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Democracia y política exterior: aliados y amigos
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Aunque no parezca obvio, el sistema político interno de un país está relacionado con su comportamiento internacional y su política exterior.
Por: Sandra Borda

No son pocos los lugares en los que se encuentran, se complementan, se intersectan o se ponen en tensión la política exterior y la democracia. A pesar de que un observador desprevenido puede pensar que la democracia es un rasgo del sistema político interno que poco o nada tiene que ver con el comportamiento internacional de un país, la verdad es que la política exterior tiene el poder de fortalecer o debilitar dramáticamente el arreglo institucional democrático.
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La forma más simple de reforzamiento democrático a través de la política exterior tiene lugar cuando se construyen posiciones diseñadas para acompañar y fortalecer democracias débiles o en transición, regional o globalmente. Pero más importante aún, dicho acompañamiento debe ocurrir sin importar la ideología del gobierno de turno, para que el compromiso con el desarrollo de esta forma de gobierno sea genuino y no esté contaminado por pura y física simpatía y/o oportunismo político.
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La forma más simple de reforzamiento democrático a través de la política exterior tiene lugar cuando se construyen posiciones diseñadas para acompañar y fortalecer democracias débiles o en transición, regional o globalmente’
Muchos sugieren que pronunciarse sobre otras democracias es intrusivo, que cada país se debe ocupar de sus propios asuntos y que, más o menos, hasta que no se cuente con una democracia absolutamente perfecta, no existe autoridad moral para darle cátedra a otros países sobre el estado de su régimen político. Dicen quienes esgrimen este argumento que sermonear a otros sobre su democracia es un acto de hipocresía en el que no debe incurrir ningún país.
Craso error. Si ese fuera el caso, ningún país del mundo tendría la autoridad moral suficiente para usar su política exterior para promover este tipo de régimen político. La cuestión es más complicada: todos los días, los defensores de la democracia exponen sus ideas y sus fórmulas para superar problemas en el escenario global y es allí en donde tiene lugar una conversación diversa, contenciosa, con argumentos y contra argumentos, que permite una construcción permanente y gradual de este régimen político y de sus reglas del juego.
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Todos los días, los defensores de la democracia exponen sus ideas para superar problemas en el escenario global y es allí en donde tiene lugar una conversación diversa que permite una construcción permanente de este régimen político y de sus reglas del juego’
Y claro, es una conversación con asimetrías, no despojada del ejercicio del poder por parte de quienes lo ostentan. Es una conversación plagada de inconsistencias y sí, a veces de hipocresías. Pero ese es el lugar con todos sus problemas desde donde hemos estado construyendo las reglas del juego de un régimen que lejos está de ser perfecto, pero que hasta ahora parece ser el mejor con el que contamos. Hacer parte de esta conversación requiere del cumplimiento de dos condiciones fundamentales: la primera, no cesar nunca en el intento de practicar y profundizar, de perfeccionar y estilizar la democracia en lo doméstico. Y la segunda, desarrollar las destrezas diplomáticas para tener algo que decir en la conversación global y para, sobre todo, poder influir en ella a través de los argumentos y las ideas.
Tenemos antecedentes importantes de estos esfuerzos en Colombia. Nuestra participación en el diseño de las normas de derechos humanos y de las normas interamericanas relacionadas con la democracia fue notable. También lo ha sido nuestra participación en la redacción de normas ambientales tan importantes como los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS). Hoy, en medio de la grave crisis por la que atraviesa la democracia, no podemos cruzarnos de brazos y constituirnos en observadores pasivos del desmoronamiento de sus reglas e instituciones. Esta no es, adicionalmente, solamente una responsabilidad del Estado: los actores no gubernamentales son decisivos en este empeño. Siempre hay que tener en mente una regla fundamental: cualquier paso que decidamos dar como país a través de nuestra política exterior para fortalecer la democracia a nivel global es, simultáneamente, un paso que damos en dirección de fortalecer nuestra propia democracia. En esa misma lógica, las oportunidades perdidas a punta de silencio, o peor aún, a punta de complicidad con formas de autoritarismo, son también retrocesos grandes que damos en el ámbito del fortalecimiento de nuestra democracia.
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Hoy, en medio de la grave crisis por la que atraviesa la democracia, no podemos cruzarnos de brazos y constituirnos en observadores pasivos del desmoronamiento de sus reglas e instituciones
Si bien fortalecer la democracia no es ni puede ser el único principio —y en ocasiones, es posible que tampoco sea el prioritario— que debemos defender a través de nuestra política exterior, tampoco puede desaparecer de nuestra agenda internacional o ser relegado al olvido. La política exterior es una constante negociación y combinación de intereses y principios que deben ser fusionados y combinados con cautela y precisión. En esa constante calibración no podemos perder de vista nuestra responsabilidad con ayudar a la democracia a salir de tan maltrecha coyuntura a través del diseño colectivo de mecanismos y correctores para hacerla más efectiva. Colectivamente y a través del aprendizaje que nos brinda a todos la experiencia, es posible encontrar formas de devolverle las instituciones democráticas a los ciudadanos, de hacerlas trabajar en función de sus intereses y no de los intereses de la clase política dominante. Ese es el reto al que se enfrenta el mundo y consecuentemente, el reto al que se enfrentan nuestras políticas exteriores.
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Si bien fortalecer la democracia no es ni puede ser el único principio que debemos defender a través de nuestra política exterior, tampoco puede desaparecer de nuestra agenda internacional o ser relegado al olvido
