Catalina Ceballos
13 Junio 2023 03:06 am

Catalina Ceballos

Arte y política

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El presidente Petro hizo una campaña y hoy gobierna con base en una democracia electoral y con base en una democracia participativa. Y no hay un sector más deliberativo y participativo que el sector cultural. Algunos desde sus espacios de asociación o gremial otros, desde un movimiento unidos por un símbolo, por ejemplo, una carta y otros unidos por una ideología, antipatriarcal, antirracista, anticentralista. Las expresiones artísticas y las prácticas culturales históricamente hacen visible lo evidente, la vida cotidiana que pasa sin pena ni gloria, sin ningún tipo de reflexión, se convierte gracias a creadores, gestores, intelectuales de las artes y cultura, cultores agentes del sector y artistas en espacios de interpelación, de creación colectiva. 

Estamos en un gobierno de izquierda en donde el sector cultural se siente absolutamente identificado con el proyecto progresista, no importa si se vive en la localidad de Chapinero en Bogotá o en Nabusimake en Valledupar. No importa si toca el violín o la guacharaca, si hace cine testimonial con actores naturales o prefiere los actores de las grandes canales de televisión. No importa si es actriz de teatro callejero y gestora de una casa la cultura en Mesitas de El Colegio o si es un reconocido gestor cultural, experto en mercados. No importa si es editor de una gran editorial o hace parte de las editoriales independientes, No importa si es experto en PEMP o trabaja con las artes para la reconciliación y convivencia. No importa si produce contenidos culturales de manera experimental en un resguardo indígena o si es ganador de las becas del MinTic. No importa si es funcionario público o siempre ha trabajado en procesos de participación, no importa si es un líder cultural o un ministro. El sector creyó y cree en la propuesta progresista de Gustavo Petro.

Desafortunado que por estos días se ha creado una narrativa en la que pareciera que se trata de unos vs. otros. Y no más bien de permitirse esa acción política propia de una democracia participativa vs. procesos de elaboración de juicios y prejuicios, muchas veces producto de gustos estéticos de la globalización y de deseos históricos más que del enfrentar problemas contemporáneos.  ¿Y qué es eso del gusto, qué es gustar? Me atrevería a decir que, en todo caso, se trata de un fenómeno individual más que colectivo o social. 

Cuando el sector cultural apoyó a Petro tenía la certeza de que el cambio incluía discusiones sobre el patrimonio material, la concertación con pueblos indígenas, afros, raizales y palenqueros, la mutación entre la danza contemporánea y los bailes tradicionales. Sabía este movimiento cultural que el cambio, palabra manoseada y desprovista de sentido, se trataba de una independencia, de transgredir,  de subvertir los esquemas absolutos de la cultura a través de un plan de cultura con enfoque progresista.

Las artes, el patrimonio, los saberes, gracias a la imaginación, la sensibilidad pueden reivindicar la vida misma, no se trata de unos excluidos que quieren ser contestarios, o que haya un actitud a la defensiva, por el contrario, las marchas masivas, los encuentros, los cabildos reflejan un pueblo organizado. En ese pueblo organizado existe una cultura que no es otra cosa que como dice George Yudice (firmante de una de las cartas dirigidas al presidente), un recurso para alcanzar un fin. Por ejemplo para la movilización de nuevos movimientos sociales, en respuesta a unos formas neoliberales que quedaron tan arraigadas con el Gobierno de Duque. 

La oposición construye un relato sobre el cambio, mientras que actores, bailarines, artesanos, consideran que el arte y la política son sinónimo de conciencia, de compromiso, de denuncia. Lo importante sobre esto es que quienes conocemos la historia del ecosistema cultural, sabemos que no se trata de unos actos performativos de este mes o de este gobierno. El cine , el teatro y la literatura siempre han estado allí para retratar la violencia. En las regiones, artistas y gestores son una fuente de producción cultural y de resistencia sin precedentes. Con compromiso político y de testimonio social para la paz.

¿Qué preocupa? Que las fortalezas del capitalismo se hayan instalado como un imaginario con la capacidad de monopolizar la producción cultural. Por esto, un plan de cultura seguramente buscará una transformación más allá del adoctrinamiento tan propio de otras épocas, dejará de querer cambiar la “mediocridad de nuestras juventudes” (esto parece más un pensamiento capitalista en la búsqueda de generalizaciones, de un expansionismo, sacado del baúl del siglo pasado). Esperamos que el plan de cultura, integre lo orgánico con lo industrial, la estrategia militar con el conocimiento indígena, que en el centro de su horizonte estratégico y cultural se trate de experiencias impensadas, donde todas, todos, todes, sean productores asociados del cambio. 

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Fui a ver Woyzeck, al Teatro Colón, en el Centro Nacional de las Artes, montaje de Jimmy Rangel, quien también dirigió hace menos de un año el “Árbol de la Abundancia”, presentación que se hizo en el marco de la celebración de la Navidad de la Secretaría de Cultura, Recreación y Deporte. Rangel reúne a un grupo de artistas, actrices, actores, bailarines y músicos en una escena fría, posindustrial, pero a la vez liviana. La historia de un autoritarismo rampante que lentamente desintegra a este soldado hasta deshumanizarlo del todo, extrañamente, a ratos, desde las sillas de terciopelo rojo del Colón, provoca subirse al escenario y ser protagonista de esa deshumanización. Hay funciones hasta el 25 de junio. 

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