Como están las cosas hay que prepararse para el regreso de Donald Trump al mando de la primera potencia.
Todo pueblo tiene el gobernante que se merece y ya está claro que la mayoría de estadounidenses quiere —y en consecuencia se merece— a un personaje cuya deplorable personalidad no parece afectar su poderoso carisma. Lo injusto es que el resto del mundo tenga que padecerlo porque el impacto de su mandato será global y, en el caso de América Latina, se sabe que cuando Estados Unidos estornuda, el continente se resfría.
Frente a Joe Biden, que también aspira a reelegirse, The Economist se pregunta si un anciano modelo 42, con su favorabilidad en picada, está a la altura de este desafío del año 24 y culpa a un pusilánime Partido Demócrata de no haber sido capaz de presentar una alternativa convincente. Pero también es culpa del propio Biden, cuya vanidad, sumada al apego al poder de su círculo interno, le impidió hacerse a un lado como aconsejan voces lúcidas de la política americana. Hoy tiene la favorabilidad más baja de cualquier presidente anterior en este momento de su gestión.
Esta elección “es distinta de cualquier otra”,asegura The New York Times, para el cual Trump ha demostrado un temperamento y un carácter que lo descalifican para desempeñar altos cargos públicos. Por lo cual advierte que “reelegirlo plantearía un serio peligro para nuestra República y para el mundo”. Palabras mayores. Por su parte, la directora de Human Rights Watch en la división de las Américas, la colombiana Juanita Gobertus, dijo que podría tener “consecuencias dramáticas” para el continente si se traduce en un aumento del autoritarismo en Estados Unidos. Y es difícil que esto no suceda si el matonesco candidato republicano resulta fiel a su retórica incendiaria.
En el tema políticamente hipersensible de la inmigración, Trump sostuvo que “los inmigrantes ilegales están envenenado la sangre de nuestra nación”. Frase horripilante que hace pensar en las de Hitler contra los judíos, con sus apologías de la pureza de la raza aria, que condujeron al Holocausto. Aun es difícil concebir que hace casi cien años seis millones de seres humanos fueran exterminados en pos de un “ideal” racista ” y repugna que hoy en día un líder político acuda a un lenguaje que evoca uno de los periodos más negros de la humanidad.
Pero no todos lo ven así, como muestran las encuestas. Sin hablar del reciente sondeo según el cual 30 % de los republicanos considera que Trump es un candidato “designado por Dios”. ¿Habrase visto? La democracia pude ser muy frívola y la gente estar más pendiente del gesto teatral, el insulto personal o la frase truculenta que de los hechos que le conciernen. ¿Cómo entender, por ejemplo, que el electorado latino de Estados Unidos, el llamado “voto hispánico”, hoy se incline más por un candidato que los desprecia que por los demócratas que siempre había apoyado?¿O que los 91 cargos criminales que enfrenta Trump solo lo hayan vuelto más fuerte?
El año electoral arrancó caliente en los Estados Unidos y en los próximos diez meses los demócratas tendrán que hacer milagros para contener el impulso que trae su rival. En el primer discurso de 2024 Biden se quitó los guantes y arremetió como nunca antes contra su adversario, al que calificó como “una amenaza para la democracia americana”. Poco antes el propio exjefe de gabinete de Trump, John Kelly, dijo que era “la persona más defectuosa que he conocido”. Pero todo eso rebota contra su inmenso ego sin hacerle mella.
Hasta ahora. Existen indicios de que grandes empresarios están inquietos con un retorno de Trump, fatigados al parecer de su populismo belicoso. Algunos juristas no descartan que la Corte Suprema termine por inhabilitarlo. Hay incluso analistas que creen que él mismo es su peor enemigo y que su megalomanía y arbitrariedad lo llevaran a autodestruirse. Pensar con el deseo se llama esa figura.
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Entre tanto, en el otro extremo del hemisferio, el Trump argentino impulsa a marchas forzadas la agenda neoliberal que lo llevó a la presidencia. Javier Milei fue la estrella, un tanto sobreactuada, del Foro de Davos y es innegable la gran curiosidad internacional que despierta su anunciado revolcón de la economía argentina, tan largamente vapuleada por el populismo peronista. Para no hablar del tremendo vainazo que le echo a Petro como "como comunista asesino que esta hundiendo a Colombia".
Desde su posesión el 10 de diciembre Milei lanzó una ráfaga de radicales iniciativas sobre privatización de compañías estatales, eliminación del control de precios, devaluación de la moneda, reducción del gasto público y restricción del derecho de huelga y protesta, que quiere complementar con poderes de emergencia para legislar por decreto hasta el fin de su gobierno en 2027. Todo lo cual ha generado, como era previsible, duras protestas sindicales y el primer paro general decretado por la poderosa CGT (Confederación General del Trabajo), que resultó menos contundente de lo esperado.
Pero del afán solo queda el cansancio y las realidades sociales son tozudas en un país tan dado a la movilización callejera. Loable el deseo de Javier Milei de restaurar la grandeza perdida de su nación (al estilo del Make America great again de Trump), pero algo falla en su enfoque y estilo. Presiento un progresivo declive de su respaldo ciudadano y cabe esperar que el salvador de Argentina no resulte un paquete chileno. O, peor aun, un Maduro al revés.
P.S.: Colombia estará tres meses sin ministro de Relaciones tras la fuerte sanción de la Procuraduría al canciller Álvaro Leyva por el pleito sobre la licitación de pasaportes. Es posible que su ausencia poco se note. Lo que sí se sentiría, en el bolsillo de todos, son los 120 mil millones de pesos que nos tocaría pagar si el Estado pierde este litigio.