Lara, el hombre que intentó salvar a Colombia: un legado sin justicia

Crédito: CAMBIO

20 Octubre 2024 03:10 am

Lara, el hombre que intentó salvar a Colombia: un legado sin justicia

Gracias al estreno del documental 'Lara, el hombre que intentó salvar a Colombia', CAMBIO habló con los implicados para corroborar la urgencia de Justicia y memoria en el caso de Rodrigo Lara Bonilla, asesinado hace más de cuatro décadas.

Por: Juan Francisco García

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“¿Sabes que hay debajo de este monumento?", pregunta Jorge Lara Restrepo, y la cámara muestra entonces a dos habitantes de calle drogándose. Debajo del monumento del hombre que más frontalmente combatió al Cartel de Medellín cuando el Cartel de Medellín era el más grande productor y distribuidor de droga en el mundo, abandonados a su suerte, dos hombres se drogan a plena luz del día. Jorge desciende hacia el caño, se abraza con los hombres, y después de un saludo cálido les pregunta: “¿Saben qué es ese monumento?”. Silencio. “¿Saben quién es Rodrigo Lara Bonilla?”. 

La noche del 30 de abril de 1984, mientras se dirigía a su casa en el barrio Recreo de los Frailes en el norte de Bogotá, el Mercedes-Benz blanco de Rodrigo Lara Bonilla recibió 25 balazos calibre cuarenta y cinco. Cuando llegó a la clínica Shaio, en las piernas de uno de sus hijos, ya estaba muerto. 

"El 30 de abril de 1984, apenas a un mes de haberse firmado una tregua entre Gobierno y las FARC-EP, los narcotraficantes asesinaron al ministro de Justicia Rodrigo Lara Bonilla. Este no solo fue un argumento para decretar el estado de sitio en todo el país, también cambió al Gobierno y la historia de Colombia. Ese día se abrió un frente de guerra: la de un sector del narcotráfico en cabeza de Pablo Escobar contra el Estado y la de un sector del Estado contra los narcotraficantes del Cartel de Medellín”. Así describe la Comisión de la Verdad el magnicidio de Rodrigo Lara Bonilla en la versión digital de su Informe Final. 

Aunque el día en que mataron a su papá Jorge Lara Restrepo tenía 6 años, esto no impidió que 25 años después volviera al país con la determinación feroz de encontrar los responsables del asesinato y de trabajar, como su padre, por un país menos desigual, narcotizado y violento. Su vocación se interrumpió también de forma precoz y abrupta gracias a una bacteria letal que lo mató a los 44 años. Como si la historia se ensañara en contra de ciertos apellidos, el 9 de marzo de 2022 los medios colombianos anunciaron en coro: “La muerte del hermano del senador Rodrigo Lara e hijo del exministro de Justicia Rodrigo Lara Bonilla en un hospital de París”. Entre una muerte y otra transcurrieron, exactamente, 38 años y 9 días. 

El 16 de octubre de 2024, se estrenó en el Chelsea Film Festival de Nueva York el documental ‘Lara, el hombre que intentó salvar a Colombia’. Lo dirigió la cineasta inglesa ganadora de los premios EMY y BAFTA, Mags Gavan. 

Poster del documental 'Lara, el hombre que intentó cambiar Colombia'.
Cartel oficial del documental ‘Lara, el hombre que intentó salvar a Colombia’

La película nació, se rodó y vio la luz gracias a la obsesión de Jorge Lara Restrepo por reabrir y concluir el caso del magnicidio de su padre. Hoy, 40 años después, el caso sigue abierto y los responsables impunes. Esta es la historia detrás de un documental urgente para que el legado de uno de los políticos más importantes en la historia de Colombia no quede en vano.

Rodrigo Lara Bonilla, ¿no saben quién es Rodrigo Lara Bonilla?

En la primera gran escena del documental, Jorge Lara limpia la basura que se está tragando al monumento de su padre en la plazoleta de la calle 127 con carrera 49, en la localidad de Suba, donde lo mataron. “¿Esto fue lo que hicieron para honrarlo?”, le pregunta a la cámara mientras arranca posters desleídos, sobrepuestos, que cubren la superficie de piedra y concreto con enchape en mármol gris. La obra, del artista Luis Ávila Martínez, es un rectángulo atravesado por tubos de aluminio pintados de rojo que simbolizan la vida truncada del exministro de Justicia. 

