Un amigo de mi generación quiso tener el gesto de cariño más grande que podía ofrendar a persona alguna de su entorno:
—Le tengo boletas VIP de Rock al Parque —me escribió por chat.
El texto venía acompañado de dos líneas de emoticones victoriosos —manos con aplausos, llamas de fuego, estrellas luminosas— que, puestos de ese modo, dentro del nuevo lenguaje digital, significaban júbilo y excitación.
Lo dejé en visto mientras imaginaba la disculpa con la que me pensaba liberar: estoy llegando a una edad en la que todo lo que no signifique meterse en las cobijas para ver CMI cada noche representa una verdadera tragedia.
—¿Eso es a qué horas? —procuré ganar tiempo para que los dos chulos azules no se convirtieran en descortesía.
Respondió festivo:
—Jajajaja —escribió— y anexó cuatro emoticones de carcajadas.
Al rato me explicó que no se trataba de un concierto al que uno accede con boletas, sino de un festival musical al que uno entra con una pulsera irrompible que le fijan para siempre en la muñeca y, con suerte, sirve para ingresar en otros sitios (parques de atracciones, Piscilago) y me bombardeó con datos gracias a los cuales supe que en esta edición se presentaban Los Calzones y Los Pericos. El lunes cantaban Las pastillas del Abuelo. El martes, Los Inflames, de Suecia; y en el cierre, en alegoría evidente a la forma en que me siento, Los Auténticos Decadentes.
Esta semana constaté que el tiempo causa estragos en lo que soy: en lo que fui, mejor. Estoy próximo a cumplir 50 años: no soy Camilo Pombo, no soy Julio Correal, personajes a los que quiero y admiro, pero a los que prefiero no imitar. No pienso ponerme camisetas estampadas con grupos de los años setenta; no pienso ponerme jeans. Esta semana, digo, pude darme cuenta de que la semana horrible del año 85 —la tragedia de Armero, la toma del Palacio de Nariño— sucedió hace 38 años, ¡38!, y la tengo perfectamente vívida en mi memoria. Incluso recuerdo quiénes jugaban en el partido de fútbol con que Noemí Sanín distrajo la atención de la toma: Millonarios contra Unión Magdalena. Ganó Millos dos a cero con goles del Búfalo Funes y el Mico García: como siempre unos animales. Ya soy, pues, mi propio abuelo relatando lo que pasó en el Bogotazo.
Por ese motivo no pienso asistir a concierto alguno en que no haya sillas numeradas, ojalá con cobijas. El último al que le invertí tiempo fue de José Luis Perales y me resultó largo y pesado: por poco pido un Red Bull. Mis compañeros de fila coreaban “que canten los niños” con una efusividad ruidosa, aterradora, antes de circular pepas entre ellos, todas para la tensión: parecían los verdaderos integrantes de Las Pastillas del Abuelo. De modo que imaginarme abandonando la casa durante tres días para observar en persona a Los Pericos, y tener que averiguar, previamente, quiénes son Los Pericos, era una odisea a la que no me pensaba someter: podía verme a mí mismo buscando al organizador —¿Julio Correal? ¿Camilo Pombo?— para saber si era posible bajarle un poco el volumen, solicitud que ya se me convirtió en un hábito cada vez que visito un restaurante.
Yo solo quiero empiyamarme temprano; yo solo quiero ver CMI, ambas cosas como consigna de vida: como grito de guerra.
De modo que resolver la invitación de mi amigo resultaba una necesidad apremiante.
Fue mientras ganaba tiempo para encontrar la disculpa que me topé de frente con un trino del presidente Petro en que proponía organizar un concierto por Palestina: no por La Guajira, no por el Chocó, sino por Palestina. El instinto universal del mandatario humano, su olfato de hombre-mito, lo llevó de nuevo a expandir el virus de la música allende las fronteras, por toda la galaxia.
En un primer momento parecía contradictorio: ¿de verdad el Gobierno pretende acudir al Doctor Krápula para poner orden en Medio Oriente? ¿Es esta la forma de tramitar la intervención de Colombia en esa guerra de miseria en que no hay vencedores ni vencidos, sino bebés y adolescentes muertos?
Pero después descubrí las bondades del proyecto. A lo mejor el productor del “Petro-concierto” pueda ser el mismo Iván Duque: el experimentado DJ que montó aquella versión de El show de las estrellas en la frontera con Venezuela para utilizarlo, él también, como herramienta de diplomacia. Sacar adelante este reto entre mandatario y exmandatario puede ser lo que la patria requiera para que cesen los partidos y se consolide la unión.
Para evitar odiosas comparaciones entre los dos conciertos, el Gobierno podría convertirlo en un festival, el Petro-fest, Petro al Parque, y contratar el mismo cartel musical que ya se encuentra en Bogotá: desde el balcón de Palacio podrían cantar Los auténticos Decadentes, que vendrían siendo los expresidentes de la república, los presidentes de los partidos, los gamonales más viejos de la izquierda; Los Pericos, de relevancia espacial porque simbolizan el vicio reconocido por el presidente, aunque sin leche; los Inflames, que dicho de ese modo parecería una orden dictada por Isabel Zuleta o por Miguel Polo Polo (ante un muñeco presidencial). Y Los Calzones se presentarían ante Danilo Rueda, para que los tome a sus anchas, porque a veces le hacen falta. Las Pastillas del Abuelo serían un guiño abierto al canciller Leyva.
Si la nómina requiere de más esfuerzos, podrían cantar también Daysuris y los Subterráneos; Marelbys Presley. Y hasta Iván Cepeda y sus Bam Band para inyectarle ritmo a su proyecto de ley que pretende meter a la cárcel a quien torpedee la Paz Total (siempre y cuando no sea dirigente del ELN): me imagino que la ley entra en vigencia y yo entro en pánico. Me veo a mí mismo en la Picota haciendo fila al lado de Humberto de la Calle, de Sergio Jaramillo y otros críticos del actual proceso, pero también de una gente insoportable. Como mi vida es la puesta en escena de la ley de Murphy, al final Danilo Rueda pasa asignando celdas y debo compartir la mía con Miguel Gómez o el congresista Polo Polo: porque así es mi vida.
Le respondí el chat a mi amigo explicándole a modo de excusa que ya tenía boletas para el Stereo Petro y que solo me alcanzaban la vida y la plata para un festival de música: uno solo. Y le envié varios emoticones con cara de llanto.
Acto seguido, me metí a la cama para ver CMI aprovechando que muy posiblemente en la Picota no lo pueda hacer y por un momento tuve la esperanza de que en la sección de deportes informaran de la derrota de Millos contra el Unión Magdalena.
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