Ana Bejarano Ricaurte
25 Septiembre 2022

Ana Bejarano Ricaurte

LA GRAN COLOMBIANA

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Shakira rompió su silencio sobre el difícil momento que atraviesa en las páginas de la revista Elle de España. Y siempre da gusto volver a contemplar su sabiduría, tenacidad y hermosa melancolía. 

La barranquillera −que ya andaba en el estudio de grabación desde los trece años− es una cantautora prolífica, bailarina sublime y portentosa pensadora.  Shakira es, sin duda alguna, la artista más grande de la historia de Colombia; hasta un ciego lo puede ver. 

La reina de la música latina en el mundo: ochenta millones de discos vendidos. Una de las artistas más escuchadas de la historia. Galardonada con todos los premios de la industria, incluido Artista de la década de Billboard, dos veces.  

Es pionera en llevar el español al mundo. No solo la lengua, sino la cultura, ritmos y preocupaciones de una región silenciada en el concierto internacional. Su voz rasgada es reconocida en todos los rincones del planeta; en cualquier bazar asiático nombrar a Colombia suscita un inevitable: “Shakira, Shakira”. Bailó champeta en la fiesta más gringa de todas —el Superbowl en 2020—, le cantó a Obama en su inauguración presidencial y se tomó el firmamento entero con sus canciones para los mundiales de fútbol. 

Uno de mis shakirólogos de confianza dice que, en esa discusión anodina y mal enfocada sobre quién es el gran colombiano, es Shakira quien se merece el primer puesto. Y tal vez tiene razón, pues con excepción de Gabriel García Márquez, no ha existido una colombiana que haya llevado el nombre de nuestro país tan lejos y tan alto en el mundo. El nobel la entrevistó en 1999 y escribió un perfil sobre la naciente estrella para la revista Cambio, y ese día quedó para la historia una foto de los dos grandes colombianos.

Shakira y Gabriel García
El nobel de Literatura recibe a la artista adolescente, quien para ese entonces ya tenía a todo Iberoamérica cantando sus letras, en su icónico apartamento de la Calle 86 en Bogotá.

Ahora cuelga en el archivo de la Universidad de Austin en Texas un mensaje de puño y letra del autor: “Nada que se diga o no se diga de Shakira podrá ya cambiar su rumbo de artista grande e imparable”. Los años son sabios, pues era apenas 2001. 

Y después de semejante carrera viene la prensa rosa ávida de clicks a registrar su separación del español, que también es papá de sus hijos, en tono de: “¿Quién está más guapa: la esposa o la moza?”. Ninguna de las gestas históricas de la barranquillera la ponen a salvo de la torpe distracción de las redes sociales, en donde pululan los micromachismos que habilitan al patriarcado en la cotidianidad.

También enfrenta acusaciones en España por evasión de impuestos, las cuales niega rotundamente, al elegir no conciliar con el impositivo fisco español y pedir un juicio. Se debate si Shakira fue o no residente fiscal entre los años 2012 y 2014. Ella lo niega y ha pagado casi el total de la posible condena económica anticipadamente. Se arriesga también a una pena de prisión, que ha calificado como injusta, arbitraria y parte de un esquema de la Fiscalía española para presionar a personas públicas. 

Lo bueno, para ella y nosotras, es que todos los momentos difíciles y desamores en la vida de Shakira se han convertido en música, en bestsellers. Como cuando le robaron la maleta en un aeropuerto con todas sus canciones escritas a mano, y se sentó a producir uno de sus mejores álbumes: ¿Dónde están los ladrones? 

Por eso lo relevante entre el chismerío vacío es que pronto nos regalará un nuevo disco. Y cada vez que nos preparamos para escucharla se aviva el debate sobre la profundidad y banalidad de sus letras; sobre la artista profunda y la mainstream

Es cierto que en otras décadas Shakira habló sobre el aborto, dios, la corrupción, la hipocresía social, hasta la democracia. Como también lo es que para apoderarse de los mercados mundiales viró hacia letras y ritmos más universales. 

Y claro que está en todo su derecho de escribir lo que mejor le parezca. Aunque si es cuestión de confesar, bien le haría a este país, donde lo que no se quiere se mata, volver a escuchar sus reflexiones profundas. Si hace más de veinte años la adolescente nos puso a pensar y pasar tusas con intensidad, ¿qué podría venir de la madre soltera, curtida empresaria de la música y artista internacional consagrada? 

Como sea, me aprenderé cada una de sus canciones y las bailaré con mi hija hasta caer extasiadas en el piso. Porque Shakira es la banda sonora de toda una generación. No he conocido a una sola colombiana, igual de vieja o joven que yo, que no se una a tararear a la reina si pasa desprevenidamente por la radio. Es el puente que nos une a todas, sin importar de dónde vengamos. 

Dijo en su última entrevista que hace música para “conectar a las personas con la vida” y eso ha hecho su voz conmigo. En esta ocasión le suma una lección de resiliencia y vehemencia. Una que solo puede venir en canción. 

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