Francisco de Roux
20 Agosto 2023

Francisco de Roux

La audacia de hablar

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El foro de CAMBIO, del 24 de agosto, sobre el anhelo de un acuerdo nacional, es una iniciativa audaz, en un momento en que hay que insistir en hablar y agregar, a los diversos intentos que se hacen en la discreción, el escenario del dialogo público. 

La Comisión de la Verdad llamó a este proceso, necesario para salir del “modo de guerra” en que hemos estado como sociedad: la convocatoria a La Paz Grande para volver a intentar construir juntos, sabiendo que somos distintos, no solo en posiciones e intereses sino también en dolores e indignaciones y perplejidades. La Paz Grande que incluye la Paz Total pero que va primero.

CAMBIO  ha invitado a iniciar el camino hacia el posible acuerdo, sobre tres temas que son imprescindibles: El Acuerdo nacional y la desigualdad,  el Acuerdo nacional y la seguridad y el panel Medios de comunicación y cultura de paz: la conversación pendiente.

Invitado a participar en el inicio de las conversaciones del foro, lo hago desde la experiencia y los resultados de la Comisión de la Verdad.  Llevo, con mis compañeras y compañeros de la Comisión,  el impacto directo de miles de víctima de todos los lados, escuchadas en las distintas regiones y en el exilio y desde allí la convicción de que la guerra interna dañó todo lo que hasta hoy ha tocado: regiones, instituciones, comunidades culturas. Así mismo dañó a los que peleaban con armas de cualquier lado. La guerra no solucionó ningún problema, ni mejoró la democracia ni la seguridad. Lo agravó todo. Y los que más sufrieron fueron los ciudadanos que no querían una guerra que no era de ellos. Hoy, estoy convencido de que los que siguen con las armas, pretendiendo hacer política, hacen guerra contra el pueblo campesino, indígena, afro, popular. No golpean al Estado, golpean brutalmente al pueblo que pensaron un día defender; y al generar terror y confinamiento, destruyen a las comunidades y se destruyen a sí mismo. Ya es tiempo de llegar a un acuerdo nacional del que nadie quede por fuera para que nunca más haya guerra política y ninguna personas sea asesinada por sus ideas. 

Al discutir sobre el Acuerdo Nacional en torno a la Desigualdad, tenemos que preguntarnos sobre la forma como en Colombia se ha hecho la economía de mercado desde todos los lados empresariales, financieros, estatales, investigativos y universitarios. Obvio que tenemos logros significativos, pero hay una Colombia excluida, donde la mitad son informales y el subempleo y el desempleo son inmensos; donde la conducción de la economía ha dejado de lado lo que hubiera sido posible con la incorporación del pueblo colombiano. Este pueblo es reconocido internacionalmente como superior en inventiva y laboriosidad, cuando tiene acogida y oportunidades, ejemplo en los dirigentes y reglas claras. Y estamos entre los diez países más inequitativos del mundo en ingresos, riqueza y tierra. Y ha faltado determinación para desarrollar esta nación desde la pasión de los pobladores en los territorios, y desde la perspectiva de que primero sea la gente en armonía con la naturaleza; y, particularmente, se han destruido la vida querida por los pobladores y los territorios vistos como tierra de nadie en el Pacífico, y la Amazonia, y la Orinoquia.

Y no se puede postergar la decisión colectiva, política, institucional, de salirnos del narcotráfico y de las economías criminales que lo acompañan y que con gran capacidad se mezclan con la economía formal y la política. Tenemos que preguntarnos si no fue la exclusión económica y la inequidad la que llevó a encontrar una entrada en los mercados, desde el modo de vivir colombiano, a los campesinos arrinconados contra la selva, a las comunidades que se pegan a las retroexcavadoras delincuenciales  y a miles de jóvenes de los barrios populares que despejan sus mercados a bala. Y hay que llegar a conclusiones eficaces contra el narcotráfico en una solución integral educativa, de salud pública, de oportunidades económicas, y de imponer la ley con fuerza a los criminales armados y a sus socios de cuello blanco que no se sometan a la justicia, y de hacerlo sin la estrategia de la guerra contra las drogas que fue inútil. Esta opción de sociedad no da espera. 

¿En las transformaciones del modelo de desarrollo, acaso no tenemos que quitarnos el miedo a los jóvenes campesinos, de las diversas etnias y de los barrios populares? Ellos y ellas no son obstáculos, ni insumos de trabajo descalificados; son un sujeto social inmenso, creciente, capaz, que pide a gritos que no les regalen cosas sino que los acepten como socios en la producción de la vida, porque ellos también tienen derecho a producir y a vivir en este país, pero requieren confianza, capital de trabajo, transferencia de tecnología, incorporación a las cadenas de valor, mercados; y, ante todo, respeto. Ya hay iniciativas de grupos de empresarios avanzando en esta dirección, pero es necesario dar el paso hacia una real estrategia nacional.

