una modista convertida en partera en los años ochenta que le transmitió sus saberes y decidió en 2014 que dejaba de ser aprendiz.
“La partera lo siente en su corazón y observa cómo la aprendiz se va desenvolviendo en todas las dinámicas. El día que dice ‘yo ya me puedo morir tranquila’ es porque todos los conocimientos están transferidos. Ese día se hace un ritual de agradecimiento con los elementos naturales que hay alrededor. Yo tuve que recibir una planta con la que soy muy afín, que durante este camino tuve que descubrir porque es –mientras pronuncia estas palabras sus manos se hunden en la camisa de denim que lleva puesta– mi planta fuerza, y ahí se da esa entrega, esa conexión”, cuenta Liceth. El nombre de la planta, claro, se lo reserva.
Antes de ser partera, Liceth estuvo rodeada de otras mujeres que lo eran. “Prácticamente me criaron”, dice. ‘Mamá Minda’, como fundadora de la Asociación de Parteras Unidas del Pacífico - Asoparupa, reunía todos los sábados en su casa del barrio La Independencia, en Buenaventura, a las 20 parteras de aquel entonces para juntarse, proteger la vida e impedir las violencias durante el parto, algo que ella misma vivió con el nacimiento de Liceth, la menor de sus tres hijos que no nació en manos de su partera Flor la 'Chola' Gamboa.
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Su camino ha sido el de la niña que se crió en el imaginario de hacer parte del sistema: el hospital, los puestos de salud, el turno, la bata blanca “porque de la partería no se vive”.
“Yo venía de cara –recuerda– y debía haberse dado una cesárea, pues usualmente se cataloga como un parto de alto riesgo. Mi mamá se fue a parir al hospital, pero los médicos de ese momento no decidieron la cesárea, sino que ella pariera, pujara. Ese pujo generó que tuviera fuertes complicaciones y se declarara que yo definitivamente iba a morir. Me tuvieron que hacer un lavado gástrico y esperar si respondía. En ese momento ya estaban preparando todo para la velación (chigualo), mi mamá tenía esperanzas y respondí. La curación fue muy lenta, tuve malformaciones en la cara por cómo me sacaron, me maltrataron muchísimo, pero con los cuidados tradicionales, mi abuela y sus manos me fueron arreglando la cara, los ojos, los brazos…”.
De ese dolor, nació la fuerza de su mamá para la lucha por la reivindicación de la partería, “de echarse ese camino al hombro, de articular, de defender, de ir a buscar”, dice. Una lucha que Liceth asumió propia. Hoy es la directora de Asoparupa, la asociación que inició su mamá y que atiende entre 4.500 y 5.000 partos al año en el Pacífico colombiano, y la presidenta de la Asociación Nacional de Parteras Tradicionales de Colombia.
En sus manos no solamente están los dos, tres, cuatro a cinco partos que realiza al año, sino el camino de las parteras con el expediente de la nominación de la partería como patrimonio cultural, que se hizo en conjunto con otras asociaciones de parteras, el Ministerio de las Culturas, las Artes y los Saberes, la Comisión Nacional de Cooperación con la Unesco y expertos de la salud pública.
Su camino ha sido el de la niña que se crio en el imaginario de hacer parte del sistema: el hospital, los puestos de salud, el turno, la bata blanca “porque de la partería no se vive”. El de la adolescente de un barrio popular que al preferir la calle y la rumba no dimensionaba la grandeza de la que era parte. El de la estudiante de enfermería que abandonó después de cuatro semestres en Bogotá porque quería vivir en una zona rural donde no había energía y allí terminó afianzando su relación con las plantas medicinales.
El de la viajera que encontró en México, Brasil, Puerto Rico, Estados Unidos y El Salvador otras aproximaciones a la partería. El de la madre que dice “yo parí, morí y viví en mi trabajo de parto”. El de la hija de los saberes ancestrales que un día llegó “con hambre de partería, de seguir aprendiendo más”. El de la partera que acompaña, observa, asiste y transforma la manera en que las mujeres procesan la vida y sanan el dolor.
Con la pregunta de qué nos diferencia, Liceth Quiñones cogió todo lo andado en la partería tradicional para volver su camino una voz, la que habla en nombre de las suyas para devolverles seguridad en su oficio. “Quise darles valor a todos los espacios de la casa de la partera: la azotea donde ella siembra sus plantas, la cocina donde la procesa y se hace la medicina tradicional, el nicho tradicional donde nacen los bebés o se atiende a toda la familia, los rituales ancestrales con los que cuida la salud de los niños. La partería más allá de unos conocimientos, unas técnicas, unas prácticas, es un sentido de voluntad, es un servicio social, es un tejido, es comunidad, es conectar desde el amor, es devolverle a la tierra ese cuidado”.
Antes de que Colombia, Alemania, Chipre, Eslovenia, Kirguistán, Luxemburgo, Nigeria y Togo lograran que la partería fuera reconocida como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, estuvo Liceth, Mamá Minda, la Chola, las parteras de Buenaventura, las del Chocó, las de Tumaco, las del Cauca. Estuvieron sus manos cuidando la vida, cuidándose a ellas, cuidándonos a todas.