Antes de volver a Colombia en el año 2009 después de un exilio de 25 años, El Negro, como le decían, vivió en España, Suiza, Inglaterra y Francia. Trabajó en bares y restaurantes, como un inmigrante más, mientras se graduaba de administración de empresas. Al terminar su carrera, optó por dedicarse a la industria audiovisual y trabajó en proyectos de la ONU en zonas del conflicto y en cárceles. Antes de volcarse en cuerpo y en alma a sacar adelante ‘Lara, el hombre que intentó salvar a Colombia’, registró desde sus entrañas los lugares del país en el que brilla la ausencia del Estado. Con cámara al hombro y metido en una van a lo Scooby Doo –que llamó Jaimes– se metió a donde no llegan las noticias: los barrios marginales en los que hacerse pandillero es muchas veces la única salida; los laboratorios de cocaína clavados en la selva; caseríos olvidados y precarizados que viven en la otra Colombia. Simultáneamente, dio conferencias de paz y reconciliación en comunidades donde el perdón parece una entelequia. Trabajó también en RTVC, hasta que el clientelismo y el despilfarro de la televisión pública lo asquearon. 

En los días previos a su muerte, cuando el daño generado por la bacteria era ya irreversible, en su última conversación con la directora del documental Mags Gavan, El Negro le dijo que pasara lo que pasara el documental debía hacerse. “Si estoy en silla de ruedas, me llevas empujado, pero esto hay que terminarlo”. 

Jorge Lara Restrepo maneja un dron durante el rodaje. Créditos. Mags Gavan
Jorge Lara Restrepo maneja un dron durante el rodaje. Créditos: Mags Gavan. 

Murió sin verlo y sin tener la certeza de que los fondos para concretarlo iban a conseguirse. “Es muy triste que Jorge se haya ido de este mundo con tantos traumas en la cabeza”, le dijo a CAMBIO la directora Mags Gavan, una de sus buenas amigas. 

De todos los traumas: la desigualdad abismal, los niños pandilleros, la corrupción estatal, el abandono, la guerra; el más doloroso –cuenta Mags– fue morir con el caso de su papá inconcluso. Resignado a la versión oficial que, y esta es la tesis central del documental, deja impunes a los políticos que hicieron parte del plan para callar, por siempre, al hombre que intentó salvar a Colombia. 

¿Todo ha sido en vano?

Paulo Lara Restrepo es, de toda la familia nuclear del ministro asesinado, el menos visible y conocido. Después del exilio forzado por el asesinato de su papá, volvió a Colombia en 2002 para terminar su carrera de administración de empresas. Se especializó en organizar y sacar a flote negocios en apuros financieros. Trabajó como gerente en un centro comercial y en un hotel, sin perder nunca la vena social que le vino en la sangre. En el 2021, al salir de una comida, aparentemente por la reapertura del caso de su padre ante la ley, se supo perseguido e intimidado. Los fantasmas de un país en el que los poderosos y los narcos silencian las voces incómodas con metralletas y sin piedad se metieron en el sistema nervioso de su familia. Por no tener un perfil público, el Estado le negó su petición de protección, que sumado a la determinación de que sus dos hijas no tuvieran que crecer, como él, atravesadas por el trauma de la orfandad paterna, hizo que en tiempo récord abandonara el país de nuevo. 

Desde hace tres años vive en Miami junto a su esposa y sus hijas. Como le tocó empezar de nuevo y, por convicción y principios se niega a usar su apellido para favores políticos y económicos, mientras se resuelve su situación (o no) de asilo político, hoy maneja un Uber. Paulo le contó a CAMBIO que, la mayoría de las veces, los colombianos que se montan a su carro no saben quién es Rodrigo Lara Bonilla. “Lo siento, pero falté a esa clase”, aducen sin sospechar que el hombre que ignoran, sabiendo lo que le iba a pasar, sabiendo que denunciar era suicida, enfrentó a Pablo Escobar cuando el mafioso más famoso del mundo estaba en su cúspide de poder político, económico y militar. 

