Arranca la primera edición del festival literario Tren al sur
16 Mayo 2023

Arranca la primera edición del festival literario Tren al sur

El colegio Gimnasio Sabio Caldas, de Ciudad Bolívar, realizará esta semana la primera edición del festival literario Tren al sur: 20 autores de toda la ciudad estarán compartiendo con estudiantes, colectivos y lectores del barrio. Santiago Espinosa, poeta y rector del colegio, le cuenta a CAMBIO el por qué de esta iniciativa

Por: Santiago Espinosa

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Bogotá, como el título de Dickens, también es “La historia de dos ciudades”, la ciudad del Sur y la ciudad del Norte. Hay una frontera invisible entre las dos, marcada por el miedo y a veces por la mutua desconfianza. Esto aplica sobre todo para la educación. Es muy difícil que los estudiantes de ambos lados se encuentren finalmente. Estos niños no juegan juntos ni aprenden juntos, no trabajan en proyectos comunes. Las luces que ambos miran, arriba o abajo de las montañas, no tienen rostros ni historias particulares para ellos. Al punto es que cuando crecen, ocupen los roles que ocupen, esta frontera entre las ciudades se convierte casi siempre en una barrera mental.  

Desde hace 23 años el Gimnasio Moderno, uno de los colegios más conocidos de la ciudad, administra un colegio en Arborizadora Alta, el Gimnasio Sabio Caldas. Otros colegios en administración, con experiencias magníficas como los colegios de Alianza Educativa o los Salesianos, Cafam, son administrados por consorcios o por órdenes religiosas. Solo el Moderno entendió esta oportunidad como una hermandad entre colegios que se necesitan y se completan. Antes de transferir un modelo se trataba de que un colegio tan tradicional se abriera a la aventura de otras realidades. Yo mismo, como estudiante del Gimnasio Moderno, pude entender en el “El Sabio” la magnitud de eso que entonces llamábamos “la ciudad”, sus historias de luz y de resistencia, sus procesos sociales. Allí hice mi servicio social y escribí en la revista El Aguilucho una crónica del cumpleaños número 1. Ni en el más optimista de los sueños me hubiera imaginado que un día sería el rector de este colegio en las montañas, en el cual me había cambiado la vida para siempre.

Es verdad que este modelo, que ahora se llama de colegios “en administración”, ha tenido muchos enemigos, especialmente en el sindicato de maestros. Se piensa equivocadamente que los privados se lucran con estos recursos, o que sólo las instituciones oficiales pueden aportar a una visión de lo público. La verdad es que el modelo es casi siempre deficitario para las organizaciones privadas, y es asumido por ellas como parte de un proyecto de responsabilidad social que incluye, en muchos casos, becas universitarias para los estudiantes destacados, intercambios a otros países, formación de maestros. En segundo lugar, es un sistema que funciona muy bien en materia de calidad. En el último ranking de colegios oficiales, 7 colegios en administración ocupan los primeros 15 lugares, y cuatro de ellos ocupan los primeros 5, incluyendo el primero y el segundo. 

Pero ante todo han sido estos colegios la posibilidad de un encuentro entre las ciudades. Por ejemplo, cada semana niños y niñas del Sabio y del Moderno, todos juntos, se reúnen en el Fondo de Cultura Económica, para ensayar con el coro de Voces Unidas. El coro ha cantado en los cumpleaños de los colegios, en un concierto con la Ópera de Colombia, y en un acto con el Consejo Superior de la Universidad de los Andes. Soy un convencido de que las humanidades son la mejor cátedra para la paz. Este año, estudiantes y maestros del Sabio montaron la obra de teatro Los colores de la montaña, en la que muestran en escena las historias de las mujeres de su barrio, y el significado del árbol del ahorcado; o revelan que en la montaña en la que hoy está el colegio, en la reserva de Cerro Seco, vive la alondra cornuda, una especie de ave que no existe en ningún otro lugar de la Tierra. Esta obra se presentó para toda la comunidad del Moderno en el Festival de Teatro Agustín Nieto Caballero.

Y la integración también ocurre en otras áreas. Es muy común que los estudiantes del Gimnasio Moderno, en sus proyectos de grado y en sus clases, incluyan al Sabio como parte de sus investigaciones. Lo mismo comenzará a ocurrir muy pronto desde el Sabio, pero en la dirección contraria. Desde este año un grupo de estudiantes del Sabio podrá disfrutar de las legendarias excursiones a las que normalmente asisten los estudiantes del Gimnasio Moderno. Esta localidad, y especialmente las personas que viven en el barrio y sus alrededores, se han beneficiado enormemente de los valores del Moderno y de su innovación pedagógica, de sus becas La grulla, que cada año les permite a un grupo de estudiantes continuar con sus estudios superiores, de las alianzas institucionales con la Universidad Javeriana y ahora con los Andes. Pero creo que esta relación también ocurre en la otra dirección.  El privilegio, lo creo sinceramente, puede excluirnos de los otros en la misma medida en que lo hacen las necesidades. Gracias al Sabio los estudiantes del Moderno, atravesando nuestra propia ciudad, aprendimos que no hay una historia única. Que no había un país en abstracto sino una conglomeración de países. Sólo en nuestro barrio, en cifras de la junta de acción local de Arborizadora Alta, hay habitantes provenientes de 140 municipios de Colombia. Y tenemos en el colegio familias de Venezuela y de Ecuador, comunidades Afro e Indígena, Rom. Esta diversidad es fundamental para matizar una visión más bien jerárquica del liderazgo, y mucho más ahora que el Moderno, gracias a la gestión de Víctor Alberto Gómez, su rector, comenzará a recibir niñas a partir del 2025. 

