
“Del Jefe se dirá lo que se quiera. La historia le reconocerá al menos haber hecho un país moderno y haber puesto en su sitio a los haitianos. ¡A grandes males, grandes remedios!» El jefe encontró un paisito barbarizado por las guerras de caudillos, sin ley ni orden, empobrecido, que estaba perdiendo su identidad, invadido por los hambrientos y feroces vecinos”.
La fiesta del Chivo, Mario Vargas Llosa.
Los problemas en la frontera que divide a la isla que comparten Haití y República Dominicana han sido explotados por políticos oportunistas desde hace siglos. La pobreza y el desgobierno en Haití se han traducido en uno de los mayores y más sostenidos éxodos del continente.
En la década de 1930 los migrantes haitianos ofrecían mano de obra a cambio de comida. Era una esclavitud moderna con la cual los dominicanos no podían competir. Para 1937 el dictador Rafael Leonidas Trujillo había atizado la xenofobia a peligrosos niveles con los que justificó la masacre del perejil. Las tradiciones orales cuentan que así se bautizó porque eran asesinados los negros haitianos cuyo acento creole les impidiera pronunciar la palabra “perejil”. Los recuentos oficiales varían en el número de víctimas de doce mil a cuarenta mil haitianos.
Trujillo fue uno de los más sangrientos y peculiares dictadores que desfiló por la política latinoamericana del siglo XX. Supo construir un régimen personalista que funcionaba para adorarlo y enriquecerlo. El poder del generalísimo llegó hasta los matrimonios de sus funcionarios, cuyas esposas e hijas violaba con su aquiescencia para que no hubiese duda de su dominación sobre todos los espacios.
Toda esta historia quedó magistralmente retratada por el premio nobel de literatura Mario Vargas Llosa en La fiesta del Chivo. El regreso de la abogada Urania Cabral al país del cual huyó tras haber sido sometida a la tortura sexual del dictador por cuenta de su propio padre sirvió de excusa para que Vargas Llosa diera vida a aquel sociópata histórico que se hacía llamar el benefactor.
Como en tantas otras obras del nobel peruano, los acontecimientos históricos o temáticas coyunturales sirven para explorar las más difíciles y hermosas profundidades del ser humano. Además, La fiesta del Chivo es una morfología del dictador, la autocracia y los áulicos que la habilitan; de la descomposición social que permite y auspicia la tiranía y el sofocamiento y resiliencia de la resistencia.
Dijo Vargas Llosa que los diferentes hilos narrativos del texto pretendían alertar sobre las circunstancias que normalizan el fascismo: “Hay una complicidad, tolerancia y después una especie de adaptación a la dictadura”.
El relato sobre la pesadilla dominicana que duró 31 años conserva enorme relevancia. En República Dominicana, el nieto del dictador, Ramfis Domínguez Trujillo, ha consolidado su partido político Esperanza Democrática desde el cual revive el discurso xenófobo con el que su abuelo asesinó, torturó y desapareció a miles de personas. El nietismo, como lo denomina la prensa dominicana, promueve la deportación masiva de haitianos.
Ningún otro país en el mundo cuenta con una pieza literaria de la factura de La fiesta del Chivo como documento de memoria para ahuyentar fanáticos. Pero además de lo que ocurra en ese rincón del Caribe, la obra y partida de Vargas Llosa resuenan con fuerza ante la debacle de la democracia gringa.
Hoy se cumplen tres meses desde que Donald Trump se posesionó como el presidente número 47 de los Estados Unidos. Desde entonces ha confesado y demostrado sin sonrojarse su deseo de reescribirlo todo. Entre los discursos que más ha empleado está la satanización del migrante latinoamericano como excusa para emprender una batalla contra los derechos humanos.
Todos los días aparece un nuevo video en redes sociales en el que hombres encapuchados detienen a transeúntes con papeles o no, para llevárselos a centros de detención en los que no tienen acceso a abogados. Los despidos masivos han permitido la eliminación de varios sistemas de controles internos del poder federal del gigante americano. La persecución al periodismo, a la academia y a los estudiantes universitarios develan tal vez la peor amenaza que ha enfrentado la libertad de expresión en ese país desde su fundación.
Un autoritarismo de manual que se quitó la máscara en la rueda de prensa ofrecida el 13 de abril por Trump y su dictador favorito, Nayib Bukele, en la Casa Blanca, en la que advirtieron que no regresarían al ciudadano salvadoreño Kilmar Abrego García, a pesar de las órdenes que al respecto ha dictado el juez federal James Boasberg.
En 2016 Vargas Llosa llamó al aspirante Donald Trump un “payaso, demagogo y racista” y cuando fue elegido se lamentó públicamente sobre el hecho de que allá arriba eligieran a un presidente digno de repúblicas bananeras, como lo fue la dominicana. Qué bueno hubiese sido leer al escritor arequipeño y universal para entender cómo se gestó y qué significa la fiesta del Chivo que se celebra desde el 20 de enero bajo esteroides en la tierra del Tío Sam, o qué será del mundo cuando empiece el guayabo.

