Viajar a Ubud, en Bali, fue descubrir un universo estético y religioso nuevos para mí, a los mismos grados de temperatura y con la misma humedad de mi casa en Quibdó; por la ventana de mi habitación, apreciaba palmeras de distintas variedades y preciosos ejemplares de Árbol del pan, como si estuviera a orillas del Atrato. El idioma local también me era completamente nuevo, pero logré comunicarme en inglés en todos lados, lo que representaba un reto, especialmente en las conversaciones formales en las que iba a participar. Estaba invitada al Ubud Writers & Readers Festival, donde me programaron para una conversación sobre la relación entre activismo y escritura, y en una noche especial sobre la Amazonía. En esta última tendría la fortuna de compartir panel con Carlos Castaño-Uribe, Helena Gualinga -de Ecuador-, y el reconocido Wade Davis. Se trataba de una noche especial que estaría acompañada de cocteles y pasabocas. El moderador quería que todo fuera muy tranquilo y espontáneo por eso, luego de su saludo, nos pidió presentarnos uno a uno, con lo que quisiéramos decir sobre nosotros. Yo dije poco sobre mí, recordé que alguna vez la selva del Chocó y la Amazonía fueron una sola, hasta que emergieron los Andes. Luego dije que consideraba que lo más importante de la noche era escuchar a Carlos Castaño-Uribe, por su extraordinario trabajo sobre el Parque Nacional Natural Chiribiquete y por sus formas de hacer antropología y arqueología, que considero disruptivas frente a las prácticas extractivistas y racistas que tan frecuentes habían sido en estas disciplinas.
En la segunda ronda de participaciones Wade Davis, a quien parece que le incomodaron mis palabras sobre las prácticas antropológicas de algunos, se tomó el tiempo para intentar explicarme el valor de esta disciplina y su incidencia positiva en la vida de las poblaciones, en especial indígenas, entre otras cuantas cosas que no traeré a esta columna, porque quiero centrarme en una sola de sus afirmaciones. Parafraseándolo, porque no tengo un gran nivel de inglés, pero sé que entendí muy bien, dijo que todos venimos de África y que a fin de cuentas lo que importa es que somos humanos y debemos estar unidos.
En cuanto terminó, y antes de que el moderador interviniera para darle la palabra a otro, yo me la tomé para responderle a Davis, y más adelante insistí en que quería precisar una frase que quizá no había dicho con contundencia: Puede que todos vengamos de África, pero no todos somos descendientes de africanos que fueron esclavizados, y eso marca una gran diferencia, dije.
Aquello de que todos venimos de África es un eufemismo para supuestamente igualarnos como raza humana, pero con el propósito de invisibilizar las condiciones particulares que vivimos los descendientes de los esclavizados, producto del racismo estructural e interpersonal; un racismo que, efectivamente, ha sido reproducido por todas las ciencias, entre ellas, la antropología.
No es lo mismo haber llegado a América hace veinte mil años cruzando el estrecho de Bering para luego poblar el continente, que haber arribado para ser vendido hace trescientos años, luego de atravesar el Atlántico encadenado dentro de un barco esclavista. Y esta es una verdad que cualquier científico debe aceptar para descolonizar su práctica, algo que muchos ya están haciendo, pero que otros siguen pasando por alto.