Los oficios y menesteres de Darío Jaramillo
4 Mayo 2025 04:05 am

Los oficios y menesteres de Darío Jaramillo

Darío Jaramillo Agudelo.

Dos libros recién publicados y un homenaje a su vida y obra en la Feria del Libro. Motivos más que suficientes para celebrar la muy singular y variada trayectoria de un poeta que también es novelista, ensayista, gestor cultural y autor de reseñas de libros, la gran pasión de su vida.

Por: Eduardo Arias

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Son días muy especiales para Darío Jaramillo Agudelo, de quien puede decirse que es poeta, novelista, ensayista reseñista, gestor cultural y un gran lector. El pasado 26 de abril, la Feria del Libro le rindió homenaje en el que participaron varios amigos y colegas suyos. Además, en la feria ha presentado dos nuevos libros. Su novela Panacea, que escribió hace 10 años y mantuvo inédita hasta que acaba de publicarla la editorial española Pre-textos, y Todo, menos prisa, una recopilación de aforismos que recopiló sobre el oficio de escribir y que sacó al mercado Yarumo Libros.

Panacea es una novela de ciencia ficción que gira alrededor de una poderosa planta que cura todos los males de la humanidad (léase gobiernos, ejércitos dinero, crímenes, enfermedades pero que plantea serios interrogantes. ¿Es mejor la vida ahora? ¿Cómo regular el consumo de la planta?

Jaramillo vive en un apartamento sobre la carrera Séptima, con vista a los tejados de las casas Tudor del barrio La Merced, junto al parque Nacional, en Bogotá, un muy buen lugar para conversar con él acerca de su carrera tan singular como escritor. Le encanta el bajo perfil y a menudo se burla de sí mismo.

Una vida entre los libros

Jaramillo nació en Santa Rosa de Osos, uno de los grandes bastiones del catolicismo antioqueño, e hizo su bachillerato en Medellín y vino a Bogotá para estudiar Derecho. Pero regresemos un poco a sus orígenes.

Desde muy niño vivió entre libros. “En mi casa había libros. Mi padre era comerciante, pero leía y me conseguía libros para leerme. Entonces, la conexión con el libro como objeto era muy familiar”, afirma. Su amor por la poesía comenzó en Medellín, con Alberto Aguirre, librero y editor, quien publicó por primera vez la obra completa de León de Greiff. “Alberto, que era generosísimo conmigo y me recomendaba libros, cuando llegó con su mamotreto de León de Greiff me lo regaló”, recuerda. Claro que en ese momento no entendió muchos de los poemas, cargados de palabras esdrújulas a veces inventadas y alusiones a compositores de música clásica, poetas malditos y dioses vikingos. Los que sí entendió y le encantaron eran básicamente sus poemas de amor. “Yo creo que yo comencé haciendo imitaciones de León de Greiff”, señala.

Cayó en cuenta de que todas esas inquietudes y dudas metafísicas propias de un adolescente las podía expresar por medio de la poesía. Eso sí, escribía para él, mismo nunca mostraba y mucho menos publicaba nada. Pero al llegar a Bogotá se hizo amigo del también poeta Juan Gustavo Cobo, “un editor nato”, como Jaramillo lo define, quien lo convenció de dar a conocer su poesía. A él lo asustó mucho publicar porque pensaba: "Si saben que yo escribo versos, no me van a creer nada como abogado”.

Era buen alumno, le iba bien y cuando se graduó de abogado alcanzó a montar una oficina y además fue profesor en la Universidad Javeriana. Vivía en una pensión en la calle 35, muy cerca de su actual apartamento y caminaba hasta la universidad, unas pocas cuadras al norte.

Pero en realidad él quería ser ingeniero. O al menos eso creía cuando estaba en el colegio. Como era bueno para las matemáticas y en esa época se presumía que los buenos en matemáticas automáticamente debían estudiar alguna ingeniería, supuso que esa era su vocación. Pero la realidad es que él, al cumplir 18 años y terminar su bachillerato, no sabía que quería ser. Pero sí sabía que quería irse de su casa. Y ahí es donde apareció el derecho.

