Una mirada a fondo a Cien Años de Soledad
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Entre la admiración, el rechazo y el escepticismo, Cien Años de Soledad, la gran epopeya de nuestra América llega a Netflix y cobra vida en la pantalla, reescribiendo, quizá para siempre, nuestra forma de habitar el universo creado por Gabriel García Márquez. Análisis.
Los retos de la adaptación:
Desde el momento mismo que Netflix anunció que empezaría el rodaje de la adaptación de Cien años de soledad, las reacciones no se hicieron esperar. De inmediato aparecieron opiniones que oscilaron entre el escepticismo, la sorpresa, la confianza y el rechazo. La tarea no era fácil así el monstruo de la industria de streaming estuviera de por medio. Qué tarea tan difícil adaptar y llevar a la pantalla una obra literaria tan arraigada en la experiencia humana y que permanece en la memoria individual y colectiva de tantos lectores alrededor del mundo. Quizás desafiar esa dificultad resultaba para muchos digno de admiración y para otros motivo de absoluto rechazo porque se profanaría un libro sagrado y cuando se meten con lo sagrado se meten con la intimidad, espiritualidad y los afectos más verdaderos que viven en el corazón de muchos.
El mayor reto al que se enfrentaban productores y directores era el de traducir para el universo audiovisual una de las grandes epopeyas del mundo cuyo lenguaje poético fundó una nueva manera de habitar la lengua española y que, con el paso de los años, desde su publicación en mayo de 1967 en Buenos Aires, se convertiría en un patrimonio cultural del mundo. Su narrativa llena de simbolismo y poesía planteaba de entrada muchos interrogantes sobre la forma en que podría llevarse ese paso en una tensa cuerda de equilibrio donde precisamente lo extraordinario, el vértigo temporal y los pequeños y grandes detalles que gracias a la poesía tienen una verosimilitud narrativa, escapan a cualquier tipo de representación o adaptación literal.
Ese desafío y esa gran dificultad también despertaba la curiosidad, la atención y la vigilancia de muchos lectores apasionados de la obra de García Márquez: expertos, escritores, profesores, cineastas, amigos y familiares del autor, entre otros. Para el escritor Gonzalo Mallarino Flórez, autor, entre otros, del libro de memorias El día que Gabo ganó el nobel, e hijo de uno de los más antiguos amigos de García Márquez, Gonzalo Mallarino Botero, las prioridades estaban claras: “El mayor desafío es el tono de la voz y los diálogos. Los diálogos de García Márquez son cortos, pero tremendamente necesarios e indispensables para el desarrollo de las escenas y para conocer a los personajes. Esa voz tiene que ser la voz del Caribe que, en los diálogos, represente de manera contundente a la familia, al pueblo y a la comunidad”. Y luego agrega: “Desde el punto de vista del arte cinematográfico, el gran desafío es el paso del tiempo. Cien años de soledad tiene al principio una niñez con mejillas rosadas, un agua cristalina y piedras como huevos al amanecer; todo es tan bello, tan palpitante, tan vital. Y después llega el tremendo desmadre: la caída de todas las matas invadiendo la casa, los amores entre el sobrino y la tía, que son espléndidos, pero luego viene el gran despeñadero, el gran apocalipsis, como se ha dicho tantas veces. Por eso, es muy importante que la narrativa no es reiterativa ni repetitiva, pero que a la vez muestra las constantes, los golpes implacables del tiempo. Lo más difícil de todo es mostrar ese paso del tiempo. No sólo en la voz, en las manos, en la frente o en las mejillas de las personas que envejecen, sino también en el mundo que envejece junto con ellas. Ver cómo Macondo va deteriorándose de forma brutal hasta la caída final, en la que todo se desmorona y queda reducido a añicos, es un desafío inmenso”.
Así, algunas de las primeras tareas que el equipo de guionistas, directores y productores debía enfrentar era el de preservar asuntos como el tiempo cíclico, la herencia de la soledad, el destino de la locura, elementos que no sólo definen a la familia Buendía, sino a la humanidad entera. Por tal motivo era necesario reducir personajes secundarios, reorganizar el tiempo narrativo a través de una voz en off que va tejiendo los hechos en una línea de tiempo más horizontal que circular y que conserva la intensidad emocional de la obra literaria. Los antecedentes no ayudaban mucho. La experiencia de llevar novelas y relatos de Gabriel García Márquez al cine había sido en su gran mayoría un fracaso y con su obra cumbre las posibilidades de que esto volviera a ocurrir eran muy grandes. En esto, Gerald Martin, profesor e investigador inglés, autor de la única biografía autorizada por su protagonista, Gabriel García Márquez: una vida, libro que aparece luego de dos décadas de rigurosa investigación e inmersión en el mundo familiar y caribe, es enfático. La tarea de la adaptación es muy difícil y se muestra escéptico: “Creo que en Cien años de soledad todo está en contra de las posibilidades de éxito en una producción cinematográfica. En el libro casi no hay diálogos, y los pocos que existen no funcionarán en una película. El realismo mágico casi nunca funciona en el cine, lo cual no importa mucho en la mayoría de los casos, pero cuando se trata de un clásico entre los clásicos, los riesgos son enormes. Si fuera un libro con dos o tres personajes, como El otoño del patriarca, y si estuviera dirigida por Kurosawa, podría haber salido adelante con éxito”.
