Enrique Santos Calderón
12 Marzo 2023

Enrique Santos Calderón

BUKELE: EL DÉSPOTA POPULAR

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El fenómeno político del momento en Latinoamérica se llama Nayib Bukele. Con una imagen juvenil, moderna y cool y con su mano dura contra el crimen, el presidente salvadoreño de 42 años registra una popularidad del 90 % que es la envidia de los mandatarios de la región.
 
   Ni las críticas domésticas a un autoritarismo creciente, ni las advertencias de Estados Unidos y la comunidad internacional sobre su rumbo totalitario han hecho mella sobre su favorabilidad. Por eso anunció a fines del año pasado que buscaría una reelección que no sería legal. Pero la Sala Constitucional de la Corte Suprema la avaló después de que el Congreso controlado por Bukele purgara a cinco magistrados independientes. El hombre no se para en pelillos.  
 
  Bukele es un personaje digno de análisis. Carismático y polémico, de raíces paternas árabe-palestinas (su abuelo era un imán) y de ascendencia judía por la madre, ha pagado hasta cincuenta mil dólares por delito de calumnia y enfrentado juicio por violencia de género. Inició su carrera política con el FMLN (frente guerrillero que llegó al poder en 2009) con cuyo concurso fue alcalde de San Salvador a los 34 años.
  
 Rompió con el FMLN en 2017 y dos años después se lanzó por su cuenta a la Presidencia. Ganó en primera vuelta y desde entonces se ha convertido en un mandatario tan poderoso como controvertido. "Amado y temido", aseguran algunos salvadoreños.  En el fondo es un camaleón ideológico —hoy está claramente en la derecha— con garra personal y reconocida habilidad en manejo de redes sociales y mercadeo político. "Publicista sin partido", también le han dicho. 
   
 Su capacidad para sorprender no tiene límites. En 2020 propició una teatral toma militar del Congreso que algunos calificaron como "autogolpe", pero que en el fondo significó invitar al ejército a meterse de nuevo en política. Una clara violación del acuerdo de paz que se pactó en El Salvador después de una cruenta guerra civil de doce años, cuyo punto central era separar para siempre a los militares de la política. 
  Luego vino la insólita decisión de adoptar la criptodivisa bitcoin como moneda legal, lo que casi quiebra al país. Después era previsible que, con Congreso y poder judicial intimidados o controlados, fuera por los medios informativos. La ley de prensa que hizo aprobar contempla hasta quince años de prisión para "mensajes que generen ansiedad o pánico en la población". Increíble pero cierto. Con Ortega en Nicaragua, Bukele se ha convertido en el otro gran enemigo de la libertad de prensa en Centroamérica. Cada cual desde su rincón ideológico.  
   
 Este presidente arbitrario y audaz ha logrado reducir drásticamente la criminalidad en un país que tenía una tasa de homicidios superior a la de Colombia. En reciente reunión con los altos mandos militares se proclamó como un "instrumento de Dios" contra la delincuencia y la maldad. Sabe combinar, pues, la cruz y la espada, lo que ha afianzado su popularidad entre una población muy religiosa sitiada por la pobreza y las pandillas más temibles de Centroamérica.
 
 
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   Siendo muy distintos en tamaño, población e historia politica, Colombia y El Salvador tienen más de un paralelo en lo que se refiere a guerra de guerrillas, acuerdos de paz y tentativas de negociación con bandas armadas. Según medios de ese país, Bukele hizo pactos secretos con jefes de las maras, así como aquí se ha insinuado que Petro busca lo mismo con grupos criminales como el Clan del Golfo. Una diferencia es que allá fue elegido un presidente de derecha que optó por la mano dura y el estado de excepción y aquí uno de izquierda que ha respetado el estado de derecho. Otra es que el primero mantiene una alta favorabilidad y el segundo se está desplomando en las encuestas.
 
  Los dos han intercambiado por redes sociales duras pullas que subrayan sus diferencias políticas. Petro le echó un vainazo justo, aunque quizás innecesario cuando calificó de "campo de concentración" la megacárcel que construye Bukele para cuarenta mil personas. La observación es pertinente, pero ¿qué decir de los antros de hacinamiento, abuso y corrupción que son nuestras prisiones?  
 
   En Colombia no faltan quienes caen seducidos por el embrujo autoritario del mandatario salvadoreño. Por algo el Centro Democrático lo quiere invitar al país. Ante el conflictivo panorama social que aquí se vive y la persistencia de asesinatos, asonadas y bloqueos de vías, muchos compatriotas se preguntan si necesitamos un Nayib Bukele para poner orden y frenar la criminalidad. 

   Tentación peligrosa que no garantiza una solución de fondo y sí socava la legalidad democrática, restringe los derechos ciudadanos y abre la puerta a los abusos de autoridad. Como ha sucedido en El Salvador donde los éxitos de Bukele en seguridad impresionan pero aún son efímeros y con alta dosis publicitaria.  Ojo con estos espejismos. Aunque son atrayentes, en estos casos el remedio resulta peor que la enfermedad.  

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