No nos hemos dado cuenta de que hoy también la Naturaleza se nos presenta como un sujeto de vida y de derechos. El sujeto inmenso de la Pacha Mama de los indígenas y del Hogar de Todos. La Tierra, que es particularmente celosa en la riqueza de ecosistemas de Colombia,  no se va a dejar sacar del proceso que la llevó hasta dar lugar a la vida y la inteligencia. Ni va a abandonar el destino de la expansión de las posibilidades de la  vida  en el  florecer de las generaciones futuras de hombres y mujeres en diversidades y en las  especies vivas. La Naturaleza no se va a dejar. Nos está diciendo que así no va. Nos está dejando claro que si no entendemos puede destruirnos.

Tenemos que plantearnos en serio si van a tener la misma participación en la producción de la vida que todos queremos vivir, los pueblos indígenas, afros, palenques y raizales. Hoy piden con pleno derecho el mismo reconocimiento con el que se respeta a la gente del Rosales y Santa Ana, del Poblado y Ciudad Jardín. Y hay que acordar cómo vamos a incorporar con la misma honra a la mujeres y a las personas LGTBIQ.

Al hablar sobre la posibilidad de un acuerdo en la seguridad cabe traer reflexiones que hicimos en las discusiones de la Comisión de la Verdad. La seguridad y la paz van juntas. Hicimos seguridad en Colombia  para el conflicto armado interno y  el terrorismo. La prioridad no fue hacer la paz, ni proteger a la gente, sino  cuidar  a instituciones y personalidades, a la propiedad y a los grandes negocios. Eso, por supuesto, se requiere, pero lo que da seguridad a una nación es la garantía de la vida por igual para la totalidad de su gente, y la protección de la  naturaleza que es el  patrimonio de todas y todos en la nación. No es posible continuar con un sistema de seguridad en el que ha habido hombres y mujeres valiosos que entregan la vida por los colombianos, pero donde los falsos positivos, la articulación con las autodefensas y paramilitares narcotraficantes, así como hechos graves de corrupción interna, mostraron fallas corporativas profundas en un país donde 20 por ciento de la población está afectada directamente por un conflicto que aún no termina. Hablemos sobre seguridad centrada en la paz en los territorios con presencia del Estado eficaz, de fuerzas militares con el monopolio de las armas y apoyo a las organizaciones no armadas de la sociedad civil, preparadas para proteger las expresiones democráticas del conflicto social y para facilitar las soluciones negociadas, legales, no violentas, entre intereses legítimos contrapuestos. Un ejército que, en los conflictos políticos y las divergencias normales en una sociedad, no busque cuál es el enemigo interno para atacarlo con armas, sino que sirva de contenedor de las disputas normales y proteja la vida de todos, desde la autoridad de la confianza ganada; que respete las decisiones políticas y sociales de los ciudadanos, y contribuya a darles el marco de serenidad que necesita la democracia.  Un sistema de información, investigación y acción para someter a la ley al entramado de organizaciones armadas que viven del crimen. Y una policía maestra en la pedagogía para la convivencia y compañera de la gente.

Tenemos que encarar a fondo la transformación de la justicia. Para que esté presente en todo el territorio y particularmente en la Colombia étnica según sus especificidades y en la Colombia campesina y popular,  con independencia ante las otras instancias del Estado y de los políticos, los potentados económicos, las mafias y los criminales. Con protección de su seguridad y con recursos. Con clara conciencia de la majestad soberana de lo público que encarnan los magistrados y jueces. 

Una consideración sobre los medios de comunicación y la cultura de paz 

Si realmente se toma en serio el anhelo de un acuerdo nacional, en el 70 por ciento de la opinión encuestada, es indispensable parar la polarización y la estigmatización que hoy se siente en los medios, que es propio del “modo de guerra” simbólico que nos dejó el conflicto  y que es contrario a la posibilidad de la búsqueda que  conduzca a un acuerdo. Sin dejar el análisis de las ideas y de la discusión democrática, hay que pasar sistemáticamente a impulsar positivamente lo que ayude a aclarar el debate respetuoso y a mover las voluntades, para que podamos confluir en la construcción colectiva, desde las diferencias propias de una democracia. 

Las comunidades sometidas al  conflicto por los actores armados saben que finalmente se trata de la reconciliación. Porque se vieron destrozadas cuando hijos de familias de San Pablo Bolívar o de Valledupar, y de muchas otros municipios y corregimientos, se mataron entre si como guerrilleros, paramilitares o soldados campesinos, y saben hoy que si no vuelven a juntarse sin dejar de honrar el dolor, no quedarán tradiciones ni pueblos para los niños y los nietos de mañana. 

