
Con las elecciones de alcaldes en la puerta, nuestra decimera Beatriz Ordoñez se ocupa de quienes dirigirán los destinos de Bogotá y ofrece una receta para encontrar el buen camino.
Bogotá es un esperpento
y ¡a veces tan adorada!
Según cual sea la mirada
es un placer o un tormento.
Nos despierta un sentimiento
discordante e impotente
de zozobra permanente.
Es horrorosa y es bella.
Quien quiera vivir en ella
tiene tarea pendiente.
En campaña hay mil peleas
por la incierta capital.
Libran batalla frontal
“gentes de cien mil raleas”.
Lo creas o no lo creas,
Colombia tiene elecciones
con fraudes y con traiciones.
Y juegan con impaciencia,
sin dolerles la conciencia,
como gatos y ratones.
El domingo será el día
de ver si ganó el mejor,
o tal vez el menos peor.
Se acaba la algarabía
y sigue esa rebeldía,
porque sí o porque no.
No sabemos qué pasó
con las propuestas concisas
y las palabras precisas.
La indiferencia venció.
Las disputas van rodando
como bolas de billar,
y se quiere gobernar
sin metas e improvisando.
Hay que seguir conversando
con una idea concreta,
sin gritos ni pataleta.
Progresar será posible
con una norma infalible:
¡Que Bogotá se respeta!
