Sebastián Nohra
30 Mayo 2022

Sebastián Nohra

¿Es el ingeniero el plan C de Uribe?

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La llegada del ingeniero Hernández a segunda vuelta nos descolocó a todos. Nadie lo vio venir. Pero tampoco podrá decirse que fue un tobogán de opinión que en dos meses irrumpió sin que se pudiera detectar. Ya en la encuesta de Invamer, de noviembre de 2021, Rodolfo Hernández marcaba 13,8 por ciento (la mitad de su votación final) y estaba a cuatro puntos de Fajardo que era el segundo. Hace rato había señales de que “algo” pasaba ahí y en últimas, se tendrán que pegar cabezazos en la pared los de Fico y el Pacto Histórico por subestimarlo y dedicarse solo a sacarse sangre entre ellos. 

Llegó un jugador que no estaba ni en los cálculos de los partidos políticos, que llevan semanas moviendo ficha a ver cómo caen parados con el nuevo poder. Rodolfo, como están las cosas, hoy es el favorito para reemplazar a Iván Duque y de lo que hemos visto no ha construido el andamiaje necesario para semejante empresa. Llega con un programa muy frágil, sin estructura, sin alianzas políticas y con un gasto de campaña muy inferior al de sus rivales. Fue un cachetazo para el sistema político y para el círculo rojo de la opinión pública. La contracara de eso es que podría ser un presidente sin compromisos previos, cuentas por pagar y con libertad para hacer su gabinete. 

Pero acá lo interesante es averiguar qué pasó. ¿Por qué después de años de campañas, cientos de horas en medios y sabrá Dios cuántos cafés entre líderes del “centro”, Rodolfo logró ser la carta ganadora de quienes buscan un refugio lejos de Uribe y Petro? ¿Será eso lo que hermanó a sus votantes, mostrarse como una cara amable y con un mensaje simple que no estaba comprometido con ninguna de las dos grandes fuerzas políticas del país? Plantear la pregunta es algo que me pide el cuerpo.

Porque una alternativa es, como hizo hoy todo el petrismo y gran parte del periodismo, decir que el ingeniero es una marioneta o ficha de Uribe continuando con la tónica de ponerle el sombrero de uribista a todo lo que no huela a Pacto Histórico. Lo hicieron con Fajardo, Alejandro Gaviria, Claudia López y con cualquier ideología o expresión que tenga reparos con su proyecto. Entendieron, como lo hizo Uribe en sus días de político indomable, que es rentable dividir al mundo en dos y construir un relato de “o ellos, o nosotros”. La duda, la neutralidad, el escepticismo y las terceras vías las convirtieron en cosas indeseables. Y así estamos con el ingeniero. 

La otra alternativa es hacernos preguntas y trabajar, ver qué hay ahí. Entender quiénes y por qué votaron por Hernández. ¿Son un grupo homogéneo o ese 27 por ciento está disperso entre muchas edades, regiones y niveles de ingresos? El círculo rojo puede llegar a ser odioso en extremo y cuando irrumpe un candidato que no es de su simpatía, suele creer que su mandato es fungir como una casta que no solo está para investigar y cuestionar, sino para guiar y aleccionar al votante corriente. Para conducir a una cantidad de desviados que laceran la democracia. Esa fue la actitud que tomó el 99 por ciento del círculo rojo en Estados Unidos con el fenómeno Trump. En vez de entenderlo y conversar con su electorado, los trataron por años como gente indeseable, imbécil e ignorante. 

Eso no matiza los temores y críticas legítimas que hay alrededor de la figura de Hernández, un señor que me parece una moneda al aire. En materia económica es incierto qué tiene en la cabeza y si tiene ganas o no de adelantar reformas. Su propuesta ambiental es muy mediocre y su discurso anticorrupción es una bomba de humo. Detrás no hay nada consistente. Es light.

Pero habrá que hacer la tarea de comprender las razones de su llegada y su aceptación. Posiblemente fue el que mejor representó el hartazgo frente al derroche, los privilegios y el inmovilismo para hacer reformas de la clase política. O quizá fueron varias cosas. Será mejor martillar ahí adentro y poner la lupa, antes de sacar el índice para señalar, descalificar y creerse la reserva moral del periodismo y la política. 
 

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