Camilo A. Enciso V.
4 Abril 2022

Camilo A. Enciso V.

Rectores de la corrupción

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El rector de la Universidad Sergio Arboleda simboliza la descomposición moral de Colombia. Un hombre, que debería ser ejemplo de virtud y decoro, es todo lo contrario. Así quedó en evidencia por cuenta de la grabación revelada por Daniel Coronell hace pocos días, en la que Rodrigo Noguera busca usar su influencia sobre una fiscal con el propósito de favorecer a un tercero que era objeto de una investigación de la Fiscalía.

Tras escuchar la grabación una y otra vez, no sorprenden las palabras de Noguera, a quien los colombianos ya hemos venido conociendo, pero sí indignan. Especialmente por dos razones. 

Por un lado, porque son una muestra lamentable de cómo funciona la justicia en nuestro país: a punta de favores, componendas, amiguetes, almuerzos, puestos e influencias. No imperan la legalidad ni la Constitución. Reinan el vicio, el poder y el dinero. 

Por el otro, porque quien habla es el rector de una casa de estudios, la persona que lidera una institución que tiene como propósito formar a los profesionales y ciudadanos de las nuevas generaciones. Porque si hay algo que traiciona la idea misma de la educación de calidad, que tanta falta nos hace, es el patrocinio del engaño y la trampa.

Pero hay algo que indigna aún más. A diferencia de lo ocurrido con la Universidad Distrital hace un par de años, cuyos estudiantes se volcaron a las calles, dando vida a un movimiento político y social de intensa carga telúrica, que acabó con la impunidad con la que operaban varios de sus directivos corruptos, en este caso nadie dice nada, excepto los medios de comunicación. 

Los estudiantes no han salido a las calles, no protestan, no han paralizado las clases. Los consejos estudiantiles están cruzados de brazos. Me pregunto si es que, en lugar de representar los intereses de los estudiantes, sus líderes están dedicados al lagarteo. Los profesores no escriben nada, los representantes legales guardan silencio. La Universidad emite un comunicado de prensa flojo, que parece escrito por el propio Noguera. 

Entiendo hasta cierto punto la inacción de quienes dependen de un puesto. Pero que los jóvenes, que son la fuerza fundamental, ígnea, de una sociedad, no abran la boca, no solo es decepcionante, sino una tragedia. 

No estudié en la Sergio, pero tuve la oportunidad de ser profesor en su especialización de derecho penal hace algunos años. Tuve algunos alumnos brillantes y estudiosos, otros normales y otros más mediocres, como los hay en cualquier universidad. Pero todos me parecieron personas decentes, que hacían lo posible por promover, desde sus diferentes posiciones, el bienestar de Colombia. 

Así, no dejo de ver con cierto pesar cómo el nombre de esa Universidad cae tan bajo. Se hunde en el fango en el que hace años se revuelca Noguera, pero también en el desprestigio que le han ganado con justa razón algunos de sus egresados más encumbrados.

La combinación de un fiscal general mediocre, un presidente que fracasó a la hora de liderar al país hacia la reconciliación y el progreso, y una serie de alfiles serviles que desde diferentes cargos se han limitado a servirle al poder en lugar de servirle al pueblo, sumada a este rector corrompido y corruptor, llaman a la reflexión y permiten levantar el dedo acusador. 

Pero también hay que reconocer que, más allá de la Sergio, hay algo intrínsecamente mal con nuestro sistema educativo y con muchas de las personas que ocupan los cargos de dirección en muchas universidades del país. 

La Universidad Autónoma del Caribe fue asaltada por Silvia Gette y otros directivos de esa institución. El Externado aprobó la tesis fraudulenta de quien hoy es -para desgracia de todos los colombianos- la presidente de la Cámara de Representantes. Los Andes es la alma mater de María del Pilar Hurtado, condenada por las chuzada del DAS; de Sabas Pretelt de la Vega, condenado por corromper congresistas; de Manuel y Miguel Nule, que se robaron cientos de miles de millones; y de Andrés Felipe Arias, el ministro condenado por el caso de Agro Ingreso Seguro.

Mi casa de estudios, la Universidad del Rosario, graduó a Samuel Moreno, el alcalde ladrón; a Diego Palacios, otro ministro corruptor de parlamentarios; y al exmagistrado de la Corte Constitucional, al servicio de Fidupetrol, Jorge Ignacio Pretelt Chaljub.

Ninguna se salva. Corruptos renombrados han salido de todas. De la Javeriana salieron Guido Nule y Liliana Pardo, condenados por el carrusel de la contratación de Bogotá. También Salvatore Mancuso y Jorge Noguera Cotes, que le pasaba las listas de sindicalistas y líderes de izquierda a Jorge 40 (el papá del nuevo congresista representante de víctimas), para que hiciera “lo suyo”. 

De la Nacional se graduaron el parapolítico Julio Manzur, y el prófugo de la justicia Luis Carlos Restrepo, más conocido como el doctor ternura.  En fin, la lista es interminable. Todas las universidades están manchadas, sin importar que sean públicas o privadas, de la capital o las regiones.

Y así como los alumnos y profesores de la Sergio guardan silencio, las demás universidades pasan de agache. Estudian la corrupción como fenómeno, pero no hacen lo suficiente para formar gente en valores. 

No soy experto en educación, ni puedo detectar con precisión en dónde está el problema. Pero estoy seguro de que las universidades son corresponsables de todo este desastre. Por acción o por omisión. En algunos casos, porque sus cabezas son rectores de la corrupción, y en otros, porque no han hecho lo suficiente. Sin estrategia, sin plan, sin consciencia de la gravedad del problema, la ética pasa por las aulas como una simple clase de un semestre en la que se aprenden conceptos fundamentales de la deontología y la teleología, sin una reflexión más intensa, digamos existencial, de lo que necesitamos hacer como nación para retomar la senda de la decencia y la integridad. 

Sería un sueño ver a todos los rectores de las universidades del país sentados en la misma mesa, pensando cómo pueden hacer una contribución más decidida, que permita sacar a Colombia del hueco moral en el que anda sumergida. Ojalá que alguno se le mida a tomar la iniciativa.  

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