Daniel Samper Ospina
10 Marzo 2024

Daniel Samper Ospina

SI MI PAPÁ FUERA GABO

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La semana había comenzado con los disparates propios de nuestro adorable platanal dentro de los cuales sobresalía la audaz medida del presidente Berto de nombrar como director de Planeación Nacional a un funcionario ignorante en matemáticas: “No soy economista, ni aspiré serlo, porque las matemáticas me dieron muy duro, es la verdad”, confesó con hidalguía el recién designado, don Alexánder López, mientras el Congreso lo condecoraba y varios alumnos de bachillerato suscribían con emoción esas palabras. 

Al fin toma las riendas del poder un gobierno que reivindica al vago del curso. En el colegio, a don Alexánder se le daban mejor otras materias: electivas, por ejemplo, o gimnasia. Pero le ofrecieron lo que queda, qué podemos hacer, y en medio de todo resultó bien librado: a la nueva ministra de Deportes, en cambio, Berto la recibió con unas palabras amables según las cuales su ministerio no sirve para nada. La ministra quedó muy agradecida. Es la ceremonia de posesión que cualquiera ha soñado.

Ese mismo día Daniel Rojas, el director de la SAE, terció en el debate afirmando, cito textual, que “No se necesita ser bueno en matemáticas para entender bien la economía; el cambio precisamente significa sacar las matemáticas de ese marco cognitivo”, y lo dijo en su cuenta de Twitter, para no decir de X, dado el temor de que suponga que debe despejarla, despejar x, como si se tratara de una ecuación. Con lo cual la polémica quedó zanjada, a pesar de que resulta paradójico tal desprecio por las matemáticas en un presidente experto en dividir. Porque, no nos digamos mentiras: Berto a veces parece el máximo común divisor. 

Jamás imaginé que existiera un gobierno capaz de declararle la guerra a las matemáticas, pero lo aplaudo y me identifico. Padecí toda mi adolescencia por culpa de los números. Jamás supe para qué servía el binomio cuadrado perfecto. Solo pude aprender las tablas de multiplicar del uno, el dos, el cinco y el diez, y a veces tengo problemas con la del cero: en las demás debo utilizar los dedos, sumar. Lo confieso con el temor de que, al enterarse, el presidente me ofrezca el Ministerio de Hacienda.

Por eso, desde la adolescencia encontré en materias como la literatura una forma de exilio ante aquellas fórmulas indescifrables que impedían arbitrariamente dividir por cero o se referían a la regla de tres como si no fuera la estructura narrativa de El amor en los tiempos del cólera.

De modo que no podía existir mejor marco que las declaraciones de don Alexánder para recibir la noticia del año del mundo de la cultura:  la publicación de una novela de García Márquez que sus hijos decidieron sacar al mercado.

Sé que no resultará fácil lo que se nos viene. Que Jaime Abello contará la manera en que García Márquez le susurró el último párrafo en el lecho de muerte. Que Dasso Saldívar dirá: “Yo vi el momento en que le puso el punto final, estábamos los dos en el estudio de su casa de México”. Que José Gabriel dirá: “Yo vi el momento en que le puso el punto final, estábamos los dos en el estudio de mi casa en México”. Que Mauricio Vargas afirmará: “Debatimos el título en esas largas caminadas que nos dábamos por la calle de la Loma de San Ángel: él quería llamarla En enero nos quedamos, pero le hice ver que era mejor otro mes y otro verbo”.

Salvo Basile explicará que el nombre del protagonista fue aporte suyo. Plinio reaparecerá para recordar la vez en que tomaba del brazo a Gabito por Barcelona y le daba la idea de publicar un libro después de muerto. Jotamario Arbeláez titulará su columna de El Tiempo "En agosto nos vimos” y relatará la vez en que en un agosto de 1961 conoció a Gonzalo Arango. 

Miguelito Uribe, el Niño-tía, denunciará que el verdadero autor es el presidente Berto, al menos en la traducción al árabe, porque el título original era En agosto nos vamos y lo modificó porque quiere quedarse en el poder. El exfiscal Barbosita revisará si hay un párrafo en que un fiscal prometa que no aspirará a la presidencia para retirarlo con discreción. Andrés Pastrana confesará que la nueva novela se convirtió en su favorita de las que ha leído de García Márquez, “por encima inclusive de La rebelión de las ratas”. Cada expresidente recodará una anécdota con Gabo en las emisoras de la mañana, salvo Iván Duque, que evocará las suyas con Maluma.

Y el presidente Berto, a su vez, tomará la palabra en un acto oficial, y, con el Berol número dos en la mano, afirmará que el Liceo de Zipaquirá dejó dos grandes hijos, “yo y Gabo”, y luego posesionará al nuevo ministro de Cultura, Simón Gaviria, que afirmará que leer siempre le ha dado duro, ante lo cual el presidente tomará de nuevo la palabra para decir que de todos modos el Ministerio de Cultura no sirve para nada. El director de la SAE, por su lado, aclarará desde su cuenta de Twitter que “No se necesita ser bueno en literatura para escribir una novela; el cambio precisamente significa sacar la literatura de ese marco cognitivo”.

*** 

A pesar de desencadenar semejantes novedades, la publicación de la novela es una noticia extraordinaria, por más de que algunos se pregunten si los hijos de García Márquez hicieron lo correcto en imprimirla: si el premio Nobel de veras hubiera deseado publicarla, ¿no lo habría hecho él mismo, acaso? ¿Es un acto de impudicia sacarla a la luz? ¿O no hacerlo equivalía a privar al mundo de una obra que ya no es de su autor, sino de lo que Gustavo Petro llama “la humanidatt”?

Por mi parte,  solo sé que, sin la decisión de los hijos de Gabo, no nos veríamos en agosto, ni nunca, y recibo de buena manera la noticia. Imagino lo que sucedería si mi papá fuera Gabo: con mis hermanas habríamos ordenado al chat GPT que terminaran ya no digo la novela inconclusa olvidada en su mesa de noche, sino el primer papel que nos topáramos con su letra, cualquier receta médica: incluso un post it con un teléfono. Y lo sacaríamos a las librerías seguros de que aquel libro sería una buena noticia para lectores de toda índole: en especial para aquellos a quienes las matemáticas les pegan duro, como Alexánder López, que esta semana es el nuevo director de Planeación Nacional por orden del Máximo Común Divisor.

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