La nueva sede de Cinema Paraíso en la zona G.
Crédito: Cortesía: Cinema Paraíso
Cinema Paraíso: el cine independiente resiste
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En noviembre de 2023, tras más de un año de ausencia, Cinema Paraíso reabrió sus puertas. Esta es la historia de la primer sala de cine independiente en Bogotá, que hoy se resiste a Netflix, el abandono estatal y el reto de la convocatoria.
“Las salas de cine son un lugar de encuentro. Si dejaran de existir, estaríamos condenados a la soledad”, dice Federico Mejía, director general de la distribuidora Babilla Ciné y de Cinema Paraíso, que hace seis meses volvió a abrirle las puertas a los espectadores sedientos de una programación independiente, por fuera del vórtice de Los Avengers y del cine de espectáculo gringo que manda la parada en las salas convencionales.
Para hablar de Cinema Paraíso hay que hablar de Babilla Ciné, la distribuidora de cine independiente y de vanguardia más importante en el país. Y hay que viajar en el tiempo hacia el principio del siglo XXI, cuando en gran medida gracias a las películas que trajo al mercado colombiano Babilla, el cine independiente empezó a ser un gusto y un hábito contagioso en Bogotá. Un virus benigno.
Desde la proyección de La Celebración de Thomas Vinterberg –el aclamado director danés de La Caza y de Otra ronda más–, la primera película que distribuyó Babilla en 1999, los cinéfilos bogotanos respondieron con entusiasmo y respaldaron la programación independiente.
Esto hizo que el empresario Federico Mejía optara por entrar también en el negocio de la programación y, en el año 2002, como la marca de Babilla Ciné, en una casa republicana y esquinera de Usaquén, remodelada por el reconocido arquitecto Luis Restrepo, viera la luz la primera sede de Cinema Paraíso.
Desde el principio, cuando la casa tenía una única sala, la oferta fue clara y contundente: buen cine, buena comida, y una experiencia de lujo gracias a sus sillas amplias y aterciopeladas, vintage, distantes unas de otras, en las que el espectador se entregaba a las películas de autor a sus anchas, con las piernas estiradas.
Matchpoint y Vicky Cristina Barcelona, Cinema Paradiso, La vida es bella, Las estaciones de la vida, La vida en Rosa, Black Swan, El Luchador, Relatos Salvajes son algunos de los títulos que le llegan a la mente a Mejía cuando repasa la trayectoria de sus salas.
Salas en plural, pues gracias al aforo, la demanda y el creciente interés por el cine independiente, sumados a la evolución definitiva del cine análogo hacia el cine digital que revolucionó el negocio, Cinema Paraíso se consolidó como el gran templo de los cinéfilos en la capital. De una sala, pasó a tener cuatro. El café bar cobró mayor relevancia y la casa se convirtió también en un lugar de culto para tomarse un buen martini. Usaquén, por su lado, se consolidó como un foco gastronómico en el norte de la ciudad: es decir, más y más clientes potenciales.
El negocio, con 8.000 espectadores por mes en sus años más felices, se mostraba redondo y espectacular. A fairy tale.
Pero la tragedia, y eso es una obviedad para los entendidos de la industria, que acecha siempre sigilosa como un inminente punto de giro, en el 2020 hizo lo suyo. Es fácil intuir la debacle que fueron para Cinema Paraíso las restricciones producto de la pandemia en la que una sala de cine no era nada distinto a un caldo de cultivo de contagio eficaz y letal.
Aunque intentaron sostener el barco a flote, el imposible valor del arriendo hizo que el primer cine de vanguardia en Bogotá, ese que inspiró la posterior fundación del hoy vigente Cinemanía y del ya extinto Cine Tonalá –al que la pandemia también hirió de muerte– dijera, a través de un comunicado en sus redes sociales, el primero de mayo de 2023, que habría de cerrar sus puertas y bajar el telón.
