En el limbo del alma
1 Diciembre 2023 11:12 pm

En el limbo del alma

Raúl Cifuentes, joven dramaturgo bogotano, logra una conmovedora voz colectiva que narra, pero sobre todo documenta, la diáspora colombiana en su obra ‘Quién sería yo’, recientemente estrenada en el Teatro Libre de Bogotá en el marco de difusión del Legado de la Comisión de la Verdad. Esta obra debería emprender giras por los más apartados lugares afectados por el desplazamiento, pero sobre todo fuera de Colombia, allá donde está el exilio de esta segunda Violencia. A ver si se logra hacer verdaderamente visible el Legado de la Comisión, en vez de seguir hablando entre los mismos.

Entre aquí para recibir nuestras últimas noticias en su WhatsAppEntre aquí para recibir nuestras últimas noticias en su WhatsApp

Por Carlos Mauricio Vega
Especial para CAMBIO
¿Cómo documentar la diáspora colombiana? ¿Tenemos conciencia de que existe una diáspora colombiana de doscientos mil personas anuales en lo que va corrido del siglo, cifra que para 2022 se había casi triplicado? ¿Que esa diáspora está directamente relacionada con la violencia? ¿Cuál es su tamaño, sus causas, su tristeza, sus ausencias, sus nostalgias? ¿Puede narrarse la diáspora colombiana (la que huye de la guerra, de la persecución, del señalamiento, del exterminio), desde lo artístico?
Una de las tareas más arduas que enfrentó la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad (CEV) fue recoger directamente dos mil testimonios de exiliados colombianos en 24 países de los cinco continentes. De ese trabajo, coordinado por el ex comisionado de la verdad Carlos Beristain, salió uno de los volúmenes más nutridos e interesantes del Informe de la CEV, el Capítulo del Exilio: La Colombia fuera de Colombia, que se puede leer aquí: Como resultado de su experiencia, Beristain también escribió un libro a medio camino entre el análisis sociológico y la no-ficción, que recoge los testimonios a su juicio más relevantes: Una maleta colombiana: la experiencia del exilio.

El problema más grave del Legado de la Comisión de la Verdad es el olvido. Terminado el ciclo de su existencia constitucional como entidad del Estado, los 9.000 folios del Informe Final, y los centenares de terabytes de la trasmedia de video, audio y gráficos tuvieron que ser alojados a perpetuidad en los servidores de la Universidad de Notre Dame en Chicago a modo de salvaguarda y respaldo, porque fue la única entidad privada que aceptó ese reto. Si bien la JEP es la titular del Legado y el Archivo General de la Nación su custodio, la inestabilidad política e institucional de este país puede dar lugar a que ambas instituciones desaparezcan o los contenidos sean pervertidos, negados o tergiversados, tal como ocurrió en el pasado gobierno.
(*Terminado este artículo se supo que la Unesco había aceptado la propuesta de la JEP de que el Fondo Documental de la Comisión entre a formar parte de la lista de Memoria del Mundo de la UNESCO).
Ni la enorme edición de los diez tomos del Informe, ni los montajes museológicos que se están demorando como se demora la terminación del Museo de la Memoria, es decir, eternidades, garantizan que el Legado de la CEV permee las capas del imaginario popular y permanezca hacia el futuro. Para no hablar de los conflictos intra e inter institucionales en los Centros de Memoria nacional y distrital, y del descrédito permanente que todo este trabajo sufre por parte de los sectores que descalifican el proceso de paz o niegan sus verdades, lo cual produce un efecto de autismo en donde las partes polarizadas solo se escuchan entre ellas.

CEV
Tratando de contrarrestar esos efectos de desmemoria colectiva y endogamia política, las organizaciones agrupadas en torno a lo que podríamos llamar informalmente ‘la pos Comisión de la Verdad’ han convocado a la sociedad civil para preservar y transmitir esa memoria mediante varios medios, entre ellos la entrega de becas teatrales a través de Idartes. De ellas han surgido cinco obras, una de las cuales es ¿Quién sería yo? del joven director cinematográfico Raúl Cifuentes, montada con un grupo temporal que convocó su productora Buen Ayre y que desarrolla un guión original suyo elaborado a partir del trabajo documental de Beristain.
Mediante una puesta en escena liviana pero potente, diseñada para poder ser montada sin mayor dificultad en cualquier escenario sin más requerimientos técnicos que un buen sonido y oscuridad para los efectos de sombras, ¿Quién sería yo? transmite la sensación de urgencia y de desesperanza de quienes tienen que huir de un instante para otro dejándolo todo atrás: hijos, pertenencias, parientes, una vida entera, para poder justamente conservarla.
Una cámara de eco, un telón de sombras chinescas y unas ligeras cortinas con una ventana se transforman en desolado rancho campesino, en amenazante oficina de migración o en frío aeropuerto. Las acompañan decenas de maletas, morrales y zapatos desperdigados como despojos de una batalla. Esos son los elementos puestos al servicio de un libreto que da vueltas sobre sí mismo, mordiéndose la cola, hasta crear con apenas cuatro actores una sólida voz coral que narra la ausencia, la nostalgia, la angustia, el desgarramiento, el miedo y la desesperanza tanto de quienes se marchan apresuradamente y sin destino, como de quienes se quedan con el vacío de los seres amados.
Cuatro actores se multiplican gracias a un vestuario que cambia a gran velocidad, dando la impresión de que son una multitud: la multitud perseguida que vaga en un eterno periplo por el mundo como huyendo de sí misma porque no encuentra un destino, como no sea el del retorno. El código de ropas de cada personaje, creado por Natalia Cifuentes y Karent Ramos, es fundamental para este guión de historias paralelas donde los personajes no tienen nombres sino identidades visuales y de situación, gracias a un olor, una comida, un objeto, una canción: con razón se dice que cada casa de un exiliado es un trozo de Colombia en el extranjero.