En la conversación con CAMBIO, el tercero de los hermanos Lara Restrepo dijo –no sin pesadumbre en la voz y en la mirada–, que ya no le es posible sentir el mismo amor por Colombia: “Cuando la gente me dice que va de vacaciones al país, no siento ni ganas ni envidia”. También dijo, buscando matices fallidamente, que en lo más profundo siente que la lucha de su padre ha sido en vano. Y que el sufrimiento inenarrable que han atravesado a raíz de su muerte, no generó ningún cambio estructural en la sociedad colombiana, hoy tan pervertida por el narcotráfico y tan violenta como en el 84, cuando 25 balazos destruyeron el Mercedes-Benz Blanco W123 oficial en el que se transportaba Rodrigo Lara Bonilla. 

Jorge Lara Restrepo y Paulo Lara Restrepo. Créditos: Mags Gavan
Jorge Lara Restrepo y Paulo Lara Restrepo. Créditos: Mags Gavan. 

Como Jorge, Paulo Lara también siente la urgencia vital de que el caso del ministro de Justicia asesinado –¡hace cuatro décadas!– avance y concluya. “Así como las madres de los falsos positivos, para en efecto tener un duelo, necesitan saber la verdad de quién, cómo y por qué mató a sus hijos”. Al igual que Jorge, Paulo no compra la versión oficial en la que no se responsabiliza con precisión a los hombres del poder político que fomentaron, por omisión o por acción, el asesinato. Para Paulo es inaudito, acaso un homenaje a la impunidad, que diez gobiernos después, el caso de un ministro de Justicia asesinado siga abierto, con evidentes inconsistencias. Impune. 

Como Jorge, a Paulo le parece indispensable, por el país, por la memoria de su padre, por la reputación de la Justicia y la reparación para su familia, por su hermano y su mamá y sus hijas exiliadas, que Alberto Santofimio Botero, Carlos Lehder, el conductor del Mercedes blanco en el que iba Rodrigo Lara Bonilla en el día de su asesinato –que increíblemente salió intacto– hablen para, de una buena vez, esclarecer quién dio la orden, en las entrañas del Estado, para acallar a su padre:

“Me hubiera encantado que Belisario Betancur respondiera también, pero eso ya no se puede. Y, para entender el contexto, es sumamente importante que Álvaro Uribe Vélez, como director de la Aeronáutica, la entidad que entregó las licencias que permitieron que los carteles colombianos enviaran cocaína a todas partes, respondiera ante el país cómo eso fue posible”. 

Las inconsistencias de la versión oficial

En otra escena escalofriante del documental, Jorge Lara visita la oficina del abogado Jhonny Díaz, con quien intenta hacer avanzar el caso. En una tablet ve, por primera vez, las fotos de su padre muerto, sobre una camilla, en Medicina Legal. Mientras tanto, en un tablero, el abogado le explica que el informe médico legal de abril de 1984 ya da cuenta de que la bala letal fue disparada en una dirección contraria a las 22 balas que recibió el carro, desde el lado derecho, por cuenta del sicario Iván Darío Guisado. “Esto no tiene ningún sentido”, dice el abogado, que afirma la muy probable vinculación del esquema de seguridad en el asesinato. “¿Por qué diablos si todas las sillas están baleadas, el conductor salió intacto? Es que hay algo que no va”, contesta el Negro. 

Pablo Escobar, el mafioso que mandó a matar a Lara Bonilla

Esta teoría se la reafirma a Jorge Lara, en su oficina en Bucaramanga, el periodista investigativo y autor del libro El asesinato de Rodrigo Lara Bonilla, Alberto Donadio. Y va más lejos: no solo corrobora que el disparo que mató al ministro tuvo una trayectoria de izquierda a derecha, es decir desde la silla del conductor, sino que afirma que el carro, contrario a la versión oficial, no iba en movimiento, y que el conductor, también contradiciendo a la versión oficial, estaba por fuera del vehículo. “Nunca interrogaron a los guardaespaldas”, sentencia Donadio ante la cámara, para luego esbozar el segundo gran misterio que la versión oficial no ha podido responder: ¿Por qué, si el asesinato tuvo lugar en una zona cercana a un hospital, el conductor se dirigió primero a la casa del ministro? “Querían asegurarse de que llegara muerto al hospital, como fue el caso”, dice Donadío. 

Temerario, con los ojos rabiosos, en el documental, tomándose la justicia por sus propias manos, Jorge Lara conduce hasta la casa de Domingo, el chofer de su padre el día de su muerte. Nadie responde a su llamado a la puerta. Los vecinos, dice el Negro, lo protegen. Como las esferas del poder lo han hecho durante 40 años para que no cuente lo que sabe. En el crimen de Rodrigo Lara Bonilla, argumenta el documental, fue cómplice el Estado colombiano. 

El legado

No todo es frustración en ‘Lara, el hombre que intentó salvar a Colombia’. Hacia el final, la película muestra a Nancy de Lara, la viuda de Rodrigo Lara Bonilla y la encargada de sacar adelante a tres hijos pequeños, en soledad y tan lejos, hablando en otra lengua, tocar con conmoción un mural con la cara de Jorge, su ‘Negrito’. El mural adorna la fachada de una casa del barrio Pablo Escobar en Medellín, uno de los más peligrosos e históricamente atravesados por el narcotráfico y el desdén estatal en la ciudad. 

Ese mismo que todavía hoy, aunque la violencia se ha atenuado, tiene un túnel de casi cien metros en el que Escobar y sus lacayos solían esconderse cuando la fuerza pública o los carteles enemigos los sitiaban. El mismo en que, todavía hoy, sus pobladores glorifican la figura de Escobar, comparándolo incluso con Jesucristo. Ese barrio en el que cientos de niños se pierden en la trampa de las pandillas y la adicción por hambre y orfandad. El barrio que los cárteles convirtieron, arrinconando a su población, en nefasta escuela de sicarios. 

A su lado, está pintado también su papá Rodrigo Lara Bonilla, sonriente, vital: grande. Nancy de Lara acaricia el mural y dice ante la cámara “Tan hermoso. Jorge representa la lucha de toda la vida de su papá. El deseo y la acción por cerrar las diferencias sociales en Colombia”. 

Mags Gavan, Jorge Lara Restrepo y los niños del barrio Pablo Escobar en el rodaje
Mags Gavan, Jorge Lara Restrepo y los niños del barrio Pablo Escobar en el rodaje

Su trabajo en el barrio Pablo Escobar, hoy con 16.000 habitantes, aún sin los servicios ni la infraestructura básica y todavía de tan difícil acceso, responde a ese legado. La fundación Jorge Lara Restrepo, en manos de las hermanas Carolina y Lina Flórez García, productoras del documental en Colombia, y su vicepresidente Edgar Antonio Niño, está en busca de un terreno para construir la Casa Cultural y el Centro Social Rodrigo Lara Bonilla. Sí: en el corazón del barrio bautizado bajo el nombre del mafioso más peligroso y cruel que este país ha conocido. Sebastián Marroquín, hijo de Pablo Escobar, amigo personal de Jorge Lara Restrepo y miembro del equipo de su fundación, le dijo a CAMBIO que la amistad entre él y Jorge Lara es un ejemplo de reconciliación y perdón destinado a los miles de colombianos que viven enquistados en los códigos de la revancha y el odio. Dijo también que la muerte de Jorge, su gran maestro del perdón, la lloró más que la muerte de su padre. 

La vocación de la Fundación Jorge Lara Restrepo, en palabras de las hermanas que la operan será: "Mejorar la calidad de vida y visibilizar a una sociedad que ha sido estigmatizada e invisibilizada durante años. Nuestro objetivo es dar protagonismo y voz a quienes han sido históricamente marginados a través de la cultura y la educación, y fomentar la convivencia pacífica en espacios seguros. Todo esto reflexionando profundamente sobre la construcción de la memoria histórica y colectiva como un pilar para forjar una estructura social resistente”. 

Por eso, en este país tan desmemoriado y convulso, es tan urgente que se vea el documental que se estrenó en Manhattan. En él se condensa el dolor y la frustración de nuestra adicción a la violencia y nuestro sino impune. En él están "Los Nadies". El cinismo de la clase política. La droga que todo lo permea, por tercer año consecutivo con récords históricos en hectáreas cultivadas. La indiferencia del gobierno alemán a la hora de facilitar el testimonio de Carlos Lehder. El país, mucho más grande que el Estado. 

Pero también, sobre todo, la dignidad y la entereza de una familia que le dijo sí a la vida a pesar de todo. Sí a Colombia, a pesar de todo. 

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