El mundo católico se reúne hoy en torno al Domingo de Pascua. En Colombia, para creyentes, ateos, agnósticos y dudosos es un día de regocijo y descanso. En parroquias y catedrales por igual se celebra la misa más importante según el Nuevo Testamento. Se trata de uno de los hitos de la fe cristiana, la cual conmemora la resurrección de Jesús. La palabra pascua evoca también lo que significó ese momento de tránsito para la religión católica.
Y aunque a la baja, Colombia sigue siendo uno de los lugares más católicos del mundo. Con un 57 % de feligreses, el catolicísimo y sus instituciones siguen dictando la ley en muchas veredas y ciudades del país.
Bajo la sombra de su poderío de siglos el catolicismo colombiano sigue campante por ahí sin ocuparse como comunidad de los horrores de la pederastia religiosa y de los millares de víctimas regados por calles y cementerios.
La develación de este panorama sombrío lo debemos al periodista Juan Pablo Barrientos. Con varias investigaciones que lo metieron en problemas y después con la publicación de los libros Dejad que los niños vengan a mí y Este es el cordero de Dios, descubrió que acá ocurrió lo mismo que en tantos otros bastiones católicos del mundo: la agresión sexual sistemática de curas contra niños y niñas y el posterior encubrimiento e incluso habilitación de esa violencia por parte de los jerarcas de la iglesia.
Recientemente, de la mano del periodista Miguel Ángel Estupiñán, Barrientos arreció su lucha con la publicación de la investigación El archivo secreto. Se trata de la lista (por ahora inconclusa) de los curas denunciados por abuso sexual y pederastia en Colombia. El libro consigna algunos relatos de víctimas. Muchos de ellos confiesan haber iniciado su vida sexual con una agresión que provenía de un líder religioso a quien admiraban y en el cual confiaban.
El título lo da el mismo derecho canónico que citan los autores, el cual dispone: “debe haber también en la curia diocesana un archivo secreto…la llave del archivo secreto la tiene solamente el obispo”. Por ahora, tras una ardua y comprometida labor documental, la investigación revela 579 curas acusados de violencias sexuales, 155 de ellos actualmente en ejercicio.
Barrientos y Estupiñán piden a la Corte Constitucional, no que ordene a cuentagotas la entrega de información de una u otra arquidiócesis o parroquia como en el pasado, sino que exija a la curia la develación del archivo secreto en su totalidad. Se hace necesario un nuevo caso ante la Corte, porque tal vez como ninguna otra institución en Colombia, la Conferencia Episcopal ha desacatado sus pasadas órdenes sin sonrojarse.
Es claro que los señores de sotanas no ven en las decisiones de la Constitucional mandatos obligatorios y tal vez llegó el momento de que la justicia las recuerde que, hasta el día del juicio divino, ellos son ciudadanos y organizaciones sujetas a la ley como el resto de mortales sobre este territorio. Y además resulta una circunstancia, tal vez como ninguna otra, en la que el acceso a la información de interés público contribuye real y directamente en la consolidación de la paz social, mediante la garantía de verdad y por esa vía alguna forma de reparación.
Entre tanto feligrés en Colombia debe de haber alguno que clame por el valor de esta verdad. Que sea el momento de que la misma congregación pida el resarcimiento de las víctimas, pues la denuncia de la pederastia religiosa también puede ser una manera de fortalecer y limpiar la fe, no de rechazarla. Así ha pasado con positivos resultados en otros lugares del mundo como Francia. Ojalá esos nueve magistrados —católicos o no— aprovechen la enorme oportunidad de reivindicar las víctimas de la violencia sexual y la pederastia religiosa, la verdad, el periodismo investigativo y ordenen que se devele sin retrasos y estrategias tramposas el archivo secreto.
En las próximas semanas la Corte tomará esta decisión que tiene en vilo a Barrientos, Estupiñán y a todos sus lectores. Que sea el momento para honrar la escritura de Corintios (5,7-13) y empujar un nuevo tránsito hacia la verdad: “Así que celebremos nuestra Pascua no con la vieja levadura, que es la malicia y la perversidad, sino con pan sin levadura, que es la sinceridad y la verdad”.