Francisco de Roux
3 Diciembre 2023

Francisco de Roux

Siete años del Acuerdo de Paz entre el Estado y las Farc

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Imposible olvidar las imágenes en los noticieros de televisión de hombres y mujeres guerrilleros que regresaban a rehacer familia a los pueblos cargando bebés alegres y armas silenciadas y atravesando ríos y caminos acompañados de militares que habían sido sus enemigos. 

Gratitud sincera a los hombres y mujeres que lo lograron en dedicación exclusiva, audacia y valor. Tomaron decisiones, establecieron agendas viables y desde posiciones adversas se amarraron a la mesa hasta cerrar el Acuerdo, que fue señalado por el Consejo de Seguridad de la ONU y  por muchos países y analistas como el aporte más serio a todas las negociaciones de paz en este siglo. 

No hay espacio para nombrarlos a todos y todas y al mismo tiempo hay que expresar plena gratitud al expresidente Juan Manuel Santos que, como jefe de Estado, cargó la responsabilidad mayor y las decisiones cruciales; a Sergio Jaramillo, Humberto de la Calle, los generales Flores y Naranjo y muchos otros, y a mujeres como Elena Ambrosí y Mónica Cifuentes y sus compañeras.  Igualmente, en las Farc, a Rodrigo Londoño, Pastor Alape, Pablo Catatumbo, Carlos Lozada, Victoria Sandino, Alejandra Nariño (Tanja) y otros y otras. Y por supuesto a los países garantes.

Y también al trabajo discreto y constante de organizaciones y comunidades, de la pastoral social de la Iglesia, y de las fuerzas sociales y espirituales, medios de comunicación y universidades, que acompañaron el proceso.

Sin lugar a duda el Acuerdo logrado en La Habana prevalecerá como un referente de negociaciones de paz en Colombia y el mundo. Los años permitirán ver la magnitud de su significado y enseñarnos los costos y la grandeza de la paz, y mostrarán en perspectiva histórica la irracionalidad política de un plebiscito  que vulneró pero no pudo atajar la marcha irreversible que lleva hacia la paz.

Colombia no es la misma después del Acuerdo que puso en primer plano la memoria de cientos de miles muertos en el conflicto y rescató la esperanza a más de nueve millones de sobrevivientes en el territorio nacional y en el exilio, y terminó desde los dos lados la justificación de la guerra a muerte como forma de proteger el poder legítimo y legitimable  o  de derrocarlo. 

Se creó el Sistema de Verdad, Justicia, Reparación y No repetición. Allí está actuando la majestad soberana de la JEP, valorada internacionalmente, que crea  jurisprudencia transicional y restaurativa y prepara las sentencias colectivas e individuales. La Comisión de la Verdad que después de confrontar a la nación desde el dolor de las victimas de todos los lados, ha puesto el Informe y las recomendaciones como aporte para una conversación nacional amplia y crítica para avanzar hacia la construcción basada en la dignidad de la vida sin exclusiones.  La Unidad para Encontrar a las Personas dadas por Desaparecidos, que se consolidó institucionalmente y hoy avanza al lado de las familias en la búsqueda de más de ciento veinte mil personas en montañas, ríos, fosas comunes y cementerios.

La ejecución plena del Acuerdo, pedida por la primera recomendación de la Comisión de la Verdad, vuelve a tomar fuerza en el gobierno actual. La Reforma Rural Integral se abre paso en el Ministerio de Agricultura y en las unidades de Víctimas y restitución de tierras. Los exguerrilleros que han reconocido los crímenes de guerra e hicieron dejación de armas continúan firmes en la paz, aunque 400 de ellos y ellas han sido asesinados. Las victimas están en el Congreso.

Al terminar el conflicto armado fue posible ver que el final de las Farc no era el final de los males de Colombia que se atribuían todos a la guerrilla marxista. Allí están vivas y crecientes las realidades que más destruyen a la nación: el narcotráfico, las economías criminales del oro, el contrabando y la extorsión; la corrupción generalizada, la desigualdad social y territorial, la exclusión étnica y educativa y la ausencia del Estado o su presencia ambigua en las regiones. Todo a la espera de ser enfrentado en el acuerdo nacional que en el texto del Teatro Colón se pedía y que aún no nos atrevemos a hacer, aunque sabemos que el futuro lo construiremos juntos, desde la riqueza de nuestras diferencias y en el respeto mutuo, o no será posible. 

El Acuerdo permitió comprender que hoy la guerra en Colombia es un crimen contra el pueblo. El ELN y las disidencias que se reclaman del pueblo lo saben y no obstante continúan. En las veredas y corregimientos y municipios rurales y en los barrios populares la gente sigue clamando, paren esa guerra, párenla de todos los lados, párenla ya. ¿Cuántos muertos, cuántos secuestrados, cuántas viudas, cuántos huérfanos, cuántos confinamientos, cuántos desplazamientos, cuánto terror tendremos que soportar todavía?

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