Para poder irse lejos de su hogar se puso a investigar qué carrera no se podía estudiar en su ciudad y descubrió que en la Universidad Javeriana de Bogotá podía estudiar derecho y economía a la vez, algo que no podía hacer en Medellín. “Mis padres, muy generosos, me apoyaron. Por eso soy abogado. Pero realmente nunca tuve la vocación. Siempre fui muy juicioso, estudiaba, me iba bien y por eso me nombraron profesor cuando salí”.

De abogado a subgerente cultural

Entonces ocurrió lo inesperado. En 1983, el entonces presidente Belisario Betancur lo llamó para que ocupara el cargo de subgerente cultural del Banco de la República, tarea que desempeñó durante 23 años. Dice que le sirvió mucho haber trabajado de niño en el almacén de su papá porque allá aprendió a sortear situaciones propias de la administración un almacén. “Ser tendero me sirvió para ser subgerente cultural del Banco de la República”, dice.

Libro 1

Durante esas dos décadas largas iba de lunes a viernes a la oficina para oficina a gestionar el área cultural del Banco de la República (que no es poca cosa) y los fines de semana se dedicaba a escribir. Más adelante, cuando se obsesionó por escribir novelas, también comenzó a hacerlo en las noches al terminar su jornada laboral. “Rechacé la idea de volverme escritor profesional y vivir de la escritura. La escritura ha sido una terapia, una forma de manifestar emociones, no un oficio profesional. Me interesa hacerlo bien, obvio”. Agrega que ese comentario despectivo de que “usted es un escritor de fin de semana” a él se le puede aplicar literalmente: “Eso era lo que yo hacía. Y si había un puente para mí era la dicha”.

Una terapia que se traduce, mal contados, en al menos diez libros de poesía (sin contar recopilaciones de sus obras completas y antologías), otras tantas novelas, cuatro libros de ensayos, libros varios entre infantiles, guías para viajeros y una introducción al derecho cambiario, y recopilaciones de la obra de otros autores.

Cada género le exige ritmos de trabajo muy diferentes. “La poesía es cuando le da la gana. A medianoche me despierto, imagino un verso, lo apunto, me duermo convencido de que escribí la genialidad del siglo, me despierto a las 7 de la mañana y me pregunto qué es esta pendejada que hice. Pero siempre aparece cuando le da la gana. Hay poemas que nunca se pudieron escribir porque no tenía un lápiz a mano. Y hay poemas que pude escribir porque tenía el lápiz cerquita”.En cambio, trabajar un ensayo largo o una novela son proyectos a los que les destina horas.

Muchas de las novelas que escribió coincidieron con la época en que trabajaba en el banco y para poder avanzar tenía un truco. Como ya era domingo por la tarde y al otro día debía estar en la oficina, entonces trataba de parar en punta para retomar el hilo al viernes siguiente. A veces fue tan obsesivo que ya trabajaba por las noches cuando llegaba de su jornada en el banco. Por eso le tomó tanto tiempo terminar varias de sus novelas, ensayos y sus antologías.

Ampliar los márgenes de la cultura

Pero no debe dejarse de lado su gran tarea como gestor cultural. Además, a él le tocó desempeñarla en una época en la que el concepto de cultura comenzó a ampliarse más y más, lo que coincidió con su manera de ver la cultura, más allá de la cultura con mayúscula que ocurre en salas de teatro, de concierto, museos y galerías de arte.

Para mostrarlo pone ejemplos. En 1979, Gloria Zea, directora de Colcultura, lo encargó de la delegación de Colombia en la Bienal de Venecia. Solo había presupuesto para escasamente mandar las obras y entonces se le ocurrió enviar fotografías. “Era una idea rara, inclusive para los de Venecia, porque la fotografía no se entendía como arte”. Las cabezas de esa delegación eran, por un lado, Hernán Díaz, el artista fotógrafo, pero por el otro Carlos Caicedo, el reportero de El Tiempo que estaba en la calle fotografiando bicicletas, y que en la mirada de Jaramillo también es un artista.

Otro caso es su antología de crónicas periodísticas que realizó con el criterio de presentarlo como literatura. “Creo que es una forma de ir ampliando márgenes. Como la idea de poesía en la canción popular. No es solamente la poesía que escriben los poetas que publican libros. La poesía también es José Alfredo Jiménez o Gardel y Le Pera, los grandes letristas de la música popular. Y eso es poesía. Y no tiene diferencias sustanciales con lo que escribe León de Greiff”.

