Casi siempre se centra la atención sobre el desempeño y legado de un gobierno en el presidente de la república. Por supuesto el primer mandatario es el principal responsable de los resultados de la gestión de su administración, pero sus ministros y otros altos funcionarios (como el director de Planeación Nacional, del DPS y algunos consejeros presidenciales) tienen también una gran responsabilidad -por acción y por omisión-. Esos altos funcionarios no solo deben rendir cuentas sobre las tareas de sus carteras sino sobre todas las decisiones claves del alto gobierno.
En el Consejo de ministros, los participantes deben informar al presidente y colegas de gabinete sobre los objetivos, logros y obstáculos de sus encargos. Deben además recibir las instrucciones y observaciones pertinentes por parte del presidente, así como escuchar con atención las inquietudes de los demás presentes –que deben participar cuando tengan algo que aportar o algo que criticar de manera respetuosa y constructiva. A mayor intercambio franco de ideas, con base en buenos argumentos, mayor será la calidad de lo que se acuerde.
Que el equipo de más alto rango del Poder Ejecutivo esté conformado por personas que le dicen sí a todo lo que quiere el presidente, y que no opinan sobre la labor de sus compañeros, no permitirá que tenga un buen desempeño. Así lo demuestra la historia de Colombia y de otras naciones. Incluso esa falta de carácter y de integridad que se da cuando se mantienen en silencio los cuestionamientos y dudas con respecto a lo que pretende el primer mandatario o los colegas del alto gobierno, son errores que pueden ser graves cuando se trata de decisiones cruciales (por ejemplo, las relacionadas con grandes reformas).
Incluso, si un ministro está convencido de que una decisión que se tomará le hará daño al país, y sus puntos de vista no son escuchados o apropiadamente refutados, debería renunciar. No hacerlo implica que se hace corresponsable de las consecuencias de lo que haga el gobierno.
No son pocos los ministros que prefieren conservar sus carteras en vez de decir y hacer lo que su conciencia les dicta. Eso prueba que nunca debieron haber aceptado tan importante dignidad. Desafortunadamente el poder, que es la droga más adictiva, con frecuencia nubla la razón y desvanece la honestidad intelectual.
Así pues, los integrantes del equipo de alto gobierno del presidente Petro, y de todos los presidentes, tienen que reflexionar con profundidad sobre las implicaciones de su comportamiento frente a los asuntos más delicados. Y actuar en consecuencia.