Caminando por la décima
18 Febrero 2024

Caminando por la décima

LA MONA LISA VANDALIZADA

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No es raro que algún imbécil en trance de publicitar una causa o volverse tristemente célebre ataque una obra de arte. Desde Eróstrato, que incendió en 356 a.C. el templo de Artemisa en Éfeso, hasta los tarros de sopa con que embadurnaron hace tres semanas el cristal de la Mona Lisa en el Louvre, suman cientos los atentados contra piezas maestras. Sobre este tema escribe hoy sus décimas MacLamus (María Cristina Lamus).


El vandalismo en museos
toma cada vez más fuerza,
a medida que refuerza
convicciones y deseos
absurdos y maniqueos.
Es reciente el episodio,
que con ribetes de odio
vivió el Louvre allá en París,
mas no pasó de infeliz
remedo de un mal salmodio.


Lo vivió la Mona Lisa,
aquel óleo consagrado
de un Leonardo iluminado,
que esfumó y plasmó imprecisa
su enigmática sonrisa.
Es una pena, me digo,
que ni siquiera el abrigo
de la sala reservada
donde ha sido resguardada
evite injusto castigo.


Dos activistas biliosas,
convencidas de su causa,
y militantes sin pausa
de una cruzada ambiciosa,
pretendían ser noticiosas.
Vandalizaron la obra,
en estúpida maniobra, 
y exigían para el mañana
alimentación más sana
que cambie al mundo en zozobra.


Pero ¿qué tiene que ver
el cuadro de la Gioconda
con la desazón que ronda?
Que algunos quieran poner
todo en un mismo dossier.
La sopa de calabaza
que le lanzaron en taza
parece algo insustancial
para erradicar el mal
que insistente vuelve a casa.


Porque indemne la pintura
más famosa de Leonardo
permanece a buen resguardo
de la falta de mesura,
la idiotez y la locura.
“¡Cuál sopa de calabaza!,
—diría La Mona con guasa—:
Tráiganme a mi cicerone…
prefiero una minestrone,
como la que comía en casa”.

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