Pero también se corría el riesgo a la inversa y era que el resultado terminara en una adaptación bien lograda, que ha respetado la atmósfera, la estética y las coordenadas del mundo de Macondo y sus habitantes pero que, a la vez, debía transgredir algunas formas y estructuras y actualiza y revitaliza el legado de García Márquez en las nuevas generaciones que, siendo más cercanas al mundo visual, podrían descubrir Macondo por primera vez. Claro, mi generación y la de mis padres nos fascinamos con Cien años de soledad desde la lectura del libro cuyas ediciones no traían árboles genealógicos y tocaba trazarlos a mano en papel de cuaderno para seguir la línea de sucesión de las generaciones. Pero no se puede desconocer que las nuevas generaciones, también, como todas las generaciones de todos los tiempos, necesitan historias y relatos y reconocer sus propios mitos desde los lenguajes y las posibilidades de hoy.
Uno de los primeros hechos que podía transmitir confianza era que los productores ejecutivos eran los propios hijos de García Márquez, Rodrigo y Gonzalo, el primero un reconocido director de cine, quienes serían la garantía de que la adaptación en medio de los riesgos tendría la sensibilidad, el respeto y el cuidado por el legado familiar y la memoria de su padre. Sobre este asunto el mismo Gerald Martín le responde a CAMBIO: “No podría haber un mejor productor que Rodrigo. Mi primera reacción al leer la noticia de la decisión de filmar la novela fue que era un error. Pero después me di cuenta de que, a la larga, todas las novelas se filman. Es más: en esta época, todo se filma. Nunca ha habido más películas, más historias, más series de televisión. Me parece desesperante; es como La ciudad ausente de Piglia. Si Rodrigo no se encargara del proyecto ahora, algún bisnieto o bisnieta lo haría en el lejano futuro (sin mencionar la IA, etc.), y probablemente no sería tan buen cineasta como Rodrigo. Él y Gonzalo son los herederos. Vivieron con su padre y, a lo mejor, tienen intuiciones materiales y posibilidades de lograr un buen aterrizaje que nadie más podría conseguir”.
De tal forma y partiendo de las primeras directrices de Rodrigo y Gonzalo García Barcha, Netflix asumió la tarea de materializar una obra maestra en dieciséis episodios divididos en dos temporadas que se ha concebido más que como una representación del llamado realismo mágico, como un homenaje a Colombia y a su cultura. Rodrigo recordó algunas de las condiciones que su padre imaginó para una posible adaptación: muchas horas, en español y filmada en Colombia. Estaba claro que debía ser episódica y en español y para eso dos reconocidos directores, la colombiana Laura Mora y el argentino Alex García, ambos dueños de un lenguaje cinematográfico muy personal, debían emprender el ambicioso encargo, imaginar aquella poesía y toda la fuerza del mito en la retina de los espectadores y dejar, de alguna manera, un testamento para el futuro. Eso mismo recordó en su momento Rodrigo García en el marco del Festival Gabo. Afirmó que, en setenta años, la obra de Gabo será patrimonio universal y los derechos estarán liberados para que cualquier director o realizador del distópico año 2094 en adelante pueda adaptar, transformar, interpretar y llevar a cualquier formato Cien años de soledad y cualquiera de sus obras. Esta primera adaptación, al menos, tendría la mirada familiar, el cuidado de sus hijos, las referencias de muchos rostros cercanos y podría servir para una hoja de ruta o una carta de navegación hacia el futuro. Ese es el riesgo y a la vez la valentía de esta primera adaptación. A lo que Gonzalo Mallarino Flórez afirma: “Yo, como lector, no tengo ningún problema con hacer concesiones a muchas decisiones de los directores. No creo que deba hacerse una transcripción literal. Lo que es tremendamente emocionante es que Cien años de soledad, con su hondura, su belleza y su calado simbólico para América Latina, pueda ser llevada al cine como una instancia más de la creación artística. Si los directores, desde su arte, su genio y la potencia de sus manos, corazón y mirada, son capaces de alterar la historia porque el nuevo medio en el que está siendo narrada lo exige, me parece perfectamente concebible y aceptable. Siento que, si lograron crear una alteración, una aliteración o una desviación de la historia original que esté tan justificada por la belleza y la expresividad que logre sostenerla tiene la libertad de hacerlo”.
