Algunos activistas son considerados rebeldes, otros grandes mentes. Algunos, simplemente, oposición, matoneadores y acosadores, otros son estadistas y están en permanente rendición de cuentas. Se trata, al final, de hacer campañas o esfuerzos para promover o incidir en aspectos sociales, políticos, ambientales. Es una práctica propia de sociedades cohesionadas, políticamente activas y en democracia. Se trata de un grupo organizado alrededor de un “bien” común, el activismo es ante todo de carácter colectivo. Es decir, la marcha del 7 de junio no importa quién la convoque, es un gesto de incidencia colectivo, así como la marcha de hoy 20 de junio, la misma cosa. Sí, créanlo o no, todos estamos en las mismas, queriendo incidir de una manera u otra. Podemos ser activistas para la regulación del uso adulto del cannabis, exacto, activistas desde María José Pizarro y Juan Carlos Losada hasta usted quien lee esta columna y es un ciudadano de a pie y no cree en el prohibicionismo y sabe que, después de 50 años de lucha contra las drogas, el consumo global no ha disminuido y que se ha gastado una auténtica fortuna de dineros públicos y la violencia alrededor del negocio ha aumentado. Ahora bien, también se puede ser activista para defender el porte de armas, como María Fernanda Cabal o Enrique Gómez. Sin palabras.
La historia ha demostrado que el activismo desempeña un papel importante para exponer el racismo, para proteger a los trabajadores de la explotación, para proteger el medio ambiente, para promover la igualdad de las mujeres. De hecho, muchos sistemas políticos actuales son en sí mismos el resultado de un activismo anterior. Eso lo han demostrado tanto Gustavo Petro como Claudia López. Estos sistemas de gobierno de elección popular incluyeron una campaña previa, que es la gran definición del activismo. Hoy en día son gobiernos electos que incluyen en su plan de trabajo la aprobación de leyes a través del cabildeo de algunos políticos y también de funcionarios públicos, de nuevo acciones relacionadas propias del activismo. No hay un límite claro entre el activismo y la política convencional, no estigmaticemos y quitemos méritos a quienes lo hacen.
Descalificar a Petro por promover una marcha y después promover la propia es torpe, porque él y el resto del país estamos simplemente ejerciendo nuestro derecho a participar o no, colectivamente, por un interés común. El activismo ha sido ejercido por quienes tienen menos poder, porque quienes tienen posiciones de poder e influencia generalmente logran sus objetivos utilizando medios más convencionales. Pero al ser un gobierno popular, del pueblo, acude a las formas de cohesión históricamente reconocidas por muchos. Resulta más bien divertido y curioso que ahora la oposición acude a las estrategias de cohesión y comunicación comúnmente usadas por movimientos obreros, LGBTQ+ y comunidades de base. ¿Será que entendieron cómo es que es la cosa? ¿Y será que entendieron que la información “semanal” noticiosa da una imagen distorsionada del activismo, con mucha más cobertura de violencia que de actividades pacíficas? Demeritar lo que como individuos hacemos para luchar por nuestras causas y que representa a muchos, es desconocer la democracia en la que vivimos.
No hay duda de que todos creemos que nuestra verdad es la única verdad verdadera, el activismo lo que propone es una verdad colectiva donde varios nos sentimos identificados, no darles valor a estas acciones es lo mismo que no reconocer que como individuos también somos sujetos políticos.
Gustavo Petro, Francia Márquez, Juan Manuel Santos, Mahatma Gandhi, Martin Luther King, Greta Thunberg y todos los servidores públicos que, con su traje de burócrata, redactan articulados para que queden plasmados en el plan de desarrollo, o los grandes funcionarios públicos que pelean por un aumento presupuestal ante el Concejo de Bogotá, pasando por las marchas encabezadas por la Vida Suena mientras tocan tambores, o el trabajo que hace Temblores para luchar contra la violencia, no importa la causa, como sociedad seguimos demostrando que la forma de tramitar nuestra ideología es semejante.
Yo me declaro activista por la cultura, activista por las mujeres, activista por las madres cabezas de familia, activista por los movimientos artísticos, alternativos, populares e independientes, activista por la paz, activista por los derechos de las personas LGBTQ+; igual que cientos de mujeres y hombres, igual que legisladores, igual que muchos funcionarios públicos. No es un acto de valentía, es un acto de reivindicación de mis luchas y que me une a otras y otros con mis mismas preguntas. Si usted se sabe y se reconoce como un sujeto político, el siguiente paso es que acepte sin resquemor que también es un activista. ¿Cuál es su lucha? Salga, incida, escriba, diga. Como individuos nos cohesionamos como sociedad cuando nos unimos en luchas. Y no, luchar no es pelear. Es amar algo con pasión absoluta.
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Ayer lunes 19 de junio a las 5:00 empezaba el debate sobre la regulación del cannabis adulto. Al terminar de escribir esta columna no supe los resultados, eso sí siempre con la esperanza de que nuestros imaginarios de hace 120 años, conservadores, endogámicos y prohibicionistas cambien. Solo falta saber que el mundo entero ha demostrado el fracaso que es la prohibición como parte de una política antidrogas. Solo en Colombia se estima que se han perdido alrededor de 16.000 millones de dólares en una fallida guerra contra las drogas. Se estima que para 2025 el negocio del cannabis legal genere más de 50.000 millones de dólares en el mundo. Pero sobre todo, estimadas y estimados lectores, NO es posible morir por sobredosis de cannabis. NO existen reportes de muertes, ni ningún tipo de evidencia sobre la posibilidad de morir por consumir cannabis. Bien decía el gran filósofo y músico Bob Marley: “Emancipémonos de la esclavitud mental, nadie más que nosotros puede liberar nuestras mentes”.