Como lector tiene muchas grandes pasiones. Una de ellas, los novelistas que nacieron antes del 31 de diciembre de 1900. “No me he equivocado nunca. Yo sé que cojo un libro de Víctor Hugo o de Dickens y que voy a la fija. Yo quisiera ser un novelista del siglo XIX. Eran unos genios. No tenían luz eléctrica ni computador y escribían 40 novelas, y todas buenas”. En cambio, considera que el siglo XX fue bastante de malas con las revoluciones novelísticas que se hicieron. “Fue como un homenaje a la forma. Es decir, trasladarle al lector los problemas que tendría que resolver el autor para terminar la novela. ¡Démela terminada! O el monólogo interior. ¿Por qué lo vuelven exterior?”.

Librillo

Considera que en su amor por las novelas tuvo mucho que ver haber sido adolescente durante la moda del boom de la literatura latinoamericana. “Parte de la moda en el sentido más comercial de la palabra que me tocó fueron unos clásicos posteriores como Cortázar, Borges, García Márquez principalmente, pero luego Carpentier, por ejemplo. Y sigo con esa pasión por las buenas novelas”.
Con respecto a poetas que lo han marcado, advierte que no puede establecer la relación entre esos poetas y sus versos, pero sí entre esos poetas y sus gustos. “Yo no creo que mis versos se parezcan los de León de Greiff, pero es un poeta que he gozado. Y otro colombiano de la misma época que también para mí es central es Aurelio Arturo”.

En poetas españoles confiesa que llegó tarde a García Lorca por culpa del Romancero gitano que nunca le interesó mucho. Pero después se dio cuenta de que es un enorme poeta. Otro muy entrañable para él de esa generación es Pedro Salinas. Y Luis Cernuda también. “Toda esa generación de poetas para mí es muy importante”.

Entre los latinoamericanos él no escogería a Octavio Paz como el gran poeta mexicano, sino a Jaime Sabines. “Tal vez escogería a Octavio Paz como el mejor ensayista mexicano”. Otros poetas mexicanos de su generación que le que interesan mucho son Francisco Hernández (“Me parece un poeta enorme”) y Vicente Quirarte. “De los venezolanos tuve la fortuna de ser buen amigo de Eugenio Montejo, mucho después de verlo en un altar de gran poeta. Se murió antes de la edad de los premios, pero los merecía todos. Y luego Rafael Cadenas, que es más o menos de la misma edad de Eugenio Montejo, que sí se ganó todos los premios y que es un magnífico poeta”.

Otra pasión que también heredó de su padre es leer sobre historia. “Con el tiempo y tal vez porque el mercado me ha dado la posibilidad de tener acceso a muchos libros de esos, me encantan las historias marginales. La historia del vicio, la historia del pantalón, de las especias. Eso me encanta y tengo montones de ese tipo de historias”. Dice que lee para divertirse, o cual traduce en ciertas actitudes negativas también. Si un libro no lo divierte, lo deja.

Su oficio de escritor y lector le ha permitido también incursionar en el terreno de las reseñas de libros. Cuando empezó a escribir reseñas en la revista Cambio16, en los años noventa, se dio cuenta desde el principio de que el lector de revista es el potencial lector de libros. Así que dejó de lado las críticas negativas y se concentró en entusiasmar a potenciales nuevos lectores. “¿Para qué le digo qué libros no leer? Tengo que más bien decirle qué libros leer”. Dice que la disciplina de hacer las reseñas lo ha puesto a leer distinto. Y lo disfruta mucho. “Si yo me pusiera a hacer un balance por páginas escritas, yo creo que lo que más he escrito en la vida es reseñas. Más que novelas o más que ensayos”.

Y remata: “Lo que ahora hago es un tipo de reseña que es tratar de resumir el libro, de mostrar la mejor parte del libro al lector. Mis juicios van quedando implícitos, pero cada vez hablo menos”.

Curioso que decida hablar cada vez menos alguien que tiene tanto que decir.

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