La resurrección, los streamers y los likes
En el mensaje de despedida de Usaquén quedó claro que Cinema Paraíso no estaba muerto y que encontraría otro espacio para reinventarse. Esto ocurrió en una bonita casa –esta vez semiesquinera y con un patio muy amplio– de la zona G, hace un poco más de seis meses. Así como la tristeza y los mensajes de apoyo afloraron cuando se anunció el cierre el año pasado, la reapertura ocupó los titulares y el sector de la cultura, en coro con los amantes del cine, la celebró por lo alto.
El panorama de la industria –sobre todo en el nicho independiente–, sin embargo, es hoy muy distinto al de los días tan felices prepandémicos. Los más de 73 millones de espectadores que hubo en Colombia en 2019 es una cifra aplastante si se le compara con los 12 millones de 2020, los 27 millones de 2021 e incluso con los 53 millones del año pasado.
Al cambio en los hábitos que generó el encierro hay que sumarle la omnipresencia de los streamers –Netflix, Amazon, Disney, Max, Apple Tv, la cuenta sigue–; la democratización de televisores de última generación y de gran tamaño que consumaron la ilusión del “teatro en casa” en millones de hogares, y la piratería, claro, que en países como Colombia se da sin restricciones e impunemente.
Cinema Paraíso tiene una ocupación del 10 por ciento mensual, según cifras hasta el 31 julio de 2024. 15.000 boletas han vendido este año en su nueva sede.
Es verdad que renovarse y posicionarse en un nuevo lugar de la ciudad toma tiempo, y que los clientes fieles se han dejado ver por la nueva sede; pero es igual de cierto que pensar hoy en tener cuatro salas llenas como antaño suena a quimera.
Es un negocio difícil, esgrime Mejía, que confiesa lo impredecible de las tendencias y los favores o apatías del público. Sus ojos se alumbran al hablar de las películas que tiene en cartelera, del éxito que ha sido volver a mostrar a Lynch y del reto que es tener una programación flexible y cambiante por la que en los últimos meses han pasado Gaspar Noé, el prodigio Xavier Dolan, Michael Haneke, Fellini, Lars Von Trier, Francis Ford Coppola; pero la voz se le enturbia y contraría al hablar sobre lo difícil que es convertir los likes en boletas y el abandono estatal para con las salas independientes.
El Estado y sus impuestos: ¿el villano de la peli?
La boleta para ver a Kim-Ki-Duk en Cinema Paraíso cuesta 22.000 pesos. De este valor, el 8,5 por ciento le llega al Estado en razón del impuesto a la cinematografía, y el 10,5 por ciento en razón del impuesto a la beneficencia. 19,5 por ciento: casi dos mil pesos por boleta.
“¿Así cómo hacerse sostenible?”, pregunta en voz alta Mejía, que denuncia que es inaudito que las salas independientes paguen, proporcionalmente, lo mismo que gigantes como Cinemark y Cine Colombia. Para el empresario es más que evidente que en el país hay una negligencia estatal, hoy y desde siempre, a la hora de apoyar ofertas cinematográficas divergentes. De no ser por el apoyo del Estado que reciben las salas de cine no comercial como La Tertulia en Cali, la sala del MAM en Medellín y por supuesto las Cinematecas, la oferta de una programación no masiva sería aún más exigua.
Para la cabeza de Cinema Paraíso una solución fácil, concreta y eficaz es desgravar a las salas pequeñas e independientes y que ese 20 por ciento que se va en impuestos extras lo puedan usar para robustecer su oferta y redoblar esfuerzos en publicidad y convocatoria. Lo mismo ocurre con la exhibición de las películas colombianas: si el Estado no se pone del lado de los exhibidores –grandes y pequeños– para que las creaciones locales cuenten con espacios y tiempos mínimos de exhibición, el resultado seguirá arrojando películas que en el mejor de los casos superan 4.000 espectadores.
El Estado, según Mejía, en vez de colaborar en el guion y ayudar a que la película avance, es una traba más en el camino. Un obstáculo que, sumado a lo mencionado anteriormente, puede hacer que las noches de jueves discutiendo a Kim-Ki-Duk, a Lynch o a Vinterberg no sean más que un recuerdo nostálgico. Y condenados a la soledad, nos extraviemos en el repetido algoritmo de Netflix.