Querámoslo o no, y para mostrar el sinsentido de buscar que los otros fueron peores, y sin dejar perder la memoria del horror, hay que aceptar que todas y todos, por acción u omisión, somos parte de lo que nos pasó. Obviamente, el nivel de las responsabilidades éticas y políticas es cualitativamente distinto y no cabe poner juntos el de las de un secuestrador o de un ejecutor de falsos positivos, con el de las de un líder social o político que no actuó cuando debería. Y con todo, la comunidad internacional que conoce la crisis humanitaria inmensa de este país peculiar se pregunta por qué dejamos pasar por la televisión la película de miles de desaparecidos, de masacres, de secuestros, de niños llevados a la guerra, de mujeres abusadas y la multitud de millones de desplazados como si no fuera con nosotros. ¿Por qué no reaccionamos como sociedad, como partícipes de una sola dignidad humana individual y colectiva? ¿Por qué no tuvimos el coraje de detener el Congreso y la política y los negocios  y la academia  y las fiestas, y gritar colectivamente nunca más, hasta detener la barbarie intolerable y rescatarnos como seres humanos?

Considero que en la conversación debemos tener en cuenta también el miedo que nos desata la posibilidad de un acuerdo nacional que nos exija cambiar. Porque nos da pánico pasar a lo desconocido. Nosotros no sabemos lo que es un país sin guerra, sin masacres, sin comunidades confinadas, sin narcotráfico, sin exclusión de los afros y los indígenas, sin niños llevados a la guerra, sin corrupción, sin impunidad, sin acumulación de tierras, sin mezclas cotidianas de lo legal con lo ilegal, sin minería devastadora.  En cambio, así sea complicado y nos quejemos de inseguridad, sabemos vivir así, y hemos construido instituciones, gobierno, justicia, congresos, gobernaciones, universidades, iglesias, empresas, negocios, “seguridad”, policía y ejército, fiestas y fútbol, con 120.000 jóvenes que se mataron entre sí en la guerra, hasta el acuerdo con las Farc,  48.000 de ellos militares y policías, y los demás guerrilleros y paramilitares; y más de 120.000 desaparecidos, y cientos de miles de mujeres abusadas, y más de 500.000 civiles asesinados por el conflicto y más de 50.000 secuestrados  y más de 9 millones de víctimas sobrevivientes; y nos da pánico cambiar y pasar a lo desconocido  de una Colombia donde no haya este infierno humano sobre el cual hemos construido… Y nos resistimos a poner en ejecución en su totalidad el acuerdo de paz entre el Estado y las Farc, que pone en marcha el país hacia allá. Y postergamos los meses de las nuevas negociaciones empezadas. Porque nos cuesta creer que será posible un país distinto. Porque nos resistimos a comprender que ese otro país no solo es más digno y más humano, sino que es más democrático, es realmente seguro, es un buen negocio. Tenemos pánico al cambio hacia lo desconocido. Parte de la incertidumbre que hoy tenemos es causada por este miedo que no tiene más salida que la conversación clara, incluyente, valiente, que nos obligara a cambiar a todos y todas para que seamos posibles.

Y para avanzar hacia una transformación de la cultura, hay que llevar el diálogo a las transformaciones necesarias en la educación; a formar ciudadanos y ciudadanas desde las especificidades de cada territorio, etnia y cultura y con sentido de nación; a la apropiación por parte de la juventud de la totalidad de nuestra historia, siempre en desarrollo, con el conocimiento de lo que los colombianos hemos construido, de la tragedia humana de nuestros conflictos y sus causas y de las responsabilidades históricas, éticas y políticas. Y siempre ante la memoria de las víctimas. 

Finalmente, como educación permanente y desafío de todas las edades y grupos, tenemos que establecer los caminos de la conversación sobre una ética pública básica, centradas en la dignidad igual y apoyada en los valores morales que los colombianos y colombianas escogemos y  asumimos y nos comprometemos  a proteger. Una ética audaz sin límites en la inclusión de la grandeza humana igual de todos y todas desde las expresiones culturales, étnicas, de género, de tradiciones espirituales, donde se celebra la dignidad de familias, y comunidades. Una ética que acojamos como ciudadanos de Colombia, independientemente de posiciones religiosas o filosóficas, que al mismo tiempo nos convoque en el núcleo de valores compartido que surge de la conversación democrática, y que respete la libertad. Una ética que encarne y promueva todo lo que nos hace crecer personalmente y colectivamente como seres humanos y rechace desde la conciencia individual y colectiva todo lo que nos despedaza. Que incorpore como centro, en este nación herida, el valor de la vulnerabilidad que nos abre al dolor de todas las víctimas. Una ética que sea de fuerza espiritual a los principios de la Constitución y a la elaboración de las leyes, y que inspire la producción equitativa de la vida y la seguridad para la paz.  


* Para asistir a este foro, que será gratuito, debe inscribirse previamente en https://eventos.cambiocolombia.com/foro-paz/
 

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