Daniel Samper Pizano
25 Febrero 2024

Daniel Samper Pizano

UN HORARIO PARA CAMBIAR EL MUNDO

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Hace cien años, según esa meca capitalista llamado Foro Económico Mundial de Davos, se produjo una de las más hondas revoluciones en el mundo del trabajo. El más poderoso industrial de la época, Henry Ford, decretó que los obreros de sus fábricas solo laborarían cinco días por semana y no seis, como se estilaba entonces. El sábado pasó a ser una jornada de descanso al servicio de los trabajadores, como lo era el domingo desde que Dios amaneció cansado una mañana.

Ford no lo hizo por amor a sus obreros, naturalmente, sino porque creía que las horas libres los estimularían para adquirir un aparato que empezaba a protagonizar la vida moderna: el automóvil. El magnate había lanzado el mítico Ford-T, modelo accesible a bolsillos relativamente modestos, y calculó que, si disponían de tiempo para pasear y viajar en familia, muchos trabajadores estarían dispuestos a comprar a plazos ese artefacto que había sido privilegio de millonarios. No se equivocaba Ford. Las ventas de su carro popular se multiplicaron y, en cambio, se redujeron las de camellar. Las jornadas de ocho horas y cinco días se volvieron habituales y pocos años después ya habían sido adoptadas como obligatorias en Francia y Estados Unidos.

De aquel sacudón industrial nacen la fijación del planeta con el auto particular, el aumento de la contaminación callejera, los atascos, los accidentes, los laberintos de normas reguladoras (el caótico pico y placa, por ejemplo) y, en fin, urbes invivibles como Bogotá. 

Muchas fórmulas se han buscado para recobrar las ciudades de las garras del centenario invento rodante. Algunas han sido exitosas, como los metros subterráneos. Otras, solo paliativos, como los vehículos masivos de superficie (TransMilenio, Transcaribe, MIO) que quitan varias horas diarias a los usuarios, y otro tipo de aparatos (bicicletas, motos, patinetas) que aceleran el tráfico pero causan cientos de víctimas en aceras y calzadas.

Desde hace años algunos expertos piensan que solo se logrará una revolución en la vida urbana si se impone un esquema que involucre los horarios de trabajo, como bien lo entendió Ford. El mazazo del Covid en oficinas, negocios y escuelas planteó, además, la flexibilidad del lugar de labores. Desde entonces se incorporaron el teletrabajo y el trabajo híbrido (mezcla de ambos) como ingredientes de la discusión.

La fórmula salvadora se denomina Modelo 100-80-100: el trabajador gana el 100 % del salario y trabaja solo el 80 % del tiempo a cambio de mantener el 100 % de la productividad. 

A partir de 2022 se prueba la nueva receta en numerosas empresas y países del mundo. Un documento de Davos (2023) resume los resultados en pocas y entusiastas palabras: “La mayoría de los empleadores que adoptaron el proyecto han visto cómo se mantienen sus niveles de productividad y cómo mejoran la retención de empleados y su bienestar”. Añade un 65 % de reducción en el número de días de enfermedad del personal. Como consecuencia la mayoría de las compañías participantes en la semana laboral de lunes a jueves la adoptaron como política permanente. 

Aparte del bienestar del trabajador y el éxito empresarial, la fórmula 100-80-100 ahorra contaminación, fomenta la recreación, facilita los estudios libres, estimula la industria turística e inocula vicios deseables como el descanso, la lectura, el cine y el deporte.

¿Se imaginan ustedes los combustibles, apretujones, pasajes, roces abusivos y riesgos de robo y accidentes que se ahorrarían los habitantes de Bogotá y otras ciudades si en vez de trabajar ocho horas diarias casi toda la semana lo hicieran cuatro veces?

El Congreso colombiano debate una reforma laboral. Es el momento de que estudie, al menos por curiosidad, algunos estímulos al horario que hace un siglo cambió el mundo y podría transformarlo de nuevo. 

Jonas Prising, cacao de Manpower Group, afirmó en Davos que “lo último en cambios positivos es la semana de cuatro días laborables”. Según él, la de cinco y 40 horas, que cumple ya un siglo, “es más anticuada que un Ford Modelo T”. 

Kafka en versión criolla

Es una coincidencia, pero podría sugerir un homenaje o al menos una metástasis. En este 2024, cuando se cumplen cien años de la muerte de Franz Kafka, leo Recuperar tu nombre (Alfaguara, Bogotá, 2024), libro que emula las trampas burocráticas, los laberintos procesales, la manipulación de la ley y la sordidez reinantes en las novelas del checo. Escrito por el huilense Juan Álvarez, revela las tribulaciones y múltiples abusos que sufrió su padre, preso a lo largo de casi seis meses pese a ser inocente. La Fiscalía de Néstor Humberto Martínez lo acusaba de un supuesto delito que ni se precisó ni mucho menos se probó, pero sirvió para dar la apariencia de dinamismo del monstruo acusador que se ha usado y se sigue usando como instrumento político. 

El libro contiene otras historias y aristas (quizás demasiadas) relativas al caso o los personajes. Álvarez formula las reflexiones y denuncias sobre el manejo artero del lenguaje jurídico, la manipulación de los medios noticiosos, la instrumentación del miedo, el silencio cobarde y las artimañas de que se valen algunos falsos centinelas del derecho para torcerlo. El autor buscaba “restañar el nombre de mi padre” y lo ha conseguido. Pero también logra destapar los caños mefíticos que escarban las malas manos cuando se apoderan de la Justicia. 

Rodrigo Pardo

De todos los nietos de Roberto García-Peña —ese director de El Tiempo encantador y bohemio a quien veneramos Luis Carlos Galán, Enrique Santos Calderón y yo—, el que más se le parecía era Rodrigo Pardo, quien acaba de fallecer. Fue por ello muy emocionante la despedida que le dedicó su hermana Diana el jueves en ese diario. Allí no perfilaba al Rodrigo político, el analista ni el periodista, sino a ese hombre que explicó desde niño que madrugaba porque “a mí lo que me fascina es vivir”. Rodrigo cumplió su sueño.

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