Agustín Nieto Caballero, el fundador del Gimnasio Moderno, transformó la educación colombiana a comienzos del siglo XX, esto es lo que aprenden los maestros en las facultades de educación. Tenía que pensarse una educación a la media de los estudiantes, que les enseñarán a los niños a creer en ellos mismos y en sus intereses, una educación en la que los jóvenes aprendieran sin miedo y sin dolor, estableciendo con sus maestros relaciones de confianza y solucionando sus problemas a través de un diálogo franco. Un colegio en el que fuera posible la alegría -estamos hablando de 1914-, e incluso una dosis razonable de irreverencia. Alguna vez le escuché a Antanas Mockus que el Gimnasio Moderno fue el primer colegio colombiano en ocuparse de las emociones, quizás sea desde aquí que podamos plantear una primera conclusión. Esto que propuso don Agustín para la Bogotá de entonces ha sido igual de importante en Arborizadora Alta. Una educación que les enseña a los niños a construir su autoestima, a pesar de las dificultades, que les enseña a confiar nuevamente en los otros, incluso en el segundo barrio con más muertes violentas de la ciudad, y a trabajar en los problemas del barrio desde las clases, y a mirar estos entornos con un poco más de cariño, es una tarea indispensable para la calidad educativa. 

¿Por qué hacer un festival literario en el barrio de Arborizadora Alta, localizado en Ciudad Bolívar? ¿Qué nos mueve como colegio para convocarlo? Nos mueven muchas razones, pero sobre todo quisiera resaltar dos. La primera es la posibilidad de la literatura para construir una comunidad. Así como el Moderno se ha convertido en un centro cultural para toda la ciudad, quisiéramos pensar que lo mismo es posible desde el sur. Ciudad Bolívar, como lo recuerda el museo que tiene este nombre, ha sido llamada “La ciudad autoconstruida”. Y esto no sólo por sus casas, construidas en muchas ocasiones por sus propios habitantes. Estas casas en las montañas, para seguir con la imagen, son el resultado de madres o abuelas, tías, que tejiendo o haciendo arepas, cuidando a los otros con sus manos, sacaron adelante una familia. Mujeres que les contaban historias a sus hijos como un conjuro frente a tanta realidad. Irene Vallejo, la autora de El infinito en un junco, nos ha recordado que la literatura tiene su origen en estas tejedoras anónimas. Por eso seguimos diciendo el “hilo” de la trama, por ejemplo, o hablamos del “desenlace” de un argumento. Tren al Sur, nuestro festival, es la posibilidad de volver a encontrar en la literatura la posibilidad de tejer los hilos, de reunirnos nuevamente en la palabra, después de una pandemia que nos ha distanciando de los otros, encerrándonos en nosotros mismos. 

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La segunda razón es que queremos que los niños escriban. Para un estudiante del Sur de la ciudad, a pesar de los esfuerzos de las Bibliotecas Públicas, y de una continuidad en las políticas de la Secretaría de Educación, se piensa que la literatura es un asunto que se escribe y se valida desde el Norte o el Centro de la Ciudad. Y hay razones profundas para afirmarlo. Las novelas de Bogotá casi siempre han hablado desde las mismas localidades, La Candelaria y Chapinero, Usaquén. Lo mismo nos pasa con la poesía urbana. Que los autores que se vienen leyendo en las clases, Yolanda Reyes y Cristian Valencia, Ramón Cote y Patricia Lara, Celso Román y Tania Ganitsky, Alonso Sánchez Baute y Federico Diaz-Granados, Andrea Mejía, entre otros, vayan a su colegio a conversar de manera presencial, es la demostración de que la literatura, además de la fascinación de los libros, también puede ser un diálogo en el que ellos participan. Y lo que es más importante. La presencia de estos autores también les recuerda que ellos mismos, desde sus montañas y sus salones, pueden escribir su propia historia. Que las historias de sus madres y sus abuelos también pueden encontrar en las palabras su lugar de redención. 

Finalmente, este festival, en el que participarán más de 20 autores y colectivos del barrio como Mayaelo, distintos colegios de la localidad, aliados como el Fondo de Cultura y la Editorial Planeta, la Agenda Cultural del Gimnasio Moderno, es una celebración de la literatura y de las posibilidades del libro. Como se ha dicho tantas veces, los poemas y las novelas nos ayudan a imaginarnos en los otros; sin esta capacidad de empatía desaparecen las democracias, lo que recordaba en su momento Martha Nussbaum. No podemos olvidar esta lección ahora cuando la tecnología, con todas sus posibilidades, nos está impidiendo un contacto más genuino con los otros; después de la hiperconexión, a veces ni los niños se miran a los ojos. Estamos tan preocupados por el chat GPT o por la inteligencia artificial, que hemos olvidado que el peligro no es que seamos reemplazados por estas tecnologías y robots; el peligro está en que ya nos estamos convirtiendo en robots, repitiendo los mismos videos o emoticones, olvidando la conversación en la centrífuga de las tendencias y las redes. La poesía, la literatura en general, es eso que nos hace más que un robot, lo que nos permite entender que hay otras realidades, otras ciudades en la ciudad. Sólo tenemos que aprender a leerlas.  

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