REV
Conocido es el recurso del teatro moderno de hacer que los actores se cambien en el escenario, creando frente al público nuevas versiones de los personajes según lo exija la narración. Cifuentes le da un doble significado a ese ya viejo rito teatral porque no sólo los actores se cambian frente al público sino que los personajes necesitan cambiarse en el curso de su huida. El trasegar de maletas, ropas y zapatos se combina con un creativo uso de los teléfonos, públicos, fijos, celulares, modernos y antiguos, para mostrar la delgadez del hilo que une a los migrantes con su pasado y sus parientes, y también su solidez. Es el cambio eterno y sin sentido, el caminar apresurado hacia la nada, lo que le da a la obra su atmósfera y su tono y conmueve hasta las lágrimas.
La voz telefónica actuada se mezcla de manera sorprendente con la voz real de los emigrantes emitida desde la trasescena. Grabaciones documentales escogidas entre del archivo de la CEV se articulan acertadamente, sin abusar del recurso, con la voz de los actores y también con el guión, logrando una polifonía sobrecogedora. Se acentúan de esa manera las cuatro o cinco líneas narrativas de la obra. Algunos de los personajes son fijos, otros son trashumantes como en la vida real. No llevan nombres, pero sus maletas, sus abrigos de invierno, sus pintas de eternos viajeros, sus botas, sus sandalias, sus sombreros y morrales, adquieren para el espectador una identidad visual que permite seguir cada historia a lo largo de los 90 minutos que dura la obra.

Mediante una puesta en escena liviana pero potente, diseñada para poder ser montada sin mayor dificultad en cualquier escenario sin más requerimientos técnicos que un buen sonido y oscuridad para los efectos de sombras, ¿Quién sería yo? transmite la sensación de urgencia y de desesperanza de quienes tienen que huir de un instante para otro dejándolo todo atrás: hijos, pertenencias, parientes, una vida entera, para poder justamente conservarla.


La música y la coreografía del cambio de vestuario traen también elementos de vodevil. Canciones preciosas como Toitico bien empacao, de esa tolimense de Irlanda que es Katie James, o de la emblemática Marta Gómez, fueron cedidas para ser montadas en las voces de Angélica Martín y Manuel Astaiza. El cambio de acentos, aspectos y figura corporal de Marta Guerrero hace que uno piense que son varias actrices en una. Y la veteranía de Juan Combariza, quien luchó con viejos patrones dramáticos para adaptarse a sus seis personajes en busca de actor, luce en los cambios de voces y de roles, desde el patriarca costeño hasta el agente de inmigración sin hígados ni piedad.
El hilo narrativo central (si es que hay uno y no varios) recae en los jóvenes hombros de Manuel Astaiza, que interpreta al niño migrante tocado por la tragedia que no puede entender y ya de joven trasiega por el mundo lidiando con sus consecuencias y con su ajado oso de infancia. Marta y Angélica combinan personajes femeninos que lidian con la desesperanza, con permisos de trabajo o de residencia que tardan años en llegar o finalmente no aparecen, con su dignidad personal que desaparece cuando se alcanza la condición de migrante, con olores a tamal, agüeros de tocar madera, costumbres de navidad… que van quedando atrás y que constituyen la identidad colombiana.
“¿Quién sería yo?”, quién hubiera sido yo, quién seré yo, si me hubiera quedado, si pudiera volver… es un gran acierto narrativo y teatral, una obra de “teatro documental” al que tal vez sólo se le podría criticar un poco la longitud; al final de la obra los personajes y sus argumentos tienden a repetirse un poco. Un defecto que puede corregirse con una revisión del guión. La obra lleva apenas tres representaciones, pero amerita que la red de entidades y personas aliadas del Legado de la CEV) o el mismo gobierno, fomenten la presentación de esta obra en otras capitales y también en los territorios más afectados por el éxodo. Pero sobre todo ante el público colombiano en el exilio, allí donde hay más concentración de compatriotas desarraigados que esperan, como lo retrata la obra, que una cruel burocracia extranjera apostille un pasaporte o un diploma, o que del territorio donde nacieron llegue un soplo de esperanza con la noticia de que la amenaza cedió, y se puede regresar. Lo cual no siempre sucede. Y gran parte de los migrantes colombianos no logra arraigarse y queda en un limbo jurídico, laboral y familiar, pero sobre todo en un limbo del alma: el no-lugar, la nada, el nadie de los migrantes.

 
Conozca más de Cambio aquíConozca más de Cambio aquí