Velia Vidal
12 Mayo 2023

Velia Vidal

Racismo, aunque no lo veas

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La única ocasión en la que mi mamá tuvo que ir a mi colegio por mi conducta fue cuando me gritaron en coro “negra hijueputa” y les respondí que yo era una negra hijueputa y ellos una manada de brutos, tenía 12 años y acababa de llegar a Cali, primera vez que vivía por fuera de mi natal Chocó. La profesora Piedad le dijo a mi mamá que el problema era mi mal genio. Era desconfiada, miraba de reojo y con el mentón arriba, así me volví desde niña, cuando peleaba en mi barrio porque me gritaban “paisa mingalá come carne sin lavá”. Una piel demasiado clara entre mis compañeros y vecinos de Quibdó, evidentemente negra entre mis compañeros de Cali.
Mi predisposición venía, también, de cuenta de las muchas historias de racismo y discriminación que cargaban los miembros de mi familia que habían llegado a Cali años antes que mi mamá y yo.

Cuando leí los trinos de la profesora Sandra Borda a propósito del viaje de la vicepresidenta Francia Márquez a África y de la respuesta que ella le dio a un periodista que intentó preguntarle sobre una polémica creada por el medio de comunicación al que este pertenece, recordé a la Velia de mentón arriba, y a la profesora Piedad, para quien el problema era yo, mis actitudes y no los actos de racismo de los que fui víctima. 

Varias personas han intentado explicarle a Borda los múltiples problemas que hay en sus publicaciones, y ella se justifica una y otra vez, profundizando el racismo de lo que dice. 

Volvamos a la definición más básica: racismo es la ideología que defiende la superioridad de un grupo étnico frente a los demás y justifica su explotación económica, la segregación social o la destrucción física. 

Esta es una definición pura, cualquiera podría decir que no está identificado, al menos en el presente. Pero el racismo es también cualquier tendencia o actitud que denote esta ideología. La esencia es la relación vertical, la comparación, la ubicación de unos valores, conductas, ideas, lenguajes, prácticas culturales, etc., en un lugar de superioridad, con relación a las de otros, en particular, a las de las personas racializadas.

A continuación, cito textualmente algunos de los tuits, realmente polémicos, de la docente e internacionalista. 

No, tampoco. Sí tienen la obligación de contarnos qué papel juega esto en la política exterior del actual gobierno, cuál es la agenda, cuáles los objetivos. Rendir cuentas es obligación de todo funcionario. Se ganan las críticas con demasiada facilidad por no hacer la tarea.

1. Yo quiero ver una columna de @FranciaMarquezM haciendo pedagogía, explicando por qué debemos abandonar la idea de que acercarse a África es inútil, contando qué podemos ganar de ese acercamiento, explicando por qué hoy tenemos una VP en las mejores condiciones de hacer esa tarea

2. Quiero que aproveche la oportunidad histórica que tiene enfrente para ejercer un liderazgo que en vez de subir siempre la quijada, opte por enseñar, por construir, por transformar este país desde el discurso, desde la educación.

Banalizar una práctica tan nociva y despreciable como el racismo a punta de calificarnos a quienes le hacemos una crítica legítima a la vicepresidenta (y también a los medios que la descalifican) no le hace ningún favor a esa causa.

Entonces insúltenme todo lo que quieran, díganme que soy una blanquita privilegiada (que curiosamente y a pesar de ello, está es lagarteándose un puesto o dolida porque no se lo dieron), que soy racista y clasista. Háganle. Pero yo sí voy a seguir insistiendo en esa esa idea.

Hablemos primero de la columna, aquí subyace la idea de que lo superior y adecuado es la escritura en este tipo de formatos. Esto de la alfabetización, la idea de lo letrado, ha sido una de las principales armas del racismo, la idea de hombre blanco está directamente ligada al hombre letrado, por lo tanto, era indispensable que las personas negras no accedieran a la alfabetización, para mantenerlas en un lugar de inferioridad. Práctica que nos ha legado el porcentaje de analfabetismo más alto en el país, por encima del 20 por ciento. 

Dirá la profesora que ella cree que la vicepresidenta es capaz de hacer una columna. Pero el punto no está ahí, sino en lo que deseable y superior: escribir una columna. Un universo en el que, como en tantos, las personas afro no hemos tenido espacios suficientes. 

Describe, además, la excandidata al congreso el tipo de liderazgo que desea que ejerza la vicepresidenta, y cómo quiere ella que Francia aproveche la oportunidad histórica de estar en ese cargo. Claramente el tipo de liderazgo y el aprovechamiento que hasta el momento ha demostrado la Vicepresidenta no es el que le parece deseable a Borda. Hay una forma superior, desde su punto de vista, y es la que ella expresa. Asociada a la educación, al discurso y por supuesto, con expresiones sumisas y delicadas, ajustadas a lo que se considera culto, lo que corresponde con el paradigma de lo blanco.

Sumado a esto, como pareciera que la vicepresidenta no sabe lo que está haciendo, la docente debe decírselo. Una costumbre muy propia de los amos que, ante la falta de agencia y conocimiento de sus esclavizados, tenían que decirles qué hacer. Eso sí, sin necesidad de tener razones de peso, ni de que se tratara de la prevalencia de un bien común, nada más porque así lo quería la autoridad. 

Ese lugar de superioridad, el del educador, que tiene que decirles qué hacer, de acuerdo con su gusto, no solo está expresado en el “yo quiero” sino que además corresponde con quien está llamado a poner los límites: “No, tampoco”, quien además culpa a la víctima, cual maltratador diciendo que su pareja se ganó la golpiza: “Se ganan las críticas con demasiada facilidad por no hacer la tarea.”

El hecho de que Sandra Borda no comprenda dónde está el racismo de sus publicaciones, no significa la banalización de la causa, una causa que, al parecer, nada tiene que ver con ella, sino que es problema nuestro, de los afrocolombianos y de quienes andamos señalando el racismo donde se asoma.

Vale la pena sugerirle a Sandra que haga un ejercicio de invertir los roles, ¿Qué pasaría si le dijéramos a ella lo que los demás queremos que haga, a partir de lo que consideramos deseable y correcto? ¿Qué pensaría si, frente a luchas tan válidas como el derecho a decidir sobre nuestros cuerpos, en la que además ella ha participado, apareciera un hombre a decirle, con las mejores intenciones, cómo ejercer su liderazgo, qué es lo que debe enseñarles a ellos y asegure que banalizamos nuestra causa cuando señalamos la misoginia en alguno de ellos?

En el asunto de la quijada levantada no vale la pena detenerme, solo diré que así, con el mentón arriba, me imaginé a la profesora con el último trino que cité. Y está en todo su derecho de hacerlo.

La vicepresidenta puede cuestionarse por sus acciones como servidora pública, debe explicaciones, y todos los cuestionamientos que se le hacen no están cargados de racismo, pero así no son la mayoría. 

Hemos visto imitaciones y caricaturas en la misma línea de las que se hacen a todos los políticos, hechas por buenos humoristas y dibujantes, capaces de hacer un humor por encima de la pobreza del que solo tiene como argumento los sesgos racistas.

También diré que considero más adecuadas unas respuestas menos hostiles de parte de la vicepresidenta en sus entrevistas, pero me parece legítima su elección; supongo que, junto a su equipo de comunicaciones, sabrán considerar las consecuencias de usar uno u otro tono. Si detrás de sus gestos hay hastío, rabia o dolor, son justificados, y aunque yo actúe de otro modo, aun cuando compartimos fragmentos similares de nuestra historia, no tengo derecho, ni lo tiene nadie, a invalidar sus formas de relacionarse con el mundo.

La escena pública de este país está llena de políticos, escritores y todo tipo de personajes poco asertivos en su comunicación, llenos de rabia y muy agresivos, y nadie se atreve a pedirles que cambien, aunque se comente en innumerables mesas de cafés, restaurantes y bares, mucho menos por el simple hecho de que alguien así lo quiere. 
 

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