Daniel Samper Pizano
18 Febrero 2024

Daniel Samper Pizano

EL NOBEL DE LA VIEJURA

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Dos ancianos que compiten por presidir un país es un drama; si ese país está en condiciones de destruir el mundo, el enfrentamiento es una tragedia; y, en todo caso, más que dramática o trágica, la lucha encarnizada entre octogenarios resulta patética.

En el patetismo cabalgamos. El futuro de Estados Unidos, y en buena medida el del mundo, está en manos de Joe Biden, de 81 años (nació el 20 de noviembre de 1942) o Donald Trump, de 77 (nació el 14 de junio de 1946). El 5 de noviembre de 2024 las elecciones generales definirán cuál de los ocupará la Casa Blanca durante el próximo cuatrienio. De vencer Trump, lo terminará a los 82. De hacerlo Biden, cumplirá 86 en 2028.

Nunca en la historia de la democracia dos viejos tan viejos se habían enfrentado por el poder. Los anales registran casos asombrosos de gobernantes matusalénicos. Los líderes soviéticos y chinos tenían fama de permanecer en el mando hasta la arruga final. Pero al lado de los contendores gringos estos parecen juveniles dictadores. José Stalin gobernó a la Unión Soviética durante treinta años, y al morir tenía apenas 74. Mao Zedong murió todopoderoso los 82 años... edad que cumplirá Biden dentro de nueve meses. Ambos caen ante Isabel II, fallecida hace poco a los 96 años, de los que reinó durante 70.

El trono dorado del Sumo Pontífice posee virtudes vivificantes, ya que sus huéspedes suelen sentarse en él durante largos períodos. El papa actual, Francisco I, cumplirá en diciembre 88 primaveras. Poca cosa al lado de algunos de sus predecesores: Lucio III partió en pos del Padre Eterno a los 88; Celestino III y Gregorio XII a los 92; León XIII, a los 93. Y Benedicto XVI, ya jubilado, a los 95. 

El presidente colombiano más veterano es Manuel Antonio Sanclemente. Elegido en 1898, a los 84 años, fue víctima, dos más tarde, de un golpe blandengue ejecutado por su vicepresidente. El autor, José Manuel Marroquín, de 73 años, mandó al exilio en tierra caliente al titular. Luego gobernó hasta 1904 y en el camino se le perdió Panamá.

Con todo, el dúo antagónico Sanclemente-Marroquín era más joven que el de Biden-Trump. Aquellos solo sumaban 157 años al subir al poder y estos ajustarán 160 el día de la posesión (20 de enero de 2025).

Es comprensible, pues, que uno de los temas centrales de la agitada política norteamericana sea la edad y la sensación de viejura de los candidatos. El presidente en ejercicio es apagado, camina lentamente, se mueve con dificultad, tiene los ojos hinchados y habla con un susurro de voz. Trump, en cambio, es avasallador, gritón, agresivo, buscapleitos. Ambos sufren lapsos de memoria: Biden confundió recientemente a México con Egipto y Trump trastocó el nombre de su rival republicana, Nikki Hakey, por el de la líder demócrata Nancy Pelosi. 

Uno al lado del otro, los tres años y medio que Joe le lleva a Donald parecen quince. En lo que no hay paralelo es en la conducta y la ética: Biden es progresista, democrático y decente; Trump es neofascista, impresentable y matón. Resulta obvio que es menos malo un cuerdo enfermo que un loco rozagante.

El problema es cómo los perciben los electores. Hace seis meses, una encuesta reveló que el setenta por ciento de los ciudadanos consideraban a Biden “demasiado viejo” para ser reelegido. La semana pasada, un polémico perfil del presidente que realizó el propio gobierno (Ministerio de Justicia) lo llamó “un anciano bien intencionado pero con débil memoria”. Biden protestó airadamente, y su abogado descalificó el lenguaje del informe al describir como excepcional algo que es frecuente en cualquier testigo: la dificultad de recordar detalles al cabo de un tiempo del suceso.

La junta editorial de The New York Times, diario antitrumpista, plantea la gravedad de la situación en un artículo de fondo. Si bien simpatiza con Biden, reconoce que la ciudadanía acusa “crecientes dudas” sobre su capacidad para dirigir el país durante cuatro años adicionales a causa de su edad. El escrito invita a Biden a mantener más contacto con la gente, pues “parece que se esconde o lo esconden”, y también le pide demostrar en público sus capacidades y hablar más con la prensa: Barack Obama dio 422 entrevistas en el mismo plazo en que Biden solo ha concedido 86. “No hay comparación en materia de integridad, realizaciones y conducta presidencial” respecto a Trump, dice el periódico. Lo malo, añade, es que Biden no parece ofrecer una alternativa convincente ante “el singular peligro” de su contendor.

Los estadounidenses, buena parte de ellos ingenuos, elementales e ignorantes, se encaminan así a cometer un error del que se arrepentirá el mundo. 

Café con aroma de salud

Quizás lo que ambos y todos los ancianos necesitan es tomar café, mucho café. Luego de haber sido señalada esta bebida durante años como enemiga de la salud, la ciencia hoy reivindica sus méritos, sobre todo en los mayores de edad. En una conferencia que puede verse por YouTube, el profesor Darío Echeverri, jefe de Cardiología de la Fundación Cardioinfantil, recomienda vivamente el consumo diario de entre dos y cinco tazas de tinto. 

El café, revela, disminuye el riesgo de accidentes vasculares, alerta la capacidad cognitiva, previene ciertas formas de cáncer, combate la rigidez muscular, reduce la diabetes, mejora la capacidad sexual, contribuye a la digestión ordenada, favorece el equilibrio en ancianos y, en general, detiene el envejecimiento.

En mi calidad de abuelo agradecido, llevo años cuadrando la siguiente ecuación sobre salud y edad: el Índice de Viejura.

IV = E multiplicado x NP y dividido todo por TC

Dicho de manera algebraica: 

IV = E x NP
          TC

Donde IV es Índice de Viejura, E es Edad, NP es Número de Pastillas cotidianas, y TC es número de Tazas de Café al día. Por ejemplo, una mujer de 70 años que tome 7 pastillas y 2 tazas diarias de café tiene un IV de 245. En cambio, un señor de 90 que consuma 12 pepas diarias y 5 tazas, alcanza un Índice de Viejura de solo 216 (¡!). 

Saquen ustedes sus conclusiones... Yo no he podido, pese a sospechar que me estoy perdiendo un Premio Nobel.

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