Al igual que en la novela, Macondo no existía y había que fundarla de cero. Y fue así como en un terreno de 540.000 metros cuadrados en Alvarado, Tolima, se construyeron cuatro versiones del pueblo que mostraría su evolución a lo largo de un siglo. Desde aquellas casas de barro y cañabrava hasta las construcciones coloniales y republicanas se pudo levantar un pueblo que conservara el simbolismo histórico y cultural. Todo ese diseño de producción bajo el liderazgo de Bárbara Enríquez y Eugenio Caballero permitió capturar la esencia descrita en la novela. Un par de días después del estreno y de su proyección en Aracataca presencié una discusión entre dos cataqueros sobre la decisión de que se rodara la serie en el Tolima. Uno decía, airado, que era un irrespeto que no se realizara en su totalidad en el Caribe colombiano, en Aracataca y la zona bananera, a lo que un profesor de literatura del municipio respondió: "la geografía del Tolima es lo que más se parece a la región de la Sierra Nevada y sus estribaciones y además allá la gobernación y las alcaldías correspondientes garantizaban la infraestructura necesaria para albergar la cantidad de personas que participarían en la producción, desde la hotelería hasta los centros de salud en caso de que algún imprevisto o emergencia ocurriera". El cerrado aplauso del público confirmó que, en el Magdalena, el César y la Guajira, regiones naturales de la obra, por su atraso, sus condiciones en servicios públicos y su corrupción política, las estirpes condenadas a cien años de soledad todavía no tienen una segunda oportunidad sobre la Tierra.
Por otra parte, darle rostro y voz a los Buendía y a los habitantes de Macondo tampoco era una tarea sencilla. Más de diez mil perfiles fueron considerados para dar vida a los casi treinta personajes principales y ochenta secundarios en un proceso liderado por Yolanda Serrano y Eva Leira que incluye, entre algunos elegidos, a Marco Antonio González y Diego Vásquez en dos momentos distintos de José Arcadio Buendía, Susana Morales y Marleyda Soto como la poderosa Úrsula Iguarán joven y adulta, respectivamente, Claudio Cataño como Aureliano Buendía, Viña Machado como Pilar Ternera, Andrius Leonardo Soto y Edgar Vittorino como José Arcadio hijo, Loren Sofía Paz como Amaranta y el veterano Jairo Camargo como Apolinar Moscote, sólo para mencionar algunos de los actores responsables de darle un carácter en la pantalla a esos personajes tan arraigados en la memoria de tantos lectores. En una reciente entrevista que le hice a Claudio Cataño respondió sobre la responsabilidad de crear un personaje tan arraigado en todos: “Debía entender que estábamos hablando de personajes de la ficción y que y no podía representar el coronel Aureliano Buendía que cada lector tiene en su cabeza y su imaginario porque sería una tarea imposible. Este personaje habitó en mí de manera personal. Lo que hice fue crear mi versión propia y vincularlo con mi propia vida”.
Asimismo, la casa es el eje de la historia. Por eso, Cien años de soledad se iba a llamar La Casa y se inscribiría dentro de una profunda tradición colombiana de narrar desde lo profundo de la casa siendo esta no sólo un escenario, sino una protagonista de los relatos. La 'Casa Buendía' evoluciona a la par de Macondo y sus interiores reflejan ese implacable paso del tiempo desde los rústicos candelabros y velas hasta las lámparas y la llegada de los bombillos eléctricos. Cada objeto tiene un relato consigo y revela algún hecho anécdota o acontecimiento. Son las narrativas donde los objetos son testigos de las alegrías y tragedias de la familia y permiten conservar la memoria a pesar de la locura y de la soledad de sus habitantes.
La música en la serie juega un papel fundamental no sólo como un acompañamiento sonoro, sino como un reflejo de las emociones, los paisajes y la historia de Macondo. Camilo Sanabria y Juancho Valencia estuvieron al frente de esta tarea. En el mundo sonoro del cine se conocen dos elementos transversales a toda banda sonora: lo diegético, a cargo de Juancho Valencia y donde la música y todo lo que está ocurriendo en la escena lo oyen los personajes, y lo extradiegético, que es aquello que no oyen los personajes pero si los espectadores, la música incidental, las narraciones en off, entre otros, lo cual estuvo bajo el cuidado de Camilo Sanabria. La riqueza sonora de la serie es también, de alguna forma, un recorrido por parte de la historia musical del país, desde los sonidos primordiales del viento, la selva y los pájaros que marcaron aquellos silencios anteriores a la fundación de Macondo, hasta la fusión y mestizaje de ritmos como la cumbia, el vallenato y el porro que reflejan las influencias africanas, indígenas, europeas y árabes que sitúan con exactitud temporal y culturalmente los hechos de la narración. Aparecen instrumentos como gaitas y acordeones. La rápida aparición del maestro Carmelo Torres, quizás interpretando a Francisco el Hombre en el bar de Catarino, muestra a finales del siglo XIX la llegada del acordeón a la región y su forma en que se ensambló a los sonidos e instrumentos de la zona para fundar posteriormente lo que conocemos como el vallenato. La banda sonora de la serie rinde un homenaje a esos hitos históricos y mitológicos como ese guiño a Francisco el Hombre, o los pitos y timbales que traían los gitanos quienes posteriormente traerían los violines y redoblantes. Los funerales de Melquiades y José Arcadio Buendía evocan las semanas santas colombianas con solemnidad, así como el nacimiento de muchas bandas musicales con los instrumentos que inicialmente eran destinados a la guerra y que luego se fusionaron con el folclor dando vida al porro y al fandango. Así, la banda sonora de la serie podría ser la música del país, la patria sonora de todos. Son los sonidos de Macondo que sirvieron de fuente para la explosión de muchos ritmos y músicas a lo ancho y largo del territorio. Es, de alguna forma, la partitura de algo que somos y que tanto la novela como la serie desentrañan así como se descifran los pergaminos de Melquiades.
De Kurosawa a Netflix: los caminos que casi fueron
Algunos antecedentes ya daban pistas sobre una posible adaptación audiovisual. A pesar de la negativa de su autor a autorizar versiones teatrales o televisivas de Cien años de soledad, algunos tomaron atajos y realizaron recreaciones, versiones libres o pequeñas puestas en escena. Por ejemplo, hace un par de años, Colacerdo fue una adaptación libre dirigida por Nacho Cabrera para el grupo canario Teatro La República, un monólogo narrado por un supuesto descendiente de Melquiades. Por otra parte, el director japonés Shuri Terayama también optó por tomar un camino libre de interpretación con La despedida del arca (1984), que se proyectó en Cannes y cuya trama gira en torno a una historia de amor e incesto entre dos primos. A su vez, Woody Allen, quien tuvo un par de encuentros con García Márquez y se manifestaron su mutua admiración, afirmó que “García Márquez quería que Kurosawa hiciera la película de Cien años de soledad". Al parecer, el director japonés estaba más interesado en El otoño del patriarca y ninguna de las dos llegó a concretarse.
En el marco del Congreso Internacional de la Lengua Española en Cartagena de Indias en 2007, durante el cual se hizo un homenaje a Gabriel García Márquez por sus ochenta años, cuarenta de la primera edición de Cien años de soledad y veinticinco del premio nobel de literatura, estuvieron entre los invitados no sólo las autoridades académicas de la lengua, sino escritores del mundo hispánico y personalidades como los reyes de España y el expresidente norteamericano Bill Clinton, entre tantos otros quienes recibieron la edición conmemorativa de portada verde de Cien años de soledad. Dentro de la programación cultural del congreso se presentó, en un teatro improvisado en una vieja casa en ruinas, la obra La Casa, dirigida y protagonizada por Esteban García Garzón (sobrino de García Márquez), director y actor reconocido en el medio teatral colombiano. “La intención no era hacer una versión de teatro de Cien años de soledad: era más acercarnos a la primera idea de un joven escritor sobre la creación y destrucción de una casa que luego se le convirtió en Macondo". dijo en ese momento Esteban García.
De igual forma han aparecido ediciones de Cien años de soledad con grabados de Pedro Villalba, en editorial Norma, o con ilustraciones de Luisa Rivera para Penguin Random House y la edición privada que circuló sólo en la familia y algunos pocos amigos de García Márquez de Cien años de soledad: versión infantil y juvenil, con ilustraciones en acuarelas del escritor José Stevenson, primo de García Márquez, quien inspiró al personaje de Gregorio Stevenson que también aparece en la serie de Netflix. Stevenson, con gran destreza, logra darle rostro a muchos de los personajes de Macondo desde el conocimiento de primera mano de los personajes de la familia que pudieron servir de modelo o inspiración para la creación de muchos de ellos. Por eso se trata más de un álbum familiar en acuarelas acompañando de una breve selección de textos. En el año 1988, Juan Gustavo Cobo Borda preparó para Carvajal una antología de fragmentos de la novela que fue ilustrada por Mario Gordillo y publicada con el título Los cuentos de mi abuelo el coronel. De otros relatos y sobre la vida de Gabo han aparecido otros volúmenes y novelas gráficas como Un hombre llamado Gabito, de John Naranjo y Gisela Bohórquez, Conoce a Gabriel García Márquez, de Mónica Brown y Raúl Colón, Expedición Macondo, de Irene Vasco y Rafael Jockteng, y la novela gráfica Gabo: memorias de una vida mágica, de Óscar Pantoja, Miguel Bustos, Felipe Camargo y Tatiana Córdoba. Esto sólo para mencionar las aproximaciones a Cien años de soledad, ya que sobre otros cuentos y novelas se han hecho cantidades de adaptaciones teatrales, cinematográficas, televisivas y pictóricas, entre ellas la famosa Diatriba de amor contra un hombre sentado, protagonizada por la actriz Laura García, o la ya mítica Funerales de la Mamá grande, con la actuación del poeta Raúl Gómez Jattin.
Para el escritor y librero Álvaro Castillo Granada, librero personal de García Márquez y quien fue nombrado por el premio nobel como “El librovejero” y que, desde hace veintiocho años, viene cumpliendo el ritual de leer todos los 28 de diciembre Cien años de soledad no como inocentada, sino como talismán de cerrar el año y abrir el nuevo sumergido en las páginas de nuestra biblia pagana americana, su posición es clara: “El último libro que leo en el año es Cien años de soledad: lo comienzo el 28 de diciembre y lo termino poco antes de que llegue el año nuevo. Este rito se ha cumplido, sin falta, durante 28 veces. Me asombra, cada vez que lo releo, cómo vamos envejeciendo los dos. Cómo el tiempo pasa sobre nosotros dejándonos nuevas huellas. Huellas en las que podemos leernos de otra y la misma manera. Este es uno, creo, de los desafíos de la adaptación televisiva: la eternidad de este libro en la memoria de sus lectores. Creo que no son muchos los libros que cumplen con esta posibilidad. Es lo que llamaríamos un clásico. Todos los lectores que nos hemos encontrado en este libro tenemos una imagen particular y propia de sus personajes, generalmente asociada a nuestras vivencias. Cada uno tiene su propio coronel Aureliano Buendía o su propia Remedios, la bella (por nombrar sólo a dos de ellos). No puedo imaginarme cómo será ver a unos personajes ajenos al recuerdo del lector. Fijos gracias a unos actores. El choque puede ser brutal: no se parecerán al que nos imaginamos porque nos pertenecen. Son parte y nacen de nuestra memoria. Este podrá ser otro de los desafíos. El mayor desafío será, en mi opinión, que la serie no se convierta en un 'sustituto' para los que no lo han leído. Que se transforme en "ya vi la serie" en lugar de "ya lo leí". Libros tan poderosos como Cien años de soledad son una experiencia que todo lector debe vivir más de una vez. Y ver la serie sin esperar nada más que eso: una serie sobre una obra amada”.
La nueva ‘Gabo manía’
Lo cierto es que cerramos el año 2024 y abrimos el 2025 hablando de Gabriel García Márquez y de la adaptación que ha hecho Netflix de Cien años de soledad. Para mí, y parafraseando al miso Gabo cuando escribió sobre la muerte de John Lennon, esto es un triunfo de la poesía. García Márquez, a la manera de los grandes clásicos y del Cid campeador, diez años después de su muerte, sigue triunfando e instalándose en la memoria universal.
La 'Gabo manía' de estos días es sólo comparable a lo que se vivió en el país hace cuarenta y dos años cuando recibió el premio Nobel de Literatura. Por esos días, la fiebre estaba a la altura y afín a las posibilidades del momento y de los recursos que nos daban los medios de comunicación de la época. Su editorial de entonces para los países del Pacto Andino, Oveja Negra, sacó estuches con todos los libros de Gabo en pasta dura, rústica o de bolsillo. Desde La Hojarasca (1955) hasta Crónica de una muerte anunciada (1981) era menester tener en cada casa colombiana una colección completa y por eso hasta en los supermercados se conseguía la Gaboteca en un pequeño anaquel de madera que decía, en una franja diagonal, “Nobel 82”. Luego vino la fiesta de Estocolmo y los suecos titularon, en el diario Dagens Nyheler, “'Los colombianos nos enseñaron a celebrar el nobel”. El 10 de diciembre de ese año, día de la ceremonia, la oficina postal nacional puso a circular una edición de 3.250.000 estampillas con el rostro de Gabo dibujado por Juan Antonio Roda. Sin embargo, por esos días, la 'Gabo manía' era alrededor del más importante autor de Colombia y una de las figuras representativas de la lengua española. Cuatro décadas después, es alrededor de un clásico indiscutible, de una figura mítica que ya ha trascendido las fronteras y que se ha instalado en la memoria cultural del mundo para siempre.
En el pasado Congreso Internacional de la Lengua Española, celebrado en Cádiz en 2023, el director de la Real Academia Española y presidente de la Asociación de Academias de la Lengua Española, Santiago Muñoz Machado, en compañía del director del Instituto Cervantes, el poeta Luis García Montero, anunciaron en la ceremonia de clausura que Gabriel García Márquez ya era el autor de la lengua española más traducido a otros idiomas y que más ejemplares había vendido hasta esa fecha incluso por encima de Miguel de Cervantes y Don Quijote de la Mancha. Fue la noticia de cierre para anunciar entre otras cosas que el español goza de buena salud y que, gracias a la literatura, entre otras cosas, y a autores como García Márquez, se promueve, dignifica y se difunde en diferentes rincones del mundo.
Durante la pandemia, el tema de la 'peste del insomnio' se volvió viral. Circulaban por las redes frases de Cien años de soledad que hacían referencia a la cuarentena en Macondo acompañadas de imágenes y fragmentos. En lo más crudo del confinamiento, la Fundación Gabo publicó en sus canal de YouTube y por sus redes un cortometraje llamado La peste del insomnio. El sueño que vivimos, donde algunos destacados actores y actrices de Latinoamérica y España como Marcela Mar, Andrés Parra, Manolo Cardona, Julián Román, Maricela González, Ana María Orozco, Ricardo Darín, Leonardo Sbaraglia, Lorena Meritano, Carla Quevedo, Dolores Heredia, Damayanti Quintanar, Héctor Bonilla, Iván Feo, Javier Vidal, Mariaca Semprún, Luis Gnecco Alicia Braga y Yoandra Suárez, entre otros, leían fragmentos de Cien años de soledad, cada uno desde el Zoom de sus computadores o teléfonos, como forma de celebrar la obra de Gabo en plena cuarentena bajo la dirección del venezolano Leonardo Aranguibel. Después, las estadísticas confirmaron que El amor en los tiempos del cólera había sido uno de los libros más vendidos durante este periodo. Con razón y desde su sensibilidad premonitoria es que García Márquez fue un lector emocionado del Diario del año de la peste, de Daniel Defoe, y de La peste, de Albert Camus, entre otros y, a pesar de no haber vivido ningún confinamiento por emergencia sanitaria, supo describir con detalle de reportero lo que significa vivir entre una peste.
Pero el 2024 fue una explosión de esta nueva 'Gabo manía'. Si bien los clásicos nunca pasan de moda y García Márquez ha demostrado que, como buen clásico, siempre será un long seller que tendrá sus lectores asegurados en todas las generaciones venideras por haber fundado modelos de ficción y de formas de modificar la lengua como sólo hacen los grandes poetas de siempre, este año fue una especie de año cónclave o de jubileo que permitió a sus lectores pretextos para conversar, discutir, intercambiar ideas y abrir nuevas posibilidades de lecturas e interpretaciones con la publicación de la novela póstuma En agosto nos vemos y del estreno de la primera temporada de la serie Cien años de soledad en Netflix. Por eso siento que es un triunfo de la poesía que, para bien o para mal, desde marzo, García Márquez haga parte de la conversación pública y privada y que desde diferentes rincones de la ancha patria del español y de otras lenguas haya opiniones apasionadas sobre los dos sucesos. En su momento, el escritor argentino Tomás Eloy Martínez, escribió que “los fanáticos de la novela (Cien años de soledad) repiten sus frases devotamente como si fueran plegarias”. Y es así porque se trata de un libro, como lo he mencionado anteriormente, sagrado y que por eso despierta la susceptibilidad y sensibilidad de tantos lectores. Mallarino Flórez sostiene que “la serie lo que va a conseguir es que la gente se acerque más a Gabo y más al Caribe: ese Caribe como el origen de nuestro mundo latinoamericano. Esa es la inmensa belleza de Cien años de soledad. La serie va a despertar la curiosidad de los adolescentes, de los jóvenes, de los muchachos y muchachas que la vean, quienes seguramente se preguntarán cómo será la novela. De modo que lo que esto atraerá será muchos más lectores para Cien años de soledad. Será un ejercicio que comienza en lo cinematográfico y lo visual, pero que terminará en las páginas de la novela y, probablemente, en toda la obra de García Márquez”. En la misma dirección opina la poeta y periodista Mónica Quintero Restrepo, quien dirigió durante varios años el suplemento Generación de El Colombiano, autora del libro de poemas Tal vez a las cinco y quien adelanta su maestría en Escrituras Creativas en la Universidad de Iowa, en Estados Unidos. Ella le comentó a CAMBIO que había disfrutado la serie mientras nevaba en el estado de Iowa: “Me gustó Cien Años de Soledad, la serie de Netflix, por una razón que es la misma para cualquier serie que vea: me enganchó, quería saber más –salvo en el capítulo siete, que me aburrí un poco, aunque no lo suficiente para parar–. No se me dañaron los personajes del libro, mi Úrsula siempre será mi Úrsula, igual que José Arcadio. Era un riesgo –Harry Potter siempre será Daniel Radcliffe–, que no sucedió. Quizá porque son dos productos diferentes, y eso es lo importante para mí: no estaba esperando que fuera una copia exacta del libro, lo que es imposible, y hubiese sido una decepción. Me pareció bien hecha, me dejó pensando y, sobre todo, y esto es lo que más me gustó, me dieron unas ganas terribles de releer Cien años de soledad. Y si más gente quiere leer a García Márquez, pues vamos por ello. Porque lo que me parece que sí es importante es que estemos hablando de ese libro tan fundamental para nuestra literatura, y no sólo en Colombia. Tal vez a la serie le faltó más realismo mágico, pero supongo que eso es lo difícil de traducir, y es eso precisamente lo que los hace diferentes, para el bien de todos. Eso sí, hay escenas preciosas como la lluvia de flores amarillas. Para mí, no hay que comparar. Hay que disfrutar de los dos formatos, de sus diferencias, y aceptar que cuando un libro se escribe, ya hace parte de la cultura y todo puede pasar. ¿O no es eso también el realismo mágico?”.
Recrear lo sagrado: la serie como hoja de ruta para el futuro
Octavio Paz señala en Traducción y universalidad que traducir es un acto intrínseco al lenguaje humano, comparándolo con el aprendizaje infantil de los significados. Para él, toda traducción es una transformación creativa que preserva y, simultáneamente, reinterpreta el original, subrayando que la poesía, aunque intraducible en su totalidad, puede ser recreada por traductores sensibles que entienden su esencia. Por su parte, el poeta Nicolás Suescún, traductor de poetas franceses e ingleses, destaca que el traductor ideal debe ser también un creador que respete el espíritu del original. Para Jorge Luis Borges, aunque las traducciones puedan ser literariamente hermosas, siempre serán percibidas como subordinadas al texto original debido a su contexto histórico y emocional. Y Umberto Eco, en su introducción a su magistral libro sobre traducción, Decir casi lo mismo, presenta la traducción como un acto de negociación donde el traductor busca "decir casi lo mismo" respetando los matices culturales y lingüísticos. Todo esto es lo que ocurre de alguna forma con traducir y recrear a un formato visual Cien años de soledad y, con acierto, afirma Julieta Greco, en su texto La imaginación al poder: “Adaptar Cien años de soledad implica un malentendido, una traducción imposible, meterse con un texto sagrado. Y la profanación de lo sagrado solo confirma su carácter milagroso”.
La traducción de poesía y literatura es una oportunidad para reinterpretar y enriquecer el texto original. Los textos revisados coinciden en que el traductor debe ser más que un intermediario: debe ser un creador que navegue entre fidelidad y reinvención, manteniendo la esencia del original mientras lo adapta al contexto cultural y lingüístico de la lengua. Traducir es, en última instancia, un diálogo continuo entre lenguas, culturas y sensibilidades.
En este caso, Laura Mora, Alex García y cada uno de los actores, productores y miembros del gran equipo de guionistas conformado por José Rivera, Natalia Santa, Camila Brugés, María Camila Arias y Albatros González han sido traductores de nuestra más grande epopeya. Cada uno hizo una invención a partir del texto original tratando de mantener su fidelidad con el entorno cultural y las emociones. A algunos les gustará más y a otros menos y a muchos a lo mejor nada. Lo visual es la lengua de nuestro tiempo. Hoy nos movemos más entre emojis, stickers y videos para expresar las emociones de este presente. Esta será como tal la primera traducción del clásico Cien años de soledad al lenguaje audiovisual. Tiene el mérito de ser el primero. Cuando dentro de setenta años nadie tenga que pedirle permiso a la Agencia Carmen Balcells para adaptar cualquier obra, incluida Cien años de soledad, los directores de entonces tendrán las dificultades de los directores de hoy cuando adaptan La Ilíada o La Odisea o Don Quijote o La Biblia: la distancia en el tiempo y el desconocimiento de atmósferas y contextos que solo podrán interpretar y crear a partir de las herramientas que la cultura les entregue en ese momento.
Esta primera adaptación tiene al menos el monitoreo y la producción de sus hijos que bastante conocerán del contexto familiar y de los rostros y voces que inspiraron a muchos personajes. Mucho habrán conversado y muchos álbumes se habrán revisado. Han hecho un parricidio para bien de la humanidad y de futuras e inevitables adaptaciones. Han sido los primeros en cometer el sacrilegio antes de que en siete décadas llegue cualquier productor de Hollywood o independiente con exceso de ánimo creativo y masacre, ahí sí, la novela. Esta primera versión es una hoja de ruta, una carta de navegación para el futuro con los instrumentos de hoy.
Han sido ellos los primeros en faltarle al respeto al patriarca mayor y, como suele pasar en todas las familias, los demás hijos que no tenemos las posibilidades de tomar decisiones siempre les tendremos bronca a los hermanos que hicieron fortuna y administraron los bienes. Finalmente serán ellos los encargados de tumbar la vieja casa de la abuela para que allí construyan un supermercado o hagan una autopista. Hablaremos de ellos con el rencor o la envidia de Amaranta hacia Rebeca y eso es lo que ha pasado con En agosto nos vemos y la adaptación de Cien años de soledad en Netflix. Ellos tomaron unas decisiones que todos creímos que nos correspondían, porque en un país de orfandades y padres ausentes Gabo es como el papá de todos. Unos más cercanos quieren que haya algún rasgo de él y de sus páginas que nos identifique y otros, más lejanos, no querrán que haya rastro alguno, pero tampoco les resulta indiferente. Sabemos todos que su obra es un patrimonio de todos y por eso echamos a la bronca a los hermanos que podían tomar las decisiones por haberlas tomado sin consultarnos. Decidieron vender, con Mercedes aún viva, el archivo personal al Harry Ramson Center de la Universidad de Texas, en Austin, decidieron publicar En agosto nos vemos, abrieron sus casas de México y Cartagena como centros culturales y donaron la biblioteca del apartamento en Paris al Instituto Cervantes de esa ciudad. Abren la posibilidad de que todo ese patrimonio se abra, se adapte, se publique y sea de verdad para todos. Qué maravilla que no nos hayan consultado y que ojalá en el futuro tampoco lo hagan. No nos consulten ni nos informen, sino que tomen las decisiones que consideren pertinentes, así sean irrespetuosas o parricidas. En setenta años, bien lo dijo Rodrigo, cualquiera podrá decidir por ese patrimonio común.
En el futuro no muy lejano, otros lectores discutirán si es mejor la primera versión que hiciera en un tiempo lejano una plataforma llamada Netflix frente a la que la Inteligencia artificial, ayudada por un robot, realizará (a lo mejor) entonces. Rodrigo y Gonzalo nos han dejado un legado para siempre. Yo me quedaré con escenas que me emocionaron y que para nada distorsionaron la imagen que tenía en mi cabeza. Me gustaron la apuestas y variaciones en algunas escenas y las versiones y diversiones en otras. La llegada de Rebeca a Macondo con el saco de huesos de sus padres, la mirada del coronel Aureliano Buendía frente al pelotón de fusilamiento, el hilo de sangre que se mete debajo de las puertas y que le anuncia a Úrsula la muerte de su hijo mayor, el cameo de la aparición de la Cándida Eréndira en el bar de Catarino y, finalmente, la muerte de José Arcadio Buendía cuando empieza a abrir puertas y a recoger sus pasos y se reencuentra con sus fantasmas hasta que Prudencio Aguilar se lo lleva hacia las estrellas que se convierten en flores amarillas que caen a borbotones sobre Macondo. La fugaz aparición de Francisco el Hombre y la mirada del amor inocente de Remedios Moscote al aceptar a Aureliano Buendía como esposo. Algunos momentos de humor que rompen con el tono melancólico y nostálgico de la serie, entre otras. Por supuesto, faltaron muchas escenas que tenemos arraigadas en la memoria del corazón, pero hasta allí no podía llegar el cine, más allá solo puede llegar la poesía y esa es su fuerza y su poder intemporal a lo largo de los siglos. Por eso seguimos necesitando mitos, porque necesitamos la poesía que nos cohesione y nos dé una identidad. Frente a esto, Mallarino Flórez concluye: “Cuando lo bello se reproduce y alcanza otras instancias y otros ámbitos en la creación artística, el arte se sigue propagando. Esto atraerá todavía mayor interés por Cien años de soledad no sólo como el fenómeno tremendo que fue al definirnos como latinoamericanos, sino también como una transformación brutal de la lengua castellana. Los colombianos y las nuevas generaciones temblarán al darse cuenta de que el nombre de García Márquez ha alcanzado una categoría que se posiciona junto a Cervantes. Desde su publicación fue un acontecimiento, un cataclismo para la lengua. Mira cuántas generaciones siguen escribiendo y buscando lo que logró Gabo. Con su canción en solitario, sin saber de qué música era dueño, como decía Borges”.
Veo que las redes están viralizadas con imágenes de la serie y veo, con alegría, la cantidad, al menos en Colombia, de clubes de lectura presenciales y virtuales que leerán el libro antes, durante o después de ver la serie. Cuando se estrenó en los cines Troya, de Wolfgang Petersen, protagonizada por Brad Pitt en el papel de Aquiles, en 2004, muchos criticaron que durara 196 minutos. Leí que muchos se quedaban con aquella primera versión de Helena de Troya, de Robert Wise de 1956. Otros destrozaron esa versión y, en cambio, elogiaron la de La guerra de Troya de Giorgio Ferroni porque, según ellos, era puro neorrealismo italiano.
Cada generación debe a traducir e interpretar a sus clásicos y eso es lo que de alguna manera los mantiene frescos y contemporáneos en todos los tiempos. Netflix ha hecho una traducción de un libro sagrado. Todos los que participaron en esta titánica empresa, al hacer esta reinvención, confirman lo que Francisco Ramos, vicepresidente de contenidos para Latinoamérica de Netflix, le dijo a la escritora Silvana Paternostro, autora del libro Soledad & Compañía: “Los Buendía son, sin duda, más divertidos que los Windsor”.