El 5 de marzo de 2024 quedó consagrado como un día histórico para la lucha feminista en el planeta entero. Se trata del primer reconocimiento constitucional del derecho al aborto en el mundo. Y tanto el lugar como el momento en que trascurre esta escena resultan profundamente elocuentes sobre la causa por la igualdad de género y los embates que hoy enfrenta.
Francia es una de las cunas de la democracia y también del feminismo. En 1789 la Asamblea Nacional Constituyente aprobó la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, texto de valor universal en la concepción de las democracias modernas. Poco después, en 1791 la escritora y filósofa Olympe De Gouges escribió a manera de broma y reto –porque toda broma memorable esconde un buen reto– la Declaración de los derechos de la mujer y de la ciudadana. Desde entonces, e incluso antes, el feminismo hace parte fundamental de la comunidad política francesa.
Nombrar a la cantidad de feministas que ha regalado ese país al mundo, desde tantas aristas de la vida, resulta imposible. Uno de esos íconos, Simone de Beauvoir, publicó el 5 de abril de 1971 El manifiesto de las 343 y confesó: “Un millón de mujeres abortan cada año en Francia. Yo declaro que soy una de ellas. Declaro haber abortado”. Tres años después, con la ley promovida por la ministra de salud Simone Veil, Francia despenalizó el aborto hasta la semana doce de gestación.
Veil, otra feminista histórica y judía que sobrevivió a Auschwitz, sufrió décadas de persecución; la llamaron nazi por atreverse a convencer a los señores de esa época de que el aborto es un problema de salud pública y no del derecho penal.
Desde siempre y hasta ahora Francia ha sido un referente mundial de tantas conquistas feministas y actualmente allá el aborto goza de enorme aceptación. Por décadas ha sido un derecho garantizado a todas sus ciudadanas. No estaba en riesgo, pero ante la anulación de la decisión de Roe v. Wade por la Corte Suprema de Estados Unidos en 2022 Francia decidió contestar. La inclusión de la interrupción voluntaria del embarazo (IVE) en la carta política, aunque en la práctica resultaba innecesaria, eleva su importancia y sacralidad.
En una votación histórica, el hemiciclo de Versalles vio cómo se rescribía la Constitución para incluir ahí la soberanía de las mujeres francesas sobre sus cuerpos. Fueron 780 votos a favor, 72 en contra y 50 abstenciones. Hasta al partido de la ultraderechista Marine Le Pen no le quedó opción diferente a apoyar la iniciativa. Entonces se detuvo y unió el legislativo francés en una ovación a la gesta en la cámara conjunta presidida por primera vez por una mujer, la legisladora Yaël Braun-Pivet, quien cincuenta años después recoge la causa de Veil y tantas otras.
Y tal vez eso suma al momento histórico que presenciamos, porque no es solo la decisión sino la manera en la que la toman. Sin divisiones políticas estructurales, con celebraciones en las calles; una comunidad convencida de que la libertad de las mujeres es presupuesto incuestionable para el progreso. Y todo lleno de gestos románticos y trascendentes; todo tan francés.
Francia le habla al oscurantismo que se obsesiona buscando cómo anular las conquistas de la igualdad y le advierte que la lucha feminista por la autonomía reproductiva no se detiene y volverá siempre a triunfar, en los momentos menos esperados y en donde parezca un podio innecesario.
También nos recuerda que donde exista una feminista le seguirán generaciones de mujeres que recojan y revigoricen la causa: “El feminismo es una forma de vivir individualmente y de luchar colectivamente”, dijo Beauvoir. Y, por supuesto, acentúa que el aborto, la salud anticonceptiva y la educación sexual son derechos fundamentales de las mujeres; garantías imprescindibles para ser las regentes de nuestra propia vida.
Acá en Bogotá el ESMAD cercó, oscureció y reprimió la marcha del #8M. El Alcalde Carlos Fernando Galán contestó con el libreto de los políticos que repudian la manifestación social legítima: que las paredes rayadas y que investigarán por qué los señores policías reprimieron y dispersaron una protesta pacífica de mujeres.
Las feministas de antes, de ahora, de allá y de acá somos una marea de pañuelos verdes sobre el mundo, ondeados sin sosiego ante los presidentes, los alcaldes, las cortes, los parlamentos, los periódicos y las calles hasta la conquista universal. Y así como tantos sueñan con la distopia del reversazo, nosotras celebramos lo que parecía utópico, vitoreado el pasado lunes desde el Arco del Triunfo. ¡Chapeu!