Un diálogo poético con Emily Dickinson
7 Septiembre 2024 10:09 am

Un diálogo poético con Emily Dickinson

‘Emily Dickinson y lo incompleto’, es escrito por Tania Ganitsky

Crédito: Tomado Universidad Javeriana

En ‘Emily Dickinson y lo incompleto’, escrito por Tania Ganitsky, dos poetas de diferentes tiempos dialogan en un solo viaje narrativo.

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Por Efrén Giraldo

En Normas para el parque humano, su polémica conferencia convertida después en libro, el filósofo Peter Sloterdijk sostuvo que la base del humanismo fue la escritura destinada a una comunidad de amigos desconocidos. El espíritu epistolar estaría en la raíz no solo de la filosofía sino también de la expectativa común a géneros como el ensayo y la poesía. Un principio que Tania Ganitsky invoca en Emily Dickinson y lo incompleto, obra que, si una virtud tuviera, es la de ser un relato y una larga meditación, una traducción (en el más amplio sentido de la palabra) y, sobre todo, un ensayo, a la vez ficcional y no ficcional, sobre la comunicación poética.

Los poemas del sobre son la puesta en abismo de la paradoja epistolar de la cultura contemporánea, una tensión entre visibilidad y soledad que curiosamente la poesía de Dickinson anticipó con clarividencia.

El diálogo entre poetas, marco que define la conversación de Ganitsky y Dickinson, parte de la tensión entre amistad epistolar y extrañamiento comunicativo. Contenedor de versos, el epistolario tramita como ningún otro género las preocupaciones por la recepción. En el caso de la poeta de Amherst, escribir cartas fue no solo un ejercicio literario sino la lenta constatación de que la comunidad lectora debía comparecer en algún momento.

De hecho, las cartas de Dickinson hicieron que la crítica fuera menos tajante en la separación de sus escritos en verso y sus escritos en prosa, partes de un sistema de escritura complejo donde el cierre formal de los textos nunca puede darse por hecho. La carta es, en ese sentido, una especie de soporte, pero que luego del experimento privado de la poeta de Amherst toma caminos impensados. Poeta vuelta sobre su intimidad, indiferente a la fama y el reconocimiento del público masivo, Dickinson expone de manera directa en su poesía estas preocupaciones:

A word is dead
When it is said,
Some say.
I say it just
Begins to live
That day.

Se recordará que el modernismo hispanoamericano impuso la convención del “envío”, título dado a la estrofa final del poema, un término que connota dirección y espera, promesa de sentido y destino, pues ofrece un marco narrativo a la escritura.

El interés de Dickinson por lo epistolar se dio de manera más que problemática, no solo en sus cartas y poemas, sino en ejercicios anómalos y radicales, distantes de lo que, en su época, se consideraba una obra o incluso un texto.

Más allá de la función de esta parte del poema (una dedicatoria, una reflexión, una despedida o una explicación), hay allí una concepción “viajera” del mensaje poético que define la conciencia de la complejidad comunicativa. El envío indica que, ante tanto desamparo, el cierre siempre supone la posibilidad de un encuentro. En Dickinson, las alusiones a lo epistolar comportan anuncio, regalo, epifanía, arrobo, más allá de que sus destinatarios del futuro sean solo fantasmas. De hecho, definió su obra, en uno de sus poemas más conocidos, como una “carta para el mundo” que nunca le “escribió”.

Más dispersa, la vocación de envío en el poema moderno se vincula con el cese del pacto de transparencia reflejado en la crisis del lenguaje del siglo XIX. Un poema cierra, no indicando cómo debería leerse, sino problematizando el mismo mensaje que acaba de concluir. De hecho, la lírica moderna se definió por esa opacidad, por esa suerte de derrota verbal, advertida por ejemplo en la Carta a Lord Chandos de Hugo von Hoffmansthal. Lo llamativo es que asumir tal condena implica participar de una calcinante lucidez social.

El interés de Dickinson por lo epistolar se dio de manera más que problemática, no solo en sus cartas y poemas, sino en ejercicios anómalos y radicales, distantes de lo que, en su época, se consideraba una obra o incluso un texto. En el conjunto de “poemas-sobre” o “poemas del sobre”, que después de su publicación facsimilar han ganado la atención del público lector, el envío es de una literalidad inquietante, pues el sobre es hasta cierto punto el mismo mensaje.

Los poemas del sobre son la puesta en abismo de la paradoja epistolar de la cultura contemporánea, una tensión entre visibilidad y soledad que curiosamente la poesía de Dickinson anticipó con clarividencia. Al poner en crisis la validez del soporte convencional e invertir la relación entre continente y contenido, al escribir directamente sobre el envoltorio, las “naderías” de Dickinson dan ocasión para pensar una vez más el sentido de la comunicación poética contemporánea y su lugar como gesto fragmentario. Ganitsky recoge los restos, los traduce, los considera como prácticas de escritura, pero va más allá de este dictamen y sigue a Dickinson en una persecución personal de lo incompleto.

Al entrar en conversación imaginaria con su figura tutelar, Ganitsky, Gannitsky se reconoce a sí misma como la corresponsal que está en el planteamiento de Sloterdijk y se hace escenario de una comunicación que, no por ficticia, es menos iluminadora. Junto con la historia personal de su lectura en distintos momentos de la vida, con saltos de tiempo y perspectiva que van de la narración ficcional a la no ficcional, Ganitsky muestra cómo es posible construirse una relación personal con su clásico favorito. Este acto de invención indica, de paso, que el ejercicio de apropiación poética que ocurre al escribir de ese modo pone en duda los valores de la autoría. El diálogo resultante hace que una escritura de dos siglos, hundida en el naufragio de la incomprensión, reviva en el texto receptor. La imaginación acaba por vencer a la historia, toda vez que el mensaje encuentra a su lectora.

Portada

Aun así, la contestación de Ganitsky revalúa la idea convencional de respuesta. Más allá de la riqueza de las interpretaciones que hay en su libro, pacientemente reunidas durante su trabajo de investigación doctoral, una de las mayores revelaciones que nos ofrece es la presentación de los poemas del sobre. Al reelaborar en otra lengua los papeles recolectados, un camino en el que la autora y su editora-prologuista actúan de manera solidaria, el texto toma un camino que parece llevar hasta las últimas consecuencias la poética misma del envío. Los textos nuevos se hacen “obras” en el sentido más contemporáneo del término, ya que, al ser vertidos al español, interviene, tanto la voluntad creativa, como la mediación crítica, creativa y hasta tipográfica. La cercanía con esta Dickinson “inacabada”, de textos “en punta”, no es histórica, sino de espíritu. Los poemas del sobre pasan a ser, con todo derecho, obras “para nosotros”, pues responden a una sensibilidad afín con nuestras preocupaciones.

Ganitsky recoge los restos, los traduce, los considera como prácticas de escritura, pero va más allá de este dictamen y sigue a Dickinson en una persecución personal de lo incompleto.


La valoración de los papeles de Dickinson, rescatados editorialmente hace poco más de diez años, en una historia de la que el libro de Ganitsky es el último capítulo, aluden, más que a la su afinidad con las rutas seguidas por las artes experimentales del siglo XX (poesía concreta, arte conceptual, ready-made, etcétera), a la exaltación de la apertura y la discontinuidad. Las tensiones formales sin resolver son ampliamente valoradas en una época que, como la nuestra, sigue dominada por la herencia del collage, el cubismo, el ensamble dadaísta, el informalismo pictórico y el jazz. La contemporaneidad de Dickinson se entiende, así, como la afiliación emocional con la necesidad de una conexión por escrito que vaya más allá de la linealidad del humanismo clásico. El dramático paso de un manuscrito con mero valor documental a la condición de arte expone la afinidad reciente con lo que en el pasado quedó incompleto y vive solo en su potencialidad. De este modo, los poemas del sobre devienen promesa, pues al pagar deudas de difuntos Ganitsky nos convence de que la cadena del lenguaje tiene siempre nuevos eslabones.

La misma manera en que Ganitsky construye su libro es una buena prueba de la fuerza con que los textos marginalmente literarios, como los poemas del sobre, irrumpen en la crítica. Son la garantía de que todavía somos capaces de hacer una lectura verdaderamente atenta. El principio epistolar que rodea la aproximación realizada por Ganitsky se transmite sin dificultad a la composición del libro, poniéndolo en la órbita de obras de una crítica ficcional donde las múltiples fuentes textuales producen una quimera entre ensayo, monografía, memoria y crónica.

Las tensiones formales sin resolver son ampliamente valoradas en una época que, como la nuestra, sigue dominada por la herencia del collage, el cubismo, el ensamble dadaísta, el informalismo pictórico y el jazz.


El libro va encontrando su forma a medida que avanza y acaba por rendirse a los efectos marginales que surten las anécdotas, los comentarios, las interpretaciones y las traducciones. ¿El resultado? La recuperación de un legado precario, cuya exaltación de lo antes despreciado comparte la simpatía de todo buen ensayo por lo menor. Esa inversión es fundamental para la crítica que se puede hacer en nuestra época de precarización, redes sociales y economía de la atención. Insistiendo en la novedad de las actividades creativas de Dickinson, Ganitsky abre otras posibilidades para la crítica, tomando el desafío de considerar experiencias fronterizas de escritura que, pese a su radicalismo, o quizás por eso mismo, fueron silenciadas en su momento.

No es gratuito que la misma condición fragmentaria del material comentado se imponga en el propio libro de Ganitsky, que ofrece una feliz alternativa a la grave erosión que sufre la actividad crítica. El articulismo académico, endogámico y carente de lectores, el periodismo cultural, que la mayoría de las veces “llega tarde”, y la autopromoción de Instagram y Twitter han copado el debate dejando todo en una predecible lucha del ego artístico contra la tiranía de la visibilidad. No es gratuito que la crítica haya ofrecido en los últimos años opciones expresivas a muchas autoras interesadas en el género de Montaigne. Ni tampoco es una exageración decir que el actual vigor de la ensayística en América Latina se debe a la energía e innovación formal con que escriben las mujeres.

Ganitsky aprovecha la disponibilidad dialogante del ensayo para ocuparse de la textualidad rebelde de Dickinson, convirtiendo su propio libro en respuesta a una referencia que, con ejercicios como el suyo, se nos hace ahora ineludible. Como en otros ejercicios de amor intelectual en la historia del ensayo, Ganitsky nos deja con la sensación de que muchas de las cosas de Dickinson estuvieron a punto de perderse. Por eso, el texto que ella escribe es una nueva salvación, para usar la palabra con que Ortega y Gasset definió una vez la tarea del ensayista. Como dice Ganitsky en uno de sus más hermosos poemas, la poesía (podríamos añadir el ensayo) no oculta nunca su “devoción a lo perdido”. Y lo perdido puede ser, quizás, el único objeto que merece una carta de respuesta del futuro.

Tania Ganitsky.
Emily Dickinson y lo incompleto
Seix